Read Mensaje en una botella Online
Authors: Nicholas sparks
–Estoy seguro –respondió de inmediato.
–¿Qué haremos el resto del día? –preguntó Theresa.
Garrett comenzó a cargar los tanques de oxígeno en la parte posterior del camión.
–Pensé que podríamos ir a navegar. Parece que el tiempo será magnífico.
–¿Crees que también pueda aprender a hacer eso? –preguntó Kevin ansioso.
–Claro. Te nombraré mi segundo de a bordo.
–¿Necesito algún tipo de certificado?
–No. Eso depende del capitán, y como yo soy el capitán, puedo hacerlo de inmediato.
–¡Fantástico! –Kevin miró a Theresa con los ojos desmesuradamente abiertos y ella casi pudo leer sus pensamientos: “Primero aprendo a bucear y luego me nombran segundo de a bordo. ¡Esperen a que se lo cuente a mis amigos!”
Garrett acertó cuando predijo que habría un clima ideal y los tres pasaron un rato maravilloso en el mar. Garrett le enseñó a Kevin lo básico acerca de la navegación: desde cuándo y cómo cambiar de curso hasta anticipar la dirección del viento tomando como punto de referencia a las nubes. Al igual que la primera vez que se reunieron, llevaban sándwiches y ensalada, pero esta vez cedieron a una familia de marsopas que jugueteaba alrededor del velero mientras comían.
Ya era tarde cuando regresaron a los muelles y después de que Garrett le enseñó a Kevin cómo resguardar el bote para protegerlo de una tormenta inesperada, los llevó de vuelta al motel. Como los tres estaban agotados, Theresa y Garrett se despidieron apresuradamente y cuando él llegó a su casa tanto Theresa como Kevin ya se habían dormido.
A la mañana siguiente Garrett los llevé a su primera expedición de buceo en el mar. Después de que pasó el nerviosismo inicial, comenzaron a divertirse y terminaron utilizando dos tanques cada uno. Gracias al tranquilo clima de la costa, el agua estaba transparente y la visibilidad era magnífica. Garrett les tomó algunas fotografías cuando exploraban uno de los buques que naufragó en las aguas poco profundas de la costa de North Carolina.
Volvieron a pasar la tarde en la casa de Garrett. Después Kevin se quedó dormido frente al televisor y Garrett y Theresa aprovecharon para sentarse juntos en el porche trasero, acariciados por la brisa húmeda y cálida.
–No puedo creer que ya nos marchemos mañana por la noche –dijo Theresa–. Estos últimos dos días volaron.
Él la rodeó con el brazo y la acercó. Theresa le puso la cabeza en el hombro. El silencio hizo que llegara de lejos el sonido de las olas que rompían en la playa.
–¿Sabes, Garrett? En realidad me siento muy cómoda contigo.
–¿Cómoda? Lo dices como si fuera un sofá.
–No quise que sonara así. Me refiero a que cuando estamos juntos me siento muy bien conmigo misma.
–¡Qué bueno!, porque yo también me siento muy bien contigo.
–¿Muy bien? ¿Eso es todo?
Él movió la cabeza.
–No, no es todo.
La miró y luego volvió los ojos al mar. Después de un momento susurré en voz baja:
–Te amo.
Theresa oyó cómo las palabras se repetían en su cerebro. Te amo. Y esta vez sin ambivalencias.
–¡Oh, Garrett...! –comenzó ella con incertidumbre, antes de que él la interrumpiera con un movimiento de cabeza.
Theresa, no espero que sientas lo mismo. Sólo quiero que sepas lo que yo siento –le pasó un dedo con suavidad por la mejilla y los labios–. Te amo, Theresa.
–Yo también te amo –le aseguré ella con ternura, articulando las palabras con la esperanza de que fueran verdad.
Luego se abrazaron por largo rato.
Pasaron el último día en Wilmington practicando como lo habían hecho antes, y cuando terminaron su lección final, Garrett les entregó sus certificados.
–Ahora puedes bucear cuando quieras y donde quieras –le dijo a Kevin, que sostenía el certificado como si fuera de oro–, pero recuerda que no es seguro bucear solo. Siempre ve con alguien que te acompañe.
Theresa pagó la cuenta del hotel y Garrett los llevó al aeropuerto. Una vez que Theresa y Kevin abordaron, él se quedó algunos minutos para observar cómo el avión comenzaba a alejarse de la puerta de abordaje.
Ya en sus asientos, Theresa y Kevin hojearon algunas revistas. Durante la primera parte del viaje, Kevin se volvió de pronto y le preguntó:
–Mamá, ¿piensas casarte con Garrett?
Theresa tardó un momento en responder.
–No estoy segura. Sé que no quiero casarme con él inmediatamente. Todavía tenemos que conocernos.
–Pero, ¿es posible que quieras casarte con Garrett en el futuro?
–Tal vez.
Kevin pareció aliviado.
–Me alegra. Te veías muy feliz cuando estaban juntos.
Ella se acercó y le tocó la mano.
–Bueno, ¿qué habrías dicho si te hubiera contestado que quiero casarme con él de inmediato?
Él lo pensó un momento.
–Supongo que me habría preguntado dónde íbamos a vivir.
Por más que lo intentó, a Theresa no se le ocurrió una buena respuesta. Era cierto. ¿Dónde vivirían?
Al cuarto día de que Theresa se fue de Wilmington, Garrett soñó con Catherine. En el sueño se encontraban en un campo cubierto de césped, rodeado por un precipicio que daba al mar. Caminaban juntos, tomados de la mano y conversaban, cuando de pronto ella se soltaba. Lo miraba por encima del hombro, reía y lo invitaba a perseguirla. Él lo hacía, y sentía lo mismo que el día en que se casaron.
Se acercaba poco a poco a ella, cuando se daba cuenta de que Catherine se dirigía al precipicio. Garrett le gritaba que se detuviera, pero ella corría aún más de prisa.
Él le gritaba que diera vuelta, pero ella parecía no oírlo. Garrett sentía cómo la adrenalina le corría por el cuerpo alimentada por un temor que lo paralizaba.
–¡Detente, Catherine! –gritaba.
El precipicio estaba a pocos metros de distancia. Él se acercaba, pero seguía demasiado lejos. “No voy a poder detenerla”, pensaba presa del pánico.
Entonces, de una manera tan repentina como había comenzado a correr, Catherine se detenía. Se volvía a mirarlo a sólo unos centímetros de la orilla.
–No te muevas –gritaba él. Garrett llegaba junto a ella y la tomaba de la mano mientras respiraba pesadamente.
Ella sonreía y miraba a sus espaldas.
–¿Creíste que me perderías?
–Sí –respondía él en voz baja–. Y te prometo que nunca permitiré que vuelva a pasar.
Garrett despertó con sobresalto, se sentó en la cama y permaneció despabilado durante varias horas. Cuando por fin pudo volver a dormir, cayó en un sueño intranquilo y eran casi las diez de la mañana cuando logró levantarse. Todavía cansado y deprimido, llamó a su padre, con quien se reuniría para desayunar en el lugar acostumbrado.
–No sé si podré ver de nuevo a Theresa –le confesó después de un rato de intercambiar trivialidades.
Su padre enarcó una ceja pero no respondió. Garrett continuó.
–Tal vez no estamos destinados el uno para el otro. Me refiero a que ella vive a miles de kilómetros de distancia, tiene su propia vida, sus propios intereses. No quiero ir a vivir a Boston y estoy seguro de que ella no desea vivir aquí, así que ¿qué nos queda?
Garrett guardó silencio y esperó a que su padre respondiera.
–Me parece que estás inventando pretextos –comentó Jeb en voz muy baja.
–No, papá, no es así. Sólo trato de resolver esta situación.
–¿Con quién crees que estás hablando, Garrett? –movió la cabeza–. Sé exactamente por lo que estás pasando. Cuando tu madre murió, yo también inventé pretextos. Durante años me dije a mí mismo todo tipo de cosas. Y, ¿quieres saber a dónde me llevaron? –miró a su hijo–. Estoy viejo y cansado, pero sobre todo estoy solo. Si pudiera retroceder en el tiempo, cambiaría muchas cosas –Jeb se detuvo y su tono se hizo más dulce–. Trataría de buscar a alguien. Porque ¿sabes algo, Garrett? Creo que a tu madre le hubiera gustado que yo encontrara a alguien. Ella habría deseado que yo fuera feliz. Y, ¿sabes por qué?
Garrett no respondió.
–Porque ella me amaba. Y si estás convencido de que estás demostrando tu amor por Catherine al sufrir como lo has venido haciendo, entonces, en alguna parte del camino, debo haberme equivocado al educarte.
–No te equivocaste.
–Creo que sí, porque cuando te miro me veo a mí mismo y, para serte franco, preferiría ver algo distinto. Me gustaría ver a alguien que sabe que está bien seguir adelante y que también está bien encontrar a una persona que pueda hacerlo a uno feliz. Sin embargo, en este momento me parece que me miro al espejo y veo como era yo hace veinte años.
Garrett pasó la tarde solo, caminando por la playa y meditando acerca de lo que le había dicho su padre.
Cuando se comunicó con Theresa más tarde, esa misma noche, el sentimiento de traición que le había provocado la pesadilla era menos intenso. Cuando ella respondió el teléfono, lo sintió menguar todavía más.
–Me da gusto que llamaras –le dijo ella con alegría–. Pensé mucho en ti hoy.
–Yo también estuve pensando en ti –aseguró él–. Desearía que estuvieras aquí.
–¿Estás bien? Te oigo un poco triste.
–No te preocupes, estoy bien. Pero, me siento solo, eso es todo. ¿Cómo estuvo tu día hoy?
–Como siempre. Con mucho que hacer en el trabajo y mucho que hacer en casa. Pero me siento mejor después de oír tu voz. Y a ti, ¿qué tal te fue?
–Hoy te extrañé mucho.
–Sólo hemos dejado de vernos unos cuantos días –comentó ella con suavidad.
–Lo sé. Y hablando del tema ¿cuándo volveremos a vernos?
–Mmm, ¿qué te parece si en tres semanas? Estaba pensando que tal vez tú pudieras venir esta vez. Kevin estará en un campamento de fútbol
soccer
toda la semana y podremos pasar algún tiempo a solas.
Mientras ella hablaba, Garrett miraba la fotografía de Catherine que tenía sobre la mesa de noche. Necesitó de algunos segundos para responder.
–Bueno, supongo que podría ir.
–No pareces muy convencido.
–Pero lo estoy.
–Entonces, ¿te pasa algo?
–No.
Ella guardó silencio, insegura.
–¿De verdad estás bien, Garrett?
Tuvieron que transcurrir varios días y varias llamadas telefónicas a Theresa para que Garrett comenzara a sentirse mejor. Poco a poco la imagen de la pesadilla comenzó a desvanecerse. El calor de finales de verano parecía hacer que el tiempo pasara con más lentitud de lo normal, pero Garrett se mantenía tan ocupado como podía, haciendo lo posible para no pensar en las complejidades de su nueva situación.
Dos semanas más tarde llegó a Boston.
Después de recogerlo en el aeropuerto, Theresa le mostró a Garrett la ciudad. Comieron en Faneuil Hall, vieron los botes de remos deslizarse por el río Charles y se deleitaron con su mutua compañía. Cuando el día comenzó a refrescar y el Sol se ocultó tras de los árboles se detuvieron en un restaurante de comida mexicana y compraron algo para llevar al departamento. Sentado en el piso de la sala, a la luz de las velas, Garrett miró a su alrededor.
–Tienes un lindo departamento –comentó–. No sé por qué pensé que sería más pequeño, sin embargo veo que es más grande que mi casa.
–Sólo un poco, pero gracias. Para nosotros está perfecto.
Afuera del departamento podía oírse con claridad el ruido del tránsito de la ciudad. Un auto frenó, se oyó el sonido de una bocina y de inmediato el aire se llenó con el ruido de otros autos que se unían al coro.
–¿Es siempre tan tranquilo y silencioso? –preguntó él.
Ella hizo un gesto hacia la ventana.
–Las noches de viernes y sábado son las peores, pero si se vive aquí el tiempo suficiente, uno termina por acostumbrarse.
Los ruidos de la ciudad continuaron. Una sirena ululó a la distancia y el sonido se hacía cada vez más intenso conforme se aproximaba por las calles.
–¿Podrías poner algo de música? –preguntó Garrett.
–Claro. ¿Qué te gustaría?
–Me gustan los dos tipos –respondió él haciendo una pausa dramática–.
country
y
country
.
Ella rió.
–De esas no tengo. ¿Qué te parece un poco de
jazz
?
Se levantó, eligió un disco que pensó que podría gustarle a Garrett y lo puso en el aparato de sonido. Momentos más tarde la música comenzó a oírse, precisamente cuando el embotellamiento de tránsito en la calle pareció terminar.
–Así que... ¿qué opinas de Boston hasta ahora? –preguntó ella volviendo a sentarse.
–Me gusta. Para ser una gran ciudad no está tan mal. Siempre me la imaginaba muy distinta: con multitudes, asfalto, rascacielos, ni un solo árbol a la vista y asaltantes en cada esquina. Pero no es así en absoluto.
Ella sonrió.
–Es agradable, ¿verdad? Quiero decir, por supuesto que no es como la playa, pero tiene su encanto, sobre todo si consideras lo que la ciudad tiene que ofrecer. Puedes ir a conciertos, museos o simplemente pasear por una zona del centro a la que llamamos Common. Aquí hay algo para todos... incluso un club de yates.
Parecía como si le estuviera vendiendo el lugar, así que Garrett decidió cambiar de tema.
–¿Dijiste que Kevin se fue a un campamento de fútbol?
A la mañana siguiente Garrett y Theresa pasearon por los vecindarios italianos del North End de Boston, caminaron a lo largo de las calles estrechas y serpenteantes y se detuvieron a comer cannoli y a tomar café. Garrett le preguntó sobre su trabajo mientras recorrían la ciudad.
–¿Podrías escribir tu columna en casa?
–Con el paso del tiempo supongo que sí, pero por el momento no es posible.
–¿Por qué no?
–Bueno, para comenzar no está establecido en mi contrato. A menudo tengo que entrevistar gente, y eso toma tiempo... en ocasiones hasta debo viajar un poco. Además, tengo que hacer investigaciones y cuando estoy en la oficina tengo acceso a muchas más fuentes. Y también habría que considerar el hecho de que necesito un lugar donde puedan ponerse en contacto conmigo. Gran parte del material que produzco es de interés humano por lo que recibo llamadas durante todo el día. Si trabajara en casa, sé que muchas personas llamarían por la noche y no estoy dispuesta a sacrificar el tiempo que le dedico a Kevin.
Garrett se detuvo en una tienda que se extendía sobre la acera y que vendía fruta fresca. Tomó un par de manzanas de una canasta y le entregó una a Theresa.