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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (45 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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Garion cabalgaba al frente de la columna con una expresión sombría y resuelta, y hablaba sólo cuando necesitaba dar alguna orden. Los exploradores le presentaban sus informes a intervalos regulares; le anunciaban que no había señales de las fuerzas del culto o que los piqueros del general Haldar aún no los seguían.

A mediodía se detuvieron un momento para comer y Polgara se acercó al rey de Riva con expresión grave.

—Apartémonos un poco, Garion. Quiero decirte algo.

—Bien —su respuesta fue breve, incluso cortante.

Entonces Pol hizo algo que no había hecho nunca en los últimos años: con un solemne pero afectuoso gesto, entrelazó su brazo con el de él y juntos se alejaron del ejército y de sus amigos en dirección a un montecillo cubierto de hierba.

—Estas últimas semanas has estado muy serio, cariño —le dijo cuando se detuvieron en la cima del pequeño monte.

—Creo que tengo razones para estarlo, tía Pol.

—Sé que todo este asunto te ha afectado mucho, Garion, y que estás lleno de odio; pero no dejes que eso te convierta en un salvaje.

—Tía Pol, yo no he empezado esto —le recordó él—. Primero intentaron asesinar a mi esposa, luego mataron a uno de mis mejores amigos e hicieron todo lo posible para enfrentarme con Anheg, y ahora han secuestrado a mi hijo. ¿No crees que merecen un pequeño castigo?

—Quizá —respondió ella mirándolo a los ojos—, pero no debes permitir que la furia te ciegue y te haga derramar sangre gratuitamente. Tienes un poder enorme, Garion, y si quisieras podrías hacer cosas terribles a tus enemigos. Si usaras el poder de ese modo, llegarías a convertirte en alguien tan despreciable como Torak. Luego comenzarías a sentir placer cada vez que hicieras daño y ese placer acabaría adueñándose de ti. —Él la miró fijamente, impresionado por la intensidad de su voz y por el brillo que, de repente, había adquirido el mechón blanco de su pelo—. Es un riesgo real, Garion. En cierto modo, peligras más ahora que al enfrentarte con Torak.

—No pienso dejar que se salgan con la suya —dijo con obstinación—. No pienso dejarlos ir.

—No sugiero que lo hagas, cariño. Pronto llegaremos a Rheon y habrá una batalla. Eres un alorn y estoy segura de que la idea de pelear te llena de entusiasmo; pero quiero que me prometas que no permitirás que ese entusiasmo y la furia te empujen a matar sin contemplaciones.

—No lo haré si ellos se rinden —repuso él con firmeza.

—¿Y qué ocurrirá luego? ¿Qué harás con tus prisioneros? —El hizo una mueca de preocupación, pues no había pensado en ello—. La mayoría de los seguidores del culto son ignorantes y fáciles de manipular. Están tan obsesionados con sus propias ideas que no alcanzan a comprender la magnitud de lo que han hecho. ¿Los asesinarás por estúpidos? La estupidez es un gran defecto, pero no creo que merezca ese tipo de castigo.

—¿Y qué hay de Ulfgar? —dijo él.

—Ese es otro asunto —respondió Polgara con una sonrisita triste.

Un gran halcón con franjas azules bajó en picado desde el cielo gris.

—¿Es una reunión familiar? —inquirió Beldin antes de acabar de asumir su forma natural.

—¿Dónde has estado, tío? —le preguntó Polgara con serenidad—. Les dejé dicho a los gemelos que te reunieras con nosotros.

—Acabo de regresar de Mallorea —gruñó él mientras se rascaba la barriga—. ¿Dónde está Belgarath?

—En Val Alorn —respondió la hechicera—, y luego se irá a Mar Terrin. Intenta seguir la pista oculta en los misterios. ¿Están al tanto de lo que pasa?

—Creo que sí. Los gemelos me enseñaron el pasaje escondido en el Códice Mrin y me informaron sobre la muerte del Guardián de Riva y sobre el secuestro del hijo de Belgarion. Ahora vais a atacar Rheon, ¿verdad?

—Así es —admitió ella—. Allí está la fuente de todos los problemas.

—Estoy seguro de que eres un experto estratega, Belgarion —dijo el jorobado con expresión inquisitiva—, pero esta vez no entiendo tus tácticas. —Garion lo miró perplejo—. Avanzas hacia una ciudad fortificada para atacar un ejército más numeroso que el tuyo, ¿verdad?

—Supongo que podría explicarse de ese modo.

—Entonces ¿por qué has dejado más de la mitad de las tropas acampadas en los bajíos de Mrin, dos días detrás de ti? ¿No crees que podrías necesitarlas?

—¿De qué hablas, tío? —intervino Polgara con brusquedad.

—Creía que estaba siendo bastante claro. Las tropas drasnianas están acampadas en los bajíos y no parecen dispuestas a salir de allí. Están fortificando sus posiciones.

—Eso es imposible.

—Vuela y compruébalo por ti misma —concluyó Beldin encogiéndose de hombros.

—Será mejor que vayamos a avisar a los demás, Garion —dijo tía Pol con tono grave—. Hemos cometido un importante error.

Capítulo 22

¿Qué diablos piensa hacer ese hombre? —gritó la reina Porenn con una furia poco habitual en ella—. Le di órdenes concretas de que nos siguiera.

—Creo que deberíamos haber examinado los pies del distinguido general Haldar para ver si encontrábamos la señal del culto —dijo Seda con la cara pálida.

—¡No hablas en serio! —exclamó la reina.

—Ha desobedecido tus órdenes deliberadamente, Porenn, y con ello pone en peligro tu vida y la de todos los demás.

—Llegaré al fondo de este asunto en cuanto regresemos a Boktor, créeme.

—Por desgracia, ahora no vamos en esa dirección.

—Entonces volveré a los bajíos sola —anunció ella—. Si es necesario, le quitaré el mando de las tropas.

—No —dijo el príncipe con firmeza—, no lo harás.

—Kheldar —repuso ella, incrédula—, ¿sabes con quién estás hablando?

—Perfectamente, Porenn, pero es demasiado peligroso.

—Es mi deber.

—No —le corrigió él—, tu deber es vivir lo suficiente para educar a Kheva como rey de Drasnia.

—Eso es injusto, Kheldar —dijo ella mordiéndose el labio.

—La vida es dura, Porenn.

—Tiene razón, Majestad —intervino Javelin—. El general Haldar ya ha cometido traición al desobedecer las órdenes. No creo que dudara en sumar un asesinato a su crimen.

—Necesitamos hombres —gruñó Barak—, de lo contrario tendremos que esperar a Brendig.

—Haldar está acampado en los bajíos —observó Seda— y, si lo que sospechamos es cierto, puede evitar que Brendig desembarque las tropas.

—¿Y bien? —preguntó Ce'Nedra enfadada—. ¿Entonces qué hacemos ahora?

—No creo que tengamos elección —replicó Barak—. Tendremos que volver a los bajíos y arrestar a Haldar por traición. Luego volveremos con los piqueros.

—Eso podría llevar una semana —protestó ella.

—¿Se te ocurre una idea mejor? Necesitamos a esos piqueros.

—Creo que olvidas algo, Barak —dijo Seda—. ¿No has notado que en los últimos dos días el aire se ha vuelto más fresco?

—Un poco, por las mañanas.

—Estamos en el noreste de Drasnia y aquí el invierno llega muy pronto.

—¿Invierno? Pero si acaba de comenzar el otoño.

—Estamos muy al norte, amigo. Las primeras nieves pueden caer en cualquier momento.

Seda le hizo un gesto a Javelin y ambos se alejaron e intercambiaron algunas palabras.

—Todo se está echando a perder, ¿verdad, Garion? —inquirió Ce'Nedra con labios temblorosos.

—Ya lo arreglaremos, Ce'Nedra —respondió él estrechándola entre sus brazos.

—¿Cómo?

—Aún no he tenido tiempo de pensarlo.

—Somos muy vulnerables, Garion —dijo Barak con seriedad—. Estamos internándonos en territorio del culto con una fuerza muy inferior a la de ellos. Pueden tendernos una emboscada en cualquier momento.

—Necesitaréis alguien que vaya delante explorando el terreno —manifestó Beldin alzando la vista del trozo de carne que engullía con voracidad. Se metió el último pedazo en la boca y se limpió los dedos en la mugrienta túnica—. Cuando quiero, puedo pasar desapercibido.

—Yo me ocuparé de eso, tío —repuso Polgara—. Hettar viene hacia el norte con los clanes algarios. ¿Podrías ir a avisarle de lo que ha sucedido? Lo necesitamos aquí lo antes posible.

—No es mala idea, Pol —admitió él con una mirada de aprobación—. Pensé que la vida de casada te había reblandecido los sesos, pero por lo visto es sólo tu trasero lo que se está volviendo fláccido.

—¿No crees que ya es suficiente, tío? —preguntó ella con acritud.

—Será mejor que me marche —concluyó él.

El viejo se agachó, abrió los brazos y se convirtió en halcón con un resplandor.

—Estaré fuera unos días —dijo Seda—. Es probable que aún estemos a tiempo de solucionar este asunto —añadió, y se dirigió hacia el caballo.

—¿A dónde va? —le preguntó Garion a Javelin.

—Necesitamos hombres —respondió el margrave— y él va a buscar algunos.

—Porenn —musitó Polgara, mientras se esforzaba en mirar por encima del hombro—, ¿crees que en los últimos meses he engordado un poco?

—Por supuesto que no, Pol —respondió aquélla con una sonrisa amable—. Beldin sólo pretendía hacerte enfadar.

La hechicera se quitó la capa azul con una mueca de preocupación.

—Yo iré al frente —le dijo a Garion—. Haz que tus tropas sigan adelante, pero no corráis. Dame tiempo para avisarte si hay algún problema.

Luego su imagen se volvió borrosa y el gran búho blanco en que se convirtió se alejó con un aleteo suave y silencioso.

A partir de aquel momento, las tropas rivanas avanzaron con cuidado, formadas en la mejor posición posible para la defensa. Garion dobló el número de exploradores y cabalgó personalmente hasta la cima de cada colina para examinar el terreno que les aguardaba delante. La velocidad de la marcha descendió a veinticinco kilómetros por día, y aunque la demora inquietaba al joven rey, sabía que no tenía elección.

Polgara regresaba cada mañana para informarle de que no había ningún peligro a la vista y luego se marchaba batiendo sus silenciosas alas.

—¿Cómo lo consigue? —preguntó Ce'Nedra—. No creo que tenga tiempo de dormir.

—Pol puede estar semanas sin dormir —respondió Durnik—. Todo irá bien..., siempre que no se prolongue demasiado.

—Belgarion —dijo Misión con voz suave mientras acercaba su caballo zaino al de Garion—, ya sabes que nos vigilan, ¿verdad?

—¿Qué?

—Hay hombres vigilándonos.

—¿Dónde?

—En muchos sitios. Están muy bien escondidos. Y hay otros hombres que van y vienen de la ciudad al campamento de las tropas que hay junto al río.

—Eso no me gusta mucho —repuso Barak—. Parece como si intentaran coordinar algo.

—¿Crees que las tropas drasnianas nos atacarían si Haldar se lo ordenara? —le preguntó Garion a Porenn.

—No —respondió ella con firmeza—. Las tropas son absolutamente leales a mí y rechazarían ese tipo de orden.

—¿Y si creyeran que te estaban rescatando? —inquirió Misión.

—¿Rescatando?

—Es lo que sugiere Ulfgar —explicó el pequeño—. El general le dirá a tus tropas que nuestro ejército te ha tomado como prisionera.

—Creo que en esas circunstancias, sí atacarían, Majestad —dijo Javelin—; y si nos hostigara por un lado el culto y por otro el ejército tendríamos grandes problemas.

—¿Qué otra cosa puede ir mal? —preguntó Garion, furioso.

—Por lo menos no nieva —añadió Lelldorin—, al menos por el momento.

El ejército avanzaba lentamente por los desiertos parajes y las nubes se cernían amenazadoras sobre ellos. El mundo parecía encerrado en un frío y deslucido tono gris y la capa de hielo que se formaba sobre los pozos de agua estancada se volvía más gruesa cada día.

—A este paso, tardaremos mucho en llegar, Garion —dijo Ce'Nedra con impaciencia un mediodía sombrío, mientras cabalgaba junto a su marido.

—Si nos tienden una emboscada, no llegaremos nunca, Ce'Nedra —respondió él—. Esto no me gusta más que a ti, pero creo que no tenemos otra opción.

—Quiero encontrar a mi hijo.

—Yo también.

—Entonces haz algo.

—Estoy dispuesto a escuchar cualquier sugerencia.

—¿No podrías...? —empezó a decir, haciendo un gesto vago con la mano.

Él negó con la cabeza.

—Ya sabes que mi poder tiene límites, Ce'Nedra.

—Entonces ¿para qué sirve? —preguntó ella con amargura mientras se cubría con la capa gris para protegerse del frío.

El gran búho blanco los esperaba en la siguiente colina. Se posó en un tronco seco y los observó sin pestañear con sus ojos dorados.

—Polgara —la saludó Ce'Nedra con una formal inclinación de cabeza.

El búho le respondió muy serio con otra pequeña inclinación de cabeza y Garion se echó a reír. La figura del ave se desdibujó y el aire tembló a su alrededor. Entonces apareció Polgara, sentada tranquilamente sobre el tronco con las piernas cruzadas.

—¿Qué es lo que te hace tanta gracia, Garion? —preguntó ella.

—Nunca había visto a un búho haciendo una reverencia —contestó él—, y me ha parecido gracioso. Eso es todo.

—No dejes que eso te haga olvidar tus modales, cariño —dijo ella con solemnidad—. Acércate y ayúdame a bajar de aquí.

—Sí, tía Pol.

Una vez en el suelo, la hechicera lo miró con expresión seria.

—Hay una gran tropa del culto esperándonos a diez kilómetros de aquí.

—¿Cómo es de grande?

—El doble que la tuya.

—Será mejor que avisemos a los demás —decidió él, e hizo girar a su caballo para volver atrás.

—¿No podríamos pasar por otro lado? —preguntó Durnik después de oír el informe de Polgara sobre la posible emboscada.

—No lo creo, Durnik —respondió ella—. Saben que estamos aquí y nos estarán vigilando.

—Entonces tendremos que atacarlos —afirmó Mandorallen—. Venceremos porque peleamos por una causa justa.

—Esa es una superstición muy interesante, Mandorallen —observó Barak—, pero yo preferiría aventajarlos en el número de hombres. —Se volvió hacia Pol—. ¿Cómo han desplegado las tropas? Me refiero a...

—Ya sé lo que significa esa palabra, Barak. —Aplanó un trozo de tierra con el pie y cogió una rama—. La ruta que seguimos pasa por un barranco que atraviesa una cadena de colinas. En lo más profundo del barranco hay varias cuevas y en cada una de ellas se esconde un grupo de hombres. —Dibujó el terreno con la rama—. Por lo visto esperan que pasemos por allí para atacarnos desde todos los ángulos a la vez.

Durnik estudió el dibujo con una mueca de concentración.

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