«Os recuerdo que los hombres y las mujeres morían, es decir, desaparecían de la realidad después de vivir unos pocos años, cantidades de tiempo insignificantes.»
Año 22011. El descubrimiento en la Galaxia Shakespeare de un manuscrito,
Los inmortales
, suscita el interés y la indignación de los estudiosos de aquella lejana galaxia: seres perfectos, descendientes de los humanos, pero inmortales. A medida que los shakesperianos descifran el manuscrito, ven amenazada su certeza de que el humano terrestre vivió en un invierno de la evolución, azotado además por la miseria, la enfermedad y la muerte.
Pero ¿qué puede contener el manuscrito que aconseje su destrucción inmediata? En
Los inmortales
se describen las extravagantes andanzas de unos personajes elegidos para la inmortalidad: Manuel Vilas, que va a asistir a una reunión de poetas en la Luna en el año 2040; Ponti (de Pontífice, en referencia al papa Juan Pablo II), que viaja con Mother T (la madre Teresa de Calcuta); Pablo y Vin (Picasso y Van Gogh); Saavedra, protagonista de esta historia, un ser vitalista y poliédrico que esconde la inmortalidad del mismísimo Miguel de Cervantes; y el inolvidable Corman Martínez, el último comunista.
Con una estética posmoderna en la que la alta cultura se degrada y en la que son inseparables lo cómico y lo trágico, lo solemne y lo patético,
Los inmortales
construye, por medio de la imaginación y el sentido del humor, una defensa contra todos los temores derivados de la condición humana.
Manuel Vilas
Los inmortales
ePUB v1.0
Dirdam23.04.12
Cubierta: Jesús Acevedo
Editorial: Santillana
Publicación: 18 de enero de 2012
ISBN: 978-84-204-1040-1
Amigos míos, queridos colegas, hombres de ciencia, hombres y mujeres de la verdad, todos nosotros somos profesionales del estudio de la Tierra. A todos nos apasiona el conocimiento científico de lo que fue el Ser Humano, nuestro ilustre y célebre antepasado. Sentimos esa devoción por la raza de los hombres y de las mujeres que habitaron la Tierra antes del Éxodo. Al fin y al cabo, la Tierra fue nuestra casa hace miles de años, el lugar del verbo inteligente. Nos esforzamos en conocer aquella antigüedad que no deja de asombrarnos a cada descubrimiento. Tenéis que estar preparados para lo que vais a leer a continuación. La inmortalidad fue una vieja aspiración quimérica de la raza humana en aquel estadio evolutivo.
Os recuerdo que los hombres y las mujeres morían, es decir, desaparecían de la realidad después de vivir unos pocos años, cantidades de tiempo insignificantes. En ese breve tiempo los seres humanos construían sus vidas, sus matrimonios, sus descendencias, y luego se desintegraban, se destruían, ya no estaban, dejaban de ser. Se enamoraban y luego sucumbían, desaparecían como lágrimas en la lluvia. Y sus vidas se convertían en ficción, o en menos que eso. Inconcebible, pero era así. Era la muerte, ese clásico de nuestros estudios arqueológicos, como bien sabéis, pues sois arqueólogos ilustres.
Si algo desafía a nuestra inteligencia es pensar que alguna vez existieron corazones desbordados, como los nuestros, y que esos corazones tuvieron que renunciar al cultivo de los lujosos atardeceres interestelares. Nuestros placeres son, como bien sabéis, el fruto de las inteligencias sucesivas, y nuestro poder es eterno o inalterable. Poder y placer de los que todos nosotros estamos ungidos. Nuestro resplandor es indestructible e ilimitado. No siempre fue así, aunque parezca imposible, doloroso y turbio. Y, sobre todo, injusto. Sólo la inmortalidad acabó con la injusticia. Hubo un tiempo en que no existía la felicidad. Un tiempo de hierro y de oscuridad. La edad de la comedia y de la risa destructiva. La edad de la muerte y de la nada. La edad del sufrimiento y del castigo. La edad de la deformación, la distorsión y la tortura pactada.
Yo estaba convencido de que esa aspiración a la inmortalidad de la raza humana tenía un componente dramático, religioso y de elevada filosofía idealista desde sus orígenes más remotos y que esa aspiración había alimentado la parte más noble del corazón de los hombres. Y ése es el fundamento teórico de nuestra clásica arqueología terrestre desde antiguo. Nuestra hipótesis a la hora de afrontar la teoría general de la arqueología terrestre siempre fue que los antiguos habitantes de la Tierra tenían la aspiración a la permanencia como utopía y como deseo ferviente, y eso los convertía en seres maravillosos, en dignísimos antepasados nuestros. Eran mortales, pero nobles. Y su deseo de inmortalidad era digno y bueno.
Todos los más remotos documentos históricos, filosóficos y literarios reflexionaban sobre la inmortalidad como aspiración de hondo calado humano, religioso y moral. Y tal certeza fundamentaba nuestros estudios y nos reconciliaba con la edad oscura. El dolor que nace de la conciencia del acabamiento del cuerpo nos conmovía cuando nos enfrentábamos a nuestros arduos estudios arqueológicos. Veíamos, con ternura, a esos seres humanos víctimas de la desaparición o de la muerte; los veíamos con desolada solidaridad. El deseo de permanecer, de no morir, visto en esas criaturas mortales nos iluminaba y nos ayudaba emocionalmente en nuestras reconstrucciones del pasado.
Por eso, este manuscrito encontrado en una reciente y ultimísima exploración terrestre de cuyos detalles tenéis todos los pormenores en la carpeta que os acabo de entregar —allí se explica la localización exacta de las ruinas funerarias en donde fueron halladas estas páginas— debe ser destruido. Este manuscrito incendiario es una siniestra novela, por llamarlo de algún modo, porque más que novela, parece un tratado de terror. Vayamos al grano, este manuscrito se titula
Los inmortales
. Creíamos saberlo todo, enteramente todo acerca de la vieja aspiración de la especie humana a la permanencia, a la deificación, a la gloria, a la majestad, a la bondad inacabable, hasta leer esto.
Respecto al manuscrito, lo primero que se observa es que no está completo, que lo que nos ha llegado es una mínima parte. Se han perdido demasiadas páginas. Creemos que se trataba de una novela de saga, seguramente un
best-seller
de la época, que enriquecería miserablemente a su autor. Acordaos del «capitalismo», ese corpus economicista de nuestra vieja arqueología. Muy probablemente, este
best-seller
fuese llevado al cine. Se contaba la historia de unos cuantos personajes sombríos, sus amores y sus tratos prostibularios con la inmortalidad. Entre ellos, un tal Saavedra, completamente desconocido para nosotros.
No es, en absoluto, una desgracia el que se hayan perdido esas miles de páginas sino una gran suerte. Como veréis, este manuscrito contiene historias de diferentes personajes unidos por el fantasma de la inmortalidad, creo que esto ya lo he dicho. Parece ser que otros entes de ficción de
Los inmortales
existieron en alguna realidad remota, eso pensamos de los llamados Jerry, Dante, Nefta, Vírgil, Ponti, Pablo, Vin, Corman y Fede; puede que fueran escritores contemporáneos del autor —algunos tal vez fueran pintores—. Imaginamos que serían artistas fracasados.
Respecto a otros personajes, creemos, son ficción pura, como ese sujeto llamado Stalin y otro llamado Hitler, de cuyos nombres no hay noticia alguna en ninguna parte; son, pues, estrafalarias invenciones de un escritor al borde de la locura. Pudiera ser, no obstante, que los nombres de Stalin y Hitler fueran seudónimos de personajes famosos de aquella civilización. Tal vez estrellas de cine o aquello que se llamó premios Nobel de la Paz o de Literatura. Da, profundamente, lo mismo.
Imaginamos que en la obra completa la trama sería cristalina, narrada con endiablado pulso literario. He llegado a pensar en la posibilidad de que la obra original fuese un cantar épico subversivo, o más bien una novela de caballerías invertida. El final de
Los inmortales
parece que contiene una intervención de algún ídolo adorado en esa época, como ese San Gabriel con que termina el manuscrito. Mejor ni imaginar cómo sería la trama, aunque, como sabéis, podríamos hacerlo a través de permutaciones lingüísticas, pero no vale la pena. A nosotros sólo nos han llegado estos retazos, estos fragmentos sin decoro, estos pedazos de carne corrompida.
Creemos que uno de los personajes que aparece en el manuscrito es el propio autor. Un ser más inmoral que inmortal que pertenecía a un país llamado España; de ese país tenemos noticias virtuales, sí, pero muy vagas, muy deterioradas y muy tristes y muy endebles, proporcionadas por las condensaciones de estructuras lingüísticas en el ADN de algunos cráneos humanos, condensaciones que arrojan la hipótesis de una lengua conocida como «el español». Esta hipótesis se confirma con el hallazgo de este manuscrito, pues creemos que la lengua en que está escrito es «el español». Vosotros, naturalmente, y ni que decir tiene, lo leeréis en lectura simultánea y en descodificación global y abierta, con transmutación de estructuras lingüísticas concretas en estructuras de pensamiento universal. Acordaos de los manuales de la vieja arqueología, cuando se afirmaba que en las sociedades de la Tierra la estructura política se imponía sobre la vastedad del globo terráqueo. Este manuscrito insiste hasta la náusea en esa vieja doctrina: la energía política —negra y criminal— invadiendo la hondura inmortal de la naturaleza. No vamos a investigar esto. Lo entenderéis enseguida: son una obra y un pensamiento inasumibles. Sólo vosotros, en vuestra calidad de líderes científicos y políticos, leeréis el manuscrito y luego será destruido. Cuando leáis el manuscrito, comprenderéis de manera contundente, violenta y amarga las razones por las que debe ser anulado, quemado y olvidado. De estas nauseabundas páginas se desprende la idea de que antes de nosotros hubo inmortales, aunque eso sería lo de menos. El horror y el terror de estas páginas estriban en que alguien pensó que la inmortalidad era cómica y grotesca y digna de parodia e incluso indeseable. Alguien pensó que nuestro mundo no valía la pena, alguien nos pensó como fantasmagoría, como abominación y como pecado.
La risa y la ambigüedad, la comedia y la banalidad, ése es el vacío de estas páginas. La duda y el insulto, la crueldad y la violencia, eso hallaréis en el pensamiento del autor de estas páginas. Todo eso que ya no forma parte de nosotros, todo aquello que no debe ser recordado porque nos retrotrae a la humillación y a la sangre y, sobre todo, nos retrotrae a aquel espacio y tiempo en que existía la política. Eso es lo malo de estas páginas: la enferma mezcla de inmortalidad y política, inmortalidad y libertad de mercado, espiritualidad y capitalismo de empresa multinacional. Podemos soportar la política a la hora de conformar nuestra teoría arqueológica sobre la Tierra. Tenemos cientos de manuscritos con ese tema. Pero jamás toleraremos este mestizaje hediondo de política e inmortalidad.
Nosotros somos bellos, grandes y trágicos. Somos ascendentes y somos una procesión que inunda el Universo. Somos el sentido de la alegría más allá de la materia. Somos —me gusta repetirlo— bellos, grandes y trágicos. En estas páginas aparecen seres humildes, bajos, cómicos y perdidos en una sucia inmortalidad. Aparece la inmortalidad al alcance de cualquiera, aparece la inmortalidad degradada. Aparecen artistas rotos y anónimos, seres execrables en medio de la alienación. Aparece la alienación como único comprobante de la realidad. «Si estás alienado, eres real y existes», tal es el dogma de esta teología. Y aún peor: «si no estás alienado, es que estás muerto».