—Cuando la carrera termina, termina la realidad —concluyó SA.
Y SA se echaba a reír, como hacía siempre que decía algo importante, algo amasado en su experiencia del tiempo, en su innecesaria experiencia del tiempo.
—Bien, Jerry, dime qué te ha dicho el camarero —preguntó SA.
—El camarero dice que se ha alojado en el hotel, en dos suites del hotel, un importante señor norteamericano, ya jubilado, muy jubilado. El señor norteamericano está de vacaciones y es negro. He pensado que podrías matarlo como mataste al Drago, con el mandoble, clavarle el mandoble como se lo clavaste al Drago, robarle la inmortalidad como se la robaste al Drago.
—¿Sabes seguro que es un inmortal? —preguntó SA—. A veces sólo son fanfarrones y paso de matar a niños vanidosos.
—Lo es, es un inmortal —confirmó Jerry.
—Por cierto, Jerry, ¿cómo llevas mi biografía? —preguntó SA.
—Llevo escritos tres mil folios —aclaró Jerry.
Jerry sacó de su bolso de mano un pen y le dijo a SA que llevaba los tres mil folios en el pen, que si quería verlos en el ordenador portátil. SA dijo que él leía muy mal en pantalla de ordenador, que prefería leer su biografía en texto impreso. SA le recordó a Jerry la importancia de los detalles.
—No te dejes nada, conviene que lo narres todo con pormenor, para eso estás a mi lado, querido amigo —dijo SA.
Jerry aseguró que sus tres mil folios incluían también estupendo material gráfico, fotos de todos los tiempos, la alegría de SA esparcida en cientos de fotos. A SA le gustó esa frase: «La alegría de SA».
—Jerry, tío, por ahí vas de puta madre, me refiero a lo de la alegría; porque el mundo es negro y yo lucho porque acabe convertido en algo blanco, creo que el poeta mexicano Octavio Paz también buscaba lo blanco; bueno, no me hagas mucho caso, me encuentro muy feliz ahora, sería capaz de resucitar a un mamut —dijo SA.
Y SA se echó a reír.
—El poeta Octavio Paz ha sido un ejemplo moral para México, ¿no lo crees, Jerry? Su biografía está bien, en ella hay varios viajes a la India, y eso es bueno, como en la mía hay viajes a Nápoles y a Argel. Estos adornos son indispensables en la vida de un inmortal, y especialmente en la vida de un inmortal artista; por otro lado, tengo la sospecha de que México está muy necesitado de ejemplos, de vidas ejemplares, todo lo que tiene que ver con lo que yo fundé está muy necesitado de ejemplaridad, por eso intitulé así uno de mis libros; pero este Paz, madre mía, tío, qué bien le fue en vida, a mí me fue mucho peor, y eso duele, pero yo nunca escribí contra la vida —dijo SA.
Luego se pusieron a hablar de las impresoras del mercado. SA dijo que él tenía una láser marca Samsung ML-1640 y que le iba muy bien. Dijo que antes había tenido una Samsung ML-1610, y que cuando compró la ML-1640 creyendo que mejoraba de impresora se llevó un chasco considerable, porque en realidad era mejor la ML-1610. Desde entonces no se fía de los números ascendentes. No se fía de que un modelo sea superior a otro por el simple hecho de tener un número más alto. Desde entonces aumenta su perplejidad ante todos los electrodomésticos supuestamente ascendentes en la escala evolutiva. SA dijo que un escritor estaba obligado a tener una impresora láser si quería llegar a escribir algo que mereciese la pena. Dijo que él llevaba quemadas muchas impresoras, que cuando una impresora desfallecía, él, siempre, antes de tirarla, le dedicaba una oración, porque las máquinas tienen espíritu, lo que pasa es que la gente no lo sabe ver, tienen el espíritu que emana de nosotros, como los perros, que son seres mayores, magos de última generación. Jerry le preguntó a SA si sabía de la existencia de un cementerio de impresoras. SA dijo que sí, que él era uno de los fundadores de los cementerios de impresoras. Jerry dijo: claro, ya lo sabía, no en vano soy tu jodido biógrafo. SA dijo: y eres bueno, eres un biógrafo de los buenos; hay muchos biógrafos malísimos; biógrafos que acompañan a grandes inmortales y que resultan ser muy malos escribiendo las biografías de sus señores. Hay hasta biógrafas, y eso sí que es un problema, tío, porque esas mujeres se acaban acostando con sus señores, y luego es terrible, ellas envejecen y mueren… Chillan en mitad de la noche, gritan frases como ésta: «No hay crema de Kanebo que frene esta devastación», pero el amor, Jerry, el amor es la gasolina de la materia, es el espasmo, el motor de arranque.
SA, Jerry, Manoli y María Antonia cogieron el Mercedes y se fueron a la playa de Las Teresitas, al lado de Santa Cruz. SA dijo que la palabra Cruz, como no podía ser de otra forma, era una palabra fundadora de cosas, especialmente en Tenerife: Puerto de la Cruz y Santa Cruz. La Cruz era un Puerto y era una Santa. Puerta y santidad iban unidas. Qué bien, dijo Manoli. Soplaba un viento fuerte en la playa de Las Teresitas. SA no dejaba de besar a Manoli todo el rato. Parecían dos novios de quince años: todo el rato enganchados. Era maravilloso bañarse en esa playa, porque era una playa construida especialmente por el hombre: unas rocas impedían que el oleaje llegase con fuerza a la orilla. SA miraba el inmaterial, inexpresivo, inhumano y por tanto nauseabundo cielo desde el agua, llevaba cuatrocientos años mirando esas cosas. Luego se fueron a un chiringuito y pidieron una sangría y Boca-Bits. A María Antonia le encantan los Boca-Bits. Jerry sabía que SA necesitaba distraerse un poco, antes de enfrentarse a la dura tarea que le esperaba.
SA le pidió a Jerry que le hablara del negro al que tenía que matar.
—Es un negro ancestral, estaba aquí antes que nosotros, es uno de los discípulos de Cristo; ahora usa el rostro de un actor de cine americano, un actor llamado Sidney Poitier, pero es él, Judas Iscariote, un inmortal como tú. Va buscando negros ilustres a lo largo de la Historia y toma sus rostros. No es cualquier cosa esta hazaña que te espera. De hecho, es una hazaña gigantesca, cósmica, arquetípica —dijo Jerry.
—¿Ese Negro es el Mal, la Injusticia, el Daño a los oprimidos, el daño a los otros Negros si es que hubiere otros Negros? —preguntó SA.
—Sí —contestó Jerry con contundencia.
Al día siguiente, al anochecer, SA le cortó el cuello a Sidney Poitier con el oxidado mandoble de Carlos V. Fue mientras Sidney paseaba por los jardines del hotel. Sidney le habló:
—Hola, SA, te estaba esperando; sabes, SA, me encanta Obama. Cuando quieras. Qué maravillosa está hoy la noche. Ya sólo soy un actor jubilado. Hazlo ahora, SA. Qué gran noche para abandonar estos dos mil años inesperados.
Jerry, al rato, estaba en la habitación escribiendo en el ordenador de SA la hazaña de su señor. La contó con pelos y señales. Bajó de Internet una foto de Sidney Poitier.
Jerry esperaba que SA le mordiera esa noche. Pero SA se puso melancólico después de haber acabado con Sidney. SA dijo: Sidney me estaba esperando, me esperaba con ansiedad.
SA salió a la terraza y miró hacia el Puerto de la Cruz.
—Qué noche tan maravillosa, la atmósfera lo envuelve todo, yo creo que Sidney ya no era real; de hecho, cuando le he clavado la espada he tenido la sensación de que estaba acuchillando el aire, la roja atmósfera de átomos enamorados de nada. Llámalas, llama a las chicas, Jerry, llámalas, tío, necesito mucho amor esta noche —dijo SA.
—Lo que tú quieras, SA, lo que tú digas —dijo Jerry mientras grababa el texto en donde se relataba cómo el gran Saavedra había dado término a una descomunal aventura.
Vinieron las chicas y los cuatro se pusieron a bailar. Colocaron un cedé de Joy Division en el ordenador de SA, y comenzaron a bailotear discretamente. Estaban muy pálidos los cuatro aquella noche. Sonaba todo el rato
Love Will Tear Us Apart,
y las chicas se pusieron moradas de coca, que había traído una de ellas. Luego el hotel se llenó de policía. Habían encontrado decapitado a un actor norteamericano, pero Jerry ya lo había dispuesto todo y la espada viajaba hacia Marruecos en la apestosa sentina de un pesquero, porque Marruecos era el próximo destino, donde SA continuaría matando inmortales, y donde Jerry lo acompañaría porque alguien tenía que contar las hazañas de SA. Así hasta el final de los tiempos. SA sonreía ahora. Miraba por la ventana y veía a la policía española interrogando sospechosos. Luego vinieron los periodistas. Al día siguiente, Jerry y SA se marcharon de Tenerife. SA iba con su MP3, donde sonaba de forma obsesiva
Love Will Tear Us Apart
. SA y Jerry se subieron a un ferry con destino a Esauira. SA pensaba en las extraordinarias revelaciones, aventuras y hazañas que le esperaban en Marruecos. Pensaba en usar mucho la espada allí, en el reino de los traidores a Cristo. Pensaba en matar a muchos infieles. Matar es OK. Pero luego se acordaba de que aquello ya pasó. Tenía nostalgia de matar en nombre de algo grande. Esto ya había sido abolido por los hombres, sí. Pero ya volverá, y SA sonreía. Todo acaba volviendo, menos él, que nunca se fue. Jerry miraba a su señor, soñando con el día en que el Santo SA se decidiera a clavarle sus colmillos en los ojos, el día en que lo convertiría en inmortal, mientras las olas golpeaban contra el barco. Jerry pensaba que las olas también eran inmortales, pues no había diferencia entre las olas de este instante y las olas de hace cien mil años. Las mismas olas, el mismo SA. Estaban los dos en cubierta, admirando el día exuberante. Y de repente SA cogió la mano de Jerry con fuerza, con demasiada fuerza. Jerry pensó que había llegado el momento, el gran momento de permanecer, de sentir la vida como un bien indestructible, el gran momento en que todos los órganos del cuerpo reciben el estallido de oro: hígado, intestino, riñón, pulmón, sangre, corazón, vesícula, dientes, uñas, cuello, ajenos a la oxidación, ajenos a la entropía, convertidos en tecnología inalterable, en la tecnología de la voluntad. No enfermar nunca, no envejecer, estar siempre metido en un cuerpo joven, atlético, feliz, competidor.
—Hígado, intestino, sangre, pulmón y corazón revestidos de oro incorruptible, no sabes lo que es eso, me río de todos los poderes de la Tierra, ofendo a todos los poderes de la Tierra, menuda panda de esclavos, ofendo a los esclavos más que a los poderosos —dijo SA.
Jerry sacó de un bolso un par de minibotellas de whisky Johnnie Walker. Le dio una a SA, que se la bebió de un trago, mientras miraba el océano. SA dio unos conmovedores pasos de baile, abrió los brazos hacia el océano. Parecía contento y feliz. Resplandecía bajo el sol como una montaña de oro.
—Qué bonita está el agua —dijo SA, y arrojó la botellita vacía contra las olas—. ¿Sabes, Jerry? Ahora mismo me casaría con una ballena gigantesca. Le daría un beso inolvidable. Porque, tío, yo amo a las ballenas. Y tú deberías casarte también con una ballena. Dilo ahora mismo, di que te vas a casar con una ballena.
—Me casaré con una ballena —dijo Jerry.
—Eso es, tío, qué bien. Los dos casados, qué bien. Es muy bueno, muy chulo estar casado.
—Lo que tú digas, SA, lo que tú digas.
Es el año 2040 y el escritor Manuel Vilas tiene setenta y ocho años. Se mira en el espejo y se acuerda de un mito cinematográfico del siglo XX: King Kong. No puede remediar que el recuerdo de King Kong le suma en una vasta melancolía. Tiene que salir del cuarto de baño, que es el sitio en donde le ha asaltado el recuerdo de King Kong, y sentarse sobre la cama. De King Kong está viendo ahora mismo una sonrisa espantosa. Abre la gaveta de la mesa de su habitación y encuentra una fotografía de su perro Golo, que vivió entre el año 1995 y el año 2009. Llama, de repente, King Kong a su antiguo perro Golo. «¿Dónde estás, amor mío?», grita Vilas en mitad de su sofisticada habitación: madera de cerezo bajo sus pies con calcetines de fibra de eucalipto normando. Mira las fotografías de Golo y una gota de plomo hierve en su corazón. Recuerda películas antiguas en donde los niños moribundos acertaban a ver a sus perros muertos corriendo sobre un ejército de nubes blancas apostadas sobre la eternidad y una lluvia de helado de vainilla descendía del Cosmos abierto e iluminado.
«Dios será un perro, tendrá una cabeza de perro», grita un Vilas de setenta y ocho años en mitad del pasillo de su casa. Vilas regresa al espejo y se sigue acicalando. Se pone colonia Kenzo. Otra vez le vuelve a castigar un comando de neuronas memoriosas. Se acuerda de la primera vez que olió esa colonia, de la primera vez que compró un frasco de Kenzo. Fue en el aeropuerto de Barajas, mientras esperaba un vuelo para Lyon. Vilas tiene que darse prisa con su acicalamiento, se le está haciendo tarde. Se acerca una noche más de este año 2040. Es la noche deteriorada, físicamente enferma, que contiene en sus poros el desvanecimiento de todas las civilizaciones, que contiene la expresiva lucha del hombre contra la inexpresividad de la materia, que contiene la memoria histórica como única —y por tanto ridícula— fuerza de gravedad, que contiene las grandes legiones de muertos que se supone hollaron una vez la puerca Tierra, que contiene el error, el tumor, el esencial desbaratamiento de la cordialidad de la materia frente a la inteligencia humana. Está la televisión encendida, en un canal de Historia. Una historiadora guapísima sale hablando del franquismo. Vilas la oye, dice algo así como:
Ya lo sabemos prácticamente todo sobre el franquismo; sabemos que Francisco Franco fue, en términos de realismo histórico, el verdadero fundador de la democracia, su misión chamánica —desconocida para él mismo, de ahí que fuese una misión chamánica— fue crear la clase media española; por eso desde hace ya unos años, ningún historiador de prestigio discute la rehabilitación de la figura de Francisco Franco; el realismo histórico supera la vieja escuela de historiadores en donde la ideología jugaba un papel determinista.
Vilas se queda mirando a la joven historiadora. Las nuevas televisiones sí son realistas, puedes oler la carne de quien te habla desde la pantalla. Vilas acerca sus ojos a la piel de la historiadora. Acerca la mano hasta su boca. Huele bien la historiadora. Huele a almendros, a mar y a viento libre. Pero el viejo Vilas se acuerda del franquismo. El viejo Vilas sabe que el franquismo no fue, en realidad, un régimen político sino un régimen psiquiátrico. Nadie convoca a la psiquiatría como es debido. La psiquiatría es la madre de la Historia. La locura colectiva como una forma de orden político. Llama desde su móvil a la televisión (es una televisión interactiva) y dice eso, dice, «locura y martirio psíquico como existencia política verdadera». Y se graba. Y sale esa frase, durante unos segundos, debajo del rostro de la hermosa historiadora. «Pero ¿dónde está Francisco Franco ahora?» Vuelve a llamar y dice esa frase y sale esa frase debajo de la historiadora. No está llamando nadie a ese programa, sólo él, por eso no tiene que esperar a que salgan sus comentarios, que aparecen prácticamente en tiempo real. Si revelara su identidad…