Lyonesse - 2 - La perla verde (8 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 2 - La perla verde
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»“Conserva tu trono —le dije—. Mis ambiciones son mucho más modestas”.

»En ese momento regresó Kreim, y me despedí del rey Gax.

Aillas fue a mirar por la ventana. Más allá de la bahía el viento soplaba sobre cumbres nevadas.

—¿Qué opinas de su salud?

—Parece estar muy bien conservado para tener setenta años, aunque sus ojos no son tan agudos como antes. Su mente es ágil y su voz firme.

—¿Y después de Xounges?

—Tuve una rara aventura con una maligna perla verde, que por suerte entregué a un salteador. Luego seguí por Dahaut hasta Avallon.

»Celebré una audiencia con el rey Audry, en su palacio. Es orgulloso, necio y vano, pero tiene sentido del humor, aunque un tanto solemne. Aun así, lo tiene.

»Le advertí que su palacio estaba infestado de espías, y se me rió en las barbas. Como él no guardaba ningún secreto, Casmir malgastaba su dinero, lo cual divertía a Audry. No hay más que contar, excepto que Audry desea que te cases con Thaubin, su hija encinta.

—No estoy preparado para ello.

Entró un lacayo y murmuró algo al oído de Aillas.

Aillas torció el gesto y se volvió hacia Tristano.

—Espérame en el patio. Debo tratar algo en privado.

Tristano se marchó y un instante después Yane entró en la sala, tan sigilosamente que el aire parecía no moverse detrás de él.

Aillas se puso en pie.

—¡Estás de vuelta y puedo respirar de nuevo!

—Exageras el peligro —comentó Yane.

—Si te hubieran capturado, cantarías otra canción.

—Sin duda. Desde luego que cantaría, en voz alta y deprisa, y esperaría eludir la persuasión de Casmir. Hay pocos hombres a quienes tema, y él figura entre ellos.

Aillas fue a mirar por la ventana.

—Ha de tener otros espías además de ti.

—Ya lo creo, y uno de ellos es un traidor entre tus íntimos asesores. Casmir me iba a confesar su nombre y se arrepintió. Pero es un alto funcionario.

Aillas caviló.

—Me pregunto cuan íntimo y cuan alto.

—Muy íntimo y muy alto.

Aillas agitó la cabeza pensativamente.

—Me resulta difícil creerlo.

—¿Te reúnes a menudo con tus ministros?

—Por lo menos una vez por semana.

—¿Esos ministros son los mismos, semana a semana?

—No se producen grandes cambios.

—¿Cómo se llaman?

—Son seis, todos señores del reino: Maloof, Pirmence, Foirry, Sion-Tansifer, Langlark, Witherwood. Ninguno saldría ganando con la victoria de Casmir.

—¿Quiénes tienen motivos para guardarte rencor?

Aillas se encogió de hombros.

—Quizá me consideren demasiado joven, demasiado temerario o demasiado obstinado. La expedición a Ulflandia del Sur no es bien acogida en todas partes.

—¿Cuál de los seis es el más laborioso?

—Tal vez Maloof, el ministro de Hacienda. Todos son capaces en su tarea. Langlark parece indiferente a veces, pero tengo razones para eximirlo de sospecha.

—¿Cuáles son?

—He tratado de no pensar en ello, lo cual tal vez haya constituido un error. Como sabes, los astilleros de Blaloc construyen buques pesqueros y naves mercantes. Recientemente un tal duque Geronius de Armórica contrató la construcción de cuatro pesadas galeras de guerra, de un tipo que podría crearnos problemas en un día de calma. Investigando, descubrí que el duque Geronius de Armórica no existe. Es Casmir, quien trata de crear una armada a nuestras espaldas. En cuanto boten las naves y Casmir haya pagado el precio, enviaré una fuerza para quemarlas hasta la línea de flotación. Habrá gran crujir de dientes en el palacio de Haidion.

—¿Y bien?

—Durante una conferencia, con cuatro ministros presentes, comenté rumores de que se construían naves en Puerto Posedel de Blaloc. Mencioné que había pedido a un mercader de botellas que se dirigía a Puerto Posedel que investigara el asunto.

»Ese mercader no regresó. Hice preguntas en su fábrica y descubrí que lo habían asesinado en Blaloc.

Yane asintió reflexivamente.

—¿Y los ministros que escucharon tu comentario?

—Maloof, Sion-Tansifer, Pirmence y Foirry. Langlark y Witherwood no estaban presentes.

—Este episodio parece significativo.

—En efecto. Pero ya basta por ahora. Iré a Watershade con Tristano y Shimrod. Debo resolver allí un problema inquietante. Con ayuda de Shimrod, quizá desaparezca el problema y tengamos unos días de paz. ¿Quieres acompañarnos?

Yane se excusó.

—Debo ir a mi hogar, Skave, y cerciorarme de que hay toneles para el vino nuevo. ¿Qué perturba la paz de Watershade?

—Los druidas. Han ocupado la isla Inisfadhe, donde amenazan a Glyneth, y debo arreglar esta situación.

—Envía a Shimrod para que les arroje un hechizo, o, mejor aún, para que los convierta a todos en cangrejos.

Aillas miró por encima del hombro para cerciorarse de que Shimrod no estaba cerca.

—Shimrod ya se pregunta por qué lo he invitado de pronto. Cuando uno se enfrenta a los druidas, la magia es un instrumento tranquilizador. Pediré a Glyneth que cuente su historia; puede hacer lo que quiera con Shimrod, y con cualquier hombre a quien decida manipular.

—Lo cual, por lo que veo, incluye a un tal Aillas.

—Sin duda, el tal Aillas es uno de ellos.

III
1

Watershade se había construido en lejanos tiempos de agitación, para custodiar el tráfico del lago Janglin y amedrentar a los caballeros guerreros del Ceald, y nunca había sufrido un ataque.

El castillo se erguía al borde del lago, y parte de la fortaleza cilíndrica emergía del agua misma. Techos cónicos y bajos coronaban la fortaleza y las cuatro macizas torres contiguas. Los árboles daban sombra a las torres y a la fortaleza, y suavizaban la imponencia del castillo, mientras que los extraños techos cónicos parecían grotescamente inapropiados para guarecer esas macizas estructuras.

Ospero, el padre de Aillas, había construido una terraza alrededor de la fortaleza, en la parte que daba al lago. En muchos atardeceres de verano, mientras caía el sol, Aillas y Ospero, a veces con huéspedes, cenaban en la terraza. A menudo, si la compañía era grata, permanecían largo rato comiendo nueces y bebiendo vino, y miraban despuntar las estrellas.

En la costa crecían varias higueras, que durante el calor del verano despedían una invasora dulzura que atraía a miles de insectos zumbones; cuando niño, Aillas había sufrido más de una picadura cuando trepaba a las ramas grises y lisas en busca de fruta.

La fortaleza incluía un salón redondo que contenía una mesa con forma de C, de diez metros de diámetro, a la cual se podían sentar cómodamente cincuenta personas, o sesenta un poco más apretadas. La biblioteca de Ospero ocupaba el piso de arriba, junto con una galería y varias habitaciones. Las torres albergaban aireadas alcobas y agradables salas para el señor del castillo, su familia y los huéspedes.

Cuando la corte se trasladó a Dorareis, el foso quedó descuidado y se transformó en un lodazal repleto de juncos, zarzamoras y sauces achaparrados. Emanaciones fétidas se elevaban desde el limo, y al final Aillas ordenó que lo restauraran. Se contrataron cuadrillas durante tres meses; por fin se abrieron las compuertas y de nuevo corrieron aguas limpias por el canal, aunque el foso ahora sólo cumplía un propósito doméstico. Durante las tormentas, las embarcaciones del lago atracaban en el foso. Patos y gansos nadaban entre los juncos, y se podían pescar carpas, anguilas y lucios en las tranquilas aguas.

Watershade era para Aillas escenario de sus más gratos recuerdos, y con los años hubo pocos cambios. Weare y Flora ostentaban ahora los títulos de «senescal» y «castellana». Cern, ex palafrenero y compañero de juegos de Aillas, se había convertido en «jefe de caballerizas real». Tauncy, antes mayordomo, se había quedado cojo. Como «jefe viñatero de la finca real», controlaba el trabajo de las bodegas de Aillas.

Tras un largo periodo, y sólo por la insistencia de Weare, Aillas accedió a mudarse a los aposentos de su padre, mientras Dhrun ocupaba las habitaciones que había usado Aillas.

—Así sea —le dijo Weare a Aillas—. No se puede detener la caída de las hojas en otoño, ni el brote de hojas nuevas en primavera. Como a menudo he comentado a la dama Flora, eres demasiado propenso a la sensiblería. ¡Ahora todo ha cambiado! ¿Cómo aspiras a gobernar un reino si eres demasiado tímido para abandonar los aposentos de tu infancia?

—Weare, querido amigo, me planteas una difícil pregunta. A decir verdad, no me siento ansioso de gobernar un reino, y mucho menos tres. Cuando estoy aquí, en Watershade, todo parece una broma.

—No obstante, las cosas son como son, y he oído buenos comentarios sobre ti. Ahora te corresponde ocupar las cámaras altas.

Aillas torció la boca, incómodo.

—Sin duda tienes razón, y te complaceré. ¡Pero aún siento la presencia de mi padre por todas partes! Para serte sincero, a veces creo ver su fantasma en el balcón, o mirando los rescoldos cuando muere el fuego.

—¿Y qué hay con eso? —resopló despectivamente Weare—. Yo veo a menudo al buen Ospero. En las noches de luna, si entro en la biblioteca, lo encuentro sentado en su silla. Se vuelve para mirarme, y su rostro es plácido. Sospecho que amaba Watershade tan entrañablemente que ni siquiera muerto se resigna a partir.

—Muy bien —aceptó Aillas—. Espero que Ospero perdone mi intrusión. No cambiaré nada de lo que él dejó.

De nuevo Weare encontró razones para protestar.

—¡Vamos, jovencito! ¡No es eso lo que él querría, ya que tanto te amaba! Ahora los aposentos son tuyos y debes arreglarlos a tu gusto, no a gusto de un fantasma.

—¡De acuerdo! ¿Qué sugieres, en tal caso?

—Primero, fregar, cepillar y encerar la madera. Luego limpiar bien el yeso. He notado que el verde se oscurece con el tiempo. ¿Por qué no usar un azul claro con amarillo para las molduras?

—¡Perfecto! Exactamente lo que necesita. Weare, tienes un raro talento para estos asuntos.

—De paso, ya que estamos en el tema, quizá debamos renovar los aposentos de Glyneth. Consultaré con ella, desde luego, pero sugiero que pongamos yeso sobre la piedra y lo pintemos de rosa, blanco y amarillo, para brindarle alegría y felices despertares.

—¡Bien! ¡Encárgate de ello, Weare, por favor!

Aillas había concedido a Glyneth una pequeña y bonita finca en un valle, a poca distancia de Dorareis, pero ella no demostraba mucho interés en esa propiedad y prefería Watershade. Glyneth, que ahora tenía quince años, colmaba de gracia y encanto su vida y la de sus amigos con una pulcra simplicidad y un soleado optimismo, junto con una humorística comprensión de los absurdos de este mundo. Durante el año anterior había crecido más de dos centímetros, y aunque le gustaba llevar pantalones y blusa de hombre, sólo una persona ciega a la belleza podía confundirla con un muchacho.

Flora, sin embargo, consideraba que tanto esos atuendos como su conducta eran poco convencionales.

—Querida, ¿qué dirá la gente de una princesa que navega por el lago en una barquilla, que trepa a los árboles y se junta con los búhos, que vagabundea por el Bosque Salvaje como una cualquiera?

—Ojalá conociera a esa princesa —dijo Glyneth—. Sería una magnífica compañera. ¡Tendríamos los mismos gustos!

—¡Dudo que existan dos como ella! —declaró Flora—. Es hora de que esta princesa aprenda a comportarse con urbanidad, para no quedar mal en la corte.

—¡Flora, ten piedad! ¿Me echarías al frío y la lluvia sólo porque no sé hacer una buena costura?

—¡Jamás, querida! ¡Pero debemos observar, aprender y practicar los dictados de la etiqueta! Has llegado a una edad en que ciertos atributos del cuerpo hacen inapropiados los pantalones, y debemos prepararte un guardarropa de bonitos vestidos.

—¡Seamos prácticos! ¿Cómo saltaré una cerca con un bonito vestido? ¡Responde a esta pregunta!

—¡No es necesario que saltes cercas! Yo no salto cercas. La dama Vaudris de Hanch no salta cercas. Pronto pretendientes de alto rango acudirán en tropel para pedir tu mano en matrimonio. Cuando lleguen y deseen presentar sus respetos, deberé decirles que estás en alguna parte de la finca. Irán a buscarte. ¿Qué pensarán cuando te vean columpiándote en un árbol, o atrapando ranas en el foso?

—Pensarán que no quieren casarse conmigo, lo cual me parece perfecto.

Flora intentó pegarle en el trasero, pero Glyneth la esquivó.

—Esto es gracias a la agilidad.

—¡Mozuela desvergonzada, terminarás mal! —dijo Flora sin irritación, casi sonriendo. Poco después mimó a Glyneth dándole una bandeja de pasteles de limón.

Glyneth llevaba suelto el cabello dorado y rizado, o sujeto con una cinta negra. Aunque de apariencia ingenua, a veces se permitía coqueteos, jugando como un gatito que explora la voracidad de la selva. A menudo usaba a Aillas como sujeto de sus experimentos, hasta que Aillas, apretando los dientes y alzando los ojos, recurría a la fuerza de voluntad para no llevar esos juegos a un terreno donde las relaciones quedarían alteradas para siempre.

A veces, durante la noche, se preguntaba qué pasaba por la mente de Glyneth, y cuan seria era en sus juegos. En estas ocasiones siempre acudían otras imágenes a perturbarlo.

Ya no eran los sombríos recuerdos del jardín secreto de Haidion. Suldrun se había convenido tiempo atrás en una figura borrosa perdida en los abismos del tiempo. Otra forma más vital recorría los pensamientos de Aillas. Se llamaba Tatzel; era una ska, y vivía en el castillo Sank de Ulflandia del Norte. El estilo de Tatzel era único. Era delgada como una vara, con el cabello negro y largo; su tez era olivácea, como la de todos los ska; los ojos le brillaban de inteligencia. Aillas la había visto a menudo en la galería principal del castillo. No reparaba en Aillas, quien, como esclavo, le importaba menos que una silla.

Aillas no podía definir fácilmente sus sentimientos hacia Tatzel. Había rencor y desafío, generados por su erosionada autoestima, pero otras añoranzas más sutiles le habían provocado raras punzadas cuando ella pasaba sin verlo; él quería interponerse para que ella se fijara en su persona, le mirara a los ojos y reparara en su orgullo. Jamás se habría atrevido a tocarla; ella habría llamado a los guardias y se lo habrían llevado a rastras hacia un futuro horrendo, quizá para castrarlo, y habría perdido para siempre la virilidad y la posibilidad de que Tatzel cambiara de opinión sobre él.

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