De pronto el astrónomo miró al exterior, hacia el depósito de paladio mineral y tras escribir algo más, pareció concentrarse.
La niña oyó un "click" metálico y sobre la mesa de trabajo apareció una pepita metálica, demasiado fría para poderla tocar.
Los dedos fatigados del astrónomo siguieron escribiendo. Por fin algo lo alteró tan profundamente que se transfiguró: poniéndose de pie, derribó la silla y en su rostro apareció una luz nueva.
—¡Cúbrete el rostro! —dijo a la criatura. Su voz era diferente a la de White, el filósofo guerrero.
Al mismo tiempo se tapó los ojos; Aurora estaba mirándolo con cierta sorpresa, cuando se produjo el resplandor. En pleno cielo, una nueva estrella que eclipsó
a
las otras, brilló durante un momento para luego desaparecer.
—¡Aurora! —exclamó entonces Claypool, preocupado—, ¿Te lastimó los ojos?
El hombre que estaba parado tras la mesa se irguió, orgulloso y seguro de sí mismo. La niña pensó que le recordaba al señor White.
—Fue una aplicación mental de la ecuación básica —explicó Claypool, sonriendo combativo—. Gobierna la producción de energía pura cancelando el componente parafísico de la materia..., lo probé llevando al vacío del espacio un trozo mínimo de paladio y viste lo que ocurrió... ¡produje una supernova! ¡Una supernova enana! —sacudiendo el trozo de papel, alzó su voz hasta gritar casi—. Aquí tenemos el arma que nos permitirá derrotar a los
humanoides y
sus renegados aliados... Aurora contuvo la respiración esperanzada. —¿Entonces podremos ayudar al pobre señor White? —¡Creo que sí, pero antes debemos hacer algo más importante... tenemos que encontrar el refugio de los traidores y destruirlos!
—¡Tengo miedo del señor Ironsmith! —susurró la niña—. No lo conozco casi, pero tengo miedo. La primera vez que lo vi me gustó... me trató bien y me regaló goma de mascar. Pero cuando nos capturó en "Ala 4ª" y nos entregó a los
humanoides,
parecía alguien distinto... es más fuerte que el mismo señor White.
Pero el hombre delgado y casi calvo, con ropas de dormir y expresión fatigada en el rostro, se irguió resuelto:
—Ahora tenemos un arma, Aurora —dijo—. ¡Podemos pelear con él de igual a igual!
Con la regla de cálculos y mucho papel cubierto por símbolos matemáticos, Claypool buscó afanosamente el sitio de la galaxia donde podían haber instalado su Base los traidores que trabajaban para los
humanoides
bajo las aparentes órdenes de Ironsmith.
Hora tras hora Claypool luchó con sus ecuaciones, comiendo algunos emparedados hechos a la ligera, tragando píldoras contra la dispepsia y cubriendo hoja tras hoja con símbolos matemáticos.
Por fin alzó la vista y miró con ojos cansados a la niña, que tras dormir un rato había despertado y lo estudiaba con sus grandes ojos muy abiertos.
—¡Encontré a Ironsmith! —exclamó—. ¡Está con los demás renegados en un planeta cercano a "Ala 4ª"! ¡Y con él está Ruth!
El poder psicofísico que le permitiera "ver" a través de la distancia y localizar al grupo de renegados que trabajaban en favor de los
humanoides
no le había quitado sus cualidades y defectos humanos. Pálido, tembloroso se pasó una mano por la frente.
Luego pareció advertir la presencia de la niña y sonrió suavemente.
—Tendrás que esperarme aquí —dijo—. Yo iré a enfrentarlos y luego volveré a buscarte. Estoy seguro que con lo que he aprendido haré pasar un mal rato a Ironsmith.
—¡Pero usted tiene que llevarme! —gimió la criatura—. ¡Si me quedo aquí, los
humanoides
volverán a apoderarse de mí!
Claypool frunció el ceño. Tal vez la niña tenía razón.
—Está bien... —dijo para tranquilizarla—. Iremos juntos y cuando haya terminado con los renegados, forzaré a los
humanoides
a realizar un nuevo pacto con la raza humana..., más justo y equilibrado.
—¡Oh, gracias! —exclamó la niña—. ¡Ahora sí que siento apetito!
Llegaron en forma tan rápida que Claypool creyó que el oscuro cielo se había tornado luminoso. Luego advirtió que estaban en el interior de una inmensa cámara, con grandes columnas sostenidas en el techo, que resplandecía con vivos colores. En las paredes había amplísimas ventanas que dejaban pasar la luz exterior.
Claypool permaneció un momento inmóvil, y Aurora comprendió que estaba asustado. Además el estómago le ardía y la rodilla derecha amenazaba ceder y hacerlo caer al suelo en cualquier momento. Pero ni un instante siquiera pensó que podía retirarse al otro extremo de la galaxia, lejos de aquel sitio donde el peligro de un terrible destino dejaba de ser una amenaza para convertirse casi en certeza.
—¿Dónde están? —preguntó la niña.
—Aquí no... esto es un museo de guerra... ¿Ves todas las armas alineadas junto a las paredes? Son muestras de todo lo que utilizó el Hombre a través de los siglos para a sus semejantes... ¡Y esos son mis proyectiles!
—En un extremo estaban, largos y brillantes, los proyectiles del
Proyecto Rayo
—. Yo sabía que Ironsmith era el responsable de su desaparición, pero ignoraba por qué lo había hecho.
En ese momento por una de las ventanas entró volando una enorme mariposa. La niña sintió que la mano de Claypool se ponía tensa y de inmediato el brillante insecto desapareció, desintegrado.
—¡Oh! ¿Por qué la mató?
—Lo siento... quería probar de cerca la ecuación de transformación total de masa en energía... —repuso el astrónomo.
La niña sintió pena por un ser tan hermoso y delicado. Pero más pena experimentó hacia Claypool, al comprender qué enfermo y lleno de amargura estaba.
—¡Rápido! ¡Allí vienen! —susurró el astrónomo, forzando a la criatura a ocultarse con él tras un viejo y chamuscado tanque de guerra.
Un anciano y una muchacha, bronceados y alegres, vestidos con flotantes ropas y adornados con flores, se acercaban al museo, riendo y conversando despreocupadamente.
—¡Si nos descubren tendré que matarlos! —murmuró Claypool—. ¡Es increíble que se muestren felices, después de haber cometido el crimen más horrendo que es dable imaginar! ¡Vendieron a sus semejantes, entregándolos atados de pies y manos a los autómatas!
—¡Ojalá no nos descubran! —musitó Aurora. No hubiera querido ver morir a aquellos dos seres tan agradables, pese a que los sabía enemigos.
El anciano y la muchacha entraron en el enorme recinto, y por una puerta lateral apareció otro hombre, joven y de paso elástico. Era Ironsmith, que sonriendo se dirigió hacia ellos. —¡Señor Sledge! —llamó.
El anciano lo esperó y le estrechó la mano, sonriendo.
Aurora advirtió que la mano de Claypool soltaba la suya. El astrónomo, asombrado, miró al anciano aquel. ¡Pero era imposible! No podía ser Sledge, el viejo sabio que tras crear a los
humanoides
fuera denotado por ellos. Ese hombre no podía tener casi dos siglos, y además su aspecto distaba mucho del de un ser aniquilado por su propia obra.
—¡Ya he terminado el nuevo regulador! —explicó Ironsmith con voz sonora—. ¡Pronto Claypool quedará cercado y dejará de ser un peligro!
Claypool se estremeció. En sus ojos hundidos apareció una mirada de odio profundo, y una luz terrible se reflejó en su mirada. La niña comprendió que iba a golpear, y cerró los ojos.
Pero nada pasó. El astrónomo había paseado su mirada del rostro de su enemigo al de la joven que amorosamente se le colgara del brazo reconociéndola, pese a sus cabellos rojizos y tez bronceada.
—¡Ruth! —murmuró—. ¡Oh, no, Ruth!
La niña lo observó con sus grandes ojos interrogantes.
—¡Esa era... mi esposa! —le explicó él con voz quebrada.
Luego, olvidado de todo, se adelantó y echó a andar hacia la puerta del museo, donde estaban parados Ruth, Ironsmith y el anciano.
—¡Ruth! —gritó roncamente—. ¡Apártate de él!
Los tres se volvieron para mirarlo, y en sus ojos se advirtió algo parecido a la piedad.
—¡Webb! —exclamó ella, sorprendida—. ¿Qué... qué haces aquí?
Aurora había seguido al astrónomo, pequeña y atemorizada.
—Te diré qué he venido a hacer —gritó Claypool vehementemente—. Vine a matar a Ironsmith, por su traición a la raza humana ¡Con los demás puedo pactar, pero él morirá! ¡Miren esa roca!
Con gesto airado señaló hacia una gran roca que se alzaba a varios kilómetros de distancia del Museo, junto a la orilla de un mar de aguas azules y tranquilas.
Temblando a su lado, Aurora vio cómo la roca se convertía en un sol en miniatura, desintegrándose con tan horrible estruendo que pese a la distancia pareció ensordecedor. Hasta ese momento la niña había sentido piedad hacia el astrónomo, herido y enfermo. ¡Pero en ese instante una sensación de profundo orgullo la invadió: ni siquiera el señor White hubiera sido capaz de aquello!
—No hubiera tenido que hacerlo —exclamó el anciano, junto a la puerta—. En esa roca anidaban algunas gaviotas...
Ironsmith permaneció silencioso y grave. Ruth, a su lado, observó a su ex esposo con mirada llena de misericordia.
—¡Webb! —murmuró—. ¿Qué crees que estás haciendo?
—Voy a destruir al grupo de renegados que pactó con los
humanoides
para esclavizar a la especie humana... voy a preparar otro pacto, más digno y decente, para evitar que el hombre se convierta en una máquina más... ¡y ante todo Ironsmith, voy a matarlo!
Con toda tranquilidad, Ironsmith rodeó la cintura de Ruth con la diestra y dijo: —¿Puede especificar sus cargos?
—¡Usted es un renegado que se unió a los robots... nos espió, saboteó el
Proyecto Rayo
y traicionó a White entregándolo a las máquinas! ¡Ahora ayudó a los
humanoides
a producir el nuevo regulador, que les permitirá regir las vidas de la especie humana, convirtiendo a los hombres en autómatas! ¡En cuánto a su asunto con mi mujer, es algo privado y no lo incluyo... prepárese para morir!
—¡Por favor, Webb! —exclamó Ruth—. ¡No te muestres tan vengativo... no puedes hacernos daño!
El anciano, que estaba parado junto a ella e Ironsmith, avanzó un paso:
—Antes que arruine todo el paisaje, le diré que Ruth y Frank se han casado después que su matrimonio fue anulado... usted es el responsable de esto pues olvidó a su esposa por llevar adelante el
Proyecto Rayo
, haciéndola desdichada. ¡Aquí ha encontrado la felicidad y el amor que usted no supo darle!
Aurora, aferrada dolorosamente a la crispada mano de Claypool, sintió que todo el cuerpo del astrónomo se ponía terriblemente tenso y comprendió que iba a matar a aquellos tres seres. Con espanto trató de cerrar los ojos y no pudo hacerlo. Entonces, fascinada, miró esperando sentir la explosión y ver desintegrarse los cuerpos de la pareja y el anciano.
Nada sucedió.
—¡Le dije que no puede dañar a nadie! —rugió el anciano—. ¡Por lo menos utilizando medios parafísicos! ¡Usted olvidó algunas cosas fundamentales y es increíble que haya logrado los resultados que obtuvo hasta ahora con su mente enferma.
Claypool permaneció inmóvil y silencioso, temblando.
—Naturalmente, usted tenía la ventaja de sus conocimientos científicos, que le permitieron trazar las ecuaciones matemáticas de la parafísica..., pero hubiera debido comprender que con esos medios es imposible matar a un ser humano: La energía parafísica es el elemento creador del universo. No puede destruir la vida pues es lo que le dio origen. La mente es tan sólo un fenómeno parafísico más. El más perfecto y maravilloso.
Claypool hubiera querido seguir escuchando, pero la pierna derecha se negaba a sostenerlo y se tambaleó.
Aurora intentó inútilmente sostenerlo y se vio obligado a dejarse caer sentado.
—...enfermo, Claypool —decía el viejo con voz gentil—. Pero nosotros lo curaremos. El nuevo regulador que acaba de concluir Frank es precisamente para eso... para curar los casos de imperfecto conocimiento como el suyo. Usted imaginaba que luchaba por el bien de la Humanidad y por eso consiguió algunos resultados. ¡Pero necesita ser puesto en cura!
El astrónomo recordó los cuatro autómatas que viera en ""Ala 4ª" y con un esfuerzo se puso de pie. Con manos temblorosas tomó a Aurora y la alzó en sus brazos, volviendo la espalda a la puerta y corriente hacia el vasto recinto.
Allí adentro, entre brillantes columnas, estaban los proyectiles del
Proyecto Rayo
, esbeltos y flamantes, intactos. ¡Con un poco de suerte podría detonarlos y destruir aquel planeta con toda su población de renegados!
—¡Cuando te deje en el suelo huye! —susurró a la niña—. ¡Vuelve a nuestro refugio en el planeta oscuro y espera! Allí estarás segura.
—¡Espere, Claypool! —rugió a sus espaldas la voz del anciano.
En este momento la pierna lastimada le jugó una mala pasada. Sin poder mantener el equilibrio, el astrónomo trastabilló y cayó. En su esfuerzo por girar y no lastimar a la criatura, rodó sobre sí mismo y se golpeó la cabeza contra el duro suelo.
Con un gemido intentó reincorporarse, pero no lo logró. Aurora, poniéndose de rodillas a su lado, se echó a llorar, mientras le acariciaba el rostro con sus manitas heladas.
—...último esfuerzo... —jadeó, intentando una sonrisa que no pudo forzar—. ¡Inútil!
Vagamente advirtió que el anciano se le acercaba con paso tranquilo.
—Tenga paciencia, Claypool... Pronto el regulador alcanzará el grado de potencial necesario y podremos curarlo —le dijo.
—¿Curarme? —exclamó débilmente—. ¿Convirtiéndome en un robot más? ¡Ya estoy juzgado y condenado.. la sentencia es la muerte! ¡Vivir sin cerebro propio ni personalidad, es una forma de muerte!
—¡No sea tonto! —el anciano se reclinó a su lado—. Comprendo lo que piensa porque también yo compartí sus ideas hace mucho tiempo..., después de crear a los
humanoides
, intenté destruirlos...
Pese a su dolor, Claypool logró asombrarse.
—¿Usted es ese Sledge? ¡Pero es imposible!
El anciano asintió serenamente.
—Yo soy Sledge. Hace noventa años yo produje los
humanoides
para proteger la especie humana y luego creí necesario destruirlos. En lugar de adaptarme a ellos y modificarlos. Pero perdí. Un día me capturaron y me operaron el cerebro. De esto hace treinta años. Me curaron física y mentalmente y me rejuvenecieron. Luego me permitieron reiniciar mis investigaciones, pero quitándome todos los elementos físicos. Me dediqué a la para-física y entré en contacto con la raza de filósofos que vivía ya en ese entonces en este planeta...