Piensa Vilas que la experiencia no da la libertad. Sigues haciendo lo mismo pese a que sabes que vas a dejar de hacerlo en breve tiempo, en muy breve tiempo. Porque no se puede hacer otra cosa. Pero le vendrán muy bien los euros que le van a pagar por esta lectura y por esta promoción. Está muy bien pagada esta lectura de sus poemas. Mejor no decir cuánto. Es un escándalo que paguen tanto. Se ha hecho los análisis médicos correspondientes. Y los médicos le han dicho a Manuel Vilas, al casi octogenario Manuel Vilas, que sí, que puede. Que haga el viaje con cuidado, que no se exceda en las comidas y en las emociones, y le han recetado unas pastillas especiales para este tipo de viajes. Es verdad que podría haberse pagado el viaje sin necesidad de ese exhibicionismo occidental, ya casi decrépito. No cuesta tanto. Se lo podría haber pagado como un turista más. Ya se han fletado casi treinta viajes turísticos a la Luna, y la seguridad y el éxito están garantizados. Algún amigo suyo escritor se lo ha reprochado en la intimidad, le ha reprochado que se prestase a esa mascarada de enviar a los siete mejores poetas de la Tierra a la Luna, pero Vilas sabe que esos reproches acaban siendo fruto de la envidia. Hay una conjunción extraña en el pensamiento de Vilas: la alegría del viaje, la alegría del dinero y la posibilidad de que, finalmente, consiga enamorar a alguien en el acto al que va a acudir dentro de unos momentos. Enamorar a alguien, como cuando era joven.
Ha vuelto a llamar a la compañía, ahora, en este instante, cuando sólo quedan veinte minutos para que vengan a buscarlo, para que le lleven a una sala llena de gente que quiere escuchar sus poemas y que quiere que les hable del viaje a la Luna, que comente algo de sus colegas internacionales: algo de la poetisa rusa, algo del premio Nobel francés, algo de la italiana, heredera de Dante, que diga cosas, que hable de la Luna, que explique qué se siente al saber que van a ser los primeros poetas de la Historia en pisar la Luna. Les ha preguntado a los de la compañía si conseguirá dormir bien, si se duerme bien sobre la Luna, y les ha recordado —cosa que constantemente hace su hija Valentina— que él es el escritor de más edad, de bastante más edad, de la expedición, y recordarles y enfatizar este asunto le ha resultado humillante, pero más humillantes son la muerte y el dolor. Sí, le han asegurado, sí, si toma las pastillas que le han prescrito. Ha vuelto a preguntar por los efectos secundarios de las pastillas. Vilas sigue amando su vida, no le gusta sufrir, ni le gusta el insomnio, ni tolera la más mínima molestia, porque es imperdonable la más mínima molestia, y esto último piensa Vilas que es un triunfo absoluto del capitalismo sacralizado. Los de la compañía Selene Trips le han dicho que no había efectos secundarios. La directora de Selene Trips, Madonna Ruiz de la Prada, ha hablado personalmente con él. Le ha dicho: «Señor Vilas, soy una devota de su obra literaria, y he de decirle que he preparado su viaje a la Luna con el máximo empeño, con la máxima meticulosidad; sé que usted, amado poeta, va a ser feliz allá arriba; se merece estar allí, al lado de los ángeles, si es que existen los ángeles (ha habido risas en este momento)». Vilas se ha preguntado que qué tal estaría la Madonna esta. No obstante, las palabras de Madonna Ruiz de la Prada le han resultado inquietantes. Y que le llamara «amado poeta» le ha resultado asfixiante y sospechoso. Igual quieren asesinarle, hay lectores locos por ahí. Una vez, hace unos años, Vilas visitó a la célebre vidente francesa Annie Ernaux (había sido también escritora). Annie era una anciana entonces, pero la videncia era su nuevo don. Annie se tomó un whisky con Vilas y luego cogió sus manos en la famosa (famosa entre los espiritistas) habitación azul de su casa de Niza, que era donde ella trabajaba. Ernaux se asustó mucho con lo que vio. Le dijo que veía la obra de Vilas editada más allá de la Tierra. Había visto un libro de Vilas leído por una criatura que no era humana. Que la criatura extraterrestre leía el español a la perfección y que dicha criatura se aprendía un poema de memoria del propio Vilas. Y Ernaux entró en trance entonces y consiguió arrebatar a la criatura extraterrestre el poema de Vilas que estaba leyendo, y lo recitó bajo un estado inconsciente. Ernaux le dijo que podía ver la cara del extraterrestre que estaba leyendo el poema. Era una cara de color azul y esto estaba ocurriendo en el año 756.234 después de Margón, y que Margón equivalía más o menos a Cristo. Sólo que Margón era una mujer. El margonismo se equipararía
mutatis mutandis
al cristianismo. Había que tener en cuenta que Margón, en vez de morir en la cruz, murió electrocutada. Y que Margón también resucitó al tercer día. Ernaux temblaba. Bebieron más whisky. Vilas le preguntó a Ernaux si el extraterrestre entendía la soledad humana, característica temática del poema de Vilas que el extraterrestre estaba leyendo. Ernaux le dijo que no es que la entendiese, es que la hacía suya. «Es un grado de solidaridad con la literatura y con el arte que no conocemos», dijo la Ernaux. Vilas se quedó fascinado, pues era fascinante tener lectores más allá de la Tierra. Y era evidente que esto acabaría ocurriendo. Ernaux, como si hubiera oído sus pensamientos, le dijo a Vilas que era uno de los pocos poetas españoles que había accedido al mundo extraterrestre. Había otros dos: Jorge Manrique y Federico García Lorca. «Tu lector extraterrestre te está invocando cada vez que te lee; prácticamente, querido Vilas, tienes una vida garantizada más allá de la Tierra», dijo Annie. Annie y Vilas hablaron mucho rato, bebieron bastante y discutieron apasionadamente sobre una nueva dimensión de la literatura más allá de nuestra galaxia, sobre un futuro en el que la literatura extraterrestre y la literatura terrestre interaccionasen, sobre el desvanecimiento del concepto de historia de la literatura universal, sobre los nuevos simposios y congresos y seminarios que analizarían y estudiarían las literaturas intergalácticas, sobre las nuevas cátedras de universidad especializadas en poesía extraterrestre. Vilas preguntó a Ernaux por los derechos de autor en el mundo extraterrestre. Pero Ernaux se quedó dormida en ese momento, por efecto del whisky.
Entiende Vilas que su próximo viaje a la Luna ha motivado este remoto recuerdo de aquel día en que Annie Ernaux le dijo que las mentes extraterrestres adoraban su literatura. Pero esa adoración, de qué sirve, piensa Vilas, es decir, de qué sirven los grupis extraterrestres. El concepto de lector es un concepto terrestre y occidental. Qué puede hacer un extraterrestre con la poesía de Vilas. ¿Enamorarse de Vilas? Y eso qué significa.
Vilas está feliz con este viaje. Quiere ver la Luna. Ya no es una novedad, pero va a ser un privilegiado, no todo el mundo puede acceder a un viaje así. Piensa en qué pensaría su padre si supiese que va de viaje turístico-literario a la Luna. Le gustaría podérselo decir a su padre. Padre, tu hijo va a la Luna. Pero ya no se acuerda de su padre, ni sabe si en realidad tuvo un padre alguna vez. Sin duda, su padre tendría que estar orgulloso de él, pero el orgullo por lo que hace un hijo también tiene unos parámetros históricos muy determinados, en consecuencia sería difícil que su padre encontrase ese viaje como un motivo de orgullo. No entendería nada. El concepto de prestigio es cambiante. Todo fue una idea de la esposa del nuevo presidente de los Estados Unidos. La esposa del presidente ama la poesía. Lo hace público siempre que puede. Es una apasionada de la poesía. Es una amante loca de la poesía de Walt Whitman. Es ella la que ha financiado un viaje a la Luna para los poetas más prestigiosos de la cultura occidental. Irán siete poetas. Un poeta norteamericano. Un poeta francés. Un inglés. Un alemán. Un italiano. Un ruso. Y un español. Y Vilas es el español. Al principio del proyecto, se barajó la posibilidad de que fueran dos poetas norteamericanos. En cuanto al caso de la poesía en español, cabe mencionar que hubo un gran poeta argentino que a punto estuvo de imponerse en las votaciones finales sobre el candidato español. Vilas pensaba que perdía su viaje a la Luna, pero a la postre contó con el voto de un crítico literario alemán, que vio en la poesía de Vilas un enaltecimiento de la materia muy superior al expresionismo subjetivo e irracional del poeta argentino. Dijo el crítico que Vilas estaba más preparado para la épica, y que la misión de «los siete dioses» era eminentemente épica.
La primera dama quiere que los siete poetas escriban un poema a pie de Luna. Quiere siete poemas en siete lenguas que hablen de la Luna en su más plena realidad, en su exactitud completa. Por fin la poesía hablará de la Luna desde la Luna. Ya no habrá metáforas ni símbolos, sino realidad. Tres mil años de poesía que sólo soñaba o inventaba o fantaseaba con la Luna caerán desvanecidos como sombras el mes que viene, cuando la flota de los siete mejores poetas del planeta alcance la Luna. La expedición se llama «los siete dioses». La presidenta de la Juan Carlos I ha insistido en que el traje espacial de Manuel Vilas lleve el anagrama de la institución. Esta tarde, después de la lectura de sus poemas, la presidenta hará público ante la prensa cultural española e internacional el diseño del traje espacial de Manuel Vilas. Cada país se ha tomado el diseño del traje espacial muy a pecho. Se han filtrado a la prensa fotografías de los modelos rusos. Todas las naciones implicadas han hecho del diseño del traje espacial de su poeta una cuestión de Estado. Se especula sobre el carácter excepcional que tendrá el diseño del traje de Italia. La primera dama ha hecho declaraciones muy expresivas: «La Luna será conquistada por la poesía; la humanidad está unida, forma un solo cuerpo, y ese cuerpo es el cuerpo de la poesía; el viaje de los siete dioses representa el instante inaugural de la nueva alianza de naciones; sabíamos que este momento estaba inscrito en el espíritu de la poesía, desde Homero; creo que el espíritu de la Grecia clásica, el espíritu homérico, alcanzará su máximo esplendor cuando los siete dioses pisen la Luna».
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Verá la Tierra desde la Luna, verá la danza de los hombres sobre los mares y las montañas, la danza inexistente. No verá ni a su padre ni a su madre ni a su perro Golo porque ya no existen, porque no existieron nunca. Intuye Vilas que la percepción del tiempo pasado cambiará, tiene que cambiar. Tiene que haber una forma de entender el pasado que sea respetuosa con la propia inexistencia profunda del pasado. Tendrá que haber una tecnología del tiempo, que supere la ficción de la Historia. Por otra parte, Vilas, una vez que pise suelo lunar, se verá obligado a creer que existe la Luna. Tendrá que creer que existe la Tierra, pues la verá allá lejos, como un globo inerte, insípido, azulino, perdido, irresponsable, inconsciente. Ése es el gran misterio de la materia: su irresponsabilidad. La irresponsabilidad va más allá del nihilismo. La irresponsabilidad introduce la luminosidad de la fiesta, de las fiestas inertes. Tendrá que creer que existe el propio Vilas, allí, caminando sobre la Luna, cogidos los siete dioses de la mano, los siete poetas inmortales, saltando los siete dioses en sus siete trajes espaciales de diseño, dando juguetones pasos sobre la Luna, pasos que serán retransmitidos al mundo entero, a todos los programas culturales de las televisiones del mundo.
Corre el año 2011 y Corman Martínez, un ruso imprevisible, un ruso que vive en Málaga, cuyo abuelo y padre eran españoles, es víctima de severos trastornos mentales. Va montado en una ambulancia que recorre una urbanización malagueña de segundas residencias. Hay un cielo azul intenso, sin una nube. Corman mira el cielo desde la ventanilla de la ambulancia.
Corman Martínez ha vivido en los últimos años medio escondido, en una urbanización de las afueras de la ciudad de Málaga, llamada Urbanización Pablo Picasso, porque Picasso había nacido en Málaga. El psiquiatra malagueño Juan Francisco Ferré le diagnosticó a Corman Martínez una esquizofrenia con componentes obsesivos. Fue en 1993. Le recetó el célebre antidepresivo Prozac. Decidió tratarle solamente los síntomas compulsivos y depresivos, pensando que los síntomas esquizofrénicos descenderían en intensidad cuando el paciente saliese de su depresión. Ferré pensaba que Corman padecía una «locura inteligente, una locura crítica», y eso le apasionaba como psiquiatra. Corman Martínez llegó a España en 1990, procedente de Moscú. Se hizo pasar por uno de esos rusos enriquecidos de repente por la caída de la Unión Soviética, aunque eso no era del todo mentira. Hablaba español porque su familia soviética era de origen español, una familia de exiliados de la Guerra Civil, que consiguieron puestos de responsabilidad en el Partido Comunista de España y ascendieron con el estalinismo. Corman Martínez, en 1990, sintió la llamada de España. Durante toda su infancia y adolescencia había oído hablar de España. Corman Martínez había estudiado literatura española en la Universidad de Moscú. Era un hispanista aceptable. Se había especializado en el escritor español del siglo XIV Juan Ruiz, más conocido como el Arcipreste de Hita, cuya obra llegó a fascinarle. Llevaba en su cartera una fotocopia arrugada de una imagen del Arcipreste. Esa fotocopia con el Arcipreste tenía un valor muy especial para Corman, era como un amuleto.
Nada más aterrizar en el aeropuerto de Barajas en febrero de 1990, Corman Martínez tuvo como una iluminación, intuyó que los restos óseos del Arcipreste, aunque a escala microscópica, aún tenían que perdurar en alguna parte de la inmortal España. En su primera noche en un hotel madrileño de la Gran Vía apagó esa horrible iluminación ósea con la fornicación, la comida y el alcohol. Se alojó en una suite. Era una noche violeta de 1990. Corman Martínez salió a la terraza y contempló Madrid. Llamó por teléfono a recepción y encargó una paella, un mito gastronómico de su infancia y adolescencia soviéticas. Corman quería conocer la prostitución y el lujo occidentales, así que llamó a un teléfono de contactos y eligió en función de los precios. Manuela, así se llamaba la travestida (le aclaró que era su nombre artístico), llegó al mismo tiempo que un camarero entraba la paella en la habitación. Corman le pidió a Manuela, antes de mediar otra palabra, que salieran a la terraza. No hacía frío pese a que era invierno. Una rara noche de febrero que cambiaba de violeta a naranja.