Lyonesse - 2 - La perla verde (20 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 2 - La perla verde
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—¡No sabes nada sobre mí! ¡Nada de nada! ¡Piensas y reflexionas, e incluso mientras nos amamos percibo el chasquido de tus pensamientos!

Asombrado por la vehemencia de Melancthe, Shimrod sólo pudo responder:

—No obstante, al fin te comprendo.

—Eres un prodigio de razón pura.

—¡Estás totalmente equivocada! Quisiera que vieras tu error. No me atrevo a contártelo todo, y menos ahora que estás enfadada. Has ganado la guerra erótica. ¡El Principio Femenino ha derrotado al Masculino! Bienvenida a tu victoria: está vacía. No diré más.

—¡No! —exclamó Melancthe—. Has ido demasiado lejos. Debes continuar.

Shimrod se encogió de hombros.

—Decidiste no cantar más con los parias; optaste por integrarte a la sociedad humana, pero aquí, a tu pesar, fuiste obligada a obedecer la función que Desmëi te imprimió. Fui a tu villa y desperté tu hostilidad. Sospecho que fue una emoción rara y ambigua: yo te gustaba y te repelía. En todo caso, me convertí en tu primer antagonista. ¿Me derrotaste? Piensa lo que quieras. Y ahora no diré más, excepto esto: puedes tolerar a Tamurello porque él no es masculino de veras, y por tanto no es un antagonista —Shimrod se puso en pie—. Excúsame. Últimamente he descuidado mis tareas, y debo encargarme de ellas.

Shimrod fue a su taller. Las mesas estaban en orden; el taller era de nuevo un lugar agradable donde trabajar, aunque Shimrod había hecho muy poco durante los últimos dos meses.

Hoy su primera tarea se relacionaba con el mago Baibalides, quien vivía en una casa de roca negra en la isla de Lamneth, frente a la costa de Wysrod.

Shimrod abrió un armario y extrajo una caja de la cual sacó una máscara que representaba a Baibalides. Luego apoyó un cráneo en un pedestal y colocó la máscara sobre el cráneo. Al instante la máscara pareció cobrar vida. Parpadeó y abrió la boca para humedecerse los labios con la lengua.

—Baibalides, ¿me oyes? —preguntó Shimrod—. Te habla Shimrod.

La boca de la máscara respondió con la voz de Baibalides:

—Te oigo, Shimrod. ¿Qué deseas?

—Tengo aquí un objeto que cogí en Tintzin Fyral. Es un tubo de marfil que por un lado tiene talladas extrañas runas, y por el otro caracteres que dicen tu nombre. Me pregunto cuál será el propósito del tubo, y si lo reclamas como de tu propiedad, o si fue un obsequio destinado a Tamurello o a Faude Carfilhiot.

—Conozco el tubo —replicó Baibalides—. Es el Espectador Milenario de Gantwin. Muestra acontecimientos de los últimos mil años. Tamurello me lo ganó en una apuesta, y por lo visto se lo dio a Carfilhiot. Si no lo necesitas, lo aceptaré con gusto. Es de inestimable valor cuando deseas localizar tesoros enterrados o conocer las proezas de héroes muertos o, en un ámbito más práctico, para determinar la paternidad. Según recuerdo, el hechizo activador consiste en tres resonancias y un temblor.

—Te devuelvo el objeto —declaró Shimrod—. Si alguna vez lo necesito, tal vez me hagas el favor de prestármelo.

—¡Con mucho gusto! —declaró Baibalides—. Celebro el regreso de este objeto con especial satisfacción, pues creo que Tamurello me hizo trampa cuando hicimos esa apuesta.

—No me extrañaría —dijo Shimrod—. Tamurello es un hombre de gustos raros. Por mera perversidad, prefiere el mal al bien. Algún día conseguirá enfadar a Murgen.

—Opino lo mismo. La semana pasada asistí a un cónclave en el monte Khambaste de Etiopía, y Tamurello ya estaba allí. Durante esa importante reunión, ofendió a una bruja circasiana, que empezó a corroer a Tamurello con Ruina Azul, y Tamurello tuvo que hacer concesiones, aunque luego lanzó una maldición a la bruja para que las uñas de los pies le crecieran medio metro, de modo que ahora ella tiene que llevar botas especiales hasta el fin de sus días.

Algo llamó la atención de Shimrod.

—¿La semana pasada, dices? ¿Y adonde fue Tamurello después del cónclave?

—Quizá regresó a Pároli. No estoy seguro.

—No importa. Intentaré que recibas el tubo cuanto antes.

—¡Gracias, Shimrod!

La máscara perdió su vitalidad. Shimrod guardó la máscara y el cráneo en el armario. Fue a ver el mapa e inspeccionó la luz azul que indicaba que Tamurello había permanecido en Pároli los dos últimos meses.

Mirando atentamente, Shimrod descubrió el origen del problema. Alguien había aplicado al mapa un fragmento de membrana adhesiva, inmovilizando el destello azul.

Shimrod, alejándose del mapa, examinó cada uno de los instrumentos que en principio debían vigilar cada fase de las actividades de Tamurello. Cada uno había sido inutilizado por un medio u otro, de tal modo que una mirada distraída no descubría el problema.

Shimrod despertó a Facque, un sandestin que, disfrazado de gárgola tallada, custodiaba el taller desde el antepecho del hogar.

—Facque, ¿estás dormido?

—Claro que no.

—¿Por qué no has vigilado atentamente?

—Por favor, no puedo responder con exactitud a preguntas negativas. Hay muchos actos que no he realizado. Podríamos hablar eternamente mientras te detallo las cosas que no he hecho.

—Bien —rectificó pacientemente Shimrod—, ¿has vigilado atentamente el taller?

—Sí, desde luego.

—¿Por qué no me advertiste acerca de los intrusos?

—¿Por qué me formulas una y otra vez preguntas que implican acciones no realizadas? —rezongó Facque.

—Bien. ¿Has visto intrusos? O, mejor aún: ¿quién ha entrado en el taller durante los dos últimos meses?

—Tú, Murgen y la mujer que han enviado aquí para divertirte y confundirte.

—¿La mujer entró sola mientras yo no estaba?

—En varias ocasiones.

—¿Tocó el mapa y los instrumentos?

—Fijó la luz en su lugar, y manipuló los otros artefactos.

—¿Hizo algo más?

—Hizo marcas con una pluma en tu Libro de los Logotipos.

—¡Con razón mi magia ha sido tan pobre últimamente! —exclamó Shimrod—. ¿Qué más?

—Nada importante.

Shimrod quitó del mapa la película adhesiva; al instante el destello azul, como si quedara libre de presiones inmovilizadoras, saltó de un lado a otro hasta posarse de nuevo en Pároli.

Shimrod fue hacia sus instrumentos, y con cierta dificultad los puso de nuevo en funcionamiento.

—¡Despierta! —le ordenó a Facque.

—Estoy despierto. Nunca duermo.

—¿Tamurello, o alguien más, ha instalado instrumentos de vigilancia, o con otra función, en Trilda?

—Sí. La mujer puede incluirse en esta categoría. En segundo lugar, Tamurello me ha encargado que informe acerca de tus actividades. Al no tener instrucciones que me lo prohibieran, lo he complacido. Tercero, Tamurello ha intentado usar insectos con propósitos de espionaje, pero sin gran éxito.

—Facque, te ordeno, de forma definitiva e inmutable, que no proporciones información de ningún tipo a nadie excepto a Murgen y a mí; y mucho menos a Tamurello, o a cualquiera de sus agentes o instrumentos; ni siquiera al aire, pues por algún medio alguien lo podría recoger y enviar a Tamurello.

—Me satisface que hayas aclarado este punto —dijo Facque—. En síntesis, Tamurello no debe recibir ninguna clase de información.

—Exactamente, y eso incluye información positiva y negativa, el uso de silencios codificados, o la manipulación de cualquier artefacto, señal o combinación musical de la cual Tamurello pudiera obtener información. No debes responder de ninguna manera, e incluyo todos los tipos y permutaciones de comunicación que yo haya pasado por alto.

—Al fin conozco tu voluntad —dijo Facque—. Ahora todo está en orden.

—No del todo —suspiró Shimrod—. Aún debo decidir qué haré con Melancthe.

—No derroches esfuerzos en ello —aconsejó Facque—. Sería tiempo perdido.

—¿Por qué?

—Descubrirás que la mujer se ha marchado.

Shimrod salió precipitadamente del taller y miró por todas partes, pero Melancthe no estaba. Shimrod regresó cabizbajo al taller.

7

Tamurello rara vez aparecía con su aspecto natural. Por varias razones, entre ellas el simple capricho, prefería un disfraz exótico.

Ese día, al salir a un balcón que daba al jardín octogonal de Pároli, era un mozo frágil y ascético, algo lánguido, pálido como la leche fresca, con mechones de pelo rojizo tan finos y luminosos que resultaban invisibles. La delgada nariz, los finos labios y los ardientes ojos azules sugerían exaltación espiritual, tal como deseaba Tamurello.

Bajó despacio por una sinuosa escalinata de vidrio negro hasta el jardín. Al pie de la escalera se detuvo, luego avanzó despacio y al fin, volviendo la cabeza, optó por dirigirse hacia Melancthe, quien estaba a un lado, bajo la sombra de una mimosa florida.

El niño-hombre se acercó a Melancthe, y era ella quien parecía más terrosa y húmeda. Melancthe lo miró con rostro firme; la etérea pero definida masculinidad de Tamurello era una imagen que no le resultaba agradable.

Tamurello la miró de arriba abajo y le indicó que lo siguiera.

Melancthe lo siguió hasta una sala y se sentó rígidamente en medio de un sofá. Desde su punto de vista, los disfraces de Tamurello eran simples indicios de su estado de ánimo. Este niño-hombre le provocaba más intriga que rechazo. En general le importaba un bledo el aspecto de Tamurello, y ahora decidió no prestarle atención. Había cosas más urgentes.

Tamurello volvió a mirarla de arriba abajo.

—Tienes buen aspecto.

—Tus órdenes se han llevado a cabo.

—¡Y más que llevadas a cabo! Muy bien, supongo que ahora me toca ocuparme de tus problemas.

»Según recuerdo, estás preocupada porque te cuesta adoptar los hábitos de este mundo. Tienes derecho a sentir esta insatisfacción. Por tanto, deseas que provoque cambios en el mundo o, en caso contrario, en ti.

El niño-hombre curvó los labios en una fina sonrisa, y Melancthe pensó que Tamurello nunca había adoptado una apariencia tan mordaz.

—Me dijiste que mi mente no funciona de acuerdo con la mente de otras personas —dijo Melancthe.

—Eso dije. Especialmente de las personas de sexo masculino. Así intentó Desmëi vengarse del cosmos, y sobre todo del sector que tiene órganos genitales externos. ¡Qué broma! Sólo los inocentes como el pobre Shimrod sufren el embate de la furia de Desmëi.

—En tal caso, extirpa la maldición de mi alma.

El niño-hombre estudió a Melancthe con grave atención.

—Temo que anhelas lo imposible —replicó al fin.

—Pero me aseguraste…

El niño-hombre alzó la mano.

—Para ser sinceros, carezco de la habilidad necesaria. Ni siquiera Murgen podría hacerlo.

Melancthe arqueó las comisuras de su bella boca.

—¿Tu magia no es útil en mi caso?

El niño-hombre de pelo rojizo dijo vivazmente:

—Está muy bien ordenar tareas mágicas, pero un agente inteligente o diestro debe realizar el trabajo prescrito. En un trabajo curativo como éste, ninguna entidad, sea hombre, sandestín, semihumano, demonio u otra criatura de poder controlable, comprende todas las ramificaciones. Por lo tanto, no se puede hacer al instante.

—Aun así, te comprometiste a hacerlo.

—Afirmé que haría lo posible, y lo haré. Escucha, describiré tus problemas. Atiende bien, porque es una explicación complicada.

—Te escucho.

—Cada mente es un compuesto de fases superpuestas. La primera está alerta, y es la conciencia. Las demás no son menos activas, pero suelen trabajar en la oscuridad y lejos de la luz de la percepción.

»Cada fase utiliza sus propias herramientas. La primera fase de la mente, la manifiesta, recurre a la lógica, la curiosidad, la diferenciación entre lo racional y lo absurdo, con un corolario conocido como «humor», y una cierta simpatía proyectiva denominada «justicia».

»Las fases segunda y tercera se relacionan con las emociones, los reflejos y el funcionamiento del cuerpo.

»Tu primera fase parece tener un funcionamiento deficiente. La segunda fase, agente de las interpretaciones emocionales, intenta cumplir su función con grandes impedimentos y contratiempos. Allí parece residir la naturaleza de tu mal. El remedio consiste en fortalecer la primera fase mediante un régimen de hábito y educación.

—¿Cómo me educarías? —preguntó la asombrada Melancthe.

—Se imponen dos métodos. Puedo alterar tu aspecto convirtiéndote en una niña y presentarte a una familia noble donde aprenderías mediante el proceso habitual.

—¿Conservaría la memoria?

—Como prefieras.

Melancthe frunció los labios.

—No quiero ser una niña.

—Entonces, debes consagrarte a aprender, como un estudiante, mediante libros, estudio y disciplina, y así aprenderás a pensar con lógica, en vez de cavilar en términos de emoción.

—Parece espantosamente aburrido —murmuró Melancthe—. Estudiar, asimilar libros, pensar, intelectualizar… son los hábitos que ridiculizaba en Shimrod.

El niño-hombre la escrutó sin mayor interés.

—Decide.

—Si tuviera que estudiar libros, no aprendería nada y además enloquecería. ¿No puedes juntar sabiduría, experiencia, humor y simpatía en un nódulo e imprimirlo en el lugar vacío de mi cerebro?

—¡No! —replicó el niño-hombre, con tal vehemencia que Melancthe se preguntó si ocultaba algo—. ¡Toma tu decisión!

—Regresaré a Ys para meditarlo.

Tamurello pronunció al instante varias sílabas, como si hubiera estado esperando este momento. Melancthe fue arrebatada por un remolino y voló atravesando nubes y una luz radiante. Divisó el mar y el horizonte y luego sintió la blanda arena de la playa bajo los pies.

Se sentó en la arena tibia, abrazándose las rodillas. Los ejércitos del rey Aillas habían partido hacia el sur; la playa aparecía vacía hasta el estuario. Melancthe contempló el vaivén de las olas. El mar encrespado avanzaba hacia ella en un torrente de espuma blanca, con un sonido triste y dulce, y luego retrocedía.

Melancthe permaneció allí una hora. Luego se levantó, se sacudió la arena de la ropa y entró en su apacible villa.

VII
1

El rey Aillas había trasladado el cuartel general de su ejército a Doun Darric, una desolada aldea junto al río Malheu, sólo cinco kilómetros al sur del castillo Stronson del caballero Helwig, en el corazón de Ulflandia del Sur. Doun Darric había sido una de las primeras aldeas de Ulflandia del Sur atacada por los ska, y sólo los escombros ofrecían un recuerdo de las antiguas moradas.

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