Lyonesse - 2 - La perla verde (10 page)

Read Lyonesse - 2 - La perla verde Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 2 - La perla verde
3.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

¿Cuál de los seis?

¿Por qué razón?

Aillas miró de soslayo a Dhrun, y se enorgulleció de su apuesto hijo. Miró a Glyneth y se sintió arrebatado por otra emoción. Ella advirtió que la miraba, volvió los ojos hacia él y agitó la cabeza para indicar su desconcierto: no podía desentrañar el misterio.

El primer plato del banquete, un picadillo de aceitunas, camarón y cebollas horneadas en conchas de ostra con queso y perejil, fue seguido por una sopa de atún, coquinas y caracoles remojados en vino blanco con puerros y eneldo. Luego se sirvieron varios platos más: codorniz rellena de colmenilla, presentada en rebanadas de buen pan blanco, con acompañamiento de guisantes; alcachofas cocidas en vino y mantequilla, con una ensalada de hortalizas; callos y salchichas con repollo en salmuera; venado pintado con salsa de cerezo y acompañado por cebada cocida en caldo y frita con ajo y salvia; pasteles de miel, nueces y naranjas; y entretanto las copas rebosaban de noble Voluspa y San Sue de Watershade, junto con el verde y ácido moscatel verde de Dascinet.

A pesar de que se conocían desde hacía tiempo, los ministros no estaban cómodos en mutua compañía y, a medida que avanzaba el banquete, cada cual tendía a defender sus opiniones con creciente vehemencia, de modo que llegaron a parecer una caricatura de sí mismos y comenzaron a aflorar discordias.

El más severo del grupo era Sion-Tansifer, veterano en doce campañas; su cabello desgreñado crecía de forma irregular debido a las cicatrices que le cruzaban el cuero cabelludo. Exponía sus argumentos en frases mordaces y contundentes, como si cada una encerrara una verdad incuestionable; los que disentían recibían miradas de desprecio.

Maloof, sentado enfrente, tendía a evaluar todas sus opiniones, de tal modo que parecía algo inseguro y vacilante en comparación con Sion-Tansifer.

Pirmence contrastaba con ambos, pues se mostraba elegante y gentil, pomposo, ingenioso y fatuo. Pirmence había viajado mucho y se decía que el castillo Lutez albergaba tesoros de gran belleza.

Langlark, rechoncho, vigoroso y modesto, se hacía blanco de sus propios sarcasmos e ironías, con lo cual lograba que los argumentos de los demás parecieran estúpidos y exagerados. A menudo señalaba simplismos que los demás habían pasado por alto, y Pirmence se cuidaba de no exasperar a Langlark, quien era tal vez el único ministro que lo superaba en sutileza.

Witherwood, pulcro y rotundo, atacaba con saña las opiniones que consideraba ilógicas, sin tener en cuenta quién las emitía; Aillas había sentido a menudo el aguijón de sus críticas, y Maloof lo despreciaba por completo. Foirry hablaba poco y escuchaba a los demás con aire divertido y sardónico, pero cuando intervenía podía mostrarse tan mordaz como Witherwood.

Mientras comían el venado, la conversación viró hacia el problema de Ulflandia del Sur
[5]
, y se oyeron pocas opiniones optimistas.

—Es una tierra inhóspita —opinó Maloof con mesura—, llena de rocas y brezales, con una ciénaga o una choza derruida aquí y allá. A veces ofrece a sus habitantes un magro alimento, pero sólo si la cultivan con el mismo esfuerzo que dedican a matarse entre ellos. ¡Los ulflandeses son un pueblo brutal!

—¡Un momento! —exclamó Glyneth, interviniendo por primera vez—. Yo nací en Throckshaw, en Ulflandia del Norte, y mis padres no eran brutales. Eran amables, bondadosos y valientes, y fueron asesinados por los ska.

Maloof parpadeó incómodo.

—¡Mis disculpas! ¡Me he propasado, no hay duda! Quise decir que los barones de Ulflandia del Sur son gentes belicosas, y que la prosperidad sólo llegará cuando interrumpan sus peleas y rapiñas.

—Eso sucederá el día en que caigan monedas de oro del cielo, en vez de granizo —gruñó despectivamente Sion-Tansifer—. Los ulflandeses aman la venganza como los perros atraen las pulgas.

—Hace diez años —dijo Pirmenee— tuve ocasión de visitar Ys. Entonces viajé por la carretera de Oáldes. Vi muy poca gente: pastores y pegujaleros, y pescadores a lo largo de la costa. La tierra es ventosa, abierta y desierta, y tiene una sola ventaja: suministrará moradas a todos nuestros hijos menores, si el rey Aillas lo consiente.

—La comarca está desierta por una buena razón —afirmó Foirry—. Si los barones de las montañas soltaran a todos los que tienen encerrados en sus mazmorras o atados en el potro, podría haber exceso de población.

El simplista Maloof enarcó las cejas en un gesto de consternación.

—¿Por qué nos hemos aventurado en esa tierra desdichada? ¡Derrochamos esfuerzos, sangre y oro en empresas bélicas! ¡Los ulflandeses no representan nada para nosotros!

—Soy su rey y ellos son mis súbditos —declaró Aillas con voz moderada y razonable—. Les debo justicia y seguridad.

—¡Bah! —exclamó Witherwood—. Ese argumento es insostenible. Supongamos que de pronto te aclamaran rey de Catay. ¿Habríamos de enviar una flota de naves y regimientos de soldados troicinos para proteger su seguridad y encargarnos de su justicia?

—Catay queda muy lejos —rió Aillas— Ulflandia del Sur está muy cerca.

—No obstante —insistió Maloof con terquedad—, entiendo que el destino adecuado de tus recursos está aquí, entre los tuyos.

Sion-Tansifer se pronunció con vehemencia:

—Confieso que no me alegra esta expedición. ¡Esos canallescos barones custodian sus vallecicos como lobos y águilas! Si los matáramos a todos, surgirían otros tantos para remplazarlos, y todo quedaría igual que antes.

Langlark frunció el ceño en su habitual expresión de perplejidad.

—¿Estáis sugiriendo que abandonemos esa vasta comarca? ¿Nos resultaría ventajosa esta pérdida? Pirmence exagera, sin duda; la tierra no carece de recursos, y en el pasado se la consideró un reino rico. Las minas dan estaño, cobre, oro y plata, y hay grandes filones de hierro. En otros tiempos, vacas y ovejas pacían en los brezales y crecía avena, maíz y cebada en los campos.

Sion-Tansifer rió sombríamente.

—Los ulflandeses se pueden quedar con su «vasta comarca» y disfrutar de su espléndida riqueza, con mi beneplácito y mi gratitud, si hacen retroceder a los ska y de paso derraman su propia sangre. ¿Por qué debemos sacarles sus castañas del fuego? ¿Por la riqueza? No hay ninguna. ¿Por la gloria? ¿Dónde está la gloria de perseguir a esos patanes por los brezales?

—¡Vaya! —Pirmence se palmeó la barba cana con una servilleta—. Tus opiniones son rotundas —miró a Aillas—. Majestad, ¿qué respondes a estos quisquillosos y pesimistas?

Aillas se reclinó en la silla.

—He comentado largamente el tema. ¿Os falla la memoria? Lo repetiré. Hemos ocupado Ulflandia del Sur no por afán de riquezas, gloria ni tierras fértiles, sino por una sola razón: la supervivencia.

Sion-Tansifer agitó la cabeza en un gesto de escepticismo.

—O yo soy estúpido, o el concepto no es lógico.

—Tal vez ese juicio corresponda al rey Aillas —sugirió delicadamente Pirmence.

Aillas rió.

—Obviamente, Sion-Tansifer no es el único que piensa así —miró alrededor de la mesa—. ¿Quién más desea retirarse de Ulflandia del Sur? ¿Maloof?

—La empresa representa un cargo para el erario. No es de mi competencia decir más.

—¿Pirmence?

Pirmence frunció los labios.

—¡Estamos allí! Ahora es difícil, cuando no imposible, retirarse con honor.

—¿Langlark?

—Tus argumentos me parecen convincentes.

—¿Witherwood?

—Entiendo que hemos arrojado los dados en una partida peligrosa. Espero que la buena suerte nos acompañe.

—¿Foirry?

—Nuestras naves son dueñas del mar. Mientras esta situación continúe, Troicinet no tiene nada que temer.

—¿Qué opinas tú, caballero Tristano?

Tristano titubeó un instante.

—Preguntaré una cosa —se decidió al fin—: ¿cuáles serían las consecuencias si cediéramos Kaul Bocach y Tintzin Fyral y nos retiráramos de Ulflandia del Sur?

—En cuanto abandonáramos Ulflandia del Sur —respondió Aillas—, el rey Casmir, tras pellizcarse para asegurarse de que no está soñando y tras ponerse a bailar de alegría, llevaría sus tropas al norte a marchas forzadas. Luego, cómodamente, con todos sus ejércitos preparados, atacaría Dahaut desde dos flancos, y en un mes el rey Audry debería huir a Aquitania o morir. Luego Casmir llevaría la mesa Cairbra an Meadhan y el trono Evandig a la ciudad de Lyonesse, nombrándose rey de Elder. En el estuario de Mermeil construiría una flota a fin de transportar sus tropas a Dascinet, y sería nuestro fin. Al entrar en Ulflandia del Sur hemos frustrado el plan de Casmir, y le hemos obligado a trazar planes más complicados.

—Me has convencido —decidió Tristano—. ¿Qué dices tú, señor Sion-Tansifer?

—Con el debido respeto, todas las premisas carecen de solidez. En este momento, Casmir puede marchar al norte por la Trompada sin siquiera pisar Ulflandia del Sur.

—No es así —rebatió Aillas—. En seguida se encontraría en guerra con nosotros, y con grandes dificultades logísticas. Mientras Ulflandia del Sur y el Teach tac Teach sean nuestros, Casmir nunca avanzará por la Trompada. Le cerraríamos el paso fácilmente sólo con las tropas locales.

—¿A qué viene esta charla sobre peligros y hostilidad? —intervino Maloof de mal humor—. ¿No hemos firmado tratados de paz con Lyonesse? ¿Por qué sospechar lo peor? Si demostramos a Casmir que realmente queremos la paz, él nos pagará con la misma moneda, y no serán necesarias más amenazas, ni habrá que levantar las armas, lo cual sólo empeora la situación.

—Recuerda lo que sucedió hace unos años —intervino Aillas—. Granice era rey de Troicinet. Yvar Excelsus de Dascinet quiso castigarnos mediante una guerra y pidió ayuda a Casmir. Casmir ansiaba cruzar el Lir con sus tropas. Si nuestras naves no hubieran desbaratado su flota, ninguno de nosotros estaría hoy cenando en Miraldra. ¿Han cambiado los planes de Casmir? Es obvio que no.

—Pero Ulflandia del Sur no es Dascinet —insistió Maloof.

—¿Crees, pues, que si nos mostramos amables con Casmir él no nos creará problemas? —preguntó secamente Witherwood.

—No tenemos nada que perder —respondió altivamente Maloof—. Cualquier cosa es preferible a la guerra.

—No cualquier cosa —sentenció Langlark.

—Ninguno de nosotros desea la guerra —dijo Aillas—, ni siquiera Casmir, quien preferiría triunfar gracias a nuestra debilidad y a nuestra estupidez. Mientras yo sea rey, no ocurrirá tal cosa. Sin embargo, me esfuerzo por mantener la paz. Os interesará saber que el rey Casmir y la reina Sollace vendrán a Domreis para una visita oficial.

—¡Me parece una gran noticia! —saltó Maloof—. ¿Cuándo será?

—Dentro de un mes.

Foirry rió sardónicamente.

—¡Qué farsa es la diplomacia!

Aillas sonrió.

—Como rey, debo ser un modelo de decoro, aunque se me revuelvan las tripas… He dicho más de lo que deseaba decir.

El banquete terminó. Aillas y Yane fueron a sentarse frente al fuego de una sala pequeña, en compañía de Glyneth y Dhrun.

—¿Qué opináis? —preguntó Aillas.

Yane escrutó las llamas.

—Resulta difícil de juzgar. Es improbable que sean Langlark o Foirry, a causa del episodio del mercader de botellas. Sion-Tansifer es valiente, sin duda, aunque un poco simplista. Pero no creo que sea un traidor. ¿Maloof? ¿Witherwood? ¿Pirmence? Mi intuición me señala a Maloof. Ansia la paz y está dispuesto a hacer concesiones. La historia conoce a muchos personajes como él; Maloof podría incluso considerarse un gran héroe de la diplomacia secreta, aplacando a Casmir para propiciar un rebuscado concepto de buena voluntad.

»Luego está Pirmence. Parece flexible y se lo podría inducir a ser espía, por oro o por simple aburrimiento. Es uno de esos sujetos engañosos que, en nombre de la tolerancia, perdonarían toda clase de conductas… especialmente en sí mismos.

»¿Witherwood? Si es un espía, sus motivos son incomprensibles.

4

Al mediodía siguiente, Maloof informó al rey Aillas sobre la situación del erario real. Tenía un semblante sombrío y traía malas noticias.

—A causa de la incursión en Ulflandia del Sur, junto con los costes de la construcción naval en los astilleros del río Tumbling, nuestras reservas financieras se han reducido a un nivel crítico.

—Vaya —suspiró Aillas—. No es agradable saberlo.

—Hace tiempo que os advierto sobre esto —dijo Maloof con ceñuda satisfacción—. Ahora se ven las consecuencias.

—Ya… ¿Han llegado nuestros ingresos de Dascinet?

—Todavía no, majestad, ni el dinero de Scola. Y no llegarán hasta la próxima semana.

—Bien, durante una semana tendremos que vivir con austeridad. Espero que Ulflandia del Sur empiece a pagar dentro de poco. He enviado ingenieros a las viejas minas, pues me cuentan que nunca llegaron a agotarlas, sino que las abandonaron debido a los bandidos y salteadores. También puede haber oro de aluvión en los ríos. Nunca se ha explotado y tal vez pueda arrojar buenas ganancias: lo suficiente para pagar todos nuestros gastos. ¿Qué opinas?

—Hasta ahora, tal diluvio de riquezas es una mera hipótesis, y sin duda se requerirá una inversión sustancial sólo para demostrar su existencia.

Aillas sonrió.

—Maloof, eres realmente pesimista. ¡Si las cosas empeoran, obtendremos fondos mediante ese método conocido en todas partes como «el infalible»: los impuestos! ¡Los exprimiremos hasta que les crujan los zapatos! ¡El uso del dinero sólo se debe permitir a los reyes! ¡Es demasiado bueno para la gente corriente!

—Señor —dijo Maloof con tristeza—, sospecho que bromeas.

—No del todo. Me propongo imponer tasas portuarias en Ys; hasta ahora han salido indemnes. Además, empezaremos a recaudar los impuestos de Valle Evander que hasta ahora se pagaban a Carfilhiot. ¡Así que hay rentas a la vista! Y, tarde o temprano, sacaremos a los barones el oro que han atesorado robándose entre sí.

Maloof frunció el ceño en un ademán de recelo, pero de nuevo decidió que era una broma de Aillas.

—¡Un magnífico programa! —dijo.

Aillas rió.

—Pero muy simple, en la práctica. Dictaré leyes que sin duda ellos infringirán. Luego los multaré con grandes sumas, y tendrán que pagar o ser expulsados de los brezales. Ojalá pudiera hacer lo mismo con el rey Casmir y sus naves ilegales, pero temo que no pagaría las multas.

Maloof enarcó las cejas sorprendido.

Other books

The Contradiction of Solitude by A. Meredith Walters
Flood by Stephen Baxter
The Narrowboat Girl by Annie Murray
Lauraine Snelling by Breaking Free
Dirty Little Love Story by Alpha, Alicia
Butterfly Lane by T. L. Haddix
A Tale of Two Kingdoms by Danann, Victoria