Marte Verde (9 page)

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Authors: Kim Stanley Robinson

BOOK: Marte Verde
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Cierto día, después de comer, Jackie se quedó en el aula con Nirgal e Hiroko, la maestra del día, y le pidió que la incluyera en la clase de la tarde.

—¿Por qué habrías de enseñarle a él y no a mí?

—No hay razón —declaró Hiroko impasible—. Quédate si quieres. Sacad los atriles y poned en pantalla Ingeniería Termal, página mil cinco. Tomaremos como modelo Zigoto. Decidme, ¿cuál es el punto más caliente bajo la cúpula?

Nirgal y Jackie atacaron el problema, compitiendo y sin embargo unidos. Él se sentía tan feliz por la presencia de Jackie que casi olvidó el problema, y ella levantó el dedo antes de que Nirgal tuviese tiempo de organizar los datos. Jackie se rió de él, desdeñosa, pero también satisfecha. A pesar de todos los cambios que se habían operado en ambos, Jackie conservaba aún aquella alegría contagiosa y risueña de la que era tan duro verse excluido.

—Ahora os plantearé un problema para el próximo día —les dijo Hiroko—. Todos los nombres de Marte en la areofanía son nombres dados por los terranos. Casi la mitad de ellos significan estrella de fuego en los idiomas de los que proceden. Pero, con todo, sigue siendo un nombre impuesto desde el exterior. La pregunta es: ¿qué nombre se da Marte a sí mismo?

Unas semanas más tarde Coyote volvió a Zigoto, y Nirgal sintió una curiosa mezcla de alegría e inquietud. Coyote les dio clase una mañana, pero por fortuna no le dispensó un trato especial.

—La Tierra está en horas bajas —les comentó mientras trabajaban en las bombas neumáticas de los tanques de sodio fundido del Rickover—, y la situación empeorará. Por tanto el control que los terranos tienen sobre Marte es aún más peligroso para nosotros. Tenemos que permanecer ocultos hasta que nos hayamos librado del yugo, y mantenernos al margen mientras ellos se hunden en la locura y el caos. Recordad mis palabras, son una profecía tan verdadera como la verdad.

—Eso no es lo que decía John Boone —declaró Jackie.

Ella pasaba mucho tiempo explorando la IA de John Boone. En ese momento se la sacó del bolsillo, buscó con rapidez el pasaje y una voz cordial en la IA dijo: «Marte nunca estará verdaderamente a salvo hasta que la Tierra lo esté también».

Coyote soltó una risa estridente.

—Sí, bien, John Boone era así. Pero observa que él está muerto, mientras que yo sigo aquí.

—Cualquiera puede esconderse —replicó Jackie con acritud—. Pero John Boone salió afuera y guió a los demás. Por eso soy booneana.

—¡Tú eres una Boone y una booneana! —exclamó Coyote, provocándola—. Y el álgebra booneana nunca funcionó. Pero mira, muchacha, si quieres ser booneana tendrás que comprender a tu abuelo un poco mejor. No puedes convertir a John Boone en una especie de dogma sin traicionar lo que él era. He visto a otros entendidos booneanos y sé bien cómo actúan. Me dan risa cuando no me hacen echar espumarajos de rabia. Porque verás, si John Boone te conociera y hablara contigo sólo una hora, al final sería un jackista. Y si hablara con Harmakhis, se convertiría en harmakhista, quizás hasta se haría maoista. Ésa era su manera de ser, y era buena, ¿sabes?, porque de ese modo obligaba a los demás a pensar y a asumir responsabilidades. Nos forzaba a contribuir, porque sin nuestra contribución Boone no podía hacer nada. Su lema no era «todo el mundo puede hacerlo», sino «todo el mundo debe hacerlo».

—Incluyendo a la gente de la Tierra —replicó Jackie.

—¡Otra respuesta aguda no, por favor! —suplicó Coyote—. Oh, jovencita, abandona a esos niños y cásate conmigo. Beso igual que esta bomba neumática. Anda, acércate y te haré una demostración.

Sacudió la bomba y Jackie lo empujó y echó a correr. Ahora era la corredora más rápida de Zigoto; ni siquiera Nirgal con su resistencia podía competir con ella, y los chicos rieron cuando Coyote saltó tras ella. A pesar de la edad, era bastante veloz. Gruñendo y resoplando, se volvió y empezó a perseguirlos a todos. Acabó debajo de una pila de niños, gritando:

—¡Oh, mi pobre pierna! ¡Me las pagaréis! ¡Estáis celosos porque voy a birlaros a vuestra chica! ¡Basta, basta!

Ese tipo de bromas incomodaban a Nirgal e Hiroko las desaprobaba. Con una expresión severa, ella conminó a Coyote a detener el juego, pero él se rió en su cara.

—Fuiste tú quien convirtió esto en un pequeño campamento de incesto —le dijo—. ¿Qué piensas hacer, castrarlos? —El rostro de Hiroko se ensombreció aún más.— Muy pronto tendrás que renunciar a ellos y soltarlos. Y puede que entonces yo me quede con alguno.

Hiroko lo despidió, y muy pronto él emprendió un nuevo viaje. La siguiente vez que Hiroko les dio clase, los llevó a los baños y todos se sentaron a los pies de ella en el agua poco profunda y humeante mientras hablaba. Nirgal se sentó cerca del cuerpo desnudo y esbelto de Jackie, tan familiar para él a pesar de los cambios dramáticos que había experimentado el año anterior, y descubrió que no podía mirarla.

—Todos vosotros sabéis cómo funciona la genética, yo misma os lo he enseñado —dijo su anciana madre desnuda—. Y también sabéis que muchos sois medio hermanos, tíos, sobrinos y primos. Yo soy la madre o la abuela de buena parte de vosotros. Por consiguiente, no debéis tener hijos entre vosotros. Es así de sencillo, una simple ley de la genética.

Alzó una mano, mostrando la palma, como diciendo «Éste es nuestro cuerpo compartido».

—Pero todas las criaturas vivientes están impregnadas de viriditas —

continuó—, la fuerza verde que empuja para salir al exterior. Y por eso es normal que os améis los unos a los otros, sobre todo ahora que vuestros cuerpos están floreciendo. No hay nada malo en ello, a pesar de lo que diga Coyote. Sólo está bromeando. Sin embargo, en una cosa tiene razón: muy pronto conoceréis a otros jóvenes de vuestra edad, que con el tiempo se convertirán en vuestras parejas y compartirán la paternidad de vuestros hijos, y que estarán más cerca de vosotros que los miembros del clan incluso, a quienes conocéis demasiado bien para amarlos como a un ser distinto. Aquí todos formamos parte de un mismo ser, y el amor verdadero va siempre dirigido a otro ser.

Nirgal no apartaba los ojos de su madre, y sin embargo supo el momento exacto en que Jackie había cruzado las piernas, percibió el cambio ínfimo de la temperatura del agua que se arremolinaba entre ellas. Y se le ocurrió que su madre se equivocaba en parte. Aunque conocía muy bien el cuerpo de Jackie, ella seguía estando en muchos aspectos tan distante como una estrella, brillante e imperiosa en el cielo. Ella era la reina de la pequeña banda, y podía aplastarlo con una mirada si quería; de hecho lo hacía con frecuencia a pesar de que él llevaba toda la vida estudiando los estados de ánimo de ella. Ésa era toda la alteridad que él deseaba. Y estaba seguro de quererla. Sin embargo, ella no lo amaba, al menos no de la misma forma. Ni tampoco amaba así a Harmakhis, pensó Nirgal, lo que era un pequeño consuelo. Era a Peter a quien ella miraba con esa clase de amor, pero él estaba casi siempre fuera. Por tanto, no había nadie en Zigoto a quien ella amase como Nirgal la amaba. Quizá para Jackie las cosas eran como había dicho Hiroko, y Harmakhis y Nirgal y los demás eran demasiado conocidos. Y para ella sólo eran hermanos, a pesar de los genes.

Un día, el cielo se cayó de verdad. Toda la parte superior de la capa de hielo de agua se resquebrajó y se separó del hielo carbónico, y se desplomó sobre el lago, la playa y las dunas. Por fortuna, sucedió a primera hora de la mañana, cuando nadie había salido. Pero en la aldea los primeros estampidos y crujidos sonaron como explosiones y todos se precipitaron a las ventanas y presenciaron el desprendimiento; las gigantescas placas de hielo caían como bombas o girando como lascas, y el agua del lago saltaba y arremetía contra las dunas. La gente salió apresuradamente de las habitaciones, y en medio del ruido y el pánico Hiroko y Maya reunieron a los niños en la escuela, que disponía de un sistema de ventilación autónomo. Después de unos minutos pareció que la cúpula resistiría, y Peter, Michel y Nadia, sorteando escombros y pedazos de hielo, rodearon el lago para ir a comprobar el estado del Rickover. Si había sufrido daños, sería una misión mortal para ellos, y los demás estarían en peligro de muerte. Desde la ventana de la escuela Nirgal alcanzaba a ver la orilla opuesta del lago, cuajada de icebergs. Los graznidos de las gaviotas llenaban el aire y había un gran revuelo de plumas. Las tres figuras serpentearon por el estrecho sendero elevado que nacía en la base de la cúpula y desaparecieron en el interior del Rickover. Jackie se mordía los nudillos, nerviosa. Poco después los expedicionarios informaron por teléfono de que todo estaba en orden. El hielo sobre el reactor estaba sostenido por una red metálica muy densa y había resistido.

Estaban a salvo, por el momento. No obstante, en los días que siguieron la pequeña aldea vivió sumida en una angustiosa incertidumbre. La investigación reveló que la masa de hielo seco sobre ellos se había pandeado ligeramente y por eso la capa de hielo de agua se había cuarteado y desprendido de la red metálica. Al parecer, la sublimación del hielo exterior se estaba acelerando notablemente a medida que la atmósfera se espesaba y el mundo se calentaba.

Los icebergs del lago se derritieron lentamente, pero las placas de hielo que habían caído sobre las dunas permanecieron allí toda la semana, derritiéndose aún más despacio. Los niños ya no podían bajar a la playa, porque no se sabía si lo que quedaba de la capa de hielo era estable.

En la décima noche después del accidente los doscientos habitantes de la aldea se reunieron en el comedor. Nirgal miró su pequeña tribu reunida: los sansei parecían asustados; los nisei desafiantes; los issei, aturdidos. Los más viejos llevaban catorce años marcianos viviendo en Zigoto, y era evidente que les resultaba muy difícil recordar una forma de vida que no fuera ésa. Para los niños, que no habían conocido otra cosa, era imposible.

No era necesario señalar que nadie entraría en el mundo de la superficie. Pero la cúpula amenazaba hundirse y eran un grupo demasiado numeroso para pedir asilo en otros refugios. Separándose resolverían el problema, pero no era una solución que los alegrara.

Discutieron durante una hora antes de resumir la situación en esos términos.

—Podemos intentarlo en Vishniac —dijo Michel—. Es grande y seremos bien recibidos.

Pero Vishniac era el hogar de los bogdanovistas, no el suyo. Eso era lo que se leía en las caras de los mayores. Nirgal pensó que eran ellos los que tenían más miedo.

—Podemos mudarnos hielo adentro —propuso. Todos lo miraron.

—¿Te refieres a fundir una nueva cúpula? —preguntó Hiroko con interés.

Nirgal se encogió de hombros. Después de proponerla, se dieron cuenta de que la idea le desagradaba.

—El casquete es más grueso hacia el interior —dijo Nadia—. Pasará mucho tiempo antes de que se sublime lo suficiente como para preocuparnos. Y para entonces todo habrá cambiado.

—Es una buena idea —dijo Hiroko tras un corto silencio—, Podemos continuar aquí mientras fundimos una nueva cúpula, e ir trasladando las cosas a medida que haya espacio disponible. Sólo tardaremos unos meses.


Shikata ga nai
—dijo Maya con ironía.

No hay otra elección. Por supuesto que había elección. Pero ella parecía satisfecha con la perspectiva de un nuevo proyecto, y también Nadia. Y los otros parecían aliviados por tener la oportunidad de permanecer juntos y escondidos. Los issei, comprendió Nirgal de pronto, temían quedar al descubierto. Se reclinó en la silla, pensativo, y recordó las ciudades abiertas que había visitado con Coyote.

Emplearon mangueras de vapor alimentadas por el Rickover para abrir dos túneles, uno hacia el hangar y otro, más largo, que se adentraba en el casquete, hasta que la capa de hielo sobre él alcanzó los trescientos metros de grosor. Después empezaron a sublimar una nueva caverna de cúpula circular y excavaron el lecho de lago poco profundo. La mayor parte del CO2 fue capturado, refrigerado a la temperatura exterior y liberado. Separaron el oxígeno y el carbono del resto y lo almacenaron.

Arrancaron de raíz los grandes bambúes de la nieve y los transportaron en camión hasta la nueva caverna, dejando un reguero de hojas a lo largo del túnel. Desmontaron los edificios de la aldea y los volvieron a montar en sus nuevos emplazamientos. Los bulldozer y los camiones robot trabajaron día y noche para cargar la arena de las dunas y transportarla hasta el nuevo hogar: contenía demasiada biomasa (incluyendo a Simón) para dejarla atrás. En verdad, iban a llevarse todo lo que contenía la concha de Zigoto. Cuando las obras concluyeron, la vieja caverna no era más que una burbuja vacía en el corazón del casquete polar, hielo arenoso encima, arena helada debajo, y el aire del interior era la atmósfera marciana, 170 milibares compuestos principalmente de dióxido de carbono a 240 grados Kelvin. Un veneno tenue.

Tiempo después Nirgal acompañó a Peter en una visita a la vieja casa. Se le encogió el corazón al ver el único hogar que había conocido reducido a una simple cáscara: el hielo de la cúpula estaba cuarteado, la arena, desparramada; en el suelo, los agujeros de los cimientos se abrían como heridas horribles; el lecho del lago estaba desnudo, sin algas. El lugar parecía minúsculo y desordenado, la guarida de algún animal desesperado. Topos en un agujero, había dicho Coyote. Escondiéndose de los buitres.

—Vamonos —dijo Peter con tristeza, y caminaron por el largo túnel desnudo y mal iluminado que conducía a la nueva cúpula, el camino de asfalto que Nadia había construido, surcado ahora por mil huellas.

La nueva cúpula tenía una distribución diferente de la primera: la aldea estaba en el lado opuesto a la entrada, cerca de un túnel de emergencia que corría bajo el hielo hasta una salida en la cabecera de Chasma Australis. Los invernaderos se instalaron cerca de las luces de perímetro, y las dunas eran más altas. La maquinaria climatológica estaba justo al lado del Rickover. Los pequeños cambios eran innumerables y evitaban que aquél fuese una réplica del antiguo hogar. Y había tanto trabajo pendiente que no quedaba tiempo para lamentarse. Los robots versátiles no bastaban. Las clases de la mañana se habían suspendido desde el accidente, y los chicos formaban un equipo de apoyo que trabajaba con quien los necesitase. Algunos adultos intentaban convertir el trabajo en una lección —sobre todo Hiroko y Nadia— pero no había tiempo que perder y además eran trabajos sencillos que no requerían explicación, como apretar los módulos de las paredes con llaves Allen, trasladar planteles y tinajas de algas en los invernaderos, y así por el estilo.

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