Los inmortales (17 page)

Read Los inmortales Online

Authors: Manuel Vilas

Tags: #Narrativa

BOOK: Los inmortales
8.85Mb size Format: txt, pdf, ePub

Yo soy Alemania. No sé qué voy a hacer en Berlín esta tarde. Nada más pisar sus calles, bajo los tilos, al atardecer, me echaré a llorar como un niño abandonado por su madre.

La Nochebuena de 2013

Era el 24 de diciembre del año 2013 y Corman Martínez se encontraba en Madrid, en un hostal llamado Hostal Irene, de la calle del General Asensio Cabanillas. Hacía poco tiempo que había sido dado de alta del Hospital San Francisco de Asís. Los médicos dijeron que estaba bien.
[8]
Había venido a Madrid para una entrevista laboral, y decidió quedarse a pasar allí las Navidades. Corman Martínez tenía en la habitación dos reproductores de DVD. Los compró en la Fnac. Compró los dos reproductores sobre las tres de la tarde. Compró también dos películas de directores de cine español, pensando así ayudar a la industria cinematográfica española, pues al fin y al cabo él era un hispanista postsoviético. Pensó en si el cine español representaba a España, estuvo pensando un rato en eso. Compró
Los lunes al sol
y
El día de la bestia.
[9]
Sostenía la teoría de que había un parentesco corporal y moral entre los directores de esas dos películas y los actores protagonistas. Pensaba que el director de
Los lunes al sol,
que se llamaba Fernando León de Aranoa, era de la misma complexión física que Javier Bardem, el protagonista de la película: los dos eran altos y de gran presencia. Lo mismo ocurría entre el director de
El día de la bestia,
Álex de la Iglesia, y el actor principal, Álex Angulo: los dos tenían rostros y almas equivalentes y los dos llevaban gafas. Llevar gafas siempre es importante. Y encima se llamaban igual. Pensaba que las dos películas reflejaban dos Españas. Unos eran guapos y altos, los otros pequeños y feos. Era natural que a un hispanista ruso como él le interesasen este tipo de exploraciones estéticas en el cine español actual.

Después de hacer sus compras, Corman Martínez paseó por el centro de Madrid. Ya conocía las películas. Las había visto muchas veces. Mientras paseaba por la Gran Vía madrileña iba recordando diálogos y fragmentos de ambas películas.

Ningún ser humano quiere estar solo en Nochebuena. Sin embargo, Corman pensaba que a quien se atrevía a estar solo en esa noche le era concedido algún poder, un gran resplandor mágico. El resplandor, sí. Recordó la película de Stanley Kubrick, recordó el hotel Overlook. A quien es capaz de permanecer inmune a todos los ritos humanos, o a quien identifica esos ritos con formas de la ficción, la naturaleza le hace un regalo de poder. Es el resplandor, las personas que resplandecen.

Corman veía la alegría en los rostros humanos esa noche del 24 de diciembre del año 2013. La gente hacía sus últimas compras. Corman podía ver esas compras. Tenía visiones, podía ver lo que la gente había comprado, podía ver los precios, incluso podía ver los sentimientos humanos adheridos a esas compras. Ya no podía ver a Stalin, pero seguía viendo cosas. Era como una especie de gravitación en medio de una noche fría. Miró un termómetro de la calle y marcaba 1 grado. El frío acelera aún más el placer de comprar. Y la ciudad de Madrid había fijado las ocho de la noche como hora final: a partir de las ocho, los comercios cerraban. Ésa era la hora en que El Corte Inglés y la Fnac dejarían de hacer feliz a la gente. A partir de las ocho de la tarde estar completamente solo en España y en la Unión Europea, y también en Estados Unidos y Canadá, se convertía en un acto de desesperación avanzada, también en un acto político de naturaleza hermética.

A las 20.35 ya casi no había nadie por las calles. Gente que corría hacia alguna parte. No había nadie en la recepción del Hostal Irene cuando pasó por allí camino del ascensor, a las 21.10 de la noche. La alarma de la puerta, no obstante, hizo que saliera una empleada de raza negra, latinoamericana, para comprobar que quien entraba era un huésped. El único huésped.

Corman Martínez entró en su habitación con cierta seriedad gestual. Encendió la luz, se quitó el abrigo. Se quedó mirando el abrigo sobre la cama. Puso las bolsas al lado del abrigo. No sólo había comprado los reproductores de DVD y las dos películas. Había comprado también dos relojes. Meditó mucho la compra de los relojes. Veía una conexión entre los relojes y las películas. También había meditado mucho sobre esas dos películas. Compró un reloj Swatch rojo y un reloj Fossil azul, los dos eran de diseño
vintage
. No excesivamente caros, más bien baratos dada su apariencia, dada su exhibición formal. Swatch y Fossil estaban haciendo mucho por el hombre occidental: diseño a precios populares, y eso también era postcomunista en alguna medida, pero no siguió por esa deriva, porque era peligrosa.

Todo el Hostal Irene estaba vacío.

Inexplicablemente, recibió una llamada de la dueña del hostal.

—Buenas noches, señor Martínez —dijo Irene.

—Buenas noches —dijo Corman.

—Si quiere, puede cenar conmigo y mi familia, con mi madre y el servicio. Seguramente, también vendrá un amigo.

—Se lo agradezco mucho, pero ya he cenado.

—Pero si no son ni las diez de la noche.

—Comí algo en el McDonald’s de Atocha.

—Es que es usted el único huésped y me ha dado no sé qué que se quede usted solo en su habitación, y no vea en ello una intromisión en su privacidad.

—Es usted muy amable. Si acaso, más tarde, bajaré al hall y la invitaré a usted y a su madre, y a su novio si está, a una copa de champán.

—No, no es mi novio, es un amigo.

No se oía nada en aquellos pasillos del Hostal Irene. Corman Martínez abrió la puerta de su habitación y estuvo contemplando el pasillo de la segunda planta, donde estaba alojado, y se quedó disfrutando de tanto silencio, de tanta ausencia, como una sensación de muerte. Corman murmuró unos versos en medio del pasillo: «Toda esta hermosa noche, de poca luz, caída sobre los pasillos de esta casa, es tiempo. Tiempo que se está muriendo». Volvió a entrar en la habitación, con la sensación de un deber poético cumplido. Corman había previsto que necesitaría varios enchufes, y en su habitación sólo había uno. Así que compró también una regleta. Hizo las conexiones pertinentes. Ya estaban preparados los dos DVD. Uno estaba en una silla de la derecha, otro a la izquierda, en una mesilla, junto a la ventana. Y comenzaron a rodar las dos películas a la vez. En un reproductor, en el de la derecha, comenzaba la película
El día de la bestia
y en el reproductor de la izquierda
Los lunes al sol
. Corman Martínez estaba tumbado en la cama. Giraba alternativamente la cabeza a la derecha o a la izquierda según eligiese ver una película o la otra. Sus movimientos de cuello eran teatrales, perfectos, recordaban a los movimientos de un
pitcher
de béisbol. Se puso muy contento enseguida que vio aparecer a los personajes de las dos películas. Siempre le ocurría, esas películas tenían poderes euforizantes en el pensamiento de Corman Martínez.

Se estaba dando cuenta de que las dos películas eran irreconciliables, cosa que, obviamente, ya había descubierto en otros visionados, pero le gustaba corroborar su teoría con nuevos detalles. Se dio cuenta también de que había acertado poniendo una a la derecha y la otra a la izquierda. Todo era desamparo en las dos películas y eso le puso de excelente buen humor, pero ese excelente buen humor le duró tres segundos, así era el cerebro maltratado de Corman Martínez.

Los personajes de
Los lunes al sol
eran unos pobres parados, entre los que sobresalían el personaje de Santa, interpretado por Javier Bardem, y el personaje de Amador, interpretado por Celso Bugallo. Santa y Amador eran dos desempleados metafísicos. El paro deformaba sus rostros y sus almas. El paro es aniquilador. El paro es el Mal. Santa y Amador eran España pura, la España de finales del siglo XX.
Los lunes al sol
era una película social, pensó Corman, pero de contenido humano. Era una película razonable, aspiraba a la redención. Le fascinaba el personaje de Santa, tanto como le fascinaba el personaje de Ángel Berriatúa, el catedrático de Teología de la Universidad de Deusto que protagonizaba
El día de la bestia
y que interpretaba Álex Angulo. Santa era indoblegable a la soledad, como el propio Corman. Vivía en una pensión, como él mismo. Los dos eran corpulentos, ese detalle le agradaba especialmente a Corman. Varias veces paró la imagen para inspeccionar la barriga de Santa. Santa estaba gordo, indudablemente. Le gustaba mucho la escena en que Santa rompía una farola de una pedrada. La farola del mundo.

Pensó Corman que su circunstancia vital también era muy parecida a la que se dibuja en
El día de la bestia
. En esa película todo ocurre en una Nochebuena, donde se espera el nacimiento del Diablo. Se trata de la Nochebuena de 1995, una Nochebuena de hace dieciocho años. Obviamente, si el Demonio nació la Nochebuena de 1995, ésta es la noche en que cumple su mayoría de edad.

Las vidas de los personajes de las dos películas eran vidas si no espantosas, sí penosas. Vidas de gente pobre. La pobreza en
Los lunes al sol
era vencida por la amistad. Porque en esa película la amistad entre los desempleados, entre los desamparados, era casi un tema místico. En las vidas que narran las dos películas los desdichados podrían sentirse acompañados. Le parecía a Corman que la historia del cine español estaba llena de personajes fracasados. El fracaso social o el fracaso individual. El Gran Fracaso General, como una locomotora histórica: los parados de
Los lunes al sol
eran la carne de cañón de siempre y los chiflados de
El día de la bestia
simbolizaban la locura personal como la única salida ante la desgracia de ser pobre. Pensó Corman que las dos películas dibujaban un país llamado España. Se quiera o no se quiera reconocer, eso es así. Ningún intelectual español admitiría tal teoría, la teoría de que aún se pueda seguir representando España, pero él podía esbozarla porque estaba solo en la Nochebuena del año 2013 y era como si ya todo diese igual. El último intelectual español en estar solo una noche como ésa fue el desdichado y suicida escritor del siglo XIX Mariano José de Larra. Al fin y al cabo, Corman era un hispanista moscovita y conocía muy bien la historia de la literatura española. Y la historia del cine español era hija de la historia de la literatura española. Luis Buñuel era el hijo bastardo de Fernando de Rojas y de Calderón de la Barca. Siguió inspeccionando la barriga de Javier Bardem, detenida la imagen.

De repente, Corman pensó que Larra no había existido nunca, que Larra era, en realidad, una superstición, o tal vez un extraterrestre. Larra escribió
La Nochebuena de 1836,
que sin duda es el texto fundacional de los estados hispánicos fracasados. Corman pensó que pronto dejaría de existir el siglo XIX. A Corman Martínez le gustan los grandes temperamentos filosóficos, las locas hazañas del pensamiento desubicado. Larra y él, Javier Bardem y Santiago Segura, Tolstói y Dostoiesvki. Se acordaba de las fotos de Dostoievski que vio hace años en Moscú, en una exposición sobre la vida del escritor.

Miró Corman ahora los dos relojes que había comprado. El Swatch rojo estaba al lado del DVD que proyectaba
Los lunes al sol
y el Fossil azul al lado de
El día de la bestia
. Una era una película de izquierdas y la otra era una película de derechas. Una pretendía analizar la realidad, la otra ensuciarla. Corman, al hacer este análisis mental, se sintió él también catedrático; no catedrático de Teología como el protagonista de
El día de la bestia,
sino catedrático de Metafísica como José Ortega y Gasset, o como Martin Heidegger.

Las dos películas tenían guiones francamente brillantes. A Corman le gustaban los diálogos de
Los lunes al sol
. Decidió meterse dentro de esa película. Ser un contertulio más del bar La Naval. Entró en el bar y allí estaban Santa y Amador. Corman sabía que a Amador le quedaba muy poca vida. Estuvo hablando un rato con él. Amador lo miraba con recelo. Santa también lo miraba con recelo. Todos los contertulios de La Naval lo miraban con recelo. El recelo es el gran sentimiento de los pobres alcoholizados. El alcoholismo es el único paraíso de los pobres. Después, Corman salió de La Naval y se fue a dar una vuelta por Vigo, que es la ciudad española donde está rodada
Los lunes al sol.
Finalmente, se cansó de vagar por Vigo y decidió regresar a su habitación del Hostal Irene. Los tiempos no son los mismos. Una hora metido en una película son diez segundos metido en la realidad, por eso cuando Corman Martínez regresó de pasear por Vigo tan sólo habían pasado cinco minutos en la realidad.

En su habitación del Hostal Irene todo seguía igual. Se sentó, de nuevo, en medio de las dos películas.

Deseó meterse dentro de la película
El día de la bestia,
como un personaje inesperado, cuyo objetivo fuese servir de ayuda al catedrático de Teología Ángel Berriatúa en su búsqueda del Demonio. Pensó en llevar a Amador hasta
El día de la bestia
y en llevar a José María (Santiago Segura) a
Los lunes al sol
. Hacer un intercambio, un trasvase de personajes de las dos películas. Pensó en generar el caos argumental: que Santa y Amador y todos los demás personajes de
Los lunes al sol
se dedicasen a contactar al Demonio en el día de su nacimiento en la Tierra y que los tres protagonistas de
El día de la bestia
buscasen trabajo. Que el profesor Cavan, y José María y el catedrático de Teología tuvieran como objetivo final de sus vidas encontrar un trabajo. También él, Corman, debería buscar un trabajo, o, en su defecto, al Demonio. La búsqueda de trabajo y la búsqueda del Demonio tienen el mismo matiz utópico en España. Entonces cayó en la cuenta de que los personajes de las dos películas buscaban lo mismo. El trabajo es maligno, y el Maligno nos da trabajo. Compuso ecuaciones conceptuales en su cabeza iluminada. Se trataba de la misma búsqueda. Cabía inferir que
Los lunes al sol
y
El día de la bestia
eran la misma película, desde un punto de vista moral o filosófico. Desde un punto de vista hegeliano.

Other books

The Score by Howard Marks
Ghost in the Wires: My Adventures as the World’s Most Wanted Hacker by Mitnick, Kevin, Steve Wozniak, William L. Simon
An Enemy Within by Roy David
Dewey by Vicki Myron, Bret Witter
Nightwalker by Allyson James
Submissive by Anya Howard
The Bronski House by Philip Marsden
Obsession Falls by Christina Dodd