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Authors: César Pérez Gellida

Tags: #Intriga, #Policíaco

Memento mori (29 page)

BOOK: Memento mori
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—¿Faltaba algo de valor en la casa de la víctima? —preguntó Carapocha al inspector.

—No tenemos forma de saberlo, la mujer vivía sola desde que se instaló en esa casa. Era una persona muy huraña y distante, según nos contó la vecina.

—Hay algo que no quisiera olvidarme de mencionaros —dijo Martina retomando el hilo poético de la conversación— referente al estilo. Damos por hecho que los poemas están escritos por el mismo autor, está comprobado que ambos son originales. No obstante, este segundo está mucho más trabajado que el primero. Sancho, ¿recuerdas que te dije que me parecía de muy poca calidad?

—Sí. Así lo anoté en mi informe.

—Bien, no puedo decir lo mismo de este. Hay multitud de figuras retóricas, metáforas, aliteraciones y anáforas. No sé, pero seguro que no se debe a la evolución del poeta entre ambos asesinatos. Es posible que la temática influya.

—O que le haya dedicado más tiempo al segundo —sugirió el psicólogo—. Fijaos, en el primer asesinato…

—María Fernanda —apuntó Sancho.

—Eso. Me contaste que todo parecía indicar que el encuentro fue casual. De ese modo, yo me inclino a pensar que escribió el poema una vez la hubo matado y antes de deshacerse del cuerpo. Esto nos lleva a una conclusión: que no corría riesgo de ser descubierto en el lugar donde cometió el crimen.

—¿Su casa? —preguntó Martina.

—No es lo habitual —aseguró Carapocha—. Alguien que comete un asesinato y al que se le supone cierta inteligencia, como es el caso, nunca actuaría en su guarida. No obstante, hay muchas excepciones. Bueno, a lo que iba. En el segundo poema, si damos por bueno que se trata de su madre, es lógico pensar que actuara de forma premeditada y que, consecuentemente, le dedicara más tiempo al poema.

—Brillante —sentenció irónicamente Sancho—. Dejadme que os diga algo: vamos a atrapar a este tipo antes o después, pero tenemos que tratar de hacerlo con el menor número de víctimas a su espalda. Entonces —se volvió a Carapocha—, ¿cuál crees que sería el siguiente paso?

Carapocha bebió.

—Yo tengo muy claro qué es lo que voy a hacer cuando salga de aquí, creo que ya te lo comenté antes. Mañana, sobre las 10:00, hay una reunión en la que algunos esperan que este psicólogo señale con el dedo al asesino. Les voy a decepcionar —aseguró en voz baja y abriendo tanto los ojos que daba la sensación de que iban a terminar dando botes por el suelo.

—¡Sí señor! Solo quien ha comido ajo puede dar una palabra de aliento. Por cierto, la reunión está convocada para las 9:30 —corrigió Sancho.

—Pues eso, sobre las 10:00.

El inspector eludió la confrontación y preguntó dirigiéndose a la doctora:

—Por cierto, Martina, ¿qué nos puedes decir de
La metamorfosis
, de Kafka?

Martina gesticuló con sorpresa.

—Cierto, no había tenido ocasión de decírtelo. Tenemos un sospechoso que es la persona que encontró el primer cuerpo y dio el aviso, y que ha utilizado el seudónimo de Gregorio Samsa.

—¿Gregorio Samsa? Claro, es el personaje principal de
La metamorfosis
, de Kafka. Algunos tenemos «tatuada» en la memoria esa primera frase del libro: «Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto». Muchos piensan que el protagonista es el propio Franz Kafka. ¿En serio que os dio ese nombre y no levantó ninguna sospecha?

—Lo sé, lo sé. Deberían incluir la literatura como una de las materias principales para sacar la oposición a inspector.

—Sabes que no quería ofenderte, Sancho, solo que me ha sorprendido.

—Si sirve de algo, yo tampoco hubiera identificado el nombre —mintió Carapocha.

—No he tenido tiempo de leer la obra, pero si pudieras avanzarnos algo sobre ella, te estaría muy agradecido —dijo el inspector con un tono más conciliador.

—Por supuesto. En su día, hace ya tiempo, asistí a un monográfico de esa joya literaria. Veamos lo que consigo recordar. —Martina suspendió la mirada en el techo durante unos segundos—. Sí. La obra, escrita en alemán, se centra en la historia de Gregor Samsa, un comerciante que trabaja duro con el único objeto de mantener a su familia. Cierto día, se despierta con una apariencia parecida a la de un insecto, y su familia, lejos de ayudarle, le rechaza. Él se encierra en su habitación y solo su hermana se acerca a él para darle de comer. El argumento se centra en el proceso de aislamiento del protagonista que desembocará en su muerte por inanición.

—Vale, pero ¿qué tiene que ver esta obra o Kafka con nuestro protagonista?

—Kafka fue uno de los precursores del expresionismo y del surrealismo, reflejando a través de su obra la angustia y frustración del individuo ante las fuerzas incontrolables que le rodean. En realidad, podría verse como la otra cara de Samsa. En la novela, el vacío de la soledad empuja a Samsa hacia la autodestrucción, mientras que en el poema parece querer decirnos que el vacío de la soledad le empuja a destruir a los demás.

—Estoy de acuerdo. Nuestro sospechoso se identifica con el protagonista de la obra de Kafka, se siente como un bicho raro y sufre el rechazo de los demás. Eso le ha llevado, primero, al aislamiento y, con posterioridad, a rebelarse contra la sociedad. A su manera —precisó el psicólogo—. Esto es algo muy común en los individuos que presentan cuadros de psicopatía.

—¿El qué? —preguntó el inspector.

—Tratar de justificar sus actos argumentando que la sociedad les ha forzado a cometerlos.

—Ya. En fin, creo que he tenido bastante por hoy —anunció Sancho mirando el reloj y frotándose los ojos—. Yo también necesito algo de soledad y, sobre todo, necesito dejar de beber.

—Pero, Ramiro, ¿piensas dejar a esta joven en compañía de un ser tan vil como yo?

—Pues sí, pero temo más por ti que por ella. Muchas gracias por todo, ya nos vemos —le dijo a Martina.

Sancho pidió la cuenta y se dirigió hacia la salida; una leve presión en su brazo le hizo darse la vuelta.

—¿Tienes un minuto para que podamos hablar? Quería explicarte…

—Creo que ahora no estoy capacitado para una conversación profunda. Además, no creo que me tengas que justificar nada.

—Lo sé, pero me gustaría aclararte algo antes de que te hagas una idea equivocada sobre mí.

—De acuerdo, pero otro día. Hoy no doy para más.

—Está bien, cuando tú quieras.

Martina se acercó para darle dos besos, Sancho se agachó para recibirlos. Uno de ellos impactó en la comisura de sus labios. Carapocha, atento a la escena, sonrió.

QUE NO SEA TODO MENTIRA
O EN SU DEFECTO NO LO PAREZCA

Jefatura Superior de Policía
Calle Felipe II
3 de noviembre de 2010, a las 9:40

U
n fuego cruzado de miradas estaba teniendo lugar en la acristalada sala de juntas. En sus trincheras, los subinspectores Álvaro Peteira y Patricio Matesanz, el jefe de la Brigada de Investigación Tecnológica, Carlos Aranzana, el comisario Antonio Mejía, el comisario provincial Francisco Travieso, la juez Aurora Miralles, el inspector jefe de la Policía Científica, Santiago Salcedo, el forense Manuel Villamil, el subdelegado del Gobierno, Pablo Pemán, y el inspector del cuerpo de Homicidios, Ramiro Sancho, esperaban la llegada del psicólogo criminalista para iniciar las hostilidades.

Sancho examinaba desde su posición las del resto de contendientes mientras jugaba con los pelos de su barba. El subdelegado del Gobierno, de traje y corbata, hacía mención de un titular del periódico al comisario provincial Travieso y a la juez Miralles, visiblemente alterado. Peteira y Matesanz hablaban entre ellos en voz baja. Santiago Salcedo y Manuel Villamil intercambiaban observaciones sobre el último informe del forense y Carlos Aranzana se entretenía con su móvil de última generación. Mejía, por su parte, tenía la mirada perdida en la única ventana de la sala que daba al exterior.

—Buenos días, señores.

Todos, excepto Mejía, se volvieron hacia la puerta por la que apareció Carapocha con su peculiar balanceo y sonriendo sin enseñar más dientes que su colmillo. La juez Miralles no pudo ocultar su asombro por la discordancia entre la indumentaria del especialista y la edad que aparentaba. Cuando sus ojos se encontraron, se escrutaron antes de devolverse el saludo.

—Disculpen el retraso, pensé que el inspector Sancho tendría a bien pasar a buscarme por el hotel —declaró sin cambiar el gesto y guiñando el ojo izquierdo al aludido.

El inspector le devolvió el guiño tratando de encontrar el parecido con ese rostro que le venía persiguiendo desde el primer momento en que lo vio. Como en el resto de ocasiones, no obtuvo resultado alguno.

El psicólogo dejó la cartera encima de la mesa y ocupó la única silla vacía, entre Sancho y el comisario provincial Travieso. El subdelegado del Gobierno tomó la palabra para hacer las pertinentes presentaciones de los asistentes y continuó diciendo:

—Bien. Cumplido el trámite, creo que deberíamos acometer el asunto por el que nos hemos reunido hoy aquí sin perder un solo minuto. Tenemos con nosotros a Armando Lopategui, psicólogo criminalista y especialista en la investigación de casos similares al que nos toca enfrentarnos. En el
dossier
que tenéis delante, podréis comprobar su grado de formación y experiencia en la materia. Sin ánimo de parecer condescendiente, debo decir que tenemos la suerte de contar con uno de los mayores expertos del mundo en el estudio del comportamiento de los asesinos en serie.

Pablo Pemán acompañaba aquel discurso con un estudiado y oportuno movimiento de manos. Sentado, no lucía sus casi ciento noventa centímetros. De facciones casi rapaces y piel morena, trataba de endurecer el tono para cargar de solemnidad sus escogidas palabras. Con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo y la mirada forzadamente oblicua, intentaba mostrar su preocupación por los violentos hechos acontecidos durante las últimas semanas en «su» ciudad.

Mientras, Carapocha centraba su atención en cada uno de los rostros que tenía ante sí esperando pacientemente a que el político dejara de hablar. Al cabo de unos minutos, Pemán cedió la palabra al comisario provincial Travieso. Su tono de voz, agrietado y titubeante, contrastaba con la solidez del subdelegado Pemán.

—Si les parece, voy a hacer un resumen de la situación en la que nos encontramos a día de hoy. Tenemos dos homicidios cometidos, a todas luces, por el mismo individuo; las víctimas, una joven de veinticinco años y una mujer de cincuenta y dos, presentaban mutilaciones y no hemos hallado las partes sustraídas de los cuerpos. En ambos casos, se han encontrado poemas que están siendo estudiados con el objeto de conseguir información que pueda conducirnos hasta el autor de los mismos, que entendemos que es el mismo sujeto que perpetró los crímenes. Tenemos un sospechoso que se hace llamar… —miró sus anotaciones— Gregorio Samsa, que es la persona que supuestamente encontró el cuerpo de la primera víctima y dio aviso a la policía. Según se ha probado ya —prosiguió Travieso—, mintió en su declaración y ni su nombre ni su empresa existen. Bueno, rectifico, el nombre sí existe como personaje de un libro de… Kafka —volvió a leer— y su empresa la bautizó con el nombre de su obra principal. Se ha cursado una orden de detención y se ha pasado la descripción física con el retrato robot elaborado a partir de la descripción de los agentes que le tomaron declaración. Según nos han informado esta misma mañana, un vecino de la segunda víctima asegura haber visto unos días antes por el barrio a un operario cuya descripción se corresponde con la del sospechoso. Este es el individuo.

Travieso levantó el retrato robot de un hombre de unos treinta años, rostro cuadrado, peinado con raya al medio, cejas pobladas y rectas, gafas de pasta negra, ojos claros, nariz ancha y respingona, labios gruesos, mentón cuadrado y perilla bien cuidada.

—Señor —intervino Sancho—, dudo mucho que ese sea el aspecto real de nuestro sospechoso.

—¿Por qué motivo?

—Porque normalmente, y a no ser que seas un experto en reconocimiento facial, los humanos no recordamos los rostros por partes, sino como un conjunto de rasgos. El problema es que un retrato robot se hace justamente por partes. Cabeza, ojos y cejas, nariz y labios, es decir, la suma de muchos elementos que no pueden ser recordados con exactitud. Además, no creo que un tipo que ha tenido los santos huevos, y disculpen la expresión, de venir a declarar a comisaría no haya tomado la precaución de montarse un buen atrezo.

—Eso, en el caso de que el sospechoso diera por hecho que íbamos a darnos cuenta del engaño. ¿No cree? —expuso Travieso levantando una ceja de forma ostensible.

—Señor, le puedo asegurar que este tipo está jugando con nosotros. Diría que conoce bien el procedimiento de investigación policial y que se mueve varios pasos por delante.

—En este punto, yo debería informar a los presentes de algo importante —expuso con timidez Carlos Aranzana, de la BIT, ajustándose las gafas con el dedo índice— que podría reforzar esa teoría. Ayer de madrugada terminamos el diagnóstico de los sistemas que, como ya saben, han sido vulnerados en las últimas horas. No tenemos buenas noticias, el ataque es serio y puedo asegurar que no ha sido perpetrado por un aficionado. Hemos seguido el rastro y, aunque nos va a resultar casi imposible dar con el origen, hemos cortado el acceso y colocado señuelos por si se les ocurre volver a entrar. Cosa que dudo —añadió.

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