Los ojos amarillos de los cocodrilos (20 page)

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Authors: Katherine Pancol

Tags: #drama

BOOK: Los ojos amarillos de los cocodrilos
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—¡Zoé! Escúchame. Es importante.

—Venga. Te escucho.

—¿Tú crees que las personas mayores cuando duermen juntas es que están enamoradas?

—Mamá ha dormido alguna vez con Shirley y no están enamoradas.

—Sí, pero, un hombre y una mujer… ¿Crees que cuando duermen juntos están enamorados?

—No. No siempre.

—Pero ¿y cuando hacen el amor? Estarán enamorados, ¿no?

—Eso depende de lo que tú llames estar enamorado.

—¿Tú crees que las personas mayores cuando dejan de hacer el amor es que ya no se quieren?

—…No lo sé. ¿Por qué?

—Porque papá y mamá han dejado de dormir juntos, desde hace quince días.

—Entonces es que se van a divorciar.

—¿Estás segura?

—Prácticamente… Max Barthillet, por ejemplo, su papá se fue.

—¿Se divorció también?

—Sí. Bueno, me contó que justo antes de que su papá se fuese ya no dormía con su madre. Ni siquiera dormía en casa, dormía fuera, no sabe muy bien dónde, pero…

—Pues yo sí. El duerme en su despacho. En una cama pequeñita.

—¡Ay, ay, ay! Entonces es seguro. Tus padres van a divorciarse. Y a lo mejor te enviarán a un psicólogo. Es un señor que te abre la cabeza para entender lo que pasa dentro.

—Pues yo sé lo que pasa en mi cabeza. Tengo miedo todo el rato. Justo antes de que se fuese a dormir a su despacho, me levantaba por las noches para ir a escuchar tras la puerta de su habitación, y sólo había silencio y eso me daba miedo ¡sólo silencio! Antes, a veces, hacían el amor, hacían ruido pero eso me tranquilizaba.

—¿Ya no hacen nada de nada el amor?

Alexandre sacudió la cabeza.

—¿Y ya no duermen para nada juntos?

—Para nada, desde hace quince días.

—Entonces te vas a encontrar como yo, ¡divorciado!

—¿Estás segura?

—Casi… No es divertido. Tu mamá estará todo el tiempo enfadada. Mamá está triste y cansada desde que se divorció. Grita, se enfada, no es agradable, ¿sabes…? Pues bien, con tus padres va a pasar lo mismo.

Hortense, que se entrenaba para nadar un largo sin sacar la cabeza del agua, apareció a su lado en el momento en el que Alexandre repetía: «¡Papá y mamá divorciados!». Decidió hacer como que no escuchaba para enterarse mejor. Alexandre y Zoé desconfiaron y se callaron en cuanto la vieron hacer la plancha delante de ellos. Si se callan, es que es serio, pensó Hortense. ¿Iris y Philippe divorciados? Si Philippe deja a Iris, Iris tendrá mucho menos dinero y no podrá mimarme como lo hace. Este bikini rojo, bastó con que le echase la vista encima este verano para que Iris me lo regalase inmediatamente. Pensó en el ordenador. Había sido una estúpida rechazando el que Iris quería comprarle; habría sido diez veces más bonito que el que su madre elegiría. Siempre estaba hablando de ahorrar. ¡Menuda aguafiestas con eso de ahorrar! ¡Como si papá se hubiese ido sin dejarle dinero! Impensable. Nunca hubiese hecho eso. Papá es un hombre responsable. Un hombre responsable paga. Paga haciendo creer que no paga. No habla de dinero. ¡Eso es tener clase! La vida es verdaderamente una caca, pensó mientras continuaba buceando. Sólo Henriette sabe apañárselas. Chef no se irá nunca. Volvió a la superficie y observó a la gente a su alrededor. Las mujeres eran elegantes, y sus maridos, ausentes: ocupados en trabajar, en ganar dinero para que sus mujeres resplandecientes puedan relajarse al borde de la piscina dentro del último bañador diseñado por Eres, tumbadas sobre una toalla de Hermès. Su sueño era tener a una de esas mujeres por madre. Escogería a cualquiera de las que hay aquí, pensó. Cualquiera salvo a mi madre. Me debieron de cambiar en la maternidad. Había salido corriendo de su cabina para ir a besar a su tía y pegarse a ella. Y hacer creer a todas esas magníficas mujeres que Iris era su madre. Se avergonzaba de su madre. Siempre torpe, mal vestida. Siempre haciendo cuentas. Frotándose las aletas de la nariz con el pulgar y el índice cuando estaba cansada. Odiaba ese gesto. Su padre sí que era chic, elegante, se relacionaba con gente importante. Conocía todas las marcas de whisky, hablaba inglés, jugaba al tenis y al bridge, sabía vestirse… Su mirada se posó en Iris. No tenía aspecto triste. Quizás Alexandre se equivocaba. ¡Menudo papanatas está hecho! Su madre permanecía sentada sin moverse, embutida en su albornoz. No se bañará, pensó Hortense, ¡la he avergonzado!

—¿No te bañas? —preguntó Iris a Joséphine.

—No… me he dado cuenta en la cabina de que tenía… de que no estoy en la buena parte del mes.

—¡Que mojigata eres! ¿Tienes la regla?

Joséphine asintió con la cabeza.

—Pues bien, vamos a tomar un té.

—Pero ¿y los niños?

—Ya se unirán a nosotras cuando se harten de chapotear en el agua. Alexandre conoce el camino.

Iris se ciñó su albornoz, recogió su bolso, introdujo sus finos pies en las delicadas zapatillas y se dirigió hacia el salón de té oculto detrás de una hilera de plantas de interior. Joséphine la siguió indicando a Zoé con el dedo adónde iban.

—¿Quieres un té con un pastel o una tarta? —preguntó Iris mientras se sentaba. Aquí hacen una tarta de manzana deliciosa.

—Sólo té. Acabo de empezar un régimen justo cuando he entrado aquí y ya me siento más delgada.

Iris pidió dos tés y una tarta de manzana. La camarera se alejó, y dos mujeres avanzaron sonriendo hacia su mesa. Iris se quedó paralizada. Joséphine se sorprendió del evidente apuro de su hermana.

—¡Hola! —exclamaron las dos mujeres al unísono—. ¡Qué sorpresa!

—Hola —respondió Iris—. Mi hermana Joséphine… Bérengère y Nadia, unas amigas.

Las dos mujeres dedicaron una rápida sonrisa a Joséphine y después, ignorándola, se giraron hacia Iris.

—¿Y bien? ¿Qué es lo que acaba de contarme Nadia? Parece ser que te vas a dedicar a la literatura —preguntó Bérengère, con el rostro crispado por la curiosidad y cierta codicia.

—Mi marido me lo contó después de la cena de la otra noche a la que no pude asistir. ¡Mi hija tenía cuarenta de fiebre! Volvió totalmente emocionado —dijo Nadia Serruier—. Mi marido es editor —precisó girándose hacia Joséphine, que hizo como si estuviese al corriente.

—¡Estás escribiendo a escondidas! Por eso ya no te veo —retomó Bérengère—. También me preguntaba… ya no tenía noticias tuyas. Te he llamado varias veces. ¿No te lo ha dicho Carmen? Ahora lo entiendo. ¡Bravo, querida! ¡Es formidable! Llevas hablando de ello tanto tiempo. Al menos tú te has puesto en marcha… ¿cuándo podremos leer algo?

—Por el momento estoy dándole vueltas a la idea… No estoy escribiendo nada todavía —dijo Iris estrujando el cinturón de su albornoz blanco.

—¡No me diga eso! —exclamó la que se llamaba Nadia—. Mi marido espera su manuscrito. Le ha seducido usted con sus historias de la Edad Media. Sólo habla de eso. Es una idea brillante la de relacionar esos tiempos lejanos con lo que pasa hoy en día. ¡Una idea brillante! Cuando vemos el éxito de las novelas históricas, una hermosa historia con la Edad Media como telón de fondo seguro que será un bombazo.

Joséphine dio un saltito de sorpresa e Iris le dio una patada bajo la mesa.

—Y, además, Iris, ¡eres tan fotogénica! Sólo con la foto de tus grandes ojos azules sobre la portada sería un bestseller. ¿No es cierto, Nadia?

—Hasta nueva orden, no se escribe con los ojos —respondió Iris.

—Era una broma, aunque…

—Bérengère no se equivoca. Mi marido dice siempre que un libro, hoy en día, no basta con escribirlo, hay que venderlo. ¡Y ahí es donde sus ojos provocarán una auténtica conmoción! Sus ojos, sus amistades, está usted destinada al éxito, mi querida Iris…

—Sólo te queda escribirlo, querida —lanzó Bérengère dando palmaditas para demostrar hasta qué punto estaba excitada con esta historia.

Iris no respondió. Bérengère miró su reloj y dijo:

—¡Oh! Tengo que darme prisa, voy con retraso. Nos llamamos…

Se despidieron y se retiraron haciendo pequeñas señales amistosas. Iris se encogió de hombros y suspiró. Joséphine callaba.

La camarera trajo los dos tés y la porción de tarta de manzana, rebosante de nata y caramelo. Iris pidió que pusiesen el pedido en su cuenta y firmó el tique de caja. Joséphine esperó a que la camarera se fuese y que Iris le diese explicaciones.

—¡Ya está! Ahora todo París va a saber que estoy escribiendo un libro.

—¡Un libro sobre la Edad Media! ¿Estás de broma? —preguntó Joséphine alzando el tono.

—No merece la pena montar un escándalo, Jo, cálmate.

—¡Confiesa que es sorprendente!

Iris suspiró otra vez y, echando su espesa cabellera hacia atrás, se puso a explicar a Joséphine lo que había pasado.

—La otra noche, en una cena, me aburría tanto que dije lo primero que se me ocurrió. Solté que estaba escribiendo y cuando me preguntaron qué, hablé del siglo XII… no me preguntes por qué. Me salió de repente.

—Pero si siempre me has dicho que estaba pasado de moda…

—Lo sé. Pero me cogieron en un renuncio. Y aquello dio en la diana. Tenías que haberle visto la cara a Serruier, el editor. ¡Estaba completamente emocionado! Así que continué, me fui calentando como cuando tú hablas de ello. Curioso, ¿no? Debí de repetir tus argumentos palabra por palabra.

—Os reísteis tanto de mí, tú y mamá, durante años.

—Utilicé todos tus argumentos, de un solo golpe… Como si estuvieses en mi cabeza y fueses tú quien hablase… y él se tomó eso en serio. Estaba dispuesto a firmarme un contrato. Y, al parecer, el rumor se ha extendido rápidamente. No sé qué voy a hacer ahora, voy a tener que mantener el suspense…

—No tienes más que leer mis trabajos. Puedo prestarte mis notas si quieres. ¡Yo tengo muchas ideas para novelas! El siglo XII rebosa de historias novelescas…

—No te rías. Soy incapaz de escribir una novela. Me muero de ganas pero no consigo juntar más de cinco líneas.

—¿Lo has intentado realmente?

—Sí. Desde hace tres o cuatro meses, y el resultado: tres o cuatro líneas. ¡Estoy lejos de alcanzarlo! —soltó una risa sarcástica—. ¡No! Lo que tengo que hacer es aparentar el tiempo suficiente para que esa historia se olvide. Hacer como si, simular que trabajo duro, y después un día llego y digo que lo he tirado todo, que era demasiado malo.

Joséphine miraba a su hermana y no comprendía. Iris la hermosa, la inteligente, la magnífica, había mentido para construirse una legitimidad. La observó un buen rato, estupefacta, como si descubriese otra mujer detrás del personaje orgulloso y determinado que conocía. Iris había bajado la cabeza y cortaba su tarta de manzana en pequeños trozos regulares que seguidamente empujaba hasta el borde del plato. No es extraño que no engorde si come así, pensó Jo.

—¿Piensas que soy ridícula? —dijo Iris—. Venga, dilo. Tendrás razón.

—No, no… Sólo me extraña. Confiesa que es sorprendente por tu parte.

—Pues, sí. Es sorprendente, pero no vamos a hacer un drama. Me las arreglaré. Les contaré cualquier cosa. ¡No será la primera vez!

Joséphine se echó hacia atrás.

—¿Qué quieres decir? No es la primera vez que… ¿mientes?

Iris lanzó una risa sarcástica.

—¿Que miento? ¡Qué palabra más grandilocuente! Tiene razón, Hortense. Qué tontita puedes llegar a ser. No sabes nada de la vida, mi pobre Jo. O tu vida es tan simple que resulta alarmante. Para ti existen el bien y el mal, el blanco y el negro, los buenos y los malos, el vicio y la virtud. ¡Ay! ¡Es más simple así! Enseguida se sabe a quién se enfrenta uno.

Joséphine bajó la mirada, herida. No encontró palabras para defenderse. No las necesitó, pues Iris prosiguió con voz virulenta:

—No es la primera vez que estoy con la mierda al cuello, ¡pobre ingenua!

Había un tono malvado en su voz. Desprecio y también enfado. Joséphine no había escuchado nunca esa entonación rencorosa en la voz de su hermana. Pero lo que más la impresionó fue la nota celosa que creyó percibir. Imperceptible, casi indetectable, una nota que aparece y desaparece pero, sin embargo, presente. ¿Iris celosa de ella? Imposible, se dijo Joséphine. ¡Imposible! Se sintió mal por haber pensado eso… e intentó compensarlo.

—¡Te ayudaré! Te encontraré una historia que contar. La próxima vez que veas a tu editor, vas a abrumarle con tu cultura medieval.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo haré según tú? —se rio Iris aplastando su trozo de tarta bajo el tenedor de postre.

No se ha comido ni una miga, pensó Jo. La ha cortado en trocitos y los ha esparcido alrededor del plato. No come, asesina la comida.

—¿Cómo podría abrumar a un hombre culto con toda mi ignorancia?

—¡Escúchame! ¿Conoces la historia de Rollon, el jefe de los normandos, que era tan alto que, cuando montaba a caballo, sus pies llegaban hasta el suelo?

—Nunca oí hablar de él.

—Era un caminante infatigable y un gran navegante. Procedía de Noruega y sembraba el terror. Proclamaba que sólo había paraíso para los guerreros muertos en combate. ¿No te dice nada? Puedes construir algo alrededor de un personaje como él. ¡Es él el que fundó la Normandía!

Iris se encogió de hombros y suspiró.

—No llegaré muy lejos. No sé nada de esa época.

—O podrías decirle que el título de la novela
Lo que el viento se llevó
, ya sabes, el libro de Margaret Mitchell, procede de un poema de François Villon…

—¿Ah, sí?

—Lo que el viento se llevó… es un verso sacado de un soneto de François Villon.

Joséphine habría hecho cualquier cosa para devolver una sonrisa al rostro hostil y tenso de su hermana. Habría dado volteretas, se habría echado el plato de tarta de manzana sobre la cabeza para que su hermana volviese a sonreír y sus ojos se llenaran de azul sin el negro con el que se ensuciaban. Se puso a recitar, extendiendo la manga de su albornoz blanco a la manera de un tribuno romano arengando a las masas:

Príncipes a la muerte están destinados

y cualquier otro que esté vivo

ya estén tristes o irritados serán

lo que el viento se llevó.

Iris sonrió débilmente y la miró con curiosidad.

Joséphine se había transfigurado. Emanaba de ella una suave luz que la aureolaba con un encanto indefinible. De pronto se había convertido en otra persona, sabia y segura, dulce y confiada, ¡tan distinta de la Joséphine que conocía! Iris la miró con envidia. Un destello rápido que se desvaneció tan pronto como vino, pero que Jo tuvo tiempo de percibir.

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