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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (46 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—Podríamos vencer a cualquiera de los grupos por separado —sugirió el herrero mientras se rascaba la mejilla con aire pensativo—. Todo lo que necesitamos es mantener a los otros tres grupos fuera de la batalla.

—Es un buen plan —dijo Barak—, pero no creo que los demás se queden fuera sólo porque no han sido invitados.

—Así es —asintió Durnik—, de modo que tendríamos que levantar algún tipo de barrera para evitar que los grupos se reúnan.

—Ya has pensado en algo, ¿verdad? —observó la reina Porenn.

—¿Qué tipo de barrera podría evitar que los villanos se unieran a sus compañeros? —preguntó Mandorallen.

—El fuego podría funcionar —respondió Durnik encogiéndose de hombros.

—La vegetación de esta zona todavía está verde —dijo Javelin mirando los tojos bajos que los rodeaban—, creo que no ardería.

—El fuego no tiene por qué ser real —sonrió el herrero.

—¿Podrías hacerlo, Polgara? —preguntó Barak con los ojos brillantes.

—No en los tres sitios a la vez —declaró ella tras reflexionar un instante.

—Pero somos tres, Polgara —le recordó su esposo—. Tú podrías aislar a un grupo con una ilusión de fuego, yo lo haría con el segundo y Garion con el tercero. Acorralaremos a los tres en sus respectivas cuevas, y luego, cuando hayamos acabado con el primero, pasaremos al siguiente. —Hizo una pequeña mueca de preocupación—. El único problema es que yo no sé crear una ilusión.

—No es tan difícil, cariño —le aseguró Pol—. Tú y Garion podríais cogerle el tranquillo muy rápido.

—¿Tú que opinas? —le preguntó Porenn a Javelin.

—Es peligroso —respondió él—. Muy peligroso.

—¿Tenemos alguna otra opción?

—De momento no se me ocurre ninguna.

—Entonces ya está decidido —concluyó Garion—. Mientras vosotros les explicáis a los hombres lo que vamos a hacer, Durnik y yo aprenderemos a encender fuegos imaginarios.

Una hora más tarde, las tropas rivanas comenzaron a avanzar con nerviosismo. Todos los hombres caminaban hacia el barranco con las manos cerca de las armas. La cadena de colinas bajas se alzaba frente a ellos y la senda llena de maleza que seguían conducía directamente hacia el barranco cubierto de piedras, donde los seguidores del culto les preparaban una emboscada. Cuando llegaron allí, Garion se armó de valor y se concentró en su voluntad siguiendo las instrucciones de tía Pol.

El plan funcionó sorprendentemente bien. Cuando el primer grupo de hombres salió de su escondite con las armas en alto y profiriendo gritos de triunfo, Garion, Durnik y Polgara emplearon su poder para bloquear las aberturas de las cuevas con ilusiones ópticas de fuego. Los atacantes vacilaron al ver las súbitas llamas que evitaban que sus camaradas se unieran a ellos y los rivanos sacaron ventaja de aquel momento de duda. El primer grupo de fanáticos retrocedió despacio hacia la cueva donde se habían escondido al principio.

Garion apenas pudo prestar atención a la marcha de la batalla. Estaba sentado sobre su caballo junto a Lelldorin, completamente concentrado en proyectar imágenes de llamas, sensación de calor y sonido de chispas en la abertura de la cueva, frente al campo de batalla. A través de las vacilantes llamas, el rey de Riva alcanzaba a vislumbrar a los miembros del culto intentando proteger sus rostros del intenso calor inexistente. Entonces ocurrió algo que nadie había previsto. Los hombres atrapados en la cueva de Garion comenzaron a arrojar cubos de agua de un hediondo estanque sobre las imaginarias llamas. Por supuesto, no hubo ruido de vapor ni ningún efecto visible de aquel intento en la ilusión óptica. Después de un momento, uno de los fanáticos puso un pie en el fuego, tenso y vacilante.

—¡No es real! —gritó—. ¡El fuego no es real!

—Pero esto sí —murmuró Lelldorin con tono siniestro mientras le disparaba una flecha al pecho.

El hombre alzó los brazos, se tambaleó hacia atrás y cayó en el fuego, pero éste no causó ningún efecto en su cuerpo inerte. Ese detalle, por supuesto, dejó al descubierto la verdad. Primero un pequeño grupo de hombres y luego una verdadera multitud atravesaron la barrera creada por Garion. Las manos de Lelldorin se desdibujaban mientras lanzaba una flecha tras otra contra los innumerables soldados que salían por la abertura de la cueva.

—¡Son demasiados, Garion! —exclamó—. No puedo contenerlos. Tendremos que retroceder.

—Tía Pol —gritó el rey—, están atravesando la barrera.

—¡Empújalos hacia atrás! —respondió ella—. Usa tus poderes.

Garion se concentró aún más y, con su voluntad, alzó una barrera mental imaginaria contra los hombres que salían de la cueva. Al principio dio la impresión de que iba a funcionar, pero el esfuerzo que invertía era tan agotador que pronto empezó a cansarse. Los bordes de su improvisada barrera comenzaron a desgastarse y a agrietarse, y los hombres que intentaba contener con tanta desesperación encontraron los puntos débiles.

Mientras el monarca hacía acopio de todo su poder de concentración para sostener la barrera, oyó vagamente un ruido sordo, casi como un trueno vertiginoso.

—¡Garion! —exclamó Lelldorin—. Se acercan cientos de jinetes.

Desconsolado, el alorn echó un rápido vistazo a la cima del barranco y vio una súbita horda de soldados que bajaban por la empinada cuesta del este.

—¡Tía Pol! —gritó mientras desenfundaba la enorme espada de Puño de Hierro.

Sin embargo, el grupo de jinetes giró bruscamente al encontrarlos y arremetió directamente contra las filas del culto que estaban a punto de romper la barrera. Aquel nuevo destacamento estaba compuesto por hombres delgados, los cuales vestían ropas de cuero negro y tenían los ojos rasgados.

—¡Nadraks! ¡Por todos los dioses, son nadraks! —le oyó gritar Garion a Barak desde algún lugar del barranco.

—¿Qué diablos hacen aquí? —murmuró el rey casi para sí.

—¡Garion! —exclamó Lelldorin—. ¿Aquel hombre que está en medio de los jinetes no es el príncipe Kheldar?

Las nuevas tropas, enfrascadas en una frenética lucha, pronto cambiaron el curso de la batalla. Atacaron a los estupefactos seguidores del culto que salían de las cuevas y les produjeron terribles heridas.

Una vez que sus jinetes se unieron a la batalla, Seda se aproximó a Garion y Lelldorin, que se hallaban en el centro del barranco.

—Buenos días, caballeros —dijo con aplomo—. Espero no haberos hecho esperar demasiado.

—¿De dónde han salido todos estos nadraks? —preguntó el monarca, súbitamente aliviado.

—De Gar og Nadrak, por supuesto.

—¿Y por qué han aceptado ayudarnos?

—Porque les he pagado para que lo hicieran —repuso Seda encogiéndose de hombros—. Me debes mucho dinero, Garion.

—¿Cómo has reunido a tantos en tan poco tiempo? —inquirió Lelldorin.

—Yarblek y yo tenemos un almacén de pieles junto a la frontera. Los tramperos que trajeron sus pieles la primavera pasada estaban por allí, bebiendo y apostando. Los he alquilado.

—Has llegado justo a tiempo —declaró Belgarion.

—Ya lo he notado. Esos fuegos que habíais encendido estaban muy bien.

—Sí, hasta que comenzaron a arrojarles agua. Entonces las cosas se complicaron.

Unos cuantos centenares de seguidores del culto lograron escapar de la destrucción general trepando por las empinadas paredes del barranco y huyeron por los páramos desiertos; pero la mayoría no tuvieron escapatoria.

Barak salió de la cueva donde las tropas rivanas todavía estaban combatiendo con los escasos supervivientes del primer ataque.

—¿Quieres darles la oportunidad de rendirse? —le preguntó a Garion.

El joven recordó la conversación que había mantenido con tía Pol un par de días antes.

—Supongo que sería lo correcto —repuso después de reflexionar un momento.

—No tienes por qué hacerlo, ¿sabes? —dijo el hombretón—. En circunstancias como ésta, nadie podría culparte por matarlos a todos.

—No —replicó Garion—. No quiero hacer eso. Di a los supervivientes que si arrojan las armas respetaremos sus vidas.

—Como quieras —respondió Barak encogiéndose de hombros.

—¡Seda, ladronzuelo mentiroso! —exclamó un alto nadrak, que vestía un chaquetón de felpa y un ridículo gorro de piel, mientras examinaba con brusquedad el cadáver de un miembro del culto—. Dijiste que todos llevaban dinero y que tenían cadenas de oro y brazaletes. Lo único que éste lleva encima son piojos.

—Tal vez haya exagerado un poco, Yarblek —admitió Seda con amabilidad, dirigiéndose a su socio.

—Debería arrancarte las tripas, ¿sabes?

—¡Yarblek! —exclamó el príncipe con falso asombro—. ¿Qué forma es ésa de hablarle a tu hermano?

—¡Hermano! —gruñó el nadrak mientras se ponía de pie y le daba una sonora patada al fanático que había motivado su decepción.

—Cuando nos hicimos socios dijimos que íbamos a tratarnos como hermanos.

—No deformes mis palabras, pequeña comadreja. De todos modos, hace veinte años yo le clavé un cuchillo a mi hermano... por mentirme.

Cuando el último de los fanáticos se rindió, Polgara, Ce'Nedra y Misión se acercaron con cautela al barranco, acompañados por el mugriento Beldin.

—Los refuerzos algarios todavía tardarán unos días —le dijo el horrible hechicero a Garion—. Intenté darles prisa, pero son muy cuidadosos con sus caballos. ¿De dónde has sacado tantos nadraks?

—Seda los alquiló.

Beldin hizo un gesto de aprobación.

—Los mercenarios siempre son los mejores soldados.

Yarblek, el nadrak de rasgos duros, había estado mirando a Polgara y la expresión de sus ojos indicaba que la había reconocido.

—Estás tan guapa como siempre, nena —le dijo—. Aún me gustaría comprarte; ¿no has cambiado de opinión al respecto?

—No, Yarblek —respondió ella—. Al menos todavía no. Has llegado en el momento justo.

—Sólo porque un ladronzuelo mentiroso me aseguró que había un botín. —Le dirigió una mirada fulminante a Seda y empujó un cadáver con el pie—. La verdad es que podría hacer más dinero desplumando gallinas muertas.

Beldin se volvió hacia Garion.

—Si quieres ver a tu hijo antes de que tenga barba, será mejor que te pongas en marcha.

—Tengo que hacer algunos arreglos en relación con los prisioneros —respondió el rey.

—¿Qué quieres arreglar? —inquirió Yarblek encogiéndose de hombros—. Ponlos en fila y córtales la cabeza.

—¡En absoluto!

—¿Qué sentido tiene una batalla si uno no puede matar a los prisioneros cuando ésta ha acabado?

—Algún día, cuando tenga más tiempo, te lo explicaré —dijo Seda.

—¡Alorns! —suspiró el nadrak alzando los ojos hacia el cielo gris.

—¡Yarblek! ¡Maldito hijo de perra! —gritó una mujer de pelo negro, que vestía pantalones de piel y un chaleco estrecho. Parecía muy furiosa, pero al mismo tiempo resultaba abrumadoramente atractiva—. Me habías dicho que podríamos sacar mucho dinero desplumando a los muertos, pero estos gusanos no llevan nada encima.

—Nos han engañado, Vella —respondió aquél con tristeza, mientras echaba una rápida mirada de soslayo a Seda.

—Te dije que no confiaras en ese ladrón con cara de rata. No sólo eres feo, Yarblek, sino también estúpido.

—¿No es ésta la joven que bailó para nosotros en aquella taberna de Gar og Nadrak? —le preguntó Garion a Seda después de mirarla con atención, recordando que la abrumadora sensualidad de aquella furiosa mujer había hecho hervir la sangre de todos los hombres presentes en la taberna.

El príncipe asintió con un gesto.

—Se casó con aquel trampero, Tekk, pero hace unos años éste perdió la vida al enfrentarse con un oso y su hermano la vendió a Yarblek.

—Es el peor error que he cometido en mi vida —reconoció aquél con tono de tristeza—. Es casi tan rápida con el cuchillo como con la lengua. —Se levantó la manga de la camisa y enseñó una horrible cicatriz roja—. Y yo lo único que pretendía era ser amistoso.

—¡Ja! —rió ella—. Conoces bien las reglas, Yarblek. Si quieres que tus tripas sigan en el interior de tu barriga, debes mantener las manos quietas.

—Una criatura con carácter, ¿verdad? —le dijo Beldin al nadrak en un murmullo, con una extraña expresión en los ojos—. Admiro a las mujeres ingeniosas y respondonas.

—¿Te gusta? —preguntó el mercenario, ansioso, con una loca esperanza en la mirada—. Si la quieres te la vendo.

—¿Has perdido la cabeza, Yarblek? —replicó ella, indignada.

—Por favor, Vella, no me interrumpas. Estoy hablando de negocios.

—Este viejo enano andrajoso no podría comprar ni una jarra de cerveza barata. —Se volvió hacia Beldin—. ¿Acaso has visto dos monedas juntas en tu vida, imbécil? —preguntó.

—Ya has arruinado todas las negociaciones —la acusó Yarblek con firmeza.

Beldin, sin embargo, dedicó una mirada pícara a la joven.

—Me interesas, chica —insistió—, y hacía mucho tiempo que nadie conseguía eso, pero tienes que esforzarte más con tus imprecaciones y amenazas. Aún no has conseguido el ritmo exacto. —Se volvió hacia Polgara—. Creo que volveré atrás para ver qué traman los piqueros drasnianos. No quiero que nos persigan subrepticiamente. —Luego abrió los brazos, se agachó y se convirtió en halcón.

—¿Cómo ha hecho eso? —preguntó Vella con expresión de incredulidad.

—Tiene mucho talento —respondió Seda.

—Ya veo. —Se volvió hacia Yarblek sacando chispas por los ojos—. ¿Por qué me has permitido hablar así? Sabes muy bien que la primera impresión es fundamental para un hombre. Ahora nunca hará una oferta decente por mí.

—Tú misma te has dado cuenta de que no tiene dinero.

—Hay otras cosas además del dinero, Yarblek.

El nadrak sacudió la cabeza y se alejó murmurando algo para sí.

—Garion —dijo Ce'Nedra con sus verdes ojos fríos como ágatas y una voz engañosamente serena—, muy pronto tendrás que hablarme de las tabernas que has mencionado, las bailarinas y algunos otros asuntos.

—Hace mucho tiempo de eso, cariño —se apresuró a responder él.

—No el suficiente.

—¿Alguien tiene algo de comer? —preguntó Vella—. Tengo más hambre que una loba con diez cachorros.

—Creo que podré encontrar algo —repuso Polgara.

Vella la miró con los ojos muy abiertos.

—¿Eres quien yo creo? —inquirió con voz reverente.

—Eso depende de quién creas que soy, querida.

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