Lyonesse - 2 - La perla verde (44 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 2 - La perla verde
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—¡Piedad! —gimió Dildahl—. ¡Mi mujer tiene problemas en las piernas y no puede caminar! ¡Sus venas sobresalen como serpientes rojas! ¿Hemos de arrastrarnos en el polvo?

Harbig le habló a Dussel:

—Dildahl parece hábil en la cocina, y tiene buena mano para el pescado. ¿Por qué no conservarlo como pinche y ayudante del cocinero, mientras su esposa ordeña las vacas, prepara queso y mantequilla, siembra nabos, zanahorias y puerros, y trabaja el suelo, siempre de rodillas, por consideración a sus piernas? Todo por misericordia del rey Aillas, desde luego.

—¿Qué dices, Dildahl? —preguntó Dussel—. ¿Me servirás fielmente, sin quejas ni vacilaciones?

Dildahl miró al cielo y apretó los puños.

—Si he de hacerlo, lo haré.

—Muy bien. Primero, indícame dónde está tu cofre… o, mejor dicho, mi cofre.

—Está bajo la losa de mi cuarto.

—Que ahora es mío. Debes mudarte en seguida. ¡Luego friega este suelo hasta que cada plancha reluzca! No deseo ver mugre ni suciedad en el suelo de la Posada de la Costa, que sin duda se convertirá en rústico refugio para la nobleza de Xounges.

2

En el Rincón de Twitten, en el Bosque de Tantrevalles, se celebraban todos los años tres ferias, a las cuales acudían mercaderes y compradores de toda Elder, tanto humanos como semihumanos, todos esperando descubrir un maravilloso amuleto, joya o elixir para mejorar su vida o engordar su billetera.

La primera y la última de estas Ferias de los Duendes, como se las llamaba, marcaban respectivamente el equinoccio de primavera y el de otoño. La segunda feria empezaba la noche que los druidas conocían como Pignal aan Haag, las hadas del Bosque de Tantrevalles como Summersthawn y los archivistas ska como Soltra Nurre, en el idioma de la Noruega primigenia: una fecha que marcaba el inicio del año lunar, definido como la noche de la primera luna nueva después del solsticio de verano. Por alguna razón, esa noche había llegado a ser un momento en que entidades que despertaban a la conciencia ejercían influencias inusitadas y presiones indetectables. Los que recorrían lugares altos a menudo creían oír el eco de voces ventosas y el galope de caballos lejanos.

En la posada conocida como El Sol Risueño y La Luna Plañidera, cerca del Rincón de Twitten, la noche era conocida como Freamas, y marcaba un período de incesante trabajo para Hockshank, el posadero. Aun antes de Freamas, la posada se llenaba de viajeros de toda clase que se mezclaban en despreocupada camaradería para vender, comprar, cambiar, o sólo para observar y escuchar, quizá para buscar un amigo perdido o un enemigo evasivo, o bien para recuperar un objeto que les habían robado; los propósitos eran tan dispares como las gentes mismas.

Entre estos viajeros estaba Melancthe, quien había llegado temprano para ocupar el aposento reservado para ella.

Para Melancthe la feria significaba un descanso en su introspección, una ocasión donde su presencia despertaba escasa atención y menos curiosidad. Hockshank, el posadero, trataba a sus parroquianos sin remilgos, siempre que pagaran en dinero contante y sonante, no fastidiaran y no despidieran olores pestilentes, desagradables ni excesivos. En su comedor había una amplia variedad de semihumanos e híbridos, personajes inusitados y extravagantes, así como personas de apariencia común, como Melancthe.

Tras llegar un día antes de Freamas, Melancthe fue a observar cómo levantaban los puestos en la periferia del prado. Muchos mercaderes ya mostraban sus mercancías con la esperanza de atraer a los visitantes de pocos recursos antes de que gastaran su dinero en otra parte.

Melancthe paseó de puesto en puesto, escuchando en silencio las llamadas de los buhoneros, sonriendo suavemente cuando veía algo que le atraía. En el borde este del prado encontró un letrero pintado de verde, amarillo y blanco:

AQUÍ SE ENCUENTRA EL NOTABLE Y SINGULAR ZUCK

VENDEDOR DE OBJETOS ÚNICOS BAJO EL FIRMAMENTO MIS PRECIOS SON JUSTOS Y MIS MERCANCÍAS ESPECIALES

¡NO HAY GARANTÍAS NI DEVOLUCIÓN NI REEMBOLSO!

Zuck estaba detrás del mostrador de su puesto: una persona baja y rechoncha de cara redonda y calva incipiente, con una expresión de inquisitiva candidez. La nariz pequeña y los redondos ojos color ciruela pintados en las comisuras, así como la tez cetrina, insinuaban que por sus venas corría sangre semihumana.

Zuck vendía regularmente en la feria, y se especializaba en materiales mágicos, las substancias que solían componer las pociones y elixires. Hoy sus mercancías incluían una novedad. Entre recipientes de bronce y cubos de goma, había una flor expuesta en un florero negro.

La flor llamó la atención de Melancthe, pues era notable tanto por su raro aspecto como por los colores, tan vividos e intensos que parecían casi palpables: negro brillante, púrpura, azul escarchado y rojo carmín.

Melancthe no podía apartar la mirada de la flor.

—Zuck, buen Zuck, ¿qué flor es ésa? —preguntó.

—Adorable dama, no lo sé. Un individuo del bosque me trajo este único ejemplar para que yo sondeara el mercado.

—¿Quién es ese maravilloso jardinero?

Zuck se apoyó el dedo en la mejilla y le mostró a Melancthe una sonrisa cómplice.

—Es un falloy de temperamento reservado. Insiste en guardar el anonimato, para no sufrir largas discusiones teóricas ni sigilosos intentos de aprender su secreto.

—Entonces, las flores deben crecer cerca de aquí, en el bosque.

—En efecto. Las flores son escasas y cada una supera a la anterior.

—Entonces, ¿has visto otras?

Zuck parpadeó.

—En realidad, no. El falloy tiene grandes dotes para la hipérbole, y para colmo es avaro. Sin embargo, he insistido en poner precios moderados para proteger mi reputación.

—Debo comprar esta flor. ¿Cuánto pides por ella?

Zuck alzó los ojos al cielo.

—El día casi ha terminado, y me gusta finalizar con una venta fácil, como buen augurio para el día siguiente. Para ti, adorable dama, el precio será casi insignificante: cinco coronas de oro.

Melancthe miró a Zuck con inocente sorpresa.

—¿Tanto oro por una sola flor?

—Bah, ¿te parece mucho? En tal caso, llévatela por tres coronas, pues tengo prisa por cerrar mi puesto.

—Zuck, querido Zuck: rara vez llevo monedas de oro.

—¿Y qué monedas llevas? —preguntó Zuck con mal ceño.

—¡Mira! ¡Un bonito florín de plata! Para ti, buen Zuck, sólo para ti, y yo me llevaré la flor.

Melancthe estiró el brazo y cogió la flor. Zuck miró la moneda dubitativamente.

—Si esto es para mí, ¿qué queda para el falloy?

Melancthe se llevó la flor a la nariz y besó los pétalos.

—Le pagaremos cuando traiga más flores. ¡Las quiero todas!

—Es mal modo de hacer negocios —gruñó Zuck—. Pero supongo que te has salido con la tuya.

—¡Gracias, querido Zuck! La flor es magnífica, y también el perfume. ¡Su aroma llega desde las márgenes del paraíso!

—En fin —suspiró Zuck—. Hay gustos para todo, yo sólo huelo cierta pestilencia.

—Es un olor complejo —explicó Melancthe—. Abre las puertas de estancias donde nunca he estado antes.

—Indudablemente, un capullo que despierta tales sensaciones vale más de una pieza de plata —reflexionó Zuck.

—Pues aquí tienes otra, para garantizar mi interés. ¡Recuerda: debes venderme las flores únicamente a mí!

Zuck hizo una reverencia.

—Ya, pero debes estar dispuesta a pagar un precio justo.

—No te defraudaré. ¿Cuándo regresa el jardinero?

—De eso no puedo estar seguro; a fin de cuentas, es un falloy.

3

Cuando anocheció en el prado, Melancthe regresó a la posada, y pronto se presentó en el comedor. Fue a una mesa en las sombras. Para cenar le sirvieron una olla donde burbujeaba un guiso de liebre, setas, perejil y vino, con una hogaza de pan fresco, una conserva de grosellas silvestres y una jarra de vino de grosellas. Una mota de polvo cayó en el vino, donde formó una burbuja.

Melancthe se puso en tensión.

De la burbuja salió una voz pequeña, tan tenue y baja que Melancthe se inclinó para oírla.

El mensaje era breve; Melancthe se reclinó, torciendo la boca con fastidio. Quebró la burbuja tocándola con el índice.

—Una vez más —murmuró—, una vez más debo usar mi purpúreo fuego para entibiar este helado y verde monumento al decoro. Pero no tengo por qué mezclar uno con el otro… a menos que quiera hacerlo.

Contempló la flor e inhaló su perfume mientras en la lejana Trilda, Shimrod, que estudiaba una antigua carpeta en su taller, sufría un repentino espasmo de inquietud.

Shimrod dejó la carpeta a un lado y se levantó despacio. Cerró los ojos, y en su mente surgió la imagen de Melancthe, como si flotara en aguas negras, desnuda y relajada, el cabello ondeante.

Shimrod miró a su alrededor con el ceño fruncido. En un nivel básico y elemental, la imagen resultaba estimulante; en otro nivel, sólo suscitaba escepticismo.

Reflexionó en el silencio de su taller, y al fin extendió la mano y tocó una campanilla de plata.

—¡Habla! —dijo una voz.

—Melancthe ha venido flotando por una corriente oscura hasta penetrar en mi mente —dijo Shimrod—. Llevaba un atuendo mínimo, es decir, ninguno. Interrumpió mis estudios y puso en movimiento mi sangre, luego partió con fría insolencia. No se habría molestado si no abrigara algún propósito.

—En tal caso, descubre ese propósito. Entonces sabremos cómo responder.

—Esta noche es Freamas —dijo Shimrod—. Ella estará en Rincón de Twitten.

—Pues ve a Rincón de Twitten.

—Así lo haré.

Shimrod llevó otros libros y carpetas a su mesa y a la luz de una vela de sebo hojeó los gruesos pergaminos hasta que encontró el texto que buscaba. Leyó concentradamente, memorizando las ásperas sílabas, mientras una polilla revoloteaba alrededor de la llama y al fin moría formando un montoncillo de polvo.

Shimrod guardó varios objetos en un zurrón. Estaba preparado. Salió al camino, pronunció unas palabras, cerró los ojos y retrocedió tres pasos. Cuando abrió los ojos estaba delante del alto poste de hierro que marcaba el Rincón de Twitten, en el corazón mismo del Bosque de Tantrevalles. Había anochecido; tenues estrellas blancas brillaban a través del follaje. Cincuenta metros al este, una alegre luz amarilla se derramaba por las ventanas de la posada El Sol Risueño y La Luna Plañidera. Shimrod caminó en esa dirección.

La puerta con remaches de hierro estaba abierta de par en par para dejar entrar el aire de la noche. A un lado estaba Hockshank, detrás del mostrador, trinchando un anca de venado; al otro extremo había mesas, bancos y sillas, todo lleno a rebosar. En un rincón sombreado, Shimrod descubrió la serena figura de Melancthe, en apariencia absorta en los reflejos de la superficie del vino, e indiferente a la presencia de Shimrod.

Shimrod se acercó al mostrador.

Hockshank lo miró por el rabillo de sus ojos dorados; por las venas de Hockshank corría sangre de semihumano. Su cabello era una pelambrera del color de la paja mustia; andaba un poco encorvado, y en los pies, cubiertos de vello gris amarillento, tenía pequeñas garras negras en vez de uñas.

—Me parece que le conozco —dijo Hockshank—, pero no tengo memoria para los nombres. De cualquier modo, si buscas alojamiento, todo está ocupado.

—Soy Shimrod de Trilda. En el pasado, merced a una atenta reflexión, o mejor dicho, alojando a ciertos huéspedes tuyos en el establo, descubrimos una cámara que convenía a mi comodidad y a tu provecho, y ambos quedamos satisfechos con la transacción.

—Shimrod, te recuerdo —dijo Hockshank sin interrumpir su trabajo—, pero esta noche el establo está lleno. No podría ofrecerte un cuarto aunque me dieras un saco de oro.

—¿Un saco pequeño o un saco grande?

—Esta noche con cualquiera de los dos sólo conseguirías un banco en el comedor, pero nada más. Hay clientes por todas partes; ya he llegado a ciertas difíciles soluciones de compromiso —Hockshank señaló con el cuchillo—. ¿Ves esa mesa con las tres corpulentas matronas de semblante adusto?

Shimrod se volvió para mirar.

—Tienen un aspecto impresionante.

—En efecto. Son vírgenes sagradas del Templo de Dis, en Dahaut. Les he asignado un dormitorio de seis camas, junto con aquellos tres caballeros con las hojas de parra en el pelo. Espero que concilien sus diferencias filosóficas sin molestarse mutuamente en la posada.

—¿Qué dices de la dama que está sentada a solas en el rincón?

Hockshank miró hacia el rincón.

—Es Melancthe, la semibruja, y ocupa los aposentos que hay detrás de la Puerta de los Dos Lagartos Verdes.

—Quizá puedas inducirla a compartir sus aposentos conmigo.

Hockshank dejó de trinchar.

—Si todo fuera tan fácil, yo mismo estaría con ella, y tú pasarías la noche con la señora Hockshank.

Shimrod se situó en una mesa en el extremo de la habitación, donde cenó venado con grosellas y cebada.

Al fin Melancthe se dignó reparar en su presencia. Cruzó el comedor y se sentó al lado de Shimrod.

—¡Siempre te he considerado un parangón de galantería! —dijo en voz baja—. ¿Tanto me equivoco al juzgar?

—La mayoría de las veces sí. ¿En qué falla mi galantería?

—Dado que fui yo quien te llamó, podrías haber venido a mi mesa.

Shimrod asintió.

—Lo que dices es válido en general. Pero en el pasado te he encontrado imprevisible, y a veces mordaz en tus recriminaciones. Es uno de tus defectos. Dudé en revelar públicamente que nos conocíamos para no avergonzarte. Por tanto, esperaba tu señal.

—¡El púdico y modesto Shimrod! ¡Yo tenía razón, después de todo! ¡Tu caballerosidad es irreprochable!

—Gracias —Shimrod se inclinó—. Además, quería cenar antes de que dijeras algo que arruinara mi apetito.

—¿Estás ya satisfecho?

—He cenado bien, aunque el venado era algo duro. Y mientras tanto, tú has podido decidir qué deseabas decirme.

Melancthe le sonrió a la flor que tenía entre los dedos.

—Quizá no tenga nada que decirte.

—Entonces, ¿por qué me llamaste con una señal tan explícita? A menos que en este momento haya ladrones saqueando Trilda.

Melancthe dejó de sonreír mientras hacía girar la flor entre los dedos.

—Quizá sólo deseaba que me vieran en compañía del famoso Shimrod, para aumentar mi reputación.

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