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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar I: Médicos de guerra (27 page)

BOOK: Medstar I: Médicos de guerra
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—Nadie echará de menos unas pocas plantas. Hay pequeños cultivos por los humedales que nadie conoce. Coges un par de brotes, te los metes en el bolsillo, los procesas manualmente más tarde ... ¿Quién va a enterarse? —Zan ...

—Venga, Jos, ya sabes que muchos de los xenos de por aquí se cuelan y la cosechan para su uso recreativo. Filba solía colocarse con un hookah de bota casi cada noche. Todo el mundo sabe lo que puede hacer por ellos, y todo el mundo mira hacia otro lado, mientras nadie se pase de ambicioso. Al menos yo lo utilizo para salvar vidas, que es lo que la República dice que está haciendo. ¿Acaso la vida de alguien que se encuentra a cien pársecs de aquí es más valiosa que la de los que están en la sala contigua? ¿Es que debo quedarme quieto viendo cómo se muere la gente sin hacer todo lo posible por salvarla?

—Tú no empezaste esta guerra, Zan. No eres responsable de todos los que salgan heridos en ella.

—Ah, muy bonito. Está hablando el tío que abrió un agujero en la pared de una patada porque perdió a un paciente por el Síndrome Drakñahr, algo que no podría cursar ni nadie del Hospital de Coruscant ni una habitación llena de Jedi y de Silenciosos.

Se quedó sin palabras. Jos miró a su amigo y no vio nada más que un médico que se tomaba su trabajo tan en serio como él mismo. Suspiró. —Vale, pero tienes que tener más cuidado ... Aquí hay miradas mucho más agudas que la mía que podrían ver una ampolla sin etiquetar.

—Entendido. Me aseguraré de identificarlas de ahora en adelante —dijo Zan—. Incluso podría teñir el suero para que parezcan polibióticos o spectacilina. Nadie se dará cuenta, Jos.

—Eso espero —dijo Jos—. Porque si alguien se entera, tu carrera quedaría más aplastada que un mynock en un agujero negro.

Zan sonrió y palmeó a su amigo en la espalda. Los dos regresaron juntos al pabellón médico.

31

D
en Dhur no era de los que permanecen ociosos mucho tiempo. A pesar de su fachada de cínico y sarcástico, de hacer su trabajo sólo porque servía para pagar facturas, lo cierto es que lo que más le gustaba en el mundo era su profesión. Incluso con el almirante siguiéndole la pista, no podía limitarse a quedarse en su dormitorio; de hecho, no podía hacerlo precisamente porque el almirante le seguía la pista. Como le había dicho un viejo oficial de policía en cierta ocasión, la primera pregunta que debería responder durante una investigación sería: ¿qué difiere el ahora del antes? Cualquier cambio en el comportamiento de un sospechoso era motivo de sospecha. Si se produce un robo en el banco y de repente el guardia de seguridad que estuvo presente decide tomarse unas vacaciones repentinas o acude al trabajo en un deslizador nuevo y carísimo ... Bueno, más le vale haber heredado de un tío rico o haber ganado una apuesta en las carreras de dauxcat. De otro modo, lo más seguro es que consiga compañía. Compañía de uniforme, con pistolas sónicas y bastones aturdidores.

Den Dhur, el periodista, no solía pasarse el día solo en su cuarto, y no iba a coger esa costumbre ahora. De modo que se expuso al calor sofocante de aquel día, siguiendo al instructor de combate del Uquemer. Con discreción. Con mucha discreción. No era buena idea llamar la atención de un ser que, si quería, podía matarte sin que se le alterara el pulso. Un ser que había demostrado su capacidad y su voluntad de exterminar vidas, y que había sido grabado haciéndolo. Un ser que glorificaba la caza y la muerte.

Un ser como Phow Ji.

Den se deslizó entre las sombras de un edificio, sintiendo el alivio de la frescura, y observó a su presa. Enfocó una pequeña cámara de grabación hacia la escena y la encendió. Nunca venía mal algo más de material de relleno. Era preferible tener demasiado y cortarlo a tener muy poco y tener que estirarlo. El dispositivo no era ni mucho menos tan sofisticado como la polilla lunar, pero serviría.

Phow Ji había reunido a un grupo de estudiantes de lucha, una docena más o menos, humanos en su mayor parte, y estaban calentando los músculos en una extensión de césped rosáceo situada tras la cantina. Los árboles de anchas hojas ofrecían una sombra parcial a los alumnos de artes marciales, pero los estiramientos provocaban que quienes podían sudar lo hicieran copiosamente, mientras que quienes tenían otras formas de refrescarse jadearan agitando las extremidades o dilatando corrientes y bulbos, lo que fuera para quitarse de encima el exceso de calor.

—¿Cuál es la regla número uno? —dijo Ji. Su voz era extrañamente suave, pero se oía con claridad en el aire húmedo de la mañana.

—¡Siempre alerta! —recitó la clase al unísono.

—Exacto. No se cuelga la mentalidad de luchador en el perchero cuando se entra en el cubículo. No se deja en la estantería al ducharse, no se olvida en la mesilla al dormir. Si no es parte de ti, es inútil y ...

Sin previo aviso, Ji dio un rápido paso a la izquierda, describió un breve arco con el puño y golpeó a un humano alto y delgado entre las costillas.

El humano soltó un quejido y retrocedió tambaleante, alzando las manos en una retardada postura defensiva.

—¡Demasiado tarde! —rugió Ji, lo suficientemente alto como para que Den sintiera un escalofrío, oculto, como estaba, a treinta metros de distancia.

El humano cayó sobre una rodilla con la cara congestionada por el dolor.

Cuando vio a Phow Ji observándole, se puso en pie de inmediato.

—Los duelos son divertidos —dijo Ji—. Los duelos ocurren cuando tu contrincante y tú sabéis lo que va a ocurrir, al menos en términos generales. Los duelos son claros, limpios y tienen reglas. Un enfrentamiento en el ring podría mataros, pero vosotros estáis preparados para eso. Sabéis quién es el enemigo, dónde está, y no os sorprende que se abalance hacia vosotros.

"En la vida real no existen esos lujos. Podrías estar sentado en el retrete cuando alguien viniera a por ti. Duchándote, durmiendo o asistiendo a una clase como ésta. Entonces, ¿cuál es la regla número uno?

—¡Siempre alerta! —gritaron al unísono.

Ji dio un paso hacia el grupo. El grupo retrocedió un paso como un solo hombre. Algunos alzaron las manos. Uno de ellos medio desenfundó un cuchillo.

Ji sonrió.

—Eso está mejor. Bien. ¡Primera postura!

Los estudiantes se colocaron en posición, un pie delante, una mano arriba, la otra abajo. Ji se paseó entre ellos, tocando un brazo o una pierna aquí y allá, corrigiendo las poses. Todos los miembros del grupo le observaban con tensión, según advirtió Den, incluso desde su escondite.

Den negó con la cabeza. El tal Phow Ji era mala gente, no cabía duda. Ya tenía suficiente para conformar una noticia, pero dejó que la cámara siguiera grabando. Ya sabía qué enfoque le daría: Phow Ji, un matón asesino que, en tiempos de paz, probablemente acabaría encerrado para proteger a la ciudadanía, pero que desahoga sus violentas tendencias en el campo de batalla, donde se le permite matar y se le trata como a un héroe y no como a un villano. ¿Cómo se sentiría el público ante eso? ¿Al saber que alguien mentalmente perturbado, y violento, un asesino, un monstruo, se movía con libertad y además luchaba a su lado?

Den sabía que podía retorcerlo para que se sintieran horrorizados. Unas pocas secuencias más demostrando la crueldad y la violencia del humano, y los seres civilizados reaccionarían con asco y repulsión.

Sonrió. Aquello era lo que él hacía, y era bueno en ello. Evidentemente, uno nunca podía estar seguro de la reacción del público, pero sabía reconocer una buena noticia cuando la veía, y sabría contarla como es debido.

32

J
os llegó a la conclusión de que To1k le torturaba deliberadamente. Ella sabía cómo le afectaba su presencia, y lo sabía tanto por su naturaleza como por formación, tanto por su especie como por ser hembra, y hacía cualquier cosa menos darle una invitación por escrito para unirse a ella en hacer lo que él pudiera desear.

En el aseo de la sala de preoperatorio, Jos se lavaba las manos, método en el que empleaba los diez minutos de rigor, para enjabonar, quitar la roña de las cortas uñas y repetir el proceso, aunque no había necesidad de hacerlo desde mucho antes de que naciera. Gracias a los guantes y a los campos de esterilidad, había muy pocas probabilidades de que un agente patógeno pudiera llegar hasta un paciente, por mucho que él se lavase las manos durante nueve minutos en vez de diez, pero sus maestros habían sido amantes de las viejas costumbres. Por eso se lavaba, contemplaba el crono y le daba vueltas a la cabeza.

Las viejas costumbres. En su planeta era aceptable, aunque no mucho, que un joven soltero viajara por la galaxia y degustara los placeres de la compañía esker. Era algo de lo que no se hablaba en círculos sociales, pero que se hacía. Y el joven, tras visitar otros sistemas, regresaba a casa, buscaba a alguien de una buena familia enster con quien casarse y sentaba la cabeza.

Pero ni en los días más locos de su juventud, se había sentidoJos cómodo con la idea de una relación casual. Las había tenido, claro, pero esos encuentros insignificantes le habían pesado mucho después. En lo más hondo de su ser, sabía que sólo habría un gran amor en su vida, y que no podía serle infiel. Aunque no la hubiera conocido todavía.

Pero ahí estaba Tolk. Guapa. Atractiva. Lista. Cariñosa. Inteligente. Y, eso Jos lo sabía bien, muy perceptiva. Le atraía mucho. Quería conocerla, explorar sus profundidades emocionales, averiguar si lo que intuía en ella era real. Y, de provenir de otro sitio, habría roto plusmarcas de velocidad para correr a su lado y averiguar si realmente era ella. Su familia, su cultura, y una vida entera de consagración a su trabajo se lo impedía a los dos. No era una de los suyos. Era una ekster. No había sacramento, ni ceremonia, ni ritual alguno que pudiera cambiar aquello. Ella no podía convertirse en uno de ellos.

Jos era un hombre de veras dividido.

Tolk era perfectamente consciente de dónde procedía Jos. Podía retirarse discretamente para evitarse problemas, pero no lo había hecho.

¿ y por qué será eso? ¿Eh,jos, tontorrón? ¿Mmmm?

Jos se frotó con fuerza el dorso de la mano. Se le estaba poniendo la piel de un color rosa oscuro. Limpia. Muy limpia.

Tolk no se había mostrado inaccesible por una razón muy sencilla: él la quería, y no de una forma meramente física. Y ella era perfectamente consciente de ello. Al parecer, no le disgustaba la idea. Y ahí estaba el verdadero problema ...

—No te recomiendo que te despellejes del todo, Jos. El líquido seroso deja los guantes perdidos por dentro.

Habla de tentación, ¡que aquí aparecerá ella! Él murmuró algo.

—¿Perdón? No te he oído.

Jos continuó lavándose las manos meticulosamente, como el personaje de aquel viejo holodrama que pensaba que, por mucho que frotara, jamás conseguiría limpiarse la sangre de su padre. ¿Cómo se llamaba ... ?

Respiró hondo. Más le valía aclararlo ya.

—.ye, Tolk. Yo ..., esto, quiero decir ..., eh ... —Vaya, sí que era difícil. El término "sentimientos encontrados" no bastaba para describir lo que sentía. Era más parecido a sentimientos en pie de guerra.

Ella le sonrió dulcemente, fingiendo no tener ni idea de lo que le pasaba a Jos. —¿Sí?

Jos se enderezó y puso las manos bajo el secador. —¿Por qué me lo pones tan difícil?

—¿Yo? Lo siento, ¿qué dificulto, doctor Vondar? —ni el más fino azúcar hilado de Yyeger se habría derretido en su lengua.

—Ya conoces mi cultura —dijo él, decidido a terminar con aquello.

—Sí. ¿Acaso eso te molesta o algo así ... ?

—Venga ya, Tolk. ¡Sabes perfectamente de lo que te hablo!

Ella le miró inocentemente, con ojos tan abiertos que un sullustano habría parecido bizco a su lado.

—Mi talento no es perfecto, Jos. No puedo leer la mente. Sólo sé lo que sería obvio para cualquiera que se acercara lo suficiente como para mirar. Quizá deberías decir lo que quieres decir para evitarnos más confusiones —ella sonrió de nuevo.

Él quería gritar y romper algo.

— Yo ... , tú ... , nosotros ... Nosotros no podemos tener un futuro juntos. Tolk parpadeó, inocente como un recién nacido.

—¿Futuro? ¿Pero quién ha hablado de eso?

—Tolk. ..

—Estamos en zona de guerra, ¿recuerdas? Nuestro campo de protección podría estropearse mañana, podríamos recibir un disparo de los separatistas, y entonces dejaríamos de existir, así como así. O las esporas podrían mutar y provocarnos la muerte. O podría caernos un rayo. En resumen, estamos en un lugar peligroso. Nuestras perspectivas son lúgubres. Cualquier futuro para nosotros es pura teoría.

Jos se la quedó mirando. Consiguió retener un mínimo de control sobre sus músculos para poder cerrar la boca.

Tolk dijo:

—¿Conoces el refrán bruviano "Kuuta velomin"? Él negó con la cabeza.

—Aprovecha el momento. Es lo único que tenemos. El pasado ya no existe, el futuro podría no llegar nunca. Lo único que existe es el ahora. Yo no quiero matrimonio, Jos. Sé que es un camino que no puedes hacer conmigo. Pero podríamos compartir el cariño que podríamos darnos el uno al otro, aquí y ahora. Dos personas cuidándose. El futuro, si es que llega, ya se las apañará como pueda. Nosotros deberíamos hacer lo propio. ¿Qué mal hay en ello?

Él volvió a negar con la cabeza.

—Yo ... Ojalá pudiera. Pero no soy así. Necesito comprometerme con algo tan importante.

—¿Tan importante soy para ti, Jos?

Élla miró, y ella sonrió de nuevo, con tristeza.

—No tienes que decir nada. Me lo dice tu cara —hizo una pausa— Vale.

Entonces seremos amigos y compañeros de trabajo, porque parece que es lo único que se nos permite. Es una pena —estiró el brazo y le acarició la mano, y Jos sintió una descarga de emoción recorriéndole todo el cuerpo.

Ella retiró la mano. Ya no sonreía.

—Vaya, te he contaminado. Lo siento. Vas a tener que lavarte las manos de nuevo. Te veo en la SO.

Cuando se fue, él se dio cuenta de que estaba temblando.

Odiaba todo aquello. La guerra, las muertes, su cultura, y en aquel momento se alegró de que Tolk se hubiera marchado para que no viera la desesperación que seguro se reflejaba en su rostro.

Tenía que salir de allí.

No por mucho tiempo, y no muy lejos, pero no podía enfrentarse a la SO en aquel momento, y menos con Tolk dentro. Prefería enfrentarse a un batallón entero de droidekas armado con sólo un trochar a volver a ver aquella mirada en los ojos de ella, al menos por ese día. No podría concentrarse: quizás acabara sustituyendo un riñón por una vesícula biliar o algo igual de malo.

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