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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (63 page)

BOOK: Los héroes
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—¿Puede llevar esto Younger? —inquirió, gruñendo.

—¡Younger! —exclamó Rurgen.

—¿Qué? —replicó alguien desde el exterior.

—¡Carta!

El joven asomó la cabeza por debajo de la puerta de la tienda y alargó la mano. Esbozó una mueca de dolor y, como tuvo que acercarse un paso más, Gorst pudo ver que tenía el lado derecho del rostro cubierto por una gran venda, que estaba empapada con una larga mancha marrón de sangre seca.

Gorst lo miró fijamente.

—¿Qué ha pasado?

—Nada.

—Oh —gruñó Rurgen—. Cuénteselo.

Younger fulminó a su colega con la mirada.

—No tiene importancia.

—Felnigg es lo que le ha pasado —afirmó Rurgen—. Ya que lo pregunta.

Gorst se levantó de su asiento, olvidando sus dolores.

—¿El coronel Felnigg? ¿El jefe del estado mayor de Kroy?

—Me he interpuesto en su camino. Eso es todo. No hay más que hablar.

—Le ha azotado —dijo Rurgen.

—¿Le ha… azotado? —susurró Gorst, quien siguió observándolo por un momento. Después, agarró su espada, la limpió, la afiló y la envainó en la funda que tenía justo a su lado, en la mesa.

Younger le bloqueó el paso, alzando los brazos.

—No cometa una estupidez —le suplicó, pero Gorst lo echó a un lado, salió de la tienda para adentrarse en el frío de la noche y avanzó a grandes zancadas sobre la hierba pisoteada—. ¡No cometa una estupidez!

Gorst siguió caminando.

La tienda de Felnigg estaba levantada en la ladera de la colina, no muy lejos del granero medio derruido que el Mariscal Kroy había tomado como cuartel. La luz de una lámpara se filtraba por la puerta hacia el exterior, iluminando así una franja de hierba embarrada, una mata de juncias marchitas y el rostro de un guarda, tremendamente aburrido.

—¿En qué puedo ayudarle, señor?

¿Que en qué puedes ayudarme, desgraciado?
El largo paseo por el valle, más que darle la oportunidad de reconsiderar su postura, sólo había azuzado la furia de Gorst. Agarró al guarda por el peto con una mano y lo arrojó dando tumbos colina abajo; a continuación, abrió la puerta de la tienda de un tirón.

—¡Felnigg!

Se detuvo en seco. La tienda se encontraba llena de oficiales, de miembros del estado mayor de Kroy. Algunos de ellos sostenían cartas en las manos; otros, vasos; la mayoría tenían los uniformes desabotonados y estaban sentados alrededor de una mesa con incrustaciones que parecía haber sido robada de un palacio. Uno estaba fumando una pipa de chagga. Otro trasegaba vino directamente de una botella de color verde. Un tercero estaba encorvado sobre un voluminoso libro, anotando interminables entradas a la luz de una vela con una caligrafía completamente ilegible.

—¡… ese capitán quería cobrarnos quince por cada cabaña! —estaba cacareando el oficial jefe de intendencia de Kroy mientras ordenaba torpemente sus cartas—. ¡Quince! Le dije que se fuera a la mierda.

—¿Y qué pasó?

—Esa puñetera sanguijuela se conformó con doce… —dejó la frase inconclusa mientras, uno tras otro, los oficiales se volvían para mirar a Gorst. El contable lo observó por encima de sus gruesas gafas, que hacían que sus ojos parecieran grotescamente ampliados.

A Gorst no se le daba nada bien tratar con varias personas a la vez. Incluso peor que con una sola persona cara a cara, lo cual ya era mucho decir.
Como hay testigos, esto va a ser aún más humillante para Felnigg. Voy a hacerle suplicar. Haré que todos me supliquéis, cabrones
. Sin embargo, Gorst se había parado en seco y notaba un leve calor en las mejillas.

Felnigg se levantó de un salto, con aspecto de hallarse ligeramente bebido. Todos parecían bebidos. A Gorst no se le daban bien los borrachos. Incluso peor que los sobrios, lo cual ya era decir mucho.

—¡Coronel Gorst! —exclamó, mientras se abalanzaba sobre él con una sonrisa radiante. Gorst alzó una mano abierta para cruzarle la cara de una bofetada, pero se demoró de un modo extraño al hacer ese movimiento, lo cual Felnigg aprovechó para agarrársela con la suya y estrechársela fervorosamente—. ¡Estoy encantado de verle! ¡Encantado!

—Yo… ¿Qué?

—¡He estado hoy en el puente! ¡Lo he visto todo! —respondió, a la vez que seguía sacudiendo la mano de Gorst como una lavandera demente que estuviera dándole sin parar a una manivela—. ¡Oh, sí, he visto cómo se ha internado entre las cosechas tras ellos, cómo los ha derribado a uno tras otro! —entonces, cortó el aire con su vaso, derramando vino por todas partes—. ¡Ha sido como una escena sacada de un libro!

—¡Coronel Felnigg! —el guardia que vigilaba la tienda desde fuera entró en ella con todo un costado manchado de barro—. Este hombre…

—¡Lo sé! ¡Es el coronel Bremer dan Gorst! ¡Nunca había visto semejante coraje! ¡Ni semejante destreza con las armas! ¡Este hombre vale lo mismo que todo un regimiento para la causa de Su Majestad! ¡Vale lo mismo que toda una división, lo juro! ¿Cuántos de esos salvajes cree que habrá liquidado? ¡Deben de haber sido dos docenas! ¡O tres docenas como poco!

El guardia arrugó el entrecejo, pero, viendo que la situación no le era nada favorable, se vio obligado a retirarse de nuevo al exterior.

—No más de quince —se sorprendió diciendo Gorst.
¡Y sólo un par de nuestro bando! ¡Una proporción realmente heroica!
—. Pero gracias —intentó infructuosamente rebajar el tono de su voz hasta alcanzar una tonalidad propia de un tenor—. Gracias.

—¡Somos nosotros quienes deberíamos darle las gracias! Por lo menos ese puñetero idiota de Mitterick debería hacerlo. Su fiasco de ataque habría acabado en el fondo del río de no ser por usted. No más de quince, ¿han oído eso? —en ese instante, le dio una palmada a uno de sus compañeros en el brazo que le hizo derramar su vino—. Ya le he escrito a mi amigo Halleck del Consejo Cerrado. ¡Le he contado que es usted un héroe! No creí que hubiera lugar para ellos en la era moderna, pero aquí está usted, un hombre excepcional —afirmó, dándole alegremente una palmadita a Gorst en el hombro—. ¡Excepcional, sí! ¡Se lo he estado contando a todo el mundo con el que me he cruzado desde entonces!

—Doy fe de ello —rezongó uno de los oficiales, estudiando sus cartas.

—Es usted… muy amable —
¿Muy amable? ¡Mátalo! ¡Córtale la cabeza, igual que se la cortaste a ese hombre del Norte! Estrangúlalo. Asesínalo. Arráncale los dientes de un puñetazo, al menos. Hazle daño. ¡Hazle daño ahora mismo!
—. Muy… amable.

—Me sentiría honrado si aceptase tomar una copa conmigo. ¡Sí, todos nos sentiríamos muy honrados! —entonces, Felnigg se dio la vuelta y agarró una botella—. De todos modos, dígame, ¿qué le trae por aquí?

Gorst respiró hondo.
Ahora. Ahora es el momento de ser valiente. Hazlo ahora
. Pero, entonces, descubrió que pronunciar cada una de esas palabras le costaba un esfuerzo inmenso, fue agónicamente consciente de lo ridícula que sonaba su voz, de lo mucho que carecía de un carácter amenazador o de autoridad alguna, por lo que fue perdiendo el arrojo con cada uno de los babosos movimientos de sus labios.

—Estoy aquí… porque me he enterado de que esta mañana… ha azotado… —
a mi amigo. A uno de mis únicos amigos. Has azotado a mi amigo, así que ahora prepárate para vivir los últimos instantes de tu vida
— mi sirviente.

Felnigg se volvió en redondo, abriendo la boca por completo.

—¿Ése era su sirviente? Por todos los… ¡Debe usted aceptar mis disculpas!

—¿Ha azotado a alguien? —preguntó uno de los oficiales.

—¿Y no ha sido porque le ha ganado a las cartas? —musitó uno, entre risas varias.

Felnigg siguió balbuceando:

—Lo siento muchísimo. No hay excusa posible. Tenía una prisa horrorosa porque debía cumplir una orden del Lord Mariscal. No es que sea excusa, por supuesto —agarró a Gorst del brazo, acercándose a él lo suficiente como para bañarle en efluvios espirituosos—. Debe comprender que nunca habría… nunca habría… de haber sabido que era
su
sirviente… ¡Por supuesto que nunca habría hecho algo semejante!

Pero lo has hecho, mierda sin barbilla, y ahora me las vas a pagar. Has de recibir tu merecido y ha de ser ahora. Debe de ser ahora. Definitiva, positivamente, absoluta y condenadamente ahora.

—Debo pedirle…

—¡Por favor, beba conmigo! —acto seguido, Felnigg le plantó a Gorst un vaso lleno en la mano, derramándole así vino sobre los dedos—. ¡Un hurra por el coronel Gorst! ¡El último héroe del ejército de Su Majestad!

Los demás oficiales se apresuraron a levantar sus vasos, todos ellos sonreían e incluso uno de ellos golpeó la mesa con la mano que le quedaba libre, haciendo tintinear la vajilla.

Gorst se dio cuenta, entonces, de que estaba participando en el brindis. Y de que estaba sonriendo. Peor aún, ni siquiera tenía que obligarse a hacerlo. Sí, estaba disfrutando de la adulación.

Hoy he matado a hombres que jamás me habían hecho el menor daño. A no más de quince. Y aquí estoy ahora con uno que ha azotado a uno de mis pocos amigos. ¿Qué horrores debería causarle? Por lo visto, voy a limitarme a sonreír, beberme su vino barato y aceptar las loas y enhorabuenas de unos desconocidos, ¿y qué más? ¿Qué le diré a Younger? ¿Que no debe preocuparse de su dolor y su humillación porque su atormentador ha aprobado afectuosamente mi desenfreno asesino? Así que soy el último héroe del rey, ¿eh? Me están entrando ganas de vomitar, joder
. De repente, se dio cuenta de que seguía agarrando su espada envainada con tal fuerza que tenía todos los nudillos blancos. Intentó, sin éxito, esconder el puño tras su pierna.
Quiero vomitar hasta el hígado.

—Si todo ha sucedido tal y como lo cuenta Felnigg, he de reconocer que es una hazaña acojonante —aseveró uno de los oficiales mientras barajaba las cartas—. Me atrevería a decir que es la segunda gesta más notable de la que he oído hablar hoy.

—Apostar las raciones de Su Majestad no cuenta como gesta —replicó otro, cuya contestación fue acompañada de más risas ebrias.

—Me refería a la hija del Lord Mariscal. De hecho, prefiero a las heroínas que a los héroes, quedan mucho mejor en los cuadros.

Gorst frunció el ceño.

—¿Finree dan Kroy? Creí que estaba en el cuartel general con su padre.

—¿No se ha enterado? —preguntó Felnigg, envolviéndole en otra vaharada de mal aliento—. ¡Ha sido una cosa tremenda! Ella estaba con Meed en la posada cuando los hombres del Norte los masacraron a él y a todos sus hombres. ¡Justo allí, en la misma habitación! Fue hecha prisionera, pero ha conseguido que la dejasen en libertad gracias a su labia. ¡Y que, además, soltasen a sesenta hombres heridos! ¿Qué le parece? ¿Más vino?

Gorst no sabía que pensar, salvo que se sentía repentinamente acalorado y mareado. Ignoró la botella inclinada, se volvió sin pronunciar una sola palabra y salió al aire fresco de la noche. El guardia que había arrojado colina abajo estaba haciendo un fútil esfuerzo por limpiarse un poco. A continuación, le dirigió una mirada acusadora y Gorst apartó la vista con aire culpable, era incapaz de reunir el coraje necesario incluso para excusarse.

Y allí estaba ella. En pie, junto a un muro bajo de piedra, ante los aposentos del Mariscal Kroy, contemplando el valle con gesto de contrariedad, envuelta en un abrigo militar cuyo cuello apretaba con una pálida mano.

Gorst se acercó a ella. No tenía elección. Era como si lo estuviesen arrastrando con una cuerda.
Con una cuerda atada a mi polla. Me veo arrastrado por mis pueriles y autodestructivas pasiones de un episodio dolorosamente embarazoso al siguiente.

Ella alzó la mirada hacia él y, al ver sus ojos enrojecidos, Gorst se quedó sin aliento.

—Bremer dan Gorst —dijo con un tono de voz plano—. ¿Qué te trae por aquí arriba?

Oh, he venido a asesinar al jefe del estado mayor de tu padre, pero como estaba borracho y me ha ofrecido sus halagos, he brindado con él a la salud de mi heroísmo. Creo que resulta un tanto irónico…

Se dio cuenta de que estaba mirando fijamente el rostro envuelto en sombras de esa mujer. No podía dejar de mirarla. Un farol situado tras ella resaltaba su perfil en un halo dorado al mismo tiempo que hacía que el escaso vello de su labio superior brillase. Le aterrorizaba que ella lo mirara de reojo y le sorprendiera observando detenidamente su boca.
No hay ninguna razón inocente para observar la boca de una mujer de esta manera, ¿verdad? Y menos de una mujer casada, ¿no? ¿De una mujer hermosa, muy hermosa y casada?
Gorst quiso que lo mirara. Quiso que lo sorprendiera mirando. Pero, por supuesto, no lo hizo.
¿Qué motivo podría tener mujer alguna para mirarme? Te amo. Te amo tanto que incluso me duele. Más que todos los golpes que he recibido hoy. Más incluso que todos los golpes que he asestado. Te amo tanto que estoy dispuesto a cagarla. Díselo. Bueno, la parte de cagarla no, pero sí todo lo demás. ¿Qué tienes que perder? ¡Díselo!

—He oído que… —dijo casi en un susurro.

—Sí —replicó ella.

Entonces, se produjo una pausa terriblemente incómoda.

—¿Estás…?

—Sí. Adelante, puedes decírmelo. Dime que nunca debería haber ido a la posada para empezar. Dímelo.

Otra pausa más, todavía más incómoda. Para él, había un abismo entre la mente y la boca que no sabía cómo salvar. Que no se atrevía a salvar. Sin embargo, ella era capaz de superarlo con tanta facilidad que realmente le quitaba el aliento.

—Has rescatado a nuestros hombres —consiguió murmurar al fin—. Has salvado muchas vidas. Deberías sentirte orgullosa de…

—Oh, sí, soy una verdadera heroína. Todo el mundo está terriblemente orgulloso. ¿Conoces a Aliz dan Brint?

—No.

—Tampoco yo la conocía demasiado, la verdad. Me parecía algo tonta, si he de ser sincera. Estaba conmigo. Ahí abajo —señaló con la cabeza el oscuro valle—. Y ahí abajo sigue. ¿Qué crees que le estarán haciendo mientras nosotros estamos aquí, hablando?

—Nada bueno —contestó Gorst sin pararse a pensarlo demasiado.

Ella lo miró de reojo, frunciendo el ceño.

—Bueno. Al menos, dices lo que de verdad piensas.

Después, se dio media vuelta y ascendió la ladera hacia el cuartel general de su padre, dejándole allí plantado, como siempre hacía, con la boca medio abierta para pronunciar unas palabras que nunca sería capaz de decir.

Oh, sí, siempre digo lo que de verdad pienso. ¿Quieres chuparme la polla, por cierto? ¿Por favor? ¿0 meterme la lengua en la boca? Aunque un abrazo tampoco estaría mal
. Finree desapareció en el granero, la puerta se cerró y la luz quedó atrapada en su interior.
0 que me cogieras de la mano. ¿No? ¿Nadie quiere mostrarme un poco de afecto?

BOOK: Los héroes
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