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Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

Los Pilares de la Tierra (113 page)

BOOK: Los Pilares de la Tierra
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—Pero mi padre debió de hacer algo para que le detuvieran de aquella manera —dijo.

—A él no se le ocurría qué podía ser. Y al final se inventaron un delito. Alguien le dio un cáliz incrustado con piedras preciosas y le dijo que se fuera. Lo detuvieron cuando hubo recorrido una o dos millas, acusándole de haber robado el cáliz. Y por eso lo ahorcaron.

Ellen estaba llorando.

—¿Quién hizo eso?

—El sheriff de Shiring, el prior de Kingsbridge... Poco importa quién.

—¿Y qué hay de la familia de mi padre? Debía de tener padres, hermanos y hermanas...

—Sí, en Francia tenía una gran familia.

—¿Por qué no se escapó y volvió allí?

—Lo intentó una vez pero volvieron a cogerlo y le trajeron de nuevo aquí. Entonces fue cuando le metieron en la celda. Claro que pudo intentarlo de nuevo, una vez que descubrimos cómo salir de aquí. Pero no sabía cómo volver a casa, no conocía una palabra de inglés y no tenía un penique. Sus posibilidades eran escasas. Ahora sabemos que, en definitiva, debiera haberlo hecho, pero por entonces jamás pensamos que lo iban a ahorcar.

Jack la rodeó con los brazos para consolarla. Estaba completamente empapada y temblando. Necesitaba salir de allí para secarse.

Y entonces comprendió sobresaltado que si ella podía salir, también podía hacerlo él. Por unos breves momentos casi se había olvidado de Aliena, mientras su madre le hablaba de su padre. Pero ahora se daba cuenta de que se iba a cumplir su deseo. Hablaría con Aliena antes de su boda.

—Dime cómo se sale —dijo de repente.

Ellen sorbeteó las lágrimas.

—Cógete de mi brazo y yo te guiaré.

Atravesaron la celda y Jack la sintió descender.

—Limítate a dejarte caer en el canal —le dijo—. Aspira profundamente y mete la cabeza debajo del agua. Luego, nada contra corriente. No sigas la corriente o acabarás en la letrina de los monjes. Cuando estés cerca del final te habrás quedado casi sin aliento. Pero conserva la calma, sigue nadando y lo lograrás.

Ellen se hundió todavía más y Jack perdió contacto.

Encontró el agujero y se introdujo por él. Casi de inmediato, sus pies tocaron agua. Cuando hubo alcanzado el fondo del túnel y se puso en pie, sus hombros aún seguían en la celda. Antes de seguir descendiendo, alcanzó la piedra y la colocó de nuevo en su sitio, regocijándose perversamente con el desconcierto de los monjes cuando encontraran la celda vacía.

El agua estaba fría. Respiró hondo y, tumbándose boca abajo, nadó contra corriente. Imprimía la mayor rapidez posible. Mientras avanzaba, iba imaginándose las edificaciones sobre su cabeza. Estaba pasando por debajo del pasadizo; luego, del refectorio, la cocina y el horno. No estaba lejos; pero parecía que aquello no iba a acabar nunca. Intentó salir a la superficie pero dio con la cabeza en la parte superior del túnel. Sintió pánico; sin embargo, recordó lo que le había dicho su madre. Ya estaba casi allí. Al cabo de unos momentos, vio luz delante de él. Había despuntado el alba mientras hablaban en la celda. Se arrastró hasta tener la luz encima de él. Entonces se puso en pie, y aspiró grandes bocanadas de aire fresco. Una vez recobrado el aliento salió de la zanja.

Su madre se había cambiado de ropa. Llevaba ya un vestido seco y limpio, y estaba retorciendo y escurriendo el mojado. También había llevado ropa seca para él. Allí en la orilla, en aseado montón, estaba la indumentaria que no había llevado durante medio año. Una camisa de lino, una túnica verde de lana y botas de piel. Su madre se volvió de espaldas y Jack se despojó del pesado hábito monacal y también de las sandalias, y se puso su propia ropa.

Arrojó a la zanja el hábito de monje. No pensaba volver a llevarlo jamás.

—¿Qué harás ahora? —le preguntó su madre.

—Ir a ver a Aliena.

—¿Ahora mismo? Es muy pronto.

—No puedo esperar.

Ellen asintió.

—Sí, cariño. Está sufriendo mucho.

Jack se inclinó para besarla. Luego, la abrazó impulsivo apretándole contra sí.

—Me sacaste de la prisión —dijo, y luego se echó a reír—. ¡Qué madre tengo!

Ellen sonrió pero sus ojos se hallaban húmedos.

Jack le dio otro abrazo de despedida y se alejó.

Pese a ser ya completamente de día, no había nadie por allí. Como era domingo y la gente no trabajaba, aprovechaban la ocasión para seguir durmiendo después de la salida del sol. Jack no estaba seguro de si debería sentirse atemorizado ante la posibilidad de que le vieran. ¿Tenía derecho el prior Philip a perseguir a un novicio que se hubiera fugado y obligarle a regresar? Y en el caso de que tuviera ese derecho, ¿querría ejercerlo? Jack no lo sabía. Sin embargo Philip era la ley en Kingsbridge y Jack le había desafiado. Por lo tanto, era seguro que surgirían dificultades de algún tipo. Sin embargo Jack sólo pensaba en los momentos inmediatos.

Llegó a la pequeña casa de Aliena. Entonces se le ocurrió que acaso Richard se encontrara allí. Esperaba que no fuera así. Sin embargo nada podía hacer al respecto. Se acercó a la puerta y llamó suavemente con los nudillos.

Ladeó la cabeza a la escucha. Dentro no se oía ruido alguno.

Volvió a llamar más fuerte y esa vez pudo escuchar el ruido de la paja al moverse alguien.

—¡Aliena! —susurró con fuerza.

—¿Sí? —respondió una voz asustada.

—¡Abre la puerta!

—¿Quién es?

—Soy Jack.

—¡Jack!

Hubo una pausa. Jack esperó.

Aliena cerró los ojos desesperada y se dejó caer contra la puerta descansando la mejilla sobre la tosca madera.
No es posible que sea Jack,
se dijo.
Hoy no, ahora no.

Le llegó de nuevo su voz, un susurro bajo, apremiante.

—Por favor, Aliena, abre la puerta. ¡Deprisa! ¡Si me cogen me volverán a meter en la celda!

Aliena había oído que le tenían encerrado, pues la noticia corrió por toda la ciudad. Era evidente que se había escapado. Y había corrido junto a ella. El corazón empezó a latirle con fuerza. No podía fallarle.

Levantó la barra y abrió la puerta.

Tenía el rojo cabello aplastado por el agua como si se hubiera bañado. Vestía ropa corriente, no el hábito de monje. Sonrió como si verla fuera lo mejor que le hubiese pasado jamás.

—Has estado llorando —dijo Jack frunciendo el entrecejo.

—¿Por qué has venido aquí?

—Tenía que verte.

—Voy a casarme hoy.

—Lo sé. ¿Puedo entrar?

Aliena sabía que no estaría bien dejarle pasar. Pero pensó que al día siguiente sería la mujer de Alfred, así que tal vez fuera la última vez que pudiera hablar a solas con Jack. No me importa que esté mal, se dijo. Así que abrió más la puerta. Jack entró y ella volvió a colocar la barra.

Se quedaron en pie mirándose. Ahora Aliena se sentía incómoda.

Jack la miraba con desesperada ansia, como un hombre que, muerto de sed, viera una cascada.

—No me mires así —le pidió ella dando media vuelta.

—No te cases con él —dijo Jack.

—Tengo que hacerlo.

—Serás desgraciada.

—Ya soy desgraciada ahora.

—Mírame. ¡Por favor!

Aliena se volvió de cara a él y alzó los ojos.

—Por favor, dime por qué lo haces —le rogó.

—¿Por qué habría de decírtelo?

—Por la forma en que me besaste en el molino viejo.

Aliena bajó la mirada sintiendo que se ruborizaba intensamente.

Aquel día se había dejado llevar por sus impulsos y, desde entonces, siempre se había sentido avergonzada. Ahora Jack lo utilizaba contra ella. No dijo ni una palabra. No tenía defensa posible.

—Desde entonces te mostraste fría —siguió diciendo Jack.

Ella mantuvo la vista baja.

—¡Éramos tan amigos! —prosiguió él implacable—. Todo aquel verano en tu cañada, junto a la cascada... Mis historias... Éramos felices. Allí te besé una vez. ¿Recuerdas?

Claro que lo recordaba, aún cuando llegó a convencerse a sí misma de que nunca había ocurrido. En aquel momento la enternecía la remembranza y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Y entonces hice que el molino te enfurtiera el tejido —le recordó—. ¡Estaba tan contento de poder ayudarte en tu negocio! Te emocionaste al verlo. Y entonces volvimos a besarnos. Pero no fue un simple beso como el primero. Esa vez fue... apasionado.

¡Dios mío! Sí, lo fue
, se dijo Aliena. Y volvió a ruborizarse.

Empezó a respirar más deprisa. Deseaba que Jack se callara; pero no lo hacía.

—Nos abrazamos muy fuerte. Nos besamos durante mucho tiempo. Abriste la boca.

—¡Cállate! —gritó Aliena.

—¿Por qué? —dijo Jack cruel—. ¿Qué había de malo en ello? ¿Por qué te volviste fría?

—¡Porque estoy asustada! —contestó ella sin pensarlo y luego rompió a llorar.

Se tapó la cara con las manos y sollozó. Un instante después sintió las manos de Jack en sus hombros convulsos. Permaneció inmóvil y, al cabo de un rato, él la rodeó con los brazos. Aliena se quitó las manos de la cara y lloró sobre su túnica verde.

Al cabo de un rato, ella abrazó la cintura de Jack.

Él descansó la mejilla sobre el pelo de Aliena, aquel pelo feo, corto, informe que todavía no le había crecido desde el incendio, y le frotó la espalda como si fuera un bebé. A Aliena le hubiera gustado seguir así toda la vida. Pero Jack la apartó para poder mirarla.

—¿Por qué te asusta tanto? —le preguntó.

Aliena lo sabía pero no podía decírselo. Negó con la cabeza al tiempo que daba un paso atrás. Pero Jack la sujetó por las muñecas manteniéndola cerca.

—Escucha, Aliena —dijo—. Quiero que sepas lo terrible que ha sido todo esto para mí. Al principio parecía que me amabas; luego, dio la impresión de que me aborrecías, y ahora te vas a casar con mi hermanastro. No lo entiendo. Yo no sé nada de estas cosas, nunca he estado enamorado antes. Y es todo tan doloroso. No encuentro palabras para expresar lo malo que es. ¿No crees que al menos deberías intentar explicarme por qué he de pasar por todo esto?

Aliena se sintió embargada por los remordimientos. Pensar que le había herido tan cruelmente cuando le quería tanto. Estaba avergonzada por la forma en que le había tratado. Jack sólo le había hecho cosas buenas y amables, y ella le había recompensado arruinando su vida. Tenía derecho a una explicación. Hizo acopio de fuerzas.

—Hace mucho tiempo me pasó algo, Jack, algo realmente espantoso, algo que durante años he procurado olvidar. No quería volver a pensar jamás en ello. Pero, cuando me besaste de aquella manera, todo volvió de nuevo a mí y no pude soportarlo.

—¿Qué fue? ¿Qué es lo que ocurrió?

—Después de que mi padre fuera hecho preso vivimos en el castillo Richard, yo y un servidor llamado Matthew. Y una noche llegó William Hamleigh y nos arrojó de allí.

Jack entornó los ojos.

—¿Y qué pasó?

—Mataron al pobre Matthew.

Jack sabía que no le estaba diciendo toda la verdad.

—¿Por qué?

—¿Qué quieres decir?

—¿Por qué mataron a tu servidor?

—Porque intentaba detenerles.

Ahora ya las lágrimas le caían por la cara y sentía la garganta apretada cada vez que intentaba hablar. Movió la cabeza impotente e intentó dar media vuelta, pero Jack no la dejó ir.

—¿Impedirles hacer qué? —preguntó con voz tan suave como un beso.

De repente Aliena supo que podía decírselo y le salió todo con la rapidez de un torrente.

—Me forzaron —dijo—. El escudero me sujetó y William se puso encima de mí, pero aún así yo no le dejaba, y entonces cortaron un trozo de la oreja a Richard y dijeron que le seguirían cortando trozos —ahora ya sollozaba de alivio, agradecida hasta el infinito de poder al fin contarlo; miró a Jack a los ojos y dijo—: Así que abrí las piernas y William me lo hizo mientras que su escudero obligaba a Richard a mirar.

—Lo siento muchísimo —musitó Jack—. Oí rumores pero nunca pensé... ¿Cómo fueron capaces de hacer eso, mi querida Aliena?

Aliena pensó que debía saberlo todo.

—Y luego, una vez que William me lo hubo hecho, también lo hizo el escudero.

Jack cerró los ojos. Tenía el rostro lívido y tenso.

—Y entonces, verás —siguió diciendo Aliena—, cuando tú y yo nos besamos, quise que tú lo hicieras y entonces me vino a la mente William y su escudero y me sentí tan mal, tan asustada que salí corriendo. Ése fue el motivo de que me mostrara tan arisca contigo y te hiciera desgraciado. Lo siento.

—Te perdono —musitó Jack.

La atrajo hacia sí y Aliena le dejó que la rodeara otra vez con sus brazos. Era tan consolador...

Aliena le sintió estremecerse.

—¿Te disgusto? —le preguntó ansiosa.

Jack la miró.

—Te adoro —dijo, y bajando la cabeza la besó en la boca.

Aliena se quedó rígida. Eso no era lo que quería. Jack la apartó un poco y luego volvió a besarla. El roce de los labios de él sobre los suyos era muy suave. Sintió hacia él gratitud y cariño, se humedeció los labios, sólo un poco, y luego los dejó laxos, como un débil eco de un beso. Jack, alentado, volvió a apretar los labios contra los de ella. Aliena podía sentir su aliento cálido en la cara. Él abrió ligeramente la boca y entonces ella la apartó rápida.

—¿Tan desagradable te parece? —preguntó Jack dolido.

En verdad Aliena ya no estaba tan asustada como antes. Había revelado a Jack la espantosa realidad sobre sí misma, y él no se había apartado con repulsión. Por el contrario, se mostraba tan tierno y cariñoso como siempre. Levantó la cabeza y él volvió a besarla. Eso no la aterraba. No había nada amenazador, nada violento ni incontrolable, no había deseo de forzarla, ni odio ni dominación, todo lo contrario. Ese beso había sido un placer compartido. Los labios de Jack se entreabrieron y Aliena sintió la punta de su lengua. Volvió a ponerse tensa. Jack le hizo separar los labios. Ella se tranquilizó de nuevo. Él le mordisqueó suavemente el labio inferior.

Sintió un ligero vértigo.

—¿Querrías volver a hacer lo de la última vez? —le preguntó Jack.

—¿Qué hice?

—Te lo enseñaré. Abre la boca, sólo un poco.

Aliena hizo lo que le pedía y sintió de nuevo la lengua de él acariciándole los labios, introduciéndola entre sus dientes separados y tanteando en su boca hasta encontrar la suya. Aliena se apartó.

—Así —dijo Jack—. Eso es lo que hiciste.

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