Read Memorias de una pulga Online
Authors: Anónimo
Dos grandes y peludas bolas colgaban de su base, y completaban un cuadro a la vista del cual comenzó a hervir de nuevo la sangre de Bella, cuyo juvenil espíritu se aprestó a librar un nuevo y desproporcionado combate.
—¡Oh, padrecito! ¿Cómo podré jamás albergar tamaña cosa dentro de mi personita? —Preguntó acongojada—. ¿Cómo me será posible soportarlo una vez que esté dentro de mí? Temo que me va a dañar terriblemente.
—Tendré mucho cuidado, hija mía. Iré despacio. Ahora estás bien preparada por los jugos de los santos varones que tuvieron la buena fortuna de precederme.
Bella tentó el gigantesco pene.
El sacerdote era endiabladamente feo, bajo y obeso, pero sus espaldas parecían las de un Hércules.
La muchacha estaba poseída por una especie de locura erótica. La fealdad de aquel hombre sólo servía para acentuar su deseo sensual. Sus manos no bastaban para abarcar todo el grosor del miembro. Sin embargo, no lo soltaba; lo presionaba y le dispensaba inconscientemente caricias que incrementaban su rigidez. Parecía una barra de acero entre sus suaves manos.
Un momento después el tercer asaltante estaba encima de ella, y la joven, casi tan excitada como el padre, luchaba por empalarse con aquella terrible arma.
Durante algunos minutos la proeza pareció imposible, no obstante la buena lubricación que ella había recibido con las anteriores inundaciones de su vaina.
Al cabo, con una furiosa embestida, introdujo la enorme cabeza y Bella lanzó un grito de dolor. Otra arremetida y otra más; el infeliz bruto, ciego a todo lo que no fuera darse satisfacción, seguía penetrando.
Bella gritaba de angustia, y hacía esfuerzos sobrehumanos por deshacerse del salvaje atacante.
Otra arremetida, otro grito de la víctima, y el sacerdote penetró hasta lo más profundo en su interior.
Bella se había desmayado.
Los dos espectadores de este monstruoso acto de corrupción parecieron en un principio estar prestos a intervenir, pero al propio tiempo daban la impresión de experimentar un cruel placer al presenciar aquel espectáculo. Y ciertamente así era, como lo evidenciaron después sus lascivos movimientos y el interés que pusieron en observar el más minucioso de los detalles.
Correré un velo sobre las escenas de lujuria que siguieron, sobre los estremecimientos de aquel salvaje a medida que, seguro de estar en posesión de la persona de la joven y bella muchacha, prolongó lentamente su gocé hasta que su enorme y férvida descarga puso fin a aquel éxtasis, y cedió el paso a un intervalo para devolver la vida a la pobre muchacha.
El fornido padre había descargado por dos veces en su interior antes de retirar su largo y vaporoso miembro, y el volumen de semen expelido fue tal, que cayó con ruido acompasado hasta formar un charco sobre el suelo de madera.
Cuando por fin Bella se recobró lo bastante para poder moverse, pudo hacerse el lavado que los abundantes derrames en sus delicadas partes hacían del todo necesario.
SE SACARON ALGUNAS BOTELLAS DE VINO, de una cosecha rara y añeja, y bajo su poderosa influencia Bella fue recobrando poco a poco su fortaleza.
Transcurrida una hora, los tres curas consideraron que había tenido tiempo bastante para recuperarse, y comenzaron de nuevo a presentar síntomas de que deseaban volver a gozar de su persona.
Excitada tanto por los efectos del vino como por la vista y el contacto con sus lascivos compañeros, la jovencita comenzó a extraer de debajo las sotanas los miembros de los tres curas los cuales estaban evidentemente divertidos con la escena, puesto que no daban muestra alguna de recato.
En menos de un minuto Bella tuvo a la vista los tres grandes y enhiestos objetos. Los besó y jugueteó con ellos, aspirando la rara fragancia que emanaba de cada uno, y manoseando aquellos enardecidos dardos con toda el ansia de una consumada Chipriota.
—Déjanos poderte —exclamó piadosamente el Superior, cuyo pene se encontraba en aquellos momentos en los labios de Bella.
—Amén —cantó Ambrosio.
El tercer eclesiástico permaneció silencioso, pero su enorme artefacto amenazaba al cielo.
Bella fue invitada a escoger su primer asaltante en esta segunda vuelta. Eligió a Ambrosio, pero el Superior interfirió.
Entretanto, aseguradas las puertas, los tres sacerdotes se desnudaron, ofreciendo así a la mirada de Bella tres vigorosos campeones en la plenitud de la vida, armado cada uno de ellos con un membrudo dardo que, una vez más, surgía enhiesto de su parte frontal, y que oscilaba amenazante.
—¡Uf! ¡Vaya monstruos! —exclamó la jovencita, cuya vergüenza no le impedía ir tentando, alternativamente, cada uno de aquellos temibles aparatos.
A continuación la sentaron en el borde de la mesa, y uno tras otro succionaron sus partes nobles, describiendo círculos con sus cálidas lenguas en torno a la húmeda hendidura colorada en la que poco antes habían apaciguado su lujuria. Bella se abandonó complacida a este juego, y abrió sus piernas cuanto pudo para agradecerlo.
—Sugiero que nos lo chupe uno tras otro —propuso el Superior.
—Bien dicho —corroboró el padre Clemente, el pelirrojo de temible erección—. Pero hasta el final. Yo quiero poseerla una vez más.
—De ninguna manera, Clemente —dijo el Superior—. Ya lo hiciste dos veces; ahora tienes que pasar a través de su garganta, o conformarte con nada.
Bella no quería en modo alguno verse sometida a otro ataque de parte de Clemente, por lo cual cortó la conversación por lo sano asiendo su voluminoso miembro, e introduciendo lo más que pudo de él entre sus lindos labios.
La muchacha succionaba suavemente hacia arriba y hacia abajo de la azulada nuez, haciendo pausas de vez en cuando para contener lo más posible en el interior de sus húmedos labios. Sus lindas manos se cerraban alrededor del largo y voluminoso dardo, y lo agarraban en un trémulo abrazo, mientras ella contemplaba cómo el monstruoso pene se endurecía cada vez más por efecto de las intensas sensaciones transmitidas por medio de sus toques.
No tardó Clemente ni cinco minutos en empezar a lanzar aullidos que más se asemejaban a los lamentos de una bestia salvaje que a las exclamaciones surgidas de pulmones humanos, para acabar expeliendo semen en grandes cantidades a través de la garganta de la muchacha.
Bella retiró la piel del dardo para facilitar la emisión del chorro basta la última gota.
El fluido de Clemente era tan espeso y cálido como abundante y chorro tras chorro derramó todo el líquido en la boca de ella.
Bella se lo tragó todo.
—He aquí una nueva experiencia sobre la que tengo que instruirte, hija mía —dijo el Superior cuando, a continuación, Bella aplicó sus dulces labios a su ardiente miembro.
—Hallarás en ella mayor motivo de dolor que de placer, pero los caminos de Venus son difíciles, y tienen que ser aprendidos y gozados gradualmente.
—Me someteré a todas las pruebas, padrecito —replicó la muchacha—. Ahora ya tengo una idea más clara de mis deberes, y sé que soy una de las elegidas para aliviar los deseos de los buenos padres.
—Así es, hija mía, y recibes por anticipado la bendición del cielo cuando obedeces nuestros más insignificantes deseos, y te sometes a todas nuestras indicaciones, por extrañas e irregulares que parezcan.
Dicho esto, tomó a la muchacha entre sus robustos brazos y la llevó una vez más al cofre acojinado, colocándola de cara a él, de manera que dejara expuestas sus desnudas y hermosas nalgas a los tres santos varones.
Seguidamente, colocándose entre los muslos de su víctima, apuntó la cabeza de su tieso miembro hacía el pequeño orificio situado entre las rotundas nalgas de Bella, y empujando su bien lubricada arma poco a poco comenzó a penetrar en su orificio, de manera novedosa y antinatural.
—¡Oh, Dios! —gritó Bella—. No es ése el camino. Las… ¡Por favor…! ¡Oh, por favor…! ¡Ah…! ¡Tened piedad! ¡Oh, compadeceos de mí! . . . ¡Madre santa! . . . ¡Me muero!
Esta última exclamación le fue arrancada por una repentina y vigorosa embestida del Superior, la que provocó la introducción de su miembro de semental hasta la raíz. Bella sintió que se había metido en el interior de su cuerpo hasta los testículos.
Pasando su fuerte brazo en torno a sus caderas, se apretó Contra su dorso, y comenzó a restregarse contra sus nalgas con el miembro insertado tan adentro del recto de ella como le era posible penetrar. Las palpitaciones de placer se hacían sentir a todo lo largo del henchido miembro y, Bella, mordiéndose los labios, aguardaba los movimientos del macho que bien sabía iban a comenzar para llevar su placer hasta el máximo.
Los otros dos sacerdotes veían aquello con envidiosa lujuria, mientras iniciaban una lenta masturbación.
El Superior, enloquecido de placer por la estrechez de aquella nueva y deliciosa vaina, accionó en torno a las nalgas de Bella hasta que, con una embestida final, llenó sus entrañas con una cálida descarga. Después, al tiempo que extraía del cuerpo de ella, su miembro, todavía erecto y vaporizante, declaró que había abierto una nueva ruta para el placer, y recomendó al padre Ambrosio que la aprovechara.
Ambrosio, cuyos sentimientos en aquellos momentos deben ser mejor imaginados que descritos, ardía de deseo.
El espectáculo del placer que habían experimentado sus cofrades le había provocado gradualmente un estado de excitación erótica que exigía perentoria satisfacción.
—De acuerdo —gritó—. Me introduciré por el templo de Sodoma, mientras tú llenarás con tu robusto centinela el de Venus.
—Di mejor que con placer legítimo —repuso el Superior con una mueca sarcástica—. Sea como dices. Me placerá disfrutar nuevamente esta estrecha hendidura.
Bella yacía todavía sobre su vientre, encima del lecho improvisado, con sus redondeces posteriores totalmente expuestas, más muerta que viva como consecuencia del brutal ataque que acababa de sufrir. Ni una sola gota del semen que con tanta abundancia había sido derramado en su oscuro nicho había salido del mismo, pero por debajo su raja destilaba todavía la mezcla de las emisiones de ambos sacerdotes.
Ambrosio la sujetó. Colocada a través de los muslos del Superior, Bella se encontró con el llamado del todavía vigoroso miembro contra su colorada vulva. Lentamente lo guió hacia su interior, hundiéndose sobre él. Al fin entró totalmente, hasta la raíz.
Pero en ese momento el vigoroso Superior pasó sus brazos en torno a su cintura, para atraerla sobre sí y dejar sus amplias y deliciosas nalgas frente al ansioso miembro de Ambrosio, que se encaminó directamente hacía la ya bien humedecida abertura entre las dos lomas.
Hubo que vencer las mil dificultades que se presentaron, pero al cabo el lascivo Ambrosio se sintió enterrado dentro de las entrañas de su víctima.
Lentamente comenzó a moverse hacia atrás y hacia adelante del bien lubricado canal. Retardó lo más posible su desahogo y pudo así gozar de las vigorosas arremetidas con que el Superior embestía a Bella por delante.
De pronto, exhalando un profundo suspiro, el Superior llegó al final, y Bella sintió su sexo rápidamente invadido por la leche.
No pudo resistir más y se vino abundantemente, mezclándose su derrame con los de sus asaltantes.
Ambrosio, empero, no había malgastado todos sus recursos, y seguía manteniendo a la linda muchacha fuertemente empalada.
Clemente no pudo resistir la oportunidad que le ofrecía el hecho de que el Superior se hubiera retirado para asearse, y se lanzó sobre el regazo de Bella para conseguir casi enseguida penetrar en su interior, ahora liberalmente bañado de viscosos residuos.
Con todo y lo enorme que era el monstruo del pelirrojo, Bella encontró la manera de recibirlo y durante unos cuantos de los minutos que siguieron no se oyó otra cosa que los suspiros y los voluptuosos quejidos de los combatientes.
En un momento dado sus movimientos se hicieron más agitados. Bella sentía como que cada momento era su último instante. El enorme miembro de Ambrosio estaba insertado en su conducto posterior hasta los testículos, mientras que el gigantesco tronco de Clemente echaba espuma de nuevo en el interior de su vagina.
La joven era sostenida por los dos hombres, con los pies bien levantados del suelo, y sustentada por la presión, ora del frente, ora de atrás, como resultado de las embestidas con que los sacerdotes introducían sus excitados miembros por sus respectivos orificios.
Cuando Bella estaba a punto de perder el conocimiento, advirtió por el jadeo y la tremenda rigidez del bruto que tenía delante, que éste estaba a punto de descargar, y unos momentos después sintió la cálida inyección de flujo que el gigantesco pene enviaba en viscosos chorros.
—¡Ah…! ¡Me vengo! —gritó Clemente, y diciendo esto inundó el interior de Bella, con gran deleite de parte de ésta.
—¡A mí también me llega! —gritó Ambrosio, alojando más adentro su poderoso miembro, al tiempo que lanzaba un chorro de leche dentro de los intestinos de Bella.
Así siguieron ambos vomitando el prolífico contenido de sus cuerpos en el interior del de Bella, a la que proporcionaron con esta doble sensación un verdadero diluvio de goces.
Cualquiera puede comprender que una pulga de inteligencia mediana tenía que estar ya asqueada de espectáculos tan desagradables como los que presencié y que creí era mi deber revelarlos. Pero ciertos sentimientos de amistad y de simpatía por la joven Bella me impulsaron a permanecer aún en su compañía.
Los sucesos vinieron a darme la razón y, como veremos mas tarde, determinaron mis movimientos en el futuro.
No habían transcurrido más de tres días cuando la joven, a petición de ellos, se reunió con los tres sacerdotes en el mismo lugar.
En esta oportunidad Bella había puesto mucha atención en su
toilette
, y como resultado de ello aparecía más atractiva que nunca, vestida con sedas preciosas, ajustadas botas de cabritilla, y unos guantes pequeñísimos que hacían magnífico juego con el resto de las vestimentas.
Los tres hombres quedaron arrobados a la vista de su persona, y la recibieron tan calurosamente, que pronto su sangre juvenil le afluyó a] rostro, inflamándolo de deseo.
Se aseguró la puerta de inmediato, y enseguida cayeron al suelo los paños menores de los sacerdotes, y Bella se vio rodeada por el trío y sometida a las más diversas caricias, al tiempo que contemplaba sus miembros desvergonzadamente desnudos y amenazadores.