Mensaje en una botella (14 page)

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Authors: Nicholas sparks

BOOK: Mensaje en una botella
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–Es por eso que planeé así este fin de semana. Quería que conocieras algo diferente.

–No vine aquí para hacer algo diferente. Vine para pasar algún tiempo en paz contigo. Ni siquiera hemos tenido oportunidad de conversar y me voy mañana.

–Eso no es cierto. Anoche estuvimos solos en la cena y hoy otra vez, en el museo. Ha habido tiempo suficiente para charlar.

–Tú sabes a lo que me refiero.

–No, no lo sé. ¿Qué quieres hacer? ¿Quedarte sentado en el departamento?

Él no le respondió. Luego se levantó del sofá, atravesé la habitación y apagó el radio.

–Hay algo extremadamente importante que quiero decirte desde que llegué –dijo él.

–¿Qué es?

Se volvió, reunió todo su valor y aspiró profundo.

–Este mes sin verte ha sido muy duro para mí y en este momento no estoy seguro si quiero que sigamos así.

Theresa contuvo la respiración por un segundo.

Al ver su expresión, Garrett se acercó a ella.

–No es lo que crees –aclaró él a toda prisa–. No es que ya no quiera volver a verte. Quiero verte todo el tiempo –cuando llegó al sofá, se arrodilló frente a ella. Theresa lo miró, sorprendida. Él la tomó de las manos.

–Quiero que te mudes a Wilmington. Aunque ella sabía que iba a suceder tarde o temprano, no lo había esperado tan pronto ni de esa manera.

Garrett continuó:

–Sé que es un gran paso, pero si te mudaras no pasaríamos estos largos períodos separados. Podríamos vernos a diario –él se acercó y le acarició la mejilla–. Quiero caminar por la playa contigo. Quiero que naveguemos juntos. Quiero que estés ahí cuando vuelva a casa de la tienda. Quiero que nos sintamos como si nos hubiéramos conocido durante toda la vida.

Las palabras salían de la boca de Garrett con rapidez y entre más hablaba más sentía Theresa que la cabeza le daba vueltas. Le parecía como si Garrett estuviera tratando de recrear su relación con Catherine.

–Espera un minuto –lo interrumpió ella por fin–. No puedo sencillamente tomar mis cosas y marcharme. Me refiero a que Kevin está en la escuela. Es feliz aquí. Este es su hogar. Aquí tiene a sus amigos y el fútbol.

–Puede tener todo eso en Wilmington. ¿Acaso no viste ya lo bien que nos llevamos?

Ella le soltó la mano, cada vez más frustrada.

–Y, ¿qué hay de mi columna? ¿Quieres que renuncie a ella?

–Lo que no quiero es que renunciemos a nuestra relación. Hay una gran diferencia.

–Entonces, ¿por qué no puedes tú mudarte a Boston?

–Y, ¿qué haría aquí?

–Lo mismo que haces en Wilmington. Dar clases de buceo, salir a navegar, lo que sea. Es mucho más fácil para ti que para mí.

–No podría. Como ya te dije, esto... –hizo un gesto para señalar el cuarto y las ventanas– no es para mí. Me sentiría perdido en esta ciudad.

Theresa se levantó y atravesó la habitación, muy agitada. Se pasó la mano por el cabello.

–No es justo. Es como si nos pusieras una condición: “Podemos estar juntos pero tendrá que ser a mi manera”. Quieres que renuncie a todo por lo que he luchado, pero no estás dispuesto a dar nada a cambio –ella no le quitó los ojos de encima.

Garrett se puso de pie y caminó hacia Theresa. Al acercarse, ella retrocedió y levantó los brazos poniendo así una barrera.

–Escucha, Garrett, no quiero que me toques en este momento, ¿de acuerdo?

Él dejó caer los brazos a los costados. Durante un largo rato ninguno de los dos dijo nada.

Theresa cruzó los brazos y desvió la mirada.

–Entonces supongo que tu respuesta es no –dijo él por fin.

Ella respondió con cuidado.

–No. Mi respuesta es que vamos a tener que hablar más de esto.

–¿Para que trates de convencerme de que estoy equivocado?

Aquel comentario no merecía una respuesta. Theresa movió la cabeza y caminó hasta la mesa del comedor, tomó su bolso y se dirigió a la puerta del frente.

–¿Estás escapando?

Abrió la puerta y la mantuvo así mientras respondía.

–No, Garrett. No estoy escapando. Sólo necesito algunos minutos a solas para pensar. No me gusta que me hables así. Acabas de pedirme que cambie toda mi vida y voy a necesitar tiempo para tomar una decisión.

Se marchó del departamento. Garrett miró la puerta durante un par de segundos, para ver si regresaba. Al ver que no lo hacía, caminó por todo el lugar. Entró en la cocina, después en la habitación de Kevin y salió. Cuando llegó al dormitorio de Theresa se detuvo un momento antes de entrar. Se acercó a la cama, se sentó, colocó la cabeza entre las manos y se preguntó qué podría hacer. De alguna manera sentía que no había nada que pudiera decir cuando ella volviera que no los llevara a una nueva discusión.

Lo pensó por un momento antes de decidir por fin que le escribiría una carta para expresarle lo que sentía. Escribir siempre le ayudaba a pensar con más claridad.

Miró hacia la mesita de noche. Vio el teléfono, pero no encontró papel ni pluma. Abrió el cajón, lo revisé y halló casi al frente una pluma. Siguió buscando el papel y encontró un par de libros de bolsillo, algunas revistas y unos joyeros vacíos; de pronto vio algo que le era familiar.

Un velero.

Estaba en una hoja de papel metida en una delgada agenda. Lo tomó, pensando que se trataba de alguna de las cartas que le había escrito a Theresa durante los últimos dos meses, pero de pronto se quedó inmóvil.

¿Cómo era posible? Aquel papel para correspondencia había sido un regalo de Catherine y él sólo lo usaba cuando le escribía a ella. Las cartas para Theresa las había escrito en un papel distinto.

Contuvo el aliento. Con una rapidez sorprendente revisó el cajón, sacó la agenda y con suavidad retiró no una sino tres hojas. Todavía confundido, parpadeó con fuerza antes de mirar la primera página y ahí, escritas de su puño y letra, estaban las palabras: “Mi querida Catherine”.

“¡Oh, Dios mío!”, pensó. Miró la segunda hoja. Era una fotocopia. “Mi querida Catherine...”

La siguiente carta. “Querida Catherine...”

–¿Qué es esto? –murmuró, incapaz de creer lo que estaba viendo–. ¡No puede ser! –volvió a leer las cartas sólo para poder confirmarlo.

Era verdad. Eran sus cartas, las cartas para Catherine que había arrojado por la borda del Happenstance y que no había esperado volver a ver jamás.

Apenas oyó el ruido de la puerta del frente al abrirse y volver a cerrarse.

–Garrett, ya regresé –dijo Theresa. Se detuvo y él pudo oírla recorrer el departamento. Luego preguntó: – ¿Dónde estás?

Él no respondió.

Theresa entró en la habitación y lo miró. Estaba pálido y tenía blancos los nudillos por sujetar con fuerza las hojas.

–¿Estás bien? –preguntó ella.

Él levantó la cabeza lentamente y la miró.

Como una ola, todo la golpeó de pronto: el cajón abierto, los papeles que tenía él en las manos, la expresión del rostro... y supo de inmediato lo que había ocurrido.

–Garrett, yo... verás, puedo explicarte todo –dijo ella en voz baja y rápida.

–Mis cartas –susurró él. La miró con una mezcla de confusión y rabia–. ¿Cómo obtuviste mis cartas?

–Encontré una en la playa, y...

Él la interrumpió.

–¿La encontraste?

Ella asintió y trató de explicarle.

–Cuando estuve en Cape Cod. Un día salí a correr y encontré la botella.

Garrett miró la primera página, la única carta original. Era la que había escrito ese mismo año. Pero las otras...

–¿Y éstas? –preguntó sosteniendo en alto las copias. Theresa respondió con suavidad.

–Me las enviaron.

–¿Quién? –confundido, se levantó de la cama. Ella dio un paso hacia él con la mano en alto.

–Otras personas que también las encontraron. Una de ellas leía mi columna

–¿Publicaste mi carta? –lo dijo como si acabara de recibir un golpe en el abdomen.

–No sabía... –comenzó ella.

–¿No sabías qué? –dijo él en voz alta, con el dolor reflejándose en su voz–. ¿Que esto no era algo que yo quisiera que todo el mundo viera?

–Estaba en la playa. Tenías que saber que alguien la encontraría –explicó ella rápidamente–. No puse sus nombres.

–Pero la publicaste en el diario –miró de nuevo las cartas y luego a Theresa, como si la viera por primera vez–. Me mentiste.

–No lo hice.

Él no la oía.

–Me mentiste –repitió como si hablara consigo mismo–. Y fuiste a buscarme. ¿Para qué? Para poder escribir otra columna. ¿De eso se trata todo esto?

–No. Estás equivocado.

–Entonces, ¿de qué se trató?

–Después de leer tus cartas yo... quise conocerte.

No comprendía lo que ella estaba diciendo. Vino a su mente la imagen de Catherine y sostuvo las cartas frente a sí.

–Eran mis cartas... mis sentimientos, mi manera de hacer frente a la pérdida de mi esposa. Mías, no tuyas.

–No quise lastimarte.

Los músculos de la mandíbula se le tensaron.

–Usaste mis sentimientos por Catherine y trataste de manipularlos para convertirlos en lo que tú querías. Creíste que porque amaba a Catherine también te amaría a ti, ¿no es cierto?

De pronto Theresa se sintió incapaz de hablar.

–Lo planeaste desde el principio, ¿verdad? Todo el asunto estaba arreglado.

Él pareció aturdido un momento y ella se le acercó.

–Sí, Garrett, admito que quería conocerte. Las cartas eran tan hermosas... pero no sabía lo que iba a ocurrir. No planeé nada después de eso –lo tomó de la mano–. Te amo, Garrett. Esto tienes que creerlo.

Cuando terminó de hablar, él se soltó y se alejó.

–¿Qué clase de persona eres? Estás atrapada en alguna de extraña fantasía...

–¡Cállate, Garrett! –le gritó furiosa mientras las lágrimas se le agolpaban en los ojos.

Sostuvo en alto las cartas otra vez y con voz quebrada dijo:

–Crees que comprendes lo que tuvimos Catherine y yo, pero no es así. No importa cuántas cartas leas, no importa lo bien que me conozcas, nunca comprenderás. Lo que hubo entre ella y yo era real y verdadero. Fue real y ella también era real.

Luego, molesto, agregó algo que la lastimo mas que cualquier cosa de lo que había dicho hasta ese momento.

–Nuestra relación ni por mucho se acerca a lo que hubo entre Catherine y yo.

No esperó una respuesta. En vez de ello pasó a su lado y tomó su maleta. Con enorme furia arrojó todo en el interior y la cerró a toda prisa. Por un momento ella pensó en detenerlo, pero el comentario la había dejado aturdida.

Él cogió su maleta.

–Estas –dijo mostrándole las cartas– son mías, así que me las llevo–. Sin otra palabra que agregar se dio vuelta, atravesó la sala y se marchó.

Capítulo 8

Garrett tomó un taxi al aeropuerto, pero no halló vuelo de regreso y se encontró pasando la noche en la terminal, todavía furioso e incapaz de dormir. Durante horas caminó frente a tiendas que hacía mucho habían cerrado, deteniéndose sólo de vez en cuando para mirar a través de las barreras que mantenían a raya a los viajeros nocturnos.

A la mañana siguiente tomó el primer vuelo que pudo, llegó a su casa poco después de las once y fue directo a su habitación. Sin embargo, mientras estaba acostado en la cama, lo ocurrido la tarde anterior comenzó a repetirse en su cabeza, lo que lo mantuvo despierto. Al final, se dio por vencido. Se bañó, se vistió y se sentó otra vez en la cama. Contempló la fotografía de Catherine y la llevó a la sala. Encontró las cartas donde las había dejado, sobre la mesa de centro. Con la fotografía frente a sí, leyó las cartas con lentitud, casi con veneración, mientras sentía cómo la presencia de Catherine llenaba el cuarto.

–¡Vaya! Pensé que habías olvidado por completo nuestra cita –dijo él mientras veía a Catherine caminar por el muelle con una bolsa de comestibles.

Ella sonreía, lo tomó de la mano y subió a bordo.

–No lo olvidé. Es sólo que tuve que desviarme un poco en el camino. Fui a ver al doctor.

Él le quitó la bolsa y la puso a un lado.

–¿Ocurre algo? Sé que no te has sentido bien últimamente.

–Estoy bien –respondió ella–, pero no creo que pueda navegar esta noche.

–Te pasa algo malo, ¿verdad?

Catherine sonrió de nuevo y se inclinó para sacar un pequeño paquete de la bolsa. Garrett la miró y ella comenzó a abrirlo.

–Cierra los ojos –le pidió– y te lo contaré todo.

Todavía sin saber qué hacer, Garrett cerró los ojos y oyó como se rompía un papel de China.

–Muy bien, ya puedes abrirlos.

Catherine sostenía frente a ella una prenda de bebé.

–¿Qué es eso? –preguntó sin comprender.

Estaba muy animada.

–Estoy embarazada –explicó con emoción.

–¿Embarazada?

–Sí. Oficialmente tengo ocho semanas.

–¿Ocho semanas?

Sorprendido y titubeante, Garrett tomó la ropita de bebé y la sostuvo delicadamente en la mano; luego se inclinó hacia delante y le dio a Catherine un abrazo.

–¡No puedo creerlo!

–Pues es verdad.

Una amplia sonrisa se le dibujó en los labios cuando por fin comprendió lo que le estaba diciendo.

–¡Estás embarazada!

Catherine cerró los ojos y le susurró al oído:

–Y tú vas a ser padre.

Los pensamientos de Garrett fueron interrumpidos por el chirrido de la puerta. Su padre metió la cabeza en la habitación.

–Vi tu camión afuera –le dijo–. No esperaba que volvieras hasta esta tarde –al ver que Garrett no le respondió, su padre entró y descubrió la fotografía de Catherine en la mesa–. ¿Estás bien, hijo? –preguntó con cautela.

Se sentaron en la sala mientras Garrett le explicaba la situación desde el principio: sus sueños recurrentes, los mensajes que había estado enviando en botellas, y por fin, la discusión sostenida con Theresa la noche anterior. Cuando terminó, su padre le quitó las cartas de la mano.

–Debe de haber sido una verdadera sorpresa –dijo al tiempo que miraba las hojas de papel–, pero, ¿no crees que te portaste un poco duro con ella?

Garrett movió la cabeza con cansancio.

–Ella sabía todo sobre mí. Ella lo planeó todo.

–No, no fue así –lo contradijo su padre con suavidad–. Tal vez haya venido a conocerte, pero no hizo que te enamoraras de ella. Eso lo hiciste solo.

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