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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar I: Médicos de guerra (30 page)

BOOK: Medstar I: Médicos de guerra
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Bleyd parecía tranquilo por fuera, pero su cabeza era un torbellino. Su despacho era bastante grande, pero seguía encontrándose dentro de una nave, donde cada centímetro cúbico de espacio estaba muy solicitado. Con suerte, las limitaciones espaciales servirían para ralentizar al nediji. No podía esquivar si no tenía sitio, y si podía acorralarlo contra una esquina, Bleyd, que era más grande y más fuerte, le tendría a su merced. Sin duda saldría herido, eso no podía evitarlo, pero las heridas sanaban, las heridas podían curarse.

—Déjame adivinar —dijo el agente de Sol Negro—. Mathal no estrelló accidentalmente su nave contra la órbita incorrecta.

—Mathal era codicioso. Quería llenar un carguero de bota, provocar una matanza y aquí paz y después gloria. Si lo hubiera conseguido, me habría convertido en un fugitivo de la justicia de por vida. A él eso le daba igual. Tuvo su merecido.

—Tendrías que haberte puesto en contacto con nosotros. Sol Negro se habría ocupado de él. Nosotros tenemos una visión global de nuestro negocio, y no nos gustan los listillos.

Bleyd se encogió de hombros.

—Por lo que yo sabía, él era Sol Negro. No podía dejar que arruinara lo que yo había conseguido.

Kaird cambió de postura, girándose para dar el perfil derecho a Bleyd. El almirante se dio cuenta de que el penacho de plumas de color azul oscuro que su contrincante tenía en el cuello se le había oscurecido todavía más, y se le había erizado. Sin duda era una indicación visual de depredador. El nediji estaba totalmente inmerso en el combate.

Giró el cuchillo, pasándoselo entre los dedos. Un movimiento de exhibición para demostrar que no estaba tenso por el miedo.

—No es demasiado tarde —dijo él—. Como has dicho, Mathal obtuvo su merecido. Podemos pasarlo por alto. No hay por qué arruinar un negocio del que se beneficia todo el mundo.

Bleyd negó con la cabeza. Sólo para demostrar que no estaba nervioso, jugueteó con el cuchillo, empuñándolo del revés y del derecho. —Demasiados beneficios van a parar a las arcas de Sol Negro. Yo podría almacenar la bota lejos de aquí, moverla yo mismo, y ganar muchísimo más ... con sólo eliminar a los intermediarios.

El nediji se rió. —Empezando por mí, ¿no?

—No es nada personal.

Kaird rió de nuevo.

—Disculpa, pero para mí, mi muerte es algo muy personal —y tras eso, se abalanzó imposiblemente rápido. Su cuchillo describió un movimiento veloz.

Bleyd lo vio venir, pero, aun así, apenas tuvo tiempo de bloquearlo con su arma. Se produjo el choque de duraceros, y Kaird dio un salto hacia atrás, sonriendo, antes de que Bleyd pudiera contraatacar.

—Era sólo para ver si estaba despierto, almirante.

—Lo suficiente como para despedazarte, nediji.

—¿Y qué si lo consigue? Hay muchos más de donde yo vengo. ¿Cree que Sol Negro se limitará a encogerse de hombros y olvidará mandar a otro agente? Quizá la próxima vez sea un grupo de matones, de los que disparan primero y preguntan después. Gente muy desagradable.

—Los grupos suelen necesitar naves —dijo Bleyd—. Y las naves enemigas suelen ser derribadas en tiempos de guerra. Cuando el siguiente agente o agentes lleguen aquí, yo ya estaré lejos, muy lejos, lo bastante como para que sea económicamente imposible que la República me persiga.

—¿Crees que el hecho de que las autoridades vayan a por ti es un problema? No te imaginas cómo palidece ese problema al lado de tenernos a nosotros pisándote los talones —Kaird se pasó el cuchillo de una mano a otra—. Y Sol Negro jamás se rinde.

—Ya me preocuparé más tarde de eso. Ahora mismo tengo que encargarme de ti.

—No creo. Eres más grande y más fuerte, sí, pero yo soy muchísimo más rápido. Tú eres un experto con estas armas —blandió el cuchillo—, pero yo sigo teniendo ventaja.

Fue entonces el turno de Bleyd para reírse.

—¿De verdad crees eso? Yo soy un cazador y un guerrero, hombre—pájaro, y he matado a media docena de contrincantes con esta misma arma. Tú eres rápido, sí, pero tus huesos están huecos, y tus plumas no te protegerán. del frío duracero. Por rápido que seas, no podrás llegar a mí antes de que te destripe.

—Te olvidas de algo —replicó Kaird—. Soy un asesino. Bleyd alzó una ceja.

—¿Y qué?

—Que para mí, el fin es más importante que los medios.

Bleyd frunció el ceño. ¿Qué ... ?

Kaird echó la mano hacia atrás, apuntó hacia delante y ¡lanzó el cuchillo! Fue demasiado rápido para poder esquivarlo. Bleyd se agachó instintivamente ante el arma, con reflejos aguzados tras cientos de años de selección natural, y consiguió rechazarlo, o casi. Sufrió un corte en la mano, pero eso fue todo. Un rasguño.

Sonrió cuando el cuchillo del nediji cayó al suelo, resonó y rebotó a sus pies. Se agachó rápidamente y lo recogió, poniéndose en pie con un arma en cada mano.

—Ahora estás desarmado —dijo él—. No tienes ninguna posibilidad enfrentándote a manos desnudas contra dos cuchillas. ¡Estúpido!

Blandió ambos cuchillos en actitud burlona.

El agente de Sol Negro retrocedió un par de pasos, hasta que tuvo la espalda pegada al mirador de transpariacero. Se enderezó ligeramente en su postura de acecho. ¿Qué pretendía? Se preguntó Bleyd. ¿Tendría algún otro cuchillo escondido? ¿Un pequeño láser quizá?

El sakiyano se detuvo, pensando en su próximo movimiento. Luego, para su sorpresa, el nediji negó lentamente con la cabeza.

—Podrías haberme matado justo ahora —dijo—. Si hubieras sido lo suficientemente rápido, podrías haberme arrinconado antes de que yo hubiera maniobrado para rodearte. Pero dudaste. Y ahora has perdido.

—¿Perdido? No ha cambiado nada. Sigo teniéndote arrinconado —Bleyd sonrió con una sonrisa feroz y reluciente—. Sinceramente, me esperaba algo más parecido a una pelea, nediji. Esperaba algo más de un asesino de Sol Negro. Ahora, acabemos con esto.

—No creo —dijo Kaird. Su postura era bastante relajada. Podría haber estado manteniendo una animada charla en cualquier esquina de Coruscant. Aunque no quería, Bleyd sintió cierta sensación de intranquilidad—. Algo ha cambiado —continuó el ser—pájaro—. Ha pasado el tiempo. y de repente estás ... cansado, ¿a que sí, almirante? Apenas puedes sujetar las armas. Como si hubieras consumido todas tus fuerzas.

Bleyd sonrió.

—¿Acaso eres un Jedi, intentando esos trucos infantiles conmigo?

Confía en mí, soy inmune a esos disparates.

—Pero no eres inmune a la toxina del dendritón.

Bleyd parpadeó. Entonces, de repente, la sensación de intranquilidad se convirtió en un impacto total.

¡El cuchillo del nediji! ¡El corte que tenía en la mano!

Bleyd se preparó para cargar, pero de pronto no le obedecían las piernas. Intentó saltar, pero en lugar de eso se tropezó. Intentó dar otro paso, pero se le dobló la pierna izquierda, totalmente paralizada. Cayó sobre la rodilla. Siguió agarrando los cuchillos, pero ya estaba demasiado débil. Y de pronto sintió una oleada de furia en su interior que le quemaba los músculos, abrasando cada nervio ...

Kaird se aproximó hacia él y cogió uno de los cuchillos de la mano ardiente de Bleyd. La otra arma cayó al suelo cuando la mano inconsciente del sakiyano la soltó.

—La toxina del dendritón es terrible —dijo Kaird—. Dolorosa, lenta ...

Te quema literalmente desde dentro. Pero has sido un adversario valiente, almirante, y yo admiro la valentía. Por eso, aunque mis superiores desean que sufras, vaya ahorrarte los efectos de la toxina.

Se hizo a un lado, cogió la cabeza de Bleyd con una mano y la echó hacia atrás.

Bleyd sintió el roce del cuchillo contra su garganta, pero no era doloroso, sólo frío. Una pausa momentánea casi agradable en la terrible agonía.

Su conciencia se desvanecía, y los colores de su despacho empezaron a virar al gris. Se dio cuenta con impotencia de que ya no podría limpiar el honor de su familia. Eso le dolió todavía más que el veneno que le corría por las venas.

Consiguió mover los ojos para poder mirar al nediji antes de morir.

Kaird inclinó la cabeza lentamente, en un saludo final que no albergaba burla alguna.

—No es nada personal—dijo.

y la oscuridad se llevó a Tarnese Bleyd para siempre.

36

L
as aeroambulancias llegaron al amanecer.

Barriss Offee estaba dormida, sumida en un sueño de la Fuerza. Últimamente no había tenido muchas de esas conexiones inconscientes con el campo de energía vital galáctica. La primera vez que sintió a la Fuerza despertando en su interior, los sueños fueron frecuentes y poderosos, y no los recordó en absoluto al despertarse, pero siempre se quedaba con una sensación de fortaleza y control crecientes.

Como siempre, sufrió una confusión momentánea al despertarse, pero enseguida reconoció el sonido de las aeroambulancias acercándose. Se puso rápidamente el mono y se dirigió a la SO.

Pudo divisar, entre las nubes de esporas, las aeroambulancias flotando en el cielo oriental, justo sobre la esfera hinchada que era Drongar Prime. Otros miembros del personal del Uquemer corrían ya desde sus cubículos y cuarteles, algunos todavía vistiéndose. Vio a Zan Yant y a jos Vondar dirigiéndose a la zona de aterrizaje.

Entonces, de repente, se detuvo. Algo, alguien, la llamaba.

Había sido un grito de ayuda, no verbal, pero no por ello menos fuerte.

Escuchó la llamada resonando en su mente, como si el emisor estuviera justo detrás de ella. Un grito de rabia y desesperación.

Un lamento mortal.

Sabía de dónde procedía, de orillas del mar Kondrus, y aunque no sabía quién estaba muriendo, sí supo por qué. Por un momento inconfundible y, afortunadamente, breve, pudo ver, tan claramente como con sus propios ojos, el rostro del asesino cerniéndose sobre su víctima.

Era Phow Ji.

Sin dudarlo un momento, Barriss se giró y corrió en dirección contraria a las aeroambulancias, al Uquemer, y hacia las tierras bajas que llegaban hasta el mar.

~

Hasta que no estuvo en lo más profundo del fétido lodazal ni se le ocurrió preguntarse qué razón la impulsaba a abandonar sus obligaciones, a dar la espalda a docenas de soldados de la República heridos en la batalla e ir a buscar a una baja desconocida. Sólo podía existir una razón, y odiaba tener que admitirlo porque chocaba frontalmente con todo lo que le había enseñado la Maestra Unduli sobre que había que luchar por el bien común, por no mencionar el Código Jedi. Había dejado que sus sentimientos la dominaran, se había dejado llevar por la ira y, sí, por el deseo de castigar.

Pero, aun sabiéndolo, incluso temiendo la posibilidad de estar corriendo hacia el Lado Oscuro, no se detuvo.

Salió de entre la vegetación del pantano, apartando una rama colgante de gruviñas, y vio a Ji, el único que quedaba en pie en aquella carnicería. Siete hombres, todos ellos vestidos de uniforme separatista, yacían muertos a sus pies. Tenía en el antebrazo derecho una herida poco profunda provocada por una vibrocuchilla, y una herida en el pómulo izquierdo causada por haberle pasado rozando un rayo láser. Aparte de eso, estaba ileso.

Él la esperaba con esa sonrisa sardónica que ella había llegado a despreciar.

—Un t'landa til borracho hace menos ruido que tú —dijo—. Aun así, siempre es un placer verte, padawan Offee. ¿A qué debo el honor de tu visita? ¿Has venido para felicitarme por esta mi más reciente victoria para la República? —hizo un gesto burlón, señalando a los cadáveres que tenía a los pies.

La ira de Barriss estaba a punto de superarla. Sintió el deseo incontenible de asesinarlo. En ese momento, Barriss Offee supo exactamente a lo que se refería la Maestra Unduli cuando le habló de la capacidad de seducción del Lado Oscuro. Lo único que deseaba era convertirle en un montón de cenizas, y lo peor de todo era que sabía que podía hacerlo. El Lado Oscuro estaba vivo y gritaba en su interior. Ni siquiera le costaría esfuerzo. Sólo tenía que liberarlo.

Phow Ji debió de percibir todo aquello en su expresión, ya que sus ojos se abrieron en un gesto de sorpresa.

—¿De verdad crees ser contrincante para mí? Soy maestro de ter as kasi, de Hapan, de echani, de tae—jitsu y de una docena más de estilos letales. Soy ...

—Eres un asesino —interrumpió ella con voz tranquila, pero en un tono que enfrió las fanfarronerías de Ji—. Y vaya encargarme de que no mates más.

Ji sonrió y se encogió ligeramente de hombros, recuperando el aplomo.

Movió los pies para asegurar su posición.

—Ven entonces ... , Jedi.

Cuando todo hubo terminado, Barriss pasaría muchas noches en vela pensando en lo que podría haber hecho. ¿Se habría rendido, aceptado el desafío, y habría empleado la Fuerza para destruirle? ¿O se habría elevado por encima de sus ba Jos impulsos y utilizado su don para inmovilizarle nada más? En resumen, ¿habría sucumbido al Lado Oscuro o no?

Jamás lo sabría.

Phow Ji se tambaleó de pronto, con ojos abiertos como platos. Barriss se dio cuenta de que algo le había golpeado por detrás. El bunduki se giró y ella vio la cola de un hipodardo emergiendo de entre sus omoplatos. Otro soldado separatista, disparando desde la protección del cercano pantano. Por mucha fuerza que tuviera, a pesar de su talento y de su velocidad, Ji no había podido esquivar algo que no veía venir.

Barriss se abrió a su alrededor, en una onda que la tenía a ella misma como epicentro, dándose cuenta al hacerlo de que, de no haber estado ciega de rabia contra Ji, podría haber percibido el ataque a tiempo de prevenir al luchador. Pero ya era demasiado tarde. Él había caído de rodillas, y se dio de bruces contra la arena húmeda del suelo. Se quedó quieto, a excepción de unos leves espasmos en los dedos.

Pero no detectó mayor peligro, era obvio que el tirador no se había quedado a ver los resultados de su emboscada. Eso quería decir que, de momento, estaba segura, pero eso podía cambiar en cualquier momento. Se mantuvo alerta mientras se agachaba junto a Ji y lo examinaba.

Tenía las manos y los dedos fríos, y los espasmos no cesaban. Probablemente sería parestesia, pensó ella. Le retiró un párpado y vio que la pupila estaba contraída. La respiración era rápida y entrecortada; era evidente que le habían suministrado una potente neurotoxina de algún tipo; paraleptina, quizás, o titroxinato. Los separatistas eran conocidos por utilizar ese tipo de bioquímica y cosas peores. Si no hacía algo rápidamente, el bunduki moriría.

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