Los señores de la estepa (31 page)

BOOK: Los señores de la estepa
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El grupo permaneció en silencio, buscando en vano una respuesta.

—Yamun, no podéis permanecer aquí a la espera de que pase alguna cosa. Necesitáis un plan —sugirió Koja.

—Mi
anda
tiene razón. Decidles que pueden convocar el
couralitai
—anunció el Khahan. Tosió un par de veces.

—¿Por qué? —protestó Jad—. ¿Acaso no basta con aparecer y demostrar que estás vivo?

—Hay alguien que manipula todo esto —declaró Yamun, muy seguro—. Me presentaré, pero sólo después de que hagan su jugada. Demos a nuestro enemigo lo que quiere, y entonces veremos qué ocurre. Convoca al consejo para mañana.

—Mi señor Yamun, si se realiza el
couralitai
deberéis aparecer para demostrar que no estáis muerto. En caso contrario, elegirán a un nuevo Khahan —señaló Koja.

—Lo sé. No te preocupes,
anda
. Descansaré. Ahora, marchaos. —Con un débil ademán, Yamun despidió a Koja y a los demás.

Cuando salió de la yurta, Koja se dio cuenta de que llevaba días sin tomar ninguna nota para la historia de Yamun y se preguntó si podría recordar todos los sucesos ocurridos. Como historiador, no resultaba muy eficaz. Cansado, entró en su tienda dispuesto a cumplir con su trabajo.

12
El
couralitai

Cuando despuntó el amanecer del día siguiente, la noticia de la convocatoria del
couralitai
se había propagado por todo el campamento. Los kanes se preparaban para la reunión, e iban de yurta en yurta para compartir los rumores y chismes relacionados con la actividad del día.

Instalado cerca de la yurta real, Koja casi podía oír el coro de conjeturas y comentarios. Con mucho interés y paciencia observaba las idas y venidas de los kanes. Vio cómo el general Chanar salía de la yurta de Tanjin Kan, y fue testigo de su amable charla con el comandante de un
minghan
. Luego lo siguió con la mirada mientras atravesaba el campamento hasta otra tienda, la de Unyaid, un oficial de menor rango de los kashiks. Antes había visto los paseos de Bayalun, acompañada por el ruido de su bastón cuando pegaba en el suelo pedregoso, pero ahora le había perdido la pista.

Mientras Koja se entretenía en su observación, Jad y Goyuk se reunieron con él. También ellos habían salido de ronda para sondear a los kanes y escuchar los rumores. Los tres compartieron sus informaciones. Koja describió los movimientos de Bayalun, y no ocultó su curiosidad por las gestiones de Chanar. Goyuk y Jad comentaron las opiniones de los kanes y enumeraron los que estaban a su favor y los que tenían en contra. Después de trazar nuevos planes, Jad y Goyuk reanudaron sus paseos para averiguar alguna cosa más, y Koja mantuvo su vigilancia, atento a la reaparición de Bayalun.

Los escuderos comenzaron los preparativos para el encuentro. La reunión tendría lugar dentro del recinto real, a unos treinta metros de la yurta de Yamun, en un amplio espacio rodeado por las tiendas de los kanes kashiks. En el extremo más alejado del claro apilaron la leña destinada a la hoguera. El estandarte de duelo del Khahan fue trasladado de la yurta y clavado en el suelo en el lado opuesto a la hoguera. Unos adolescentes se encargaron de barrer el suelo, y otros extendieron las alfombras que servirían de asiento, en dos arcos. Fuera del círculo, los sirvientes encendieron pequeñas hogueras para calentar el agua destinada al té. Odres de cuero, hechos con el cuero de cabezas de caballo, se llenaron de cumis, y los distribuyeron junto con las tazas. A un costado del estandarte de colas de yac negras, se colocaron asientos especiales para Bayalun y Jad. Entre estos dos, había un tercero que se mantendría vacío, en memoria del difunto Khahan.

Un cuerno tocó una nota desafinada, y los escuderos se apresuraron con los preparativos. Un par de minutos después, acabaron con los últimos detalles y se retiraron fuera del círculo. Comenzaron a llegar los kanes y escogieron sus asientos. Los simpatizantes de Bayalun se ubicaron a la izquierda del estandarte, y los partidarios de Jad a la derecha. La mayoría de los kanes prefirieron ponerse lejos del príncipe y la khadun como una declaración de neutralidad.

Los lugares en las alfombras comenzaron a escasear. A la vista de que no tenía nada que hacer donde estaba, Koja se apresuró a buscar un sitio desde donde pudiese tener una vista general, antes de que fuese demasiado tarde. El sacerdote se coló entre la multitud, hasta encontrar lo que buscaba. En su calidad de extranjero, no tenía voz ni voto en la asamblea, e incluso el hecho de estar presente se consideraba todo un privilegio.

Volvió a sonar el cuerno, y por el extremo más alejado del círculo apareció Madre Bayalun; Chanar la escoltaba, un par de pasos más atrás. La emperatriz vestía una túnica blanca, y cubría su larga cabellera suelta con un chal del mismo color. Una faja ancha a rayas azules y rojas colgaba alrededor de su cuello. Avanzó a paso lento y firme a través del círculo para ocupar su asiento a la cabeza de la asamblea. Chanar fue a sentarse entre los kanes de la izquierda.

Por tercera vez sonó el cuerno. Koja, sentado entre un comandante kashik y un kan desconocido de cabellos mugrientos que no dejaba de eructar, se irguió muy atento. Pero se llevó una desilusión al ver que sólo eran Jad y Goyuk que se presentaban a la reunión. El príncipe ocupó su lugar, casi sin saludar a su madrastra. Goyuk se situó discretamente a sus espaldas, para aconsejar al hijo del Khahan.

Los kanes hicieron silencio, a la espera de las primeras palabras de la asamblea. Por tradición, el discurso inaugural le correspondía al hijo del difunto. Jad levantó una mano, y esperó a que se apagaran los últimos murmullos. Cuando tuvo la atención de todos, el príncipe se puso en pie delante de los nobles reunidos.

—Jadaran de los hoekuns os da la bienvenida. Como kan de los tuiganos os da la bienvenida. Que comience este consejo.

Con estas palabras, quedaba abierto el
couralitai
. La costumbre indicaba que el honor del próximo discurso correspondía al comandante de los kashiks. Sin embargo, una voz clara y fuerte se anticipó a intervenir.

—Ilustre joven, hijo de nuestro amado Khahan, comandante de los cuarenta mil, el que habla solicita ser escuchado. —El murmullo de los comentarios siguió a estas palabras. El orador había hecho su petición con el mayor respeto, y utilizado todas las formas e inflexiones correctas, pero no era el comandante de los kashiks. En uno de los extremos de la asamblea, Chagadai, el kan de rostro lobuno, vestido con un
kalat
mugriento y harapiento, se puso en pie para dirigirse al príncipe. Llevaba la cabeza cubierta por el sucio turbante blanco, al estilo de los clanes occidentales. Sin esperar la autorización, se abrió paso hasta el centro del círculo.

El comandante kashik, sentado cerca de Jad, miró furioso al orador. La interrupción había sido un insulto deliberado. El oficial dirigió una mirada a Jad en busca de consejo, pero el príncipe estaba tan asombrado como él. Goyuk se inclinó para murmurar algo al oído de Jad, y por un instante los dos hombres discutieron qué podían hacer. A su lado, Bayalun permanecía imperturbable ante el inesperado giro de los acontecimientos, aunque lucía en su rostro una débil sonrisa. Por fin, después de dirigir una mirada de resignación al comandante, Jad atendió a la solicitud del kan y recitó las palabras de rigor.

—Como señor de este
couralitai
—dijo—, escucharé a Chagadai.

—Que la bendición de Teylas caiga sobre el noble príncipe —respondió el renegado. Ahora que tenía la autorización, se volvió hacia los nobles de la audiencia—. Escuchadme, kanes. Sabed que soy Chagadai de los uesgiros.

»No desperdiciaré el tiempo en el relato de los méritos de mi familia, o las grandezas del gran kan. Son cosas que ya sabemos. En cambio, quiero formular una pregunta que nos hemos hecho todos. ¿Dónde está el Khahan? ¿Dónde está aquel que guió a nuestra gente a la cumbre? Ellos —gritó, volviéndose hacia Jad— dicen que ha caído. ¡Sin embargo, no hacen nada! —Jad se puso tenso, dispuesto a intervenir. Goyuk fue más rápido y murmuró otra vez junto a su oreja. El príncipe se mordió el labio, asintió y dejó que Chagadai continuara su parlamento.

»¿Cuál es la obligación de un hijo? —prosiguió Chagadai, en un tono más bajo, al tiempo que se acercaba al príncipe—. Cuando asesinan al padre, su hijo no se oculta en la tienda. Debe salir en busca de los asesinos.

Se escuchó el murmullo de aprobación de los kanes. El príncipe se movió en su asiento, enojado por la acusación. Chanar observaba los acontecimientos, tranquilo, con las manos juntas y los dedos apoyados en los labios. La sonrisa de Bayalun había desaparecido, y su rostro aparecía carente de toda expresión. Chagadai miró otra vez a la asamblea.

—Los embajadores de Khazari están en nuestro campamento. Llegaron ayer. Ahora bien, ¿por qué los embajadores del enemigo se presentan cuando todavía estamos de duelo? ¿Han venido a compartir nuestro dolor? —El kan hizo una pausa para enjugarse el sudor de la nuca—. ¡Han venido a negociar, a negociar con Jadaran Kan en la hora de nuestra victoria! Nos arrebata nuestra victoria. Vuestros guerreros murieron en esta batalla. —Chagadai guardó silencio y caminó de un extremo al otro del
couralitai
. Los comentarios de descontento surgieron entre los aliados de Bayalun. Con un giro teatral, el kan se volvió hacia ellos.

»¿Es éste nuestro nuevo Khahan? —preguntó a los presentes—. Escojamos a otro.

Jad estuvo a punto de saltar de su asiento; Goyuk apoyó una mano en el hombro del joven para retenerlo.

—Déjalo que hable —susurró el anciano—. Es lo que queremos. —El joven aflojó el cuerpo, con los ojos brillantes por el odio hacia Chagadai.

—¡Que Chanar Ong Kho sea el Khahan! —gritó una voz desde las filas de kanes sentados.

Varios de los nobles más jóvenes ubicados en el lado de Bayalun aplaudieron para expresar su apoyo. El sacerdote miró a su alrededor. Los partidarios de Jad, al menos aquellos dispuestos a mostrar su lealtad, eran escasos. Al parecer, el príncipe se enfrentaba a un serio desafío a su autoridad.

—¡Chanar Ong Kho debe ser el Khahan! —repitió la voz.

Para gran sorpresa de todos, Chanar movió la cabeza como una negativa a la oferta. El general se puso en pie para hablar a la asamblea.

—Doy las gracias a los sabios kanes, pero estas palabras constituyen una falta de respeto a la memoria del Khahan. No soy digno de este honor. Proponed otro nombre. —Se escuchó un suspiro de desencanto entre las filas de los partidarios de Bayalun.

Chagadai, todavía en medio del consejo, rehusó darse por vencido y repitió la oferta.

—¡Que Chanar sea el Khahan! —gritó. Avanzó un paso hacia Jad, que una vez más intentó levantarse, sólo para ser detenido por el suave toque de atención de Goyuk. Los aplausos para Chanar sonaron más fuertes y duraderos.

Chagadai dirigió una rápida mirada a Bayalun, que expresó su aprobación con una sonrisa. El kan realizaba su cometido sin errores, tal como le había indicado ella a primera hora de la mañana. El orador se enfrentó otra vez a los reunidos.

—Chanar no quiere ser el Khahan —manifestó, apenado—. De todos modos, Jad debe mostrar su valía. Quizá los asesinos del Khahan han sido encontrados, y quizá su cuerpo esté en su yurta. Pero no hemos visto el cuerpo. Jad nos dice lo que ocurrió, pero no nos presenta pruebas. ¿Estamos seguros de que el Khahan murió en la batalla? Tal vez lo mató algún otro. Alguien que no quiere que sepamos la verdad. Miremos el cuerpo de Yamun, y descubramos la verdad por nosotros mismos. —Con estas palabras, Chagadai salió del claro y caminó hacia la entrada de la yurta de Yamun. Cuando llegó a la puerta, Sechen se adelantó y, con la espada en alto, le impidió el paso.

»¿De quién tiene miedo Jad? —vociferó Chagadai, al tiempo que se volvía para mirar a los presentes. Dominados por la excitación, y en sus esfuerzos por ver, los nobles abandonaron sus asientos.

—¡Queremos ver el cuerpo del Khahan! —gritaron muchos entre la muchedumbre.

—Pues entonces, lo veréis —dijo una voz a espaldas de Chagadai, como un eco desde la entrada de la yurta.

Los kanes dejaron de gritar y se quedaron de piedra por el asombro. Allí estaba Yamun Khahan, vestido con una túnica de tela burda de color azul, sujeta con un cinturón de cuero y hebilla de oro. Llevaba los cabellos sueltos, dispuestos como una aureola alrededor de la tonsura. Apoyó una mano contra la jamba de la puerta para sostenerse.

—¡El Khahan! —susurró el kan mugriento sentado al costado de Koja. La asamblea recogió las palabras del hombre como el murmullo del viento. De pronto, varios de los presentes se pusieron de rodillas e inclinaron la cabeza en señal de respeto a su líder. Chagadai se volvió lentamente hacia su señor, con una expresión de miedo y asombro en la mirada.

Yamun no hizo caso del kan. Dejó atrás a Chagadai y avanzó sin prisas y con paso firme hasta el centro del
couralitai
. Su rostro se veía pálido, y resultaba evidente que cada paso le robaba un poco de sus mermadas fuerzas. Su frente aparecía perlada de sudor por el esfuerzo de moverse, aunque el Khahan ni pestañeó. Por fin, Yamun llegó al centro y se detuvo, un poco tambaleante. Se volvió y observó las caras de los reunidos.

—Ahora, ¿quién será el Khahan? —preguntó, como si fuese un espíritu vengador.

No se escuchó ni una voz. Al parecer, nadie podía apartar la mirada del Khahan.

Koja miró a Bayalun. Una vez más, la segunda emperatriz mostraba la débil sonrisa de triunfo de antes. A su lado, Jad contemplaba a los kanes, también con una sonrisa triunfal y atento a cualquier señal de oposición.

—Ningún otro será Khahan sino tú, querido esposo —respondió Bayalun con mucha diplomacia—. Pero algunos, al creerte muerto, ansiaban tener un nuevo líder. —Todas las miradas se enfocaron en Chagadai. El kan de rostro lobuno perdió todo color—. Olvidaron lo que es correcto, y reclamaron a Chanar como Khahan, por encima de tus propios hijos. Ni siquiera esperaron a los treinta días de duelo que marca la tradición. —Bayalun golpeó su bastón contra el suelo para dar énfasis a sus palabras.

Chagadai, muy nervioso, bajó por el sendero e intentó, discretamente, volver a su sitio. Los kanes que lo habían aplaudido permanecieron en sus asientos, sin hacer nada que pudiese llamar la atención. Yamun se volvió hacia el tembloroso Chagadai y lo inmovilizó con la mirada. Aquellos que se encontraban entre los dos hombres se apartaron a toda prisa.

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