Los Humanoides (15 page)

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Authors: Jack Williamson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los Humanoides
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—¿Filósofos? —gruñó Claypool, advirtiendo que tanto Ironsmith como Ruth habían desaparecido—. ¿O traidores?

El anciano sonrió comprensivo y señaló en derredor.

—¿Le parece esto un nido de ratas? No, Claypool... es el Instituto Parafísico Intergaláctico... aquí se logró cambiar las directivas originales que movían a los
humanoides,
haciéndolas más sutiles... ¿Siente dolor? Pronto pasará todo. Frank y Ruth han ido a activar el regulador... Como le decía, en este planeta se originó el
Pacto Común
entre los hombres y los
humanoides.
¡Yo me asocié, como lo hicieron Frank Ironsmith y Ruth. ¡Aquí se logrará definitivamente que el
Principal Mandato
llegue a ser una realidad!

Claypool miró hacia el hall del museo y su diestra se dirigió ansiosamente hacia la pierna lastimada. Sledge captó la mirada.

—El Museo forma parte del Instituto. Se trata más que nada de una colección destinada a recordamos que con cada ser humano que nace, nace un enemigo potencial de la especie. La vida hiere a todos los hombres y nuestra misión consiste en curar esas heridas..., hasta ese momento, ningún ser puede llamarse adulto. Creo que el nuevo regulador que inventó Ironsmith puede lograr que esa curación sea total.

Claypool había intentado escuchar, pero el dolor de la pierna y el de la cabeza se habían asociado para aislarlo del mundo del sonido y lo único que conseguía captar era la imagen de los proyectiles que sabía guardados en el interior del Museo.

—¿Convirtiendo a los hombres en autómatas? —inquirió con una sonrisa cínica.

—¿Por qué no trata de comprender? —rogó suavemente Sledge—. La función del regulador es...

—Yo vi a White y los otros dominados por el regulador —replicó el astrónomo con acento salvaje—. ¡Convertidos en máquinas sonrientes! ¿Esa es la liberación del hombre? ¡Yo no quiero convertirme en otro autómata! ¡Prefiero la muerte!

—¡Usted sigue sin comprender, Claypool! El regulador de Ironsmith no es un monstruo lanzado a dominar... es otra herramienta hecha para servir al hombre... como los
humanoides.
No es un cerebro mecánico ansioso de poder. Es un eficiente médico y un verdadero esclavo de la Humanidad.

En ese momento reapareció Ironsmith, caminando con paso elástico y alegre.

—¡Ya está preparado! —dijo suavemente—. ¿Vamos, Claypool?

Caído de espaldas sobre el hall del Museo, el astrónomo miró hacia la vitrina más próxima, donde se exhibía un detonador de paladio. Aurora, a su lado, pareció comprender aquella mirada de desesperación.

—¿Puedo ayudarlo, doctor Claypool? —susurró.

—Sí..., rompe ese vidrio y arrójame la barra metálica que hay adentro.

Cosa extraña, Sledge no hizo ningún movimiento para impedir que la niña cumpliera aquella orden. Los dedos temblorosos de Claypool aferraron aquel instrumento de muerte, que podía volar en pedazos a todo el Museo.

—¡Ahora vete! Vete, porque esto va a desaparecer —susurró con acento afiebrado.

La niña con los ojos llenos de lágrimas, irguió valientemente la cabeza, pero no se movió.

La mano de Claypool comenzó a temblar, con aquella barra de brillante metal que explotaría con solo oprimir el botón de su extremo, pero su dedo índice no se bajó. Mirando a la criatura, sacudió lentamente la cabeza:

—¿No quieres marcharte, eh? —murmuró—. ¡Es una lástima! ¡Era una forma magnífica de morir! ¡Lleva esta barra al sitio de donde la sacaste!

Sledge e Ironsmith, a su lado, sonrieron comprensivamente.

—Bueno —exclamó el astrónomo, sintiendo que odiaba a aquellos rostros amables y felices—. ¡Ya estoy preparado! ¡Pueden llevarme!

Y sin poderse contener, estalló en sollozos, mientras la niña volvía el detonador hasta su sitio.

Desde la vitrina, la criatura se volvió y vio cómo el regulador se apoderaba del cerebro de Webb Claypool, que, abandonando su expresión de dolor, se reincorporó, irguiéndose pese a la pierna lastimada.

—¡No, oh, no! —exclamó la niña, horrorizada al ver en el rostro del astrónomo la sonrisa benevolente de los humanoides.

—¡A tu servicio, Aurora Hall! —la voz ya no era de Claypool. Se había tornado en un sonido melodioso y metálico, sin inflexiones—. No temas. Ningún daño recibirás. Pero, necesitas ser curada.

La criatura retrocedió, dispuesta a echarse a correr, pero Ironsmith se le acercó, sonriéndole afectuosamente.

—¡Déjanos ayudarte, Aurora! —dijo suavemente—. ¡Por favor! La vida no ha sido amable contigo. Has sufrido hambre y frío... Miedo y desesperación. Déjanos ayudarte.

Repentinamente Aurora sintió que simpatizaba con aquel muchacho bronceado y agradable. Recordó que una vez le había dado goma de mascar y le devolvió la sonrisa, algo tímidamente.

—Estoy preparada, señor —dijo.

Ironsmith le hizo un gesto tranquilizador y algo pareció penetrar en el cerebro de la niña, que se sintió hundir en las tinieblas del olvido.

Capítulo XX

Claypool despertó en su lecho del enorme dormitorio que los
humanoides
le habían edificado en Starmont. Por un momento le pareció que había pasado un instante desde el momento en que el regulador se había apoderado de su mente.

Asombrado miró en derredor. A su lado, parado e inmóvil, había un
humanoide
.

—¡A su servicio, señor! —dijo el robot al advertir que estaba despierto—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—¡Márchese y déjeme en paz!

Para su asombro extraordinario, el
humanoide
obedeció. Volviéndose con aquellos movimientos fluidos que caracterizaban a todos sus hermanos, el robot abandonó el dormitorio.

Claypool se incorporó para mirar cómo se marchaba la máquina aquella y de pronto advirtió que la pierna lastimada no le dolía. Por el contrarío se sentía perfectamente bien. Asombrado se llevó una mano a la cabeza para rascársela, y advirtió que su cabello era extrañamente espeso. Una antigua cicatriz que le recorría la nuca había desaparecido.

Curiosamente se tocó el rostro. La barba de días había desaparecido y comenzó a buscar con la vista un espejo. Sin saber por qué, como llevado por un largo hábito, oprimió un botón y la ventana se convirtió en espejo.

Pero al mirarse, una nueva sorpresa lo aguardaba. Un desconocido moreno, alto y fuerte lo contemplaba. Algo habitual había sin embargo en aquel rostro juvenil, y en aquella frente coronada por una espesa mata de cabello negro. Era él, ¡él mismo! El pijama que vestía era azul, subconscientemente pensó que a Ruth no le gustaba ese color.

Luego recordó, con una sensación de dolor, que Ruth estaba perdida para él. Perdida para siempre.

Entonces vio la tarjeta, apoyada sobre la mesa de luz:

"Querido Web:

Felicitaciones en este Día del Despertar. Nos alegramos saber que ha llegado tu gran momento. Frank Ironsmith y señora."

¿Qué significaba aquello? Claypool dejó la tarjeta y oprimió otro botón. La ventana volvió a serlo y a través del cristal pudo ver cómo había quedado Starmont después de ser reformado por los
humanoides...
Un verdadero paraíso de lagos, vegetación y villas luminosas. —El regulador... —murmuró— ¿Cuánto tiempo...? Por un momento se sintió tentado de llamar al obediente servidor que acababa de despedir, pero advirtió que alguien se acercaba por el sendero florido. Era una joven, alta y hermosa, de flotante cabellera. Era una desconocida, y sin embargo algo había en su forma de caminar que le hizo pensar en un viejo amigo.

Alzando la cabeza, la muchacha lo vio observándola y le hizo un gesto amistoso.

—¡Hola, Webb!

Él no la conocía, pero contestó al saludo, asombrado. Sin saber qué hacía, bajó la pendiente que llevaba desde la ventana al jardín.

—¿Estás bien? —le preguntó ella, estrechándolo emocionada—. El señor White me dijo que hoy era tu Día del Despertar y por eso vine a esperarte...

Entonces advirtió que Claypool parecía asombrado y con aire incierto.

—¿Qué te pasa? —le preguntó. Luego lanzó una carcajada cristalina—. ¿No me recuerdas?

El astrónomo miró aquellos ojos grandes y transparentes y tragó saliva.

—¡Aurora! —murmuró—. ¿Es posible?

—He cambiado algo, ¿verdad? ¿Qué tal te parezco ahora?

Claypool sintió que el cambio aquel le resultaba agradable, pero no pudo comprender absolutamente nada. Por fin la luz se hizo en su cerebro y murmuró:

—¿Cuánto... cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuántos años?

—Este es el Quincuagésimo Despertar —repuso la joven.

Una sensación de frío pareció correrle por la columna vertebral.

—El Día del Despertar se produce una vez por año —prosiguió explicándole Aurora—. Ese día los que están curados son liberados del control del regulador. Yo desperté el año pasado... el señor White hace treinta años. Ahora trabaja con el señor Ironsmith en el Instituto...

Claypool siguió sin poder hablar.

—Pero yo no podía esperar con los otros que tú despertaras... tenía que venir. A veces uno se siente muy solo al quedar libre. Nuestros otros amigos siguen en cura y todavía pasarán varios años antes de que puedan ser liberados... estaban muy enfermos.

Claypool tragó saliva nuevamente y aferró la mano de la muchacha. De pronto el significado de todo aquello se aclaró para él.

—¡Cincuenta años! —murmuró—. ¡Quiere decir que tengo noventa!

—¡Y yo sesenta! —contestó la voz juvenil de Aurora, con otra carcajada—. El señor White trabaja con el señor Ironsmith para acelerar el proceso. Pero no importa cuánto tarda, pues rejuvenece al mismo tiempo que cura... Los ojos límpidos lo miraron.

—¿No te parece ahora extraño haber estado tan equivocado y haber luchado contra Frank Ironsmith?

Claypool miró por encima del hombro hacia la sección cómputos, donde solía trabajar el sonriente joven. En el sitio donde el matemático solía apoyar su bicicleta había ahora una placa recordativa.

—Supongo que todos estábamos enfermos y equivocados —murmuró lentamente—. Creo que después de todo, Ironsmith es un verdadero héroe, que merece nuestro respeto y nuestro agradecimiento. ¡Pero su antiguo hábito de masticar goma sigue disgustándome! La muchacha lanzó una carcajada. —¡Me alegro de que sigas siendo tú, querido mío! —exclamó—. Ya lo ves, estuve esperándote..., creo que te amé desde el día aquel en que me salvaste de morir aplastada por la máquina excavadora...

Claypool recordaba, pero fue el joven alto y desconocido del espejo quien tomó la mano de la muchacha de ojos transparentes y mirando en derredor, arrancó una flor para colocársela en el cabello.

Pero al rememorar aquellos cincuenta años, toda su confianza pareció estremecerse. La flor le recordó el aroma sutil que llevara Ruth durante su matrimonio... "Dulce Delirio"..., el fantasma de su antigua tristeza volvió a atormentarlo por un momento. Aurora tomó la flor de su mano y volvió a reír.

—Es inútil que trates de luchar, querido —le dijo. Su voz tenía una débil traza de malicia—. Y también es inútil que sigas recordando a Ruth. Porque yo vine a verte inmediatamente después de haber despertado y te encontré como esperaba que fueras... entonces le dije al señor White que te quería, y él lo arregló todo con el regulador para que pudieras amarme tan sólo a mí desde el momento de despertar. Ya lo ves. ¡No te queda otro remedio que casarte conmigo!

FIN

Nota

[1]
Estrellas que aparecen súbitamente, alcanzando un brillo intrínseco 100 millones de veces superior al Sol y extinguiéndose luego. Se supone que se originan en procesos explosivos.
(N. del T.)

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