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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (49 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—¿Qué hacen un par de razonables granjeros sendarios preparando una guerra en la nieve al este de Drasnia? —preguntó.

—Ganar..., espero.

—Ganaremos, Garion —le aseguró Durnik mientras le daba una palmada afectuosa en el hombro—. Los sendarios siempre ganamos..., tarde o temprano.

Una hora antes de medianoche, Mandorallen comenzó a desplazar su artillería de sitio, dejando sólo algunas catapultas en el este y el oeste para continuar el asedio que enmascararía su verdadero propósito. Poco antes de la hora señalada, Garion, Lelldorin, Durnik y Seda avanzaron a gatas hacia la línea invisible que configuraban las flechas clavadas en la nieve.

—Aquí hay una —murmuró Durnik mientras la tocaba.

—¿A ver? —inquirió Lelldorin—. Déjame tocarla.

Se unió al herrero y ambos permanecieron en cuclillas sobre el barro.

—Sí, es una de las mías, Garion —dijo en voz baja—. La próxima estará a unos diez pasos de aquí.

Seda se aproximó rápidamente a donde estaban los demás, inclinados sobre la flecha.

—Indícame cómo las reconoces —musitó.

—Es por las plumas —respondió el arquero—. Yo siempre uso tripas retorcidas para atarlas.

El príncipe tocó las plumas de la flecha.

—Muy bien —dijo—. Ahora sabré distinguirlas.

—¿Estás seguro? —preguntó Lelldorin.

—Si mis dedos pueden reconocer los puntos de los dados es obvio que podrán distinguir la diferencia entre una cuerda de tripa y otra de lino —repuso Seda.

—Muy bien, comenzaremos aquí. —Lelldorin ató el extremo de un ovillo de cuerda a la flecha—. Yo iré hacia allí y tú hacia el lado contrario.

—Entendido. —Kheldar ató el extremo de su ovillo a la misma flecha y luego se volvió hacia Garion y Durnik—. No os paséis con el agua, ¿de acuerdo? Preferiría no tener que enterrarme en el barro —añadió, y luego siguió andando en cuclillas en busca de la siguiente flecha.

Lelldorin le dio una palmada al rey de Riva en el hombro y luego desapareció en dirección opuesta.

—El suelo ya está completamente empapado —murmuró Durnik—. Si abrimos grietas de unos treinta centímetros de ancho, la mayor parte del agua saldrá fuera e inundará los cimientos de la muralla.

De nuevo hicieron descender sus pensamientos por la tierra húmeda de la colina. Localizaron la capa de roca y fueron de un punto a otro de su superficie irregular hasta encontrar la primera fisura. Garion experimentó una extraña sensación e hizo descender su pensamiento por la estrecha grieta desde donde subía el agua. Era como si extendiera un brazo increíblemente largo pero invisible, con dedos delgados y ágiles, por el interior de la fisura.

—¿Lo tienes? —le preguntó a Durnik en un murmullo.

—Eso creo.

—Entonces derribémosla —decidió, concentrándose en su Voluntad.

Despacio, con un esfuerzo que empapó de sudor las frentes de ambos hombres, abrieron completamente las grietas. Un ruido seco y sordo retumbó desde el interior de la húmeda colina y la roca se abrió con la fuerza conjunta de sus poderes.

—¿Quién anda ahí? —preguntó una voz desde lo alto de la muralla.

—¿Ya es bastante grande? —murmuró Garion, ignorando aquel grito de alarma.

—El agua viene mucho más rápido —respondió Durnik después de investigar un momento—. Debajo de la capa de roca hay mucha presión. Pasemos a la grieta siguiente.

Un sonido vibrante llegó desde algún lugar detrás de ellos y uno de los arpeos de Yarblek, arrojado con la catapulta, voló en forma de arco hacia el interior de la muralla del norte. El arpeo produjo un sonido metálico al caer y su punta se clavó con un fuerte chirrido. Garion y Durnik avanzaban agachados y con cautela hacia la izquierda, intentando reducir al mínimo el ruido del chapoteo en el barro y buscando con sus pensamientos la siguiente grieta en el suelo. Cuando Lelldorin volvió a unirse a ellos, habían abierto dos grietas más por debajo de la empapada cuesta de la colina, una detrás y otra encima de ellos, y se oía un constante gorgoteo mientras el barro manaba por las fisuras para convertirse en una cascada marrón sobre la nieve.

—Ya he llegado al final de la hilera de flechas —informó Lelldorin—. He terminado de colocar la cuerda.

—Bien —dijo Garion jadeando un poco por el esfuerzo—. Ahora dile a Barak que comience a desplegar las tropas para que ocupen sus posiciones.

—De acuerdo —respondió el arquero, internándose en una súbita ventisca de nieve.

—Debemos tener cuidado con esta roca —murmuró Durnik mientras seguía buscando bajo tierra—, pues tiene demasiadas grietas. Si hacemos mucha fuerza la romperemos y dejaremos escapar un verdadero río.

Garion gruñó en señal de asentimiento y envió su pensamiento hacia la fisura.

Cuando llegaron a la última fuente subterránea, Seda apareció en la oscuridad tras ellos sin hacer el menor ruido.

—¿Qué te retuvo? —murmuró Durnik—. Sólo tenías que hacer unos cien metros.

—Estaba controlando la cuesta —contestó Seda—. El agua está manando a través de la nieve como salsa de carne fría. Luego subí a la muralla y di una patada contra los cimientos. La pared se tambaleó como un diente flojo.

—Bien —dijo Durnik, complacido—. Después de todo, ha funcionado.

Se hizo una pausa en la oscuridad.

—¿Quieres decir que no estabas seguro? —preguntó el príncipe Kheldar con voz ahogada.

—La teoría era buena —respondió el herrero con naturalidad—, pero no puedes estar seguro de ella hasta que no la pruebas.

—Durnik, me estoy volviendo demasiado viejo para estas cosas.

Otro arpeo voló por encima de sus cabezas.

—Aún tenemos que abrir otra grieta —murmuró Garion—. Barak está formando las tropas en posición. ¿Quieres volver y decirle a Yarblek que envíe una señal a Mandorallen?

—Será un placer —obedeció Seda—. Quiero salir de aquí antes de que el barro nos llegue a la cintura —añadió mientras se giraba y se internaba en la oscuridad.

Unos diez minutos después, cuando abrieron la última grieta, toda la cuesta norte de la colina se convirtió en una masa resbaladiza de barro y agua sucia. Entonces una bola naranja de alquitrán ardiente se alzó en forma de arco sobre la ciudad. En respuesta a aquella señal, las catapultas de Mandorallen comenzaron a arrojar pesadas piedras por encima de la muralla del norte. Al mismo tiempo, las cuerdas de los arpeos de Yarblek se tensaron a medida que los mercenarios nadraks alejaban sus caballos de las fortificaciones. Se oyó un chirrido siniestro sobre la cima de la colina y la muralla comenzó a inclinarse.

—¿Cuánto tiempo crees que seguirá en pie? —preguntó Barak mientras salía con Lelldorin de la oscuridad.

—No mucho —respondió Durnik—. La tierra comienza a abrirse.

El crujido se hizo más fuerte, acompañado por los continuos golpes procedentes del interior, mientras las catapultas de Mandorallen aumentaban el ritmo de su mortal lluvia de piedras. De repente, una parte de la muralla se desmoronó con un movimiento sinuoso y produjo un ruido similar al de una avalancha. La parte superior del muro cayó hacia fuera y la inferior se hundió en la tierra empapada. Hubo un enorme estruendo y las pesadas piedras cayeron en cascada sobre el barro de la cuesta.

—No hay que construir murallas directamente sobre la tierra —observó Durnik con tono crítico.

—En este caso, me alegro mucho de que lo hicieran —replicó Barak.

—Bueno, sí —admitió el herrero—, pero siempre hay una forma correcta de hacer las cosas.

—Durnik —rió el corpulento cherek—, eres un verdadero tesoro, ¿sabes?

Otra sección de la muralla se tambaleó y cayó sobre la pendiente. En las calles de la ciudad fortificada se oyeron gritos de alarma y tañidos de campanas.

—¿Quieres que haga avanzar a los hombres? —le preguntó Barak a Garion con entusiasmo.

—Esperemos que se desmorone la muralla entera —respondió el monarca—. No quiero que suban a la colina mientras todas esas piedras caen sobre ellos.

—Allá va —gritó Lelldorin señalando la última sección tambaleante del muro.

—Diles a los hombres que empiecen a avanzar —indicó Garion mientras cogía la gran espada que llevaba sujeta a la espalda.

Barak hizo una gran inspiración.

—¡Al ataque! —exclamó con su enorme vozarrón.

Con un grito común, los rivanos y sus aliados nadraks chapotearon en el barro y el agua, y comenzaron a trepar por las ruinas de la muralla del norte para entrar en la ciudad.

—Vamos —gritó Barak—. Si no nos damos prisa, nos perderemos lo mejor de la pelea.

Capítulo 24

La batalla fue breve y desagradable. Todos los miembros del ejército de Garion habían sido instruidos por Javelin y su sobrina y tenían misiones concretas. Avanzaron sin vacilaciones a través de las calles nevadas, iluminadas por el fuego, en dirección a casas determinadas. Otros soldados penetraron en la ciudad por la brecha de la muralla del norte y rodearon el perímetro defensivo que Javelin había trazado en el mapa de Liselle para derribar las casas y llenar las calles con escombros.

El primer contraataque tuvo lugar poco antes del amanecer. Los seguidores del culto, vestidos con toscas pieles, salieron gritando de las estrechas calles laterales y se apiñaron sobre los escombros de las casas derrumbadas, pero fueron recibidos por una lluvia de flechas procedentes de las ventanas y los tejados de alrededor. Después de sufrir terribles pérdidas, retrocedieron.

Mientras el día amanecía gris y brumoso al este del horizonte nevado, acabaron con los últimos focos de resistencia y el barrio norte de Rheon cayó en sus manos. Garion estaba junto a una ventana derruida, en una casa que daba al claro que marcaba los límites de la zona bajo su control. Los cadáveres de los miembros del culto que habían participado en el contraataque estaban apilados en grotescas montañas y salpicados por la nieve.

—No ha sido una mala batalla —dijo Barak entrando en la habitación con la espada manchada de sangre en la mano. Luego dejó caer su abollado escudo en un rincón y se aproximó a la ventana.

—Yo no he disfrutado mucho —respondió el rey señalando las hileras de cadáveres—. Matar a la gente no es la mejor forma de hacerla cambiar de opinión.

—Ellos han comenzado esta guerra, Garion, y no tú.

—No —corrigió el joven monarca—. Ulfgar la ha empezado y él es el único que me interesa.

—Entonces tendremos que ir a buscarlo —repuso Barak mientras limpiaba la hoja de su espada con un trozo de tela deshilachado.

Durante el resto del día, hubo varios contraataques furiosos en el interior de la ciudad, siempre con el mismo resultado. Las posiciones de Garion, protegidas por los arqueros, eran demasiado seguras para desmoronarse por aquellas peleas esporádicas.

—No saben luchar en grupos, ¿verdad? —dijo Durnik desde su refugio en la última planta de una casa en ruinas.

—No tienen ese tipo de disciplina —respondió Seda. El príncipe estaba tendido sobre un sofá roto, en un rincón de la habitación, y pelaba ceremoniosamente una manzana con un cuchillo pequeño y afilado—. Son valientes como leones, pero la idea de sincronizar sus acciones aún no ha prendido en sus cabezas.

—Ése sí que ha sido un buen tiro —felicitó Barak a Lelldorin, que acababa de disparar una flecha a través de la ventana derruida.

—Es un juego de niños —admitió el arquero encogiéndose de hombros—. Ese tipo que está escalando el tejado varias casas más allá es un blanco un poco más difícil —añadió mientras preparaba otra flecha, tensaba el arco y disparaba, todo en un único movimiento continuo.

—¡Le has dado! —exclamó Barak.

—Por supuesto.

Al caer la tarde, Polgara y Beldin regresaron al campamento de las afueras de la ciudad.

—Bien, no tendréis que preocuparos por los piqueros durante un tiempo —dijo el jorobado con aire de satisfacción mientras extendía sus deformes manos hacia uno de los braseros de Yarblek.

—No les habéis hecho daño, ¿verdad? —se apresuró a preguntar Porenn.

—No —sonrió él—, sólo los hemos inundado. Estaban cruzando un valle embarrado y desviamos un río hacia allí. El lugar se ha convertido en una ciénaga y ahora están subidos a montículos o a las ramas de los árboles esperando que baje el agua.

—¿Eso no detendrá también a Brendig? —inquirió Garion.

—Brendig no pasará por ese valle —le aseguró Polgara mientras se sentaba junto a un brasero con una taza de té—. Estará aquí dentro de un par de días. —Se volvió hacia Vella—. Este té es excelente —dijo.

—Gracias señora Polgara —respondió la bailarina. Tenía la vista fija en los rizos pelirrojos de Ce'Nedra, radiantes a la luz de las velas, y suspiró con envidia—. Si yo tuviera un cabello como ése, Yarblek podría venderme por el doble de dinero.

—No me importaría que me dieran la mitad —murmuró el nadrak—, con tal de evitar las puñaladas accidentales.

—No te comportes como un niño, Yarblek. En realidad no te hice tanto daño.

—Lo dices porque no eras tú la que sangraba.

—¿Has estado practicando tus insultos, Vella? —preguntó el hechicero. —Ella le hizo una extensa demostración—. Estás mejorando —la felicitó Beldin.

Durante los dos días siguientes, las fuerzas de Garion levantaron barricadas alrededor de la zona llena de escombros del barrio norte de Rheon, para evitar un contraataque de las fuerzas enemigas. Belgarion y sus amigos observaron el procedimiento desde la ventana de un alto edificio que habían convertido en el cuartel general.

—Quienquiera que esté a cargo de esto, no parece tener la menor idea de lo que es una buena estrategia —observó Yarblek—. No está haciendo ningún esfuerzo para mantenernos alejados de su parte de ese espacio abierto, para que no entremos en el resto de la ciudad.

—¿Sabes, Yarblek?, creo que tienes razón. Ese debería haber sido su primer movimiento después de que nosotros tomáramos esta parte de la ciudad.

—Tal vez sean demasiado arrogantes y nos crean incapaces de tomar más casas —sugirió Lelldorin.

—O estén preparando trampas fuera del alcance de nuestra vista —añadió Durnik.

—Eso también es posible —asintió Barak—, muy posible. Quizá deberíamos planear mejor las cosas antes de atacar otra vez.

—Antes de planear nada, necesitamos saber exactamente qué tipo de trampas prepara Ulfgar para nosotros —manifestó Javelin.

—De acuerdo —suspiró Seda—. En cuanto anochezca, iré a echar un vistazo.

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