Lujuria de vivir (57 page)

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Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Drama

BOOK: Lujuria de vivir
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Vincent lo miró furibundo y dio un paso amenazante hacia él mientras colocaba una de sus manos en el bolsillo del saco. El doctor Gachet creyó ver que el pintor lo apuntaba con un revólver desde el interior de su bolsillo.
.

—¡Vincent!

El artista, tembloroso, bajó los ojos, sacó la mano de su bolsillo y salió corriendo de la casa.

Al día siguiente, tomó su caballete y sus pinturas, subió la colina y pasando cerca de la iglesia se sentó en un campo de trigo frente al cementerio.

A eso de mediodía, cuando el sol estaba más caliente apareció en el cielo una nube de pájaros negros. Llenaron el aire y oscurecieron el sol y cubrieron a Vincent con sus alas oscuras.

El artista siguió trabajando. Pintó los pájaros negros volando encima del trigo dorado, y cuando terminó escribió en un ángulo de su cuadro: «Cuervos sobre un trigal». Y luego, cargando su caballete sobre las espaldas volvió a lo Ravoux y acostándose se quedó profundamente dormido.

A la tarde siguiente volvió a salir. Subió a la colina por otro lado, pasando detrás de un castillo. Un campesino lo vio sentado contra un árbol y lo oyó que decía:

—¡Es imposible! ¡Es imposible!

Después de algún tiempo bajó de nuevo la colina y se detuvo en un campo roturado detrás del castillo. Sabía que su fin había llegado. Ya lo había sabido en Arles, pero no había podido terminar como él deseaba.

Quería despedirse. A pesar de todo, había vivido en un mundo bueno. Como decía Gauguin: «Al lado del veneno está el antídoto». Y ahora, en el momento de dejar el mundo le quería decir adiós. Adiós a todos esos amigos que le habían ayudado a moldear su vida; a Ursula, cuyo desprecio había hecho de él un descastado; a Mendes Da Costa que lo convenció que llegaría a expresarse, y que esa expresión justificaría su vida; a Kay Vos, cuyo ¡No, no, nunca! había quedado escrito con ácido en su alma; a la señora Denis, Jacques Verney y Henry Decrucq que le habían ayudado a amar a los despreciados de la tierra; al Reverendo Pietersen cuya bondad lo había reconfortado; a su padre y a su madre que lo habían amado lo mejor que habían podido; a Cristina, la única mujer que lo había comprendido, a Mauve, que había sido su maestro durante unas breves pero felices semanas; a Weissenbruch y De Bock sus primeros amigos pintores; a sus tíos Vincent, Jan, Cornelius, Marinus y Sticker que lo habían denominado la oveja negra de la familia Van Gogh; a Margot, la única mujer que lo había amado y que había intentado matarse por él; a todos sus amigos pintores de París; Lautrec, que había sido encerrado de nuevo en un asilo para morir allí; Georges Seurat, muerto a los treinta y un años de exceso de trabajo; Paul Gauguin convertido en mendigo en La Bretaña; Rousseau que se podría en un agujero cerca de la Bastilla; Cézanne, recluido en medio de su amargura en su colina de Aix; al Père Tanguy y Roulin que le habían enseñado lo que valían las almas sencillas; a Raquel y el doctor Rey que habían sido buenos con él, con la bondad que le hacía falta; a Aurier y al doctor Gachet los dos únicos hombres que lo habían considerado como un pintor de gran talento; y finalmente a su buen hermano Theo, el más querido de todos los hermanos.

Pero las palabras no eran su medio de expresión. Hubiera tenido que pintar un adiós.

Y no se puede pintar un adiós.

Volvió su rostro hacia el sol y apretó el gatillo del revólver. Cayó al suelo y su rostro se hundió en la tierra recién labrada.

RETORNO AL SENO DE LA MADRE TIERRA

Cuatro horas más tarde, se arrastró como pudo hasta el café Ravoux. Al notar la sangre sobre su ropa, la señora lo siguió hasta su cuarto y luego fue corriendo a buscar al doctor Gachet.

—¡Oh, Vincent! ¿Por qué ha hecho eso? —se lamentó Gachet al entrar en la habitación.

—Creo que la erré, ¿no le parece?

Gachet examinó la herida.

—Mi pobre Vincent, mi pobre viejo amigo, ¡cuán desgraciado ha debido sentirse para hacer esto! ¿Por qué nos quiere dejar cuando todos lo queremos tanto? Piense un poco en todos los hermosos cuadros que puede aún pintar.

—¿Quiere pasarme mi pipa que está en el bolsillo de mi chaleco?

—Por cierto, amigo mío.

La cargó de tabaco y la colocó entre los dientes de Vincent, encendiéndosela.

El artista comenzó a fumar tranquilamente.

—Hoy es domingo y su hermano no está en su trabajo, ¿puede darme su dirección particular?

—No pienso dársela.

—Pero, Vincent. Necesitamos avisarle en seguida.


Es domingo y no quiero que se moleste a mi hermano. Está cansado y preocupado y necesita reposo.

Fue imposible persuadirlo de que diera la dirección de la Rue Pigalle. El doctor Gachet lo acompañó durante casi toda la noche, cuidándolo, y cuando se retiró a descansar un poco, dejó a su cabecera a su hijo Paul.

Vincent permaneció toda la noche fumando y con los ojos abiertos pero ni una sola vez dirigió la palabra a Paul.

Cuando Theo llegó a lo de Goupil a la mañana siguiente se encontró con el telegrama del doctor Gachet. Tomó el primer tren que salía para Pontoise y de allí un carruaje hasta Auvers.

—Hola, Theo —dijo Vincent al verlo.

Su hermano se dejó caer de rodillas al lado del lecho de Vincent y lo tomó entre sus brazos como si hubiera sido una criaturita. No podía hablar.

Cuando llegó el doctor, Theo lo llevó al corredor y Gachet sacudió tristemente la cabeza.

—No hay esperanzas, amigo mío. No puedo operar para sacar el proyectil, pues está demasiado débil. Si no fuese por su constitución de hierro hubiera muerto en el campo.

Durante todo el día, Theo permaneció al lado de su hermano teniéndole las manos entre las suyas. Cuando cayó la noche y se encontraron solos, comenzaron a hablar de su infancia en el Brabante.

—¿Recuerdas el molino de Ryswyk, Vincent?

—Era un hermoso molino viejo, ¿verdad?

—Solíamos caminar al borde del arroyo y nos entreteníamos en hacer proyectos para el porvenir...

—¿Y te acuerdas cuando jugábamos entre las espigas de trigo durante el verano? Tú me tenías de las manos como lo haces ahora.

—Es verdad, Vincent.

—Cuando estaba en el hospital de Arles pensaba a menudo en Zundert. Hemos tenido una linda infancia, Theo. Jugábamos en el jardín detrás de la cocina y mamá nos hada tortas de queso para la merienda.

—Me parece que hace tantos años...

—...Sí..., la vida.... es larga. Theo, en recuerdo mío, cuídate. Cuida tu salud. Debes pensar en Johanna y en el pequeño. Llévalos al campo para que se vuelvan sanos y fuertes. Y no permanezcas en lo de Goupil. Theo. Te han tomado toda la vida, y no te han dado nada en cambio.

—Pienso abrir una pequeña galería por mi cuenta. Y mi primer exposición será de obras de un solo artista: las obras completas de Vincent Van Gogh..., tal cual las dispusiste en el departamento, con tus propias manos.

—Mi obra..., arriesgué mi vida por ella..., y mi razón casi no resistió...

La profunda quietud de la noche de Auvers inundó la habitación después de la una de la madrugada Vincent murmuró:

—Quisiera morirme ahora, Theo.

Unos instantes más tarde cerró los ojos.

Theo comprendió que su hermano lo había dejado para siempre.

Y LA MUERTE NO LOS SEPARO

Rousseau, el Père Tanguy, Aurier y Emile Bernard vinieron desde París para asistir a las exequias.

Las puertas del café Ravoux estaban cerradas y los postigos bajados. La carroza fúnebre con los caballos negros aguardaba delante de la puerta.

Colocaron el féretro de Vincent sobre la mesa de billar.

Theo, el doctor Gachet, Rousseau, el Père Tanguy, Aurier, Bernard y Ravoux de pie en torno de él, permanecían mudos y ni siquiera podían mirarse.

Nadie pensó en llamar a un sacerdote.

El cochero de la carroza llamó a la puerta. —Es hora, señores —dijo.

—Por amor de Dios —exclamó el doctor Gachet—, no podemos dejarlo partir así.

Hizo bajar todos los cuadros de la habitación de Vincent y luego envió a su hijo a que buscara los que tenía en su casa.

Los seis hombres comenzaron a colgarlos sobre los muros de la sala, mientras Theo permanecía solo al lado del ataúd.

El colorido de los cuadros de Vincent transformó la lúgubre sala del café en una magnífica catedral.

Nuevamente los hombres se reunieron en torno de la mesa de billar.

Sólo Gachet fue capaz de hablar.

—Nosotros, que somos los amigos de Vincent, no desesperemos. Vincent no está muerto. Nunca morirá. Su amor, su genio, la gran belleza que ha creado seguirá eternamente enriqueciendo el mundo. Siempre que contemplo sus pinturas encuentro nueva fe, nuevo sentido a la vida. Fue un coloso... un gran pintor, un gran filósofo. Cayó mártir de su amor por el arte.

Theo trató de agradecerle pero las lágrimas ahogaron sus palabras.

Colocaron la tapa del ataúd y los seis amigos lo condujeron lentamente hasta la carroza, siguiendo luego a pie el coche fúnebre.

Después de pasar por la estación comenzaron a subir la colina; pasaron frente a la iglesia católica y por el campo de trigo dorado, deteniéndose finalmente la carroza frente a la entrada del cementerio.

Theo caminaba solo detrás del féretro que fue conducido por los seis hombres hasta la tumba.

El doctor Gachet había elegido para la última morada de Vincent el lugar en que se habían detenido el primer día y desde donde se divisaba el hermoso valle del Oise.

Nuevamente Theo quiso hablar pero sin conseguirlo.

Los enterradores bajaron el féretro y comenzaron a cubrirlo de tierra. Una vez que todo hubo terminado los siete hombres abandonaron el cementerio.

Pocos días después, Gachet plantó girasoles alrededor de la tumba.

Theo regresó a su casa de la Cité Pigalle. Su pérdida lo dejó desconsolado y fue demasiado grande para su salud quebrantada, terminando por perder la razón.

Johanna lo llevó a una Casa de Salud en Utrecht, la misma donde habían llevado a Margot algunos años antes.

—Al cabo de seis meses de la muerte de Vincent su hermano falleció, siendo enterrado en Utrecht

Poco tiempo más tarde, Johanna que leía su Biblia para consolarse, tropezó con el siguiente versículo de Samuel: «Y la muerte no los separó».

Hizo llevar el cuerpo de Theo a Auvers y colocarlo al lado del de su hermano.

Cuando el cálido sol de Auvers resplandece sobre el pequeño cementerio rodeado de trigales, Theo descansa cómodamente a la sombra de los exuberantes girasoles de Vincent.

IRVING STONE. (14 de julio de 1903 – 26 de agosto de 1989). Escritor estadounidense conocido por sus numerosas biografías noveladas entre las que se cuentan las de figuras como Miguel Ángel, Freud, Vincent van Gogh, Schliemann, Darwin o Pissarro. Sus obras, de las cuales ha vendido más de treinta millones de ejemplares, han sido traducidas a más de sesenta idiomas.

La clave de la maestría del autor en la recreación histórica del pasado reside en su poder de fascinación respaldado por el rigor y la concienzuda documentación.

Entre sus trabajos habría que destacar sus semblanzas sobre Vincent Van Gogh, Lujuria de vivir (Lust for life, 1934) y Miguel Ángel, La agonía y el éxtasis (The agony and the ecstasy, 1965).

Justamente de estas dos obras se realizaron sendas adaptaciones cinematográficas, con Kirk Douglas en el papel de Van Gogh y Rex Harrison como el Papa Julio II en la adaptación de Miguel Ángel.

En 1960, Stone recibió el título de Doctor honorífico en letras, dado por la Universidad del Sur de California.

Stone tuvo un largo matrimonio con Jean Stone, quién luego fue la editora de muchos de sus trabajos.

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