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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (47 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—Por lo visto, tú bailas —dijo Ce'Nedra con voz fría.

—Todas las mujeres bailan —respondió la joven encogiéndose de hombros—. Yo soy la mejor, eso es todo.

—Pareces muy segura de ti misma, Vella.

—Sólo reconozco los hechos —replicó, y luego la miró con curiosidad—. ¡Oh, qué pequeña eres! ¿Aún no has acabado de crecer?

—Soy la reina de Riva —contestó Ce'Nedra, irguiéndose para alcanzar su máxima altura.

—Bravo por ti, pequeña —dijo Vella con dulzura mientras le daba una palmada en la espalda—. Me gustan las mujeres que se abren camino en la vida.

A mediodía de una jornada gris, Garion subió a la cima de un monte y avistó la imponente ciudad de Rheon al otro lado de un valle. La ciudad se alzaba sobre una empinada colina y sus murallas se levantaban abruptamente sobre los espesos matorrales que cubrían las laderas.

—Bien —dijo Barak en voz baja mientras se aproximaba al monarca—, ya estamos.

—No sabía que las murallas fueran tan altas —admitió Garion.

—Las han hecho más altas —repuso Barak—. ¿Ves las piedras nuevas sobre el parapeto?

El estandarte escarlata del culto del Oso ondeaba desafiante sobre la ciudad. Aquella bandera poseía un color rojo similar al de la sangre y presentaba la imagen de un tosco oso negro. Por alguna razón, su vista despertó una furia irracional en Garion.

—Quiero que bajen ese estandarte —manifestó con los dientes apretados.

—A eso hemos venido —asintió Barak.

Mandorallen, vestido con su resplandeciente armadura, se unió a ellos.

—No va a ser fácil —les dijo Garion.

—Tampoco irá tan mal —respondió Barak—, al menos cuando Hettar llegue aquí.

Mandorallen estudiaba las fortificaciones de la ciudad con ojos de experto.

—No preveo dificultades insalvables —declaró, confiado—. He enviado a varios centenares de hombres a buscar madera a un bosque que está a unos pocos kilómetros al norte. En cuanto regresen, comenzaré a construir las catapultas.

—¿Podrás arrojar rocas lo bastante grandes como para agujerear unas murallas tan gruesas? —preguntó el rey con tono de duda.

—Las murallas no se derriban de un solo golpe, Garion —respondió el caballero—, sino con la repetición de golpes. Voy a rodear la ciudad con catapultas y arrojaré una lluvia de piedras contra sus murallas. Sin duda, cuando llegue Hettar ya habremos abierto una o dos brechas.

—¿No crees que la gente del interior las reparará en cuanto se produzcan?

—No, si las demás catapultas les arrojan alquitrán hirviendo —les dijo Barak— Es difícil concentrarse en algo cuando estás ardiendo.

Garion se sobresaltó.

—Odio usar fuego contra las personas —confesó, recordando por un instante a Asharak, el murgo.

—Es la única forma, Garion —musitó Barak muy serio—, de lo contrario perderías muchos hombres.

—De acuerdo —suspiró el monarca—. Entonces empecemos de una vez.

Los rivanos, respaldados por los tramperos de Yarblek, formaron un gran círculo alrededor de la ciudad fortificada. Aunque no eran suficientes para organizar un ataque satisfactorio contra aquellas murallas altas y sórdidas, sí lo eran para sitiar la ciudad. La construcción de la artillería de sitio de Mandorallen llevó varios días. Cuando terminaron y tomaron posiciones, el ruido que producían las gruesas sogas al ser firmemente tensadas y las fuertes detonaciones de las piedras golpeando contra las murallas se hicieron casi constantes.

Garion observaba la escena desde la cima de una colina cercana. Las piedras se elevaban en el aire y luego se estrellaban contra las murallas aparentemente impenetrables.

La reina Porenn se unió a él.

—Es un espectáculo muy triste —dijo mientras observaba con disgusto cómo las catapultas de Mandorallen arrojaban pesadas rocas contra las murallas. Una brisa fuerte agitaba su túnica negra y despeinaba su rubio cabello—. Rheon ha estado aquí durante tres mil años protegiendo la frontera. Me resulta muy extraño atacar una de mis propias ciudades, sobre todo teniendo en cuenta que la mitad de nuestras fuerzas son nadraks y que Rheon se construyó justamente para defenderse de ellos.

—Las guerras siempre son un poco absurdas, Porenn —asintió el rey.

—Un poco no, Garion, son muy absurdas. Ah, Polgara me pidió que te avisara de que Beldin ha vuelto. Tiene algo que decirte.

—Bien, ¿volvemos entonces? —sugirió, y le ofreció el brazo a la reina de Drasnia.

El jorobado estaba tendido sobre la hierba junto a las tiendas, mordisqueando los últimos trozos de carne de un hueso e intercambiando insultos con Vella.

—Tienes un gran problema, Belgarion —dijo—. Los piqueros drasnianos han levantado el campamento y vienen hacia aquí.

—¿A qué distancia está Hettar? —preguntó.

—Lo bastante lejos como para convertir esto en una carrera —respondió Beldin—. Supongo que el resultado de la batalla dependerá de quién llegue aquí primero.

—Los drasnianos no nos atacarían, ¿verdad? —inquirió Ce'Nedra.

—No podemos asegurarlo —repuso Porenn—. Si Haldar los ha convencido de que Garion me lleva prisionera, podrían hacerlo. Javelin se dirige hacia allí para descubrir lo que ocurre exactamente.

El rey de Riva comenzó a caminar de un sitio a otro, mordisqueándose las uñas con nerviosismo.

—No te muerdas las uñas, cariño —le dijo Polgara.

—No, señora —respondió él automáticamente, todavía abstraído en sus pensamientos—. ¿Hettar viene a toda velocidad? —le preguntó a Beldin.

—Está exigiéndole a sus caballos todo lo que puede exigirles.

—¿Hay algún medio para retrasar a los piqueros?

—Tengo un par de ideas —confesó el jorobado, y se volvió hacia Pol—. ¿Te apetece volar un poco, Polgara? Es probable que necesite ayuda.

—No quiero que les hagáis daño —replicó la reina Porenn—. Aunque los hayan engañado, siguen siendo mi pueblo.

—Si lo que tengo en mente funciona, nadie va a resultar herido —le aseguró Beldin. Se puso de pie y sacudió la parte trasera de su mugrienta túnica—. Ha sido un placer hablar contigo, nena —le dijo a Vella. Esta respondió con una retahíla de insultos que hizo palidecer a Polgara—. Vas mejorando —aprobó él—. Creo que comienzas a cogerle el tranquillo. ¿Vienes, Pol?

Vella contempló al halcón de franjas azules y al búho blanco con una expresión indescifrable en los ojos.

Capítulo 23

Aquel mismo día, más tarde, Garion salió a cabalgar para continuar con sus observaciones del sitio de Rheon y encontró a Barak, Mandorallen y Durnik enfrascados en una discusión.

—Tiene que ver con la construcción de las murallas —intentaba explicar el herrero—. Una ciudad se fortifica precisamente para protegerse de lo que tú pretendes hacer.

—Entonces será una prueba —respondió Mandorallen encogiéndose de hombros—. Una prueba para demostrar la fortaleza de sus murallas y de mi artillería.

—Ese tipo de prueba podría durar meses —señaló Durnik—. Pero, si en lugar de arrojar piedras al exterior de las murallas las arrojas al interior, tienes bastantes posibilidades de derribarlas hacia fuera.

El caballero reflexionó al respecto con una mueca de preocupación.

—Tal vez tenga razón, Mandorallen —repuso Barak—. Las murallas de las ciudades suelen estar apuntaladas por dentro. Están construidas para mantener a los enemigos fuera, no dentro. Si arrojas piedras al interior de las murallas, no tendrás que luchar contra la fuerza de los puntales. Es más, si las murallas caen hacia fuera, nos servirán como rampas para entrar en la ciudad. Así no necesitaremos escaleras.

Yarblek se acercó, con la gorra inclinada hacia un costado, para sumarse a la discusión. Durnik le explicó la idea y el desgarbado nadrak entrecerró los ojos con aire pensativo.

—Él tiene razón, arendiano —le dijo a Mandorallen—. Y después de que hayáis golpeado las murallas desde el interior durante un rato, nosotros podemos arrojar unos cuantos arpeos sobre ellas. Si las paredes están debilitadas, podremos derribarlas con facilidad.

—Debo admitir la viabilidad de este enfoque tan poco ortodoxo del arte de sitiar —reconoció Mandorallen—. Aunque ambos sistemas se oponen a las antiguas costumbres, prometen agilizar el tedioso procedimiento de derribar las murallas. —Miró a Yarblek con curiosidad—. Nunca había considerado la posibilidad de usar arpeos en un sitio —admitió.

—Porque no eres nadrak —replicó aquél con una grosera carcajada—. Como somos un pueblo impaciente, las murallas que construimos no son muy fuertes. En mis mejores tiempos llegué a derribar varias casas de aspecto imponente... por una causa u otra.

—Sin embargo, creo que no debemos derribar las murallas demasiado pronto —les advirtió Barak—. Las tropas del interior nos superan en número y no es conveniente que las alentemos a salir. Cuando uno derriba las murallas de una ciudad, los hombres suelen ponerse de pésimo humor.

Dos días después, Javelin regresó montado en un agotado caballo.

—Haldar ha colocado a su propia gente en la mayoría de los puestos de poder de las tropas —informó, una vez reunidos en la gran tienda gris que servía de cuartel general al ejército sitiador—. Todos van por ahí diciendo que Garion ha tomado como prisionera a Porenn. Han logrado persuadir a las tropas de que vienen a rescatarla.

—¿Hay alguna señal de Brendig y los sendarios? —le preguntó el rey de Riva.

—Yo no lo he visto, pero Haldar obliga a sus tropas a ir a marchas forzadas, y envía exploradores hacia atrás continuamente. Creo que piensa que Brendig le está pisando los talones. En el camino de vuelta, me encontré con Polgara y el hechicero Beldin. Parecían estar planeando algo, pero no tuve tiempo de entrar en detalles.

Se recostó sobre el respaldo de la silla con expresión de agotamiento.

—Estás cansado, Khendon —dijo la reina Porenn—. ¿Por qué no duermes unas horas y nos reunimos aquí esta tarde?

—Estoy bien, Majestad —se apresuró a responder él.

—Ve a dormir, Javelin —insistió ella con firmeza—. Tus opiniones no serán muy coherentes si te quedas dormido en la silla a cada rato.

—Será mejor que hagas lo que te dice —le aconsejó Kheldar—. Te tratará como a un niño, te guste o no.

—Ya es suficiente, Seda —repuso Porenn.

—Es verdad, tía. Se te conoce en todo el mundo como la pequeña madre de Drasnia.

—He dicho que ya es suficiente.

—Sí, mamá.

—Creo que caminas sobre una fina capa de hielo, Seda —dijo Yarblek.

—Siempre camino sobre hielo, Yarblek, le da emoción a mi vida.

Los días grises acababan en noches cada vez más oscuras. Garion y sus amigos volvieron a reunirse en la amplia tienda situada en el centro del campamento. Yarblek había traído alfombras y braseros de hierro, y aquella decoración le daba un aire extravagante, incluso bárbaro, al interior de la tienda.

—¿Dónde está Seda? —preguntó Garion mirando a su alrededor mientras se sentaban cerca de los braseros ardientes.

—Creo que está fuera husmeando —respondió Barak.

—Cómo me gustaría que alguna vez estuviera donde debe estar.

Javelin parecía mucho más despejado después de unas horas de sueño. Su expresión, sin embargo, era seria.

—Nos queda poco tiempo —declaró—. Tres ejércitos distintos se dirigen hacia aquí. Hettar viene desde el sur y el general Brendig desde el oeste. Por desgracia, es muy posible que los piqueros drasnianos lleguen antes.

—Excepto si Pol y Beldin logran retrasarlos —añadió Durnik.

—Tengo absoluta confianza en la señora Polgara y el maestro Beldin —dijo el margrave—, pero creo que debemos decidir cómo actuar en caso de que no tengan éxito. Siempre es mejor prepararse para lo peor.

—Muy bien dicho, señor —murmuró Mandorallen.

—Ahora bien —continuó el jefe del servicio de inteligencia drasniano—, nosotros no queremos pelear con los piqueros. En primer lugar, no son enemigos nuestros; y en segundo lugar, una batalla con ellos debilitaría nuestras fuerzas, y en caso de que salieran las tropas de la ciudad, nos derrotarían.

—¿Adonde quieres llegar, Javelin? —preguntó Porenn—. Creo que debemos entrar en la ciudad.

—No tenemos suficientes hombres —replicó Barak con tono contundente.

—Y tardaremos varios días en derribar las murallas —añadió Mandorallen.

—Si concentramos todas las fuerzas en un sector de la fortificación —dijo Javelin alzando una mano—, deberíamos derribarla en un día.

—Pero de ese modo dejaremos claro desde dónde vamos a atacar —protestó Lelldorin— y las fuerzas de la ciudad se reunirán allí para defenderse.

—No, si incendiamos el resto de la ciudad —respondió Javelin.

—De ningún modo —negó Garion con firmeza—. Mi hijo podría estar allí y no pienso arriesgar su vida con un incendio.

—Insisto en que no tenemos suficientes hombres para tomar la ciudad —dijo Barak.

—No tenemos por qué tomar toda la ciudad, señor de Trellheim —especificó el margrave—. Sólo necesitamos que nuestros hombres entren. Si tomamos un barrio y lo fortificamos, podemos defendernos del culto desde el interior y de Haldar desde el exterior. Entonces, simplemente nos sentaremos a esperar que lleguen Hettar y el general Brendig.

—Parece buena idea —advirtió Yarblek—. Tal como están las cosas, nos encontramos en un callejón sin salida. Si esos piqueros llegan aquí antes, nuestros amigos sólo podrán recoger nuestros restos.

—Nada de fuego —declaró Garion con obstinación.

—Me temo que sea cual sea el procedimiento que sigamos, no podremos entrar en la ciudad hasta que no hayamos abierto una brecha en las murallas —observó Mandorallen.

—Las murallas no constituyen ningún problema —dijo Durnik con calma—. Ninguna pared es más fuerte que sus cimientos.

—Pero es imposible mover los cimientos, señor —indicó Mandorallen—. Soportan toda la muralla y ninguna máquina en el mundo podría mover semejante peso.

—No hablaba de ninguna máquina —aclaró el herrero.

—¿En qué estás pensando, Durnik? —le preguntó el rey.

—No será tan difícil, Garion —respondió aquél—. He estado echando un vistazo y he notado que las murallas no se apoyan sobre la piedra, sino en la tierra. Todo lo que tenemos que hacer es ablandar esa tierra. En esta región hay muchas fuentes de agua subterránea. Si unimos nuestros poderes, quizá logremos sacar el agua a la superficie y derribar una parte de la muralla sin que nadie se entere de lo que hemos hecho. Una vez que la tierra esté bastante blanda, podríamos derribar la muralla con unos cuantos arpeos de los de Yarblek.

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