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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (62 page)

BOOK: Los héroes
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—¿Y?

El anciano medio ciego se encogió de hombros.

—Dijo que estaba ocupado.

—¿Ocupado? —susurró Dow, endureciendo aún más el gesto, si es que eso era posible—. Así que tú también te limitaste a quedarte sentado sin hacer nada, ¿eh?

—No puedo ponerme en marcha sólo porque ese cabrón me lo diga…

—¿Te has quedado sentado en la colina con el Dedo de Skarling metido en el culo mientras te limitabas a
observar
lo que pasaba? —rugió Dow—. ¿Te has quedado sentado sin hacer nada mientras veías cómo los sureños tomaban
mi puente
?—añadió golpeándose el pecho con el pulgar.

Tenways retrocedió, mientras uno de sus ojos era víctima de un tic nervioso.

—¡No había sureños al otro lado del arroyo, eso son sólo mentiras! ¡Mentiras como las que siempre está contando! —gritó, mientras señalaba a Calder a través del fuego con un dedo tembloroso—. Siempre tienes una excusa, ¿eh, Calder? ¡Siempre recurres a algún truco para no ensuciarte las manos! Ya sean charlas de paz o charlas para fraguar alguna traición o algún otro tipo de condenada charla…

—Basta —pese a que Dow el Negro habló con un tono de voz suave, Tenways se calló súbitamente—. Me importa una mierda que haya hombres de la Unión al oeste o no los haya —en ese momento, arrugó el papel con su tembloroso puño y se lo arrojó a Calder—. Lo que realmente me importa es que hagáis lo que os digo —entonces, dio un paso hacia Tenways y se arrimó a él—.

Mañana no te quedarás sentado mirando, no, no, no —después, se volvió con un gesto burlón hacia Calder—. Y tú tampoco, príncipe de una nada de mierda. Vuestros días de permanecer sentados sin hacer nada han terminado. Mañana, tortolitos, estaréis los dos allá abajo, junto a ese muro. Eso es. Espalda con espalda. Cogidos del brazo desde el amanecer hasta la puesta de sol. Asegurándoos de que este problema del que sois culpables los dos no apeste aún más. Haciendo aquello para lo que os traje, par de idiotas. ¡Lo cual, por si os lo estáis preguntando,
es luchar contra la maldita Unión
!

—¿Y si cruzan el arroyo? —preguntó Calder. Dow se volvió hacia él con el ceño fruncido como si no pudiera creer lo que estaba oyendo—. Ya tenemos las tropas demasiado diseminadas; además, hoy hemos perdido a un montón de hombres y nos superan en número.

—¡Estamos en
guerra
!—rugió Dow, saltando hacia él y haciendo que todo el mundo retrocediera—. ¡Así que pelead contra esos cabrones! —exclamó, golpeando el aire como si así intentara refrenar sus ganas de partirle la cara a Calder—. ¿No eras tú el de los grandes planes? ¿El gran embaucador? ¡Pues engáñales! ¿No querías ocupar el puesto de tu hermano? ¡Pues apechuga, gilipollas, o encontraré a otro que lo haga! Y si alguno de los dos no cumple mañana con su cometido, como vea que alguno se
queda sentado
sin hacer nada… —Dow el Negro cerró los ojos y volvió el rostro hacia el cielo—. Por los muertos que os grabaré una cruz de sangre en el pellejo. Y os ahorcaré. Y os prenderé fuego. Y acabaré con vosotros de tal manera que compondrán una canción sobre vuestro final que hará palidecer a los bardos. ¿Estoy dejando lugar a alguna duda?

—No —contestó Calder, tan hosco como una mula azotada.

—No —respondió Tenways, no mucho más feliz.

Sin embargo, Beck tuvo la impresión de que la mala sangre entre ellos no se había diluido lo más mínimo.

—¡Entonces, no se hable más, joder! —exclamó Dow, quien se dio la vuelta y, como uno de los muchachos de Tenways se hallaba en su camino, le agarró de la camisa y le arrojó temblando al suelo, para volver a perderse en la noche igual que había llegado.

—Ven conmigo —le susurró Craw a Calder al oído, le agarró del brazo y se lo llevó a rastras.

Tenways y sus muchachos volvieron a sentarse, farfullando. El chico rubio le lanzó a Beck una mirada amenazadora. En otro tiempo, Beck se la habría devuelto, quizá incluso acompañada de una par de duras palabras de reproche. Pero, después del día que acababa de tener, optó por apartar la vista tan rápidamente como le fue posible, mientras sentía aún las palpitaciones de sus latidos en las orejas.

—Qué lástima. Me lo estaba pasando tan bien —Whirrun de Bligh se quitó la caperuza y se alborotó el pelo apelmazado con las uñas—. ¿Cómo te llamas, por cierto?

—Beck —le pareció mejor dejarlo así—. Con vosotros, ¿todos los días son así?

—No, no, no, muchacho. No todos —y la puntiaguda cara de Whirrun se iluminó con una sonrisa de lunático—. Sólo unos pocos muy valiosos.

Craw siempre había albergado la sospecha de que algún día Calder le metería en un buen lío y daba la sensación de que ese día había llegado. Por eso, lo obligó a marchar colina abajo, contra el cortante viento, para alejarlo de los Héroes, mientras lo agarraba con fuerza del codo. Llevaba veinte años intentando mantener su número de enemigos reducido al máximo. Pero, en una sola tarde como segundo de Dow, no hacían más que surgirle enemigos lo mismo que nuevos brotes durante una primavera lluviosa, y Brodd Tenways era uno sin el cual podría haber vivido perfectamente. Aquel hombre era tan feo por dentro como por fuera y tenía buena memoria para recordar los agravios.

—¿A qué ha venido eso? —le espetó a Calder, mientras lo obligaba a detenerse lejos de los fuegos y los oídos indiscretos—. ¡Podrías haber hecho que nos matasen a todos!

—Scale ha muerto. A eso ha venido. Por culpa de ese hijo de puta, Scale ha muerto.

—Ya —Craw se sintió invadido por el desánimo ante esa respuesta. Permaneció un momento en silencio mientras el viento hacía que la alta hierba le azotase las pantorrillas—. Lo siento de veras. Pero sumar cadáveres no va a solucionar las cosas. Y menos el mío —entonces, se llevó una mano a las costillas y notó cómo su corazón palpitaba tras ellas—. Por los muertos, creo que podría morir sólo por culpa de tanta agitación.

—Voy a matarlo —prometió Calder a la vez que volvía su ceño fruncido hacia la fogata; parecía poseer una determinación que Craw no había visto en él con anterioridad. Algo que le hizo poner una mano sobre el pecho de Calder, a modo de advertencia, para hacerlo retroceder con suma gentileza.

—Guarda esa ira para mañana. Guárdala para la Unión.

—¿Por qué? Mis enemigos están aquí. Tenways se ha quedado sentado sin hacer nada mientras Scale moría. Se ha limitado a sentarse y reírse.

—¿Y estás enfadado porque él no ha hecho nada o porque no lo has hecho tú? —inquirió, mientras colocaba la otra mano sobre el hombro de Calder—. Al final, acabé queriendo mucho a tu padre. Y a ti te quiero como al hijo que nunca tuve. Pero ¿por qué siempre tenéis que andar metiéndoos en todas y cada una de las peleas con las que os topáis? Sé que siempre habrá otra pelea más. Te defenderé si puedo, sabes que lo haré, pero ahora mismo debemos tener otras cosas en cuenta además de…

—Ya, ya —Calder se desembarazó de las manos de Craw—. Mantener vivo a tu equipo, no arriesgar el cuello, hacer siempre lo correcto, incluso cuando no es lo adecuado…

Craw volvió a agarrarle de los hombros y lo zarandeó.

—¡Tengo que mantener la paz! Ahora estoy al frente de los Caris de Dow, y no puedo…

—¿A eso te dedicas ahora? ¿A protegerle? —los dedos de Calder se hundieron con fuerza en los brazos de Craw. Le brillaban los ojos, que tenía abiertos de par en par. No era ira, sino una especie de ansiedad—. ¿A colocarte tras él con la espada desenvainada? ¿Ese es tu trabajo? —y Craw, de repente, vio cómo se abría bajo sus pies el pozo que él mismo había cavado.

—¡No, Calder! —exclamó Craw, a la vez que intentaba liberarse—. Cierra la…

Calder siguió agarrándolo, arrastrándolo hacia un extraño abrazo, y Craw pudo oler el alcohol en su aliento cuando éste le susurró al oído:

—¡Podrías hacerlo! ¡Podrías poner fin a todo esto!

—¡No!

—¡Mátalo!

—¡No! —Craw se liberó de su abrazo y le dio un empujón; acto seguido, llevó una mano a la empuñadura de su espada—. ¡No, puñetero estúpido!

Calder miró a Craw como si no pudiera entender lo que estaba diciendo.

—¿A cuántos hombres has matado? Eso es lo que haces para ganarte la vida. Eres un asesino.

—Soy un Gran Guerrero.

—O sea que matar se te da mejor que a la mayoría. ¿Qué más da un muerto más? Además, ¡esta vez será por una causa justa! Podrías detener todo esto. ¡Pero si ni siquiera te cae bien ese cabrón!

—¡Da igual que me caiga bien o no, Calder! ¡Es el jefe!

—Es jefe por ahora, pero si le hundes un hacha en el cráneo, sólo será barro. A nadie le importará una mierda a partir de entonces.

—A mí sí.

Se quedaron mirándose durante lo que pareció ser un largo rato, aún sumidos en la oscuridad, en la que apenas podía verse mucho más que el fulgor de los ojos de Calder enmarcados en su pálido rostro. Su mirada descendió hacia la mano de Craw, que seguía posada sobre la empuñadura de su espada.

—¿Vas a matarme?

—Por supuesto que no —Craw enderezó la espalda y dejó caer la mano—. Pero tendré que contárselo a Dow el Negro.

El silencio se prolongó aún más. Entonces, preguntó:

—¿Qué vas a contarle, exactamente?

—Que me has pedido que lo mate.

Más silencio.

—No creo que le haga demasiada gracia.

—Ni yo.

—Creo que como mínimo me marcará con la cruz sangrienta, me ahorcará y me prenderá fuego.

—Supongo. Por lo cual será mejor que desaparezcas.

—¿Y adónde voy?

—Adonde quieras. Te daré algo de ventaja. No se lo diré hasta mañana. Pero tengo que contárselo. Es lo que habría hecho Tresárboles —aunque Calder no había pedido una explicación, aquélla sonó particularmente endeble en ese momento.

—Tresárboles acabó muerto, ¿recuerdas? A cambio de nada, en mitad de ninguna parte.

—Eso no importa.

—¿Nunca has pensado que deberías buscarte otro hombre al que imitar?

—He dado mi palabra.

—Qué honrados sois los asesinos, ¿eh? ¿Qué pasa, lo has jurado, por la polla de Skarling o algo parecido?

—No me ha hecho falta. He dado mi palabra.

—¿A Dow el Negro? Pero si intentó que me mataran hace un par de noches. ¿Qué debo hacer, esperar sentado a que vuelva a intentarlo? ¡Ese hombre es más traicionero que el invierno!

—Eso no importa. Le dije que sí —y por los muertos, cómo deseaba ahora no haberlo hecho. Calder asintió, con una sonrisilla asomándose en la comisura de los labios.

—Ah, sí. Le diste tu palabra. Y el bueno de Craw es un hombre de honor, ¿verdad? Da igual quién acabe pagando las consecuencias.

—Voy a tener que decírselo.

—Pero lo harás mañana —Calder retrocedió, todavía con una sonrisa burlona dibujada en su rostro—. Me darás ventaja —siguió descendiendo, paso a paso, colina abajo—. No se lo dirás. Te conozco, Craw. Me has criado desde que era un niño, ¿verdad? Sé que tienes agallas. No eres el perro faldero de Dow el Negro. Tú no.

—No es cuestión de agallas, ni tampoco de perros. Le di mi palabra y, por eso, mañana tendré que contárselo.

—No lo harás.

—Sí, lo haré.

—No —entonces, la sonrisa de Calder desapareció en la oscuridad—. No lo harás.

Craw permaneció inmóvil un momento, frente al viento, arrugando el entrecejo. A continuación, apretó los dientes y se llevó los dedos al pelo, se echó hacia atrás y lanzó un ahogado rugido teñido de frustración. No se había sentido tan vacío desde que Wast Never lo había traicionado y había intentado matarle tras ser amigos durante ocho años. Lo cual habría conseguido de no haber sido por Whirrun. Aunque no tenía nada claro quién podría sacarle esta vez de aquel entuerto en particular. No tenía nada claro que nadie pudiera lograrlo. Esta vez era él quien iba a portarse como un traidor. Hiciera lo que hiciese, iba a traicionar a alguien.

Hacer siempre lo correcto parece una regla muy fácil de observar. Pero ¿cuándo se convierte lo correcto en lo erróneo? Ésa es la cuestión.

El último héroe del rey

Su Augusta Majestad:

La oscuridad ha cubierto al fin el campo de batalla. Hoy hemos obtenido grandes logros. Pero ha habido que pagar un alto precio. Lamento profundamente informarle de que el Gobernador Meed ha fallecido mientras luchaba, haciendo gala de un gran valor personal, por la causa de Su Majestad junto a muchos miembros de su plana mayor.

Se ha combatido con denuedo desde el amanecer hasta la puesta de sol en la ciudad de Osrung. El asalto se inició de buena mañana y los hombres del Norte fueron expulsados al otro lado del río; sin embargo, el enemigo lanzó un salvaje contraataque mediante el cual retomaron la mitad norte de la ciudad. Ahora el río vuelve a separar a los dos adversarios.

En el flanco occidental, el General Mitterick ha tenido mejor fortuna. En dos ocasiones resistieron los hombres del Norte sus asaltos sobre el Puente Viejo, pero el tercer intento terminó por quebrar su resistencia, de modo que huyeron hasta un muro bajo situado a cierta distancia en campo abierto. Ahora mismo, Mitterick está cruzando con su caballería hacia la otra orilla del río, dispuesto a atacar con las primeras luces de la mañana. Desde mi tienda, puedo ver los estandartes del Segundo y del Tercer Regimiento de Su Majestad ondear desafiantes en un terreno ocupado por los hombres del Norte hace tan sólo unas horas.

El General Jalenhorm, mientras tanto, ha reorganizado su división, reforzada gracias a las levas, y se encuentra preparado para lanzar un ataque con todas sus fuerzas contra los Héroes. Mañana me mantendré cerca de él en todo momento, con el fin de observar su triunfo de primera mano e informar a Su Majestad de la derrota de Dow el Negro tan pronto como esas piedras vuelvan a ser nuestras.

Atentamente se despide, el siervo más leal y humilde de Su Majestad,

Bremer dan Gorst, Observador Real de la Guerra del Norte

Gorst le entregó la carta a Rurgen y apretó los dientes ante el dolor que le recorrió el hombro. Todo le dolía. Tenías las costillas peor incluso que el día anterior. Su axila estaba cubierta por una enorme rozadura que le escocía, allí donde se había hundido el contorno del peto. Por algún motivo, tenía un corte entre los omoplatos, justo donde más le costaba llegar a tocarse.
Aunque, sin duda alguna, me merezco algo mucho peor y, probablemente, lo obtendré antes de que hayamos terminado con este inútil valle.

BOOK: Los héroes
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