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Authors: C. S. Lewis

Tags: #Ciencia Ficción, Relato, otros

Más allá del planeta silencioso (17 page)

BOOK: Más allá del planeta silencioso
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—Entre nosotros yace muy profundamente y es difícil extraerla, y los que cavan deben pasar toda su vida en ese oficio.

—¿Y les gusta?

—Creo que no… no sé. Tienen que seguir haciéndolo porque si se detienen no les dan de comer.

—¿Entonces no hay comida en abundancia en tu mundo?

—No sé —dijo Ransom—. Me he hecho a menudo esa pregunta y nadie pudo darme la respuesta. ¿Nadie mantiene a tu gente en su trabajo, Kanakaberaka?

—Las hembras —dijo el pfifltriggi con un sonido silbante que al parecer era el equivalente de una risa.

—¿Entre vosotros las hembras cuentan más que entre los demás
jnau
?

—Mucho más. Los sorns son quienes menos las consideran y nosotros quienes más lo hacemos.

18

Aquella noche Ransom durmió en la casa de huéspedes, que era una verdadera casa construida por los pfifltriggi y ricamente decorada. El placer de encontrarse en ese sentido bajo condiciones más humanas se vio limitado por la incomodidad que no podía dejar de sentir, a pesar de su razonamiento, ante la cercana presencia de tantas criaturas malacándricas. Estaban las tres especies. Parecían no sentirse incómodos entre sí, aunque había algunos desacuerdos, como los que ocurren en un vagón de ferrocarril terrestre: los sorns encontraban la casa demasiado caliente y los pfifltriggi demasiado fría. En esa única noche aprendió más sobre el humor malacándrico y los ruidos que lo expresaban que en todo el tiempo anterior en el extraño planeta; todas las conversaciones en las que había intervenido hasta entonces en Malacandra habían sido serias. Al parecer, el espíritu cómico surgía sobre todo cuando se encontraban distintos tipos de
jnau
. Las bromas de las tres especies le resultaron igualmente incomprensibles. Creyó advertir ciertas diferencias de estilo: los sorns no pasaban más allá de la ironía, mientras que los jrossa eran extravagantes y fantasiosos, y los pfifltriggi agudos y sobresalientes para insultar. Sin embargo, aun en los casos en que podía entender todas las palabras se le escapaba el sentido de las bromas. Se fue a dormir pronto.

Por la mañana lo despertaron temprano, a la hora en que en la Tierra los hombres van a ordeñar las vacas. Al principio no supo qué lo había despertado. La habitación que ocupaba estaba silenciosa, vacía y casi a oscuras. Se disponía a dormir otra vez cuando una voz de tono alto y agudo dijo junto a él:

—Oyarsa quiere que vayas.

Se sentó mirando a su alrededor. No había nadie y la voz repitió:

—Oyarsa quiere que vayas.

Ahora la confusión del sueño lo iba abandonando y supo que había un eldil en el cuarto. No sentía miedo consciente, pero, mientras se ponía de pie con obediencia y se vestía, descubrió que su corazón latía con fuerza. Pensaba menos en la criatura invisible del cuarto que en la entrevista que le aguardaba. Había perdido por completo sus antiguos terrores de encontrarse con algún ídolo o monstruo; se sentía nervioso como un estudiante en la mañana del examen. Deseaba con toda su alma una taza de té.

La casa de huéspedes estaba vacía. Salió. Un humo azulado se alzaba sobre el lago y el cielo brillaba tras la dentada pared oriental del desfiladero; faltaban pocos minutos para que saliera el sol. El aire estaba aún muy frío, la hierba húmeda con rocío y en toda la escena había un elemento particular que un momento después Ransom relacionó con el silencio. Habían dejado de sonar las voces de eldila en el aire y había desaparecido la red cambiante de pequeñas luces y sombras. Sin que se lo dijeran supo que debía subir hacia la cima de la isla y el bosquecillo. Cuando se acercó sintió que el corazón se le paraba: la avenida de los monolitos estaba llena de seres de Malacandra, en perfecto silencio, formados en dos hileras, una a cada lado, y todos agachados o sentados en las diversas posiciones adecuadas a su anatomía. Siguió caminando lento e inseguro, sin animarse a detenerse, y pasó entre la doble hilera sintiendo fijos en él aquellos ojos inhumanos, que no parpadeaban. Cuando llegó a la cima, al centro de la avenida donde se alzaba la piedra mayor, se detuvo. Nunca pudo recordar más tarde si se lo había indicado la voz de un eldil o si había sido una intuición propia. No se sentó, porque la tierra estaba demasiado fría y húmeda y no estaba seguro de que hacerlo fuera decoroso. Se quedó de pie, inmóvil como un soldado en posición de firme. Todas las criaturas lo miraban y no se oía el menor sonido.

Advirtió gradualmente que el lugar estaba lleno de eldila. Las luces, o sugestiones de luz, que el día anterior estaban desparramadas por la isla, ahora se habían congregado en ese único punto y estaban fijas o apenas se movían. Ya había salido el sol y todos seguían sin hablar. Cuando levantó la cabeza para mirar la pálida luz solar sobre los monolitos vio que sobre él el aire estaba ocupado por una luz de una complejidad tal que no podía ser producida por el amanecer; era una luz distinta, luz eldil. Había tantas criaturas en el cielo como en la tierra, los seres malacándricos visibles eran sólo la parte más reducida de la asamblea silenciosa que lo rodeaba. Cuando llegara el momento, podría estar defendiendo su causa ante miles o millones: las criaturas que nunca habían visto al hombre y a quienes el hombre no podía ver esperaban que comenzara su proceso, fila tras fila a su alrededor, fila tras fila sobre su cabeza. Se humedeció los labios resecos y se preguntó si sería capaz de hablar cuando se lo pidieran. Luego se le ocurrió que quizás esa espera y escrutinio eran el proceso, quizás en ese mismo instante estaba diciéndoles de forma inconsciente lo que querían saber. Pero después, mucho después, hubo sonidos y movimientos. Todos los seres visibles del bosquecillo se habían puesto de pie y así se quedaron, con la cabeza baja, más quietos que nunca, y Ransom vio (si podía hablarse de ver) que Oyarsa se acercaba entre las largas hileras de piedras esculpidas. En parte lo supo por la expresión de los habitantes de Malacandra mientras su señor pasaba ante ellos, en parte vio (no podía negar que veía) a Oyarsa mismo. Nunca pudo expresar a qué se parecía. El susurro más elemental de luz, no; menos que eso, la disminución más pequeña de la sombra se desplazaba sobre la superficie despareja de la hierba o más bien cierta diferencia en el aspecto del suelo se movía lentamente hacia él, demasiado leve para expresarla en el lenguaje de los cinco sentidos. Como un silencio que se expande en una habitación llena de gente, como una frescura infinitesimal en un día bochornoso, como el recuerdo pasajero de un sonido o un aroma largamente olvidados, como todo lo más tranquilo y pequeño y difícil de captar de la naturaleza, Oyarsa pasó entre sus súbditos, se acercó y se detuvo inmóvil, a menos de diez metros de Ransom, en el centro de Meldilorn. Ransom sintió un hormigueo en la sangre y un escozor en los dedos, como si hubiera un relámpago cerca de él, y le pareció que su corazón y su cuerpo estaban hechos de agua.

Oyarsa habló con una voz menos humana que todas las que había oído hasta entonces, dulce y aparentemente remota; una voz firme, una voz que, como le dijo uno de los jrossa más tarde, «no tenía sangre. Para ellos la luz es la sangre». Las palabras no eran atemorizantes.

—¿De qué tienes miedo, Ransom de Thulcandra? —dijo.

—De ti, Oyarsa, porque eres distinto de mí y no puedo verte.

—Ésos no son motivos importantes —dijo la voz—. Tú también eres diferente de mí y, aunque puedo verte, te veo muy levemente. Pero no creas que somos tan distintos. Ambos somos reproducciones de Maleldil. Ésos no son los verdaderos motivos.

Ransom no dijo nada.

—Comenzaste a temerme antes de pisar mi mundo. Y desde entonces pasaste todo el tiempo huyendo de mí. Mis siervos vieron tu miedo cuando estabas en tu nave en el cielo. Vieron que tus semejantes te trataban mal, aunque no pudieron comprender sus palabras. Luego, para librarte de ellos, irrité a un
jnakra
para ver si venías a mí por tu propia voluntad. Pero te escondiste entre los jrossa y, aunque ellos te dijeron que vinieras, no lo hiciste. Luego envié a mi eldil a buscarte, pero seguías sin venir. Y finalmente tus propios semejantes te persiguieron hacia mí y se derramó sangre de
jnau
.

—No entiendo, Oyarsa. ¿Quieres decir que tú ordenaste que me trajeran desde Thulcandra?

—Sí. ¿No te lo dijeron los otros? ¿Y por qué viniste con ellos sino para obedecer mi llamada? Mis siervos no podían entender lo que hablaban contigo cuando tu nave estaba en el cielo.

—Tus siervos… No comprendo —dijo Ransom.

—Pregunta sin miedo —dijo la voz.

—¿Tienes siervos en los cielos?

—¿Y si no dónde? No hay otro lugar.

—Pero tú, Oyarsa, estás aquí en Malacandra, como yo.

—Pero Malacandra, como todos los mundos, flota en el cielo. Y yo no estoy «aquí» del todo, como tú, Ransom de Thulcandra. Las criaturas como tú deben caer fuera del cielo a un mundo, para nosotros los mundos son lugares en el cielo. Pero no trates de comprenderlo ahora. Es suficiente con que sepas que en este mismo instante mis siervos y yo estamos en el cielo. Te rodeaban en la nave celestial de la misma forma que te rodean ahora.

—¿Entonces tú sabías de nuestro viaje antes de que dejáramos Thulcandra?

—No. Thulcandra es el mundo que no conocemos. El único que está fuera del cielo y ningún mensaje llega de él.

Ransom se quedó en silencio, pero Oyarsa contestó sus preguntas inexpresadas.

—No siempre fue así. En otros tiempos conocíamos al Oyarsa de tu mundo (era más brillante y magnífico que yo) y en ese entonces no lo llamábamos Thulcandra. Es la más extensa y amarga de todas las historias. Vuestro Oyarsa se volvió torcido. Fue antes de que hubiera vida sobre tu mundo. Fueron los Años Torcidos, de los que aún se habla en los cielos, cuando él no estaba confinado en Thulcandra, sino libre, como nosotros. Tenía el proyecto de arruinar otros mundos además del suyo. Golpeó tu luna con la mano izquierda y con la derecha trajo a mi
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la muerte helada antes de que llegase el momento; si Maleldil no hubiera abierto los
jandramit
por mi intermediación y dejado que brotaran los manantiales calientes, mi mundo habría quedado despoblado. No dejamos al torcido en libertad por mucho tiempo. Hubo un gran combate y lo expulsamos del cielo y lo confinamos al aire de su propio mundo, como Maleldil nos había enseñado. Sin duda, allí sigue hoy, y no supimos más de ese planeta: está en silencio. Creemos que Maleldil no debe de haber abandonado por completo al Torcido, y entre nosotros se cuentan historias de que Él hizo caso de extraños consejos y se atrevió a cosas terribles en su lucha contra el Torcido de Thulcandra. Pero de esto sabemos menos que tú, es algo que nos gustaría averiguar.

Pasó cierto tiempo antes de que Ransom volviera a hablar y Oyarsa respetó su silencio. Cuando se recuperó dijo:

—Después de oír tu historia, Oyarsa, puedo decirte que nuestro mundo es muy torcido. Los dos que me trajeron no sabían nada de ti, sólo que los sorns habían pedido que me trajeran. Creían que eras un falso eldil, supongo. En las partes salvajes de mi mundo hay falsos eldila; los hombres matan a otros hombres ante ellos, creen que el eldil bebe sangre. Ellos supusieron que los sorns me querían para eso o para algo semejante. Me trajeron por la fuerza. Yo tenía un miedo terrible. Los que cuentan historias en mi mundo nos hacen pensar que si hay vida más allá de nuestro aire, tiene que ser maligna.

—Comprendo —dijo la voz—. Y esto explica cosas que me habían intrigado. Tan pronto como pasaron vuestro aire y penetraron en el cielo, mis siervos me contaron que tú parecías venir contra tu voluntad y que los otros te ocultaban cosas. No creí que hubiera una criatura tan torcida para traer a un semejante por la fuerza.

—No sabían lo que tú querías de mí, Oyarsa. Tampoco yo lo sé.

—Te lo diré. Hace dos años, que son unos cuatro años de los tuyos, esta nave entró en los cielos desde tu mundo. La seguimos durante todo el trayecto y los eldila la acompañaron mientras navegaba sobre el
jarandra
y, cuando al fin bajó en el
jandramit
, más de la mitad de mis siervos la rodeó para ver salir a los extraños. Mantuvimos apartados a todos los animales del lugar y ningún
jnau
se enteró de su llegada. Cuando los extraños recorrieron esa región de Malacandra y construyeron una cabaña y su temor al mundo nuevo se disipó, envié algunos sorns para que se hicieran ver y les enseñaran nuestro idioma. Elegí a los sorns porque son los más parecidos a tu gente. Los thulcandrianos tuvieron miedo de los sorns y era difícil enseñarles. Los sorns volvieron a verlos muchas veces y les enseñaron un poco. Me informaron de que los thulcandrianos extraían la sangre del sol de todos los arroyos donde la encontraban. Cuando no pude enterarme de nada nuevo por los informes, les dije a los sorns que los trajeran a mí, no por la fuerza, sino cortésmente. No vinieron. Pedí que viniera uno de ellos, pero no vino ni siquiera uno. Hubiera sido fácil apresarlos, pero, aunque veíamos que eran estúpidos, no sabíamos aún que eran tan torcidos y yo no quería ejercer mi autoridad sobre criaturas de otro mundo. Les dije a los sorns que los trataran como si fueran cachorros, que les dijeran que no se les permitiría sacar más sangre del sol hasta que uno de su raza viniera a verme. Cuando les dijeron eso cargaron todo lo posible su nave celestial y regresaron a su mundo. Esto nos intrigó, aunque ahora está claro. Creyeron que quería a un integrante de tu raza para comérmelo y fueron a buscarlo. Si hubieran recorrido unos pocos kilómetros para verme, los habría recibido honrosamente.

Ahora han recorrido dos veces sin necesidad una distancia de millones de kilómetros y, a pesar de todo, comparecerán ante mí. Y tú también, Ransom de Thulcandra, te metiste en mil dificultades con tal de no estar de pie donde ahora estás.

—Es cierto, Oyarsa. Los seres torcidos tienen muchos temores. Pero ahora estoy aquí, listo para saber cuál es tu voluntad.

—Hay dos cosas que quiero preguntarle a tu raza. Primero debo saber por qué vinieron aquí. Es mi deber hacia mi mundo. Y, en segundo lugar, quiero tener noticias de Thulcandra y de las extrañas guerras de Maleldil con el Torcido, porque, como ya te he dicho, es algo que quisiéramos saber.

—Respecto a la primera pregunta, Oyarsa, yo vine porque me trajeron. En cuanto a los otros, a uno sólo le importa la sangre del sol, porque en nuestro mundo puede canjearla por muchos placeres y poder. Pero el otro significa el mal para ti. Creo que destruiría a todo tu pueblo para que hubiera lugar para nuestra gente y luego haría lo mismo con otros mundos. Quiere que nuestra raza sea eterna, creo, y tiene la esperanza de que pase de mundo en mundo… siempre dirigiéndose a un sol nuevo cuando otro viejo muera… o algo así.

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