Mensaje en una botella (7 page)

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Authors: Nicholas sparks

BOOK: Mensaje en una botella
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–¿No tienes que guiarlo?

–Para eso es el lazo. A veces, cuando el viento cambia constantemente de dirección, hay que sostener el timón todo el tiempo, pero hoy tuvimos suerte con el clima. Podríamos navegar con este rumbo durante horas.

El Sol poniente descendía en el cielo vespertino a sus espaldas y Garrett guió a Theresa de vuelta a donde había estado sentada. Se acomodaron en un rincón, ella en el costado y él contra la parte posterior del barco. Al sentir el viento en la cara, Theresa echó su cabello hacia atrás y miró el agua.

–Es muy hermoso –comentó al tiempo que se volvía hacia él–. Gracias por invitarme.

–De nada. Es agradable tener compañía de vez en cuando.

Ella sonrió al escuchar la respuesta.

–¿Por lo general navegas solo?

Garrett se retrepó en el asiento antes de contestar y estiró las piernas al frente.

–Casi siempre. Es una buena forma de relajarse después del trabajo. Sin importar lo intenso que haya sido el día, una vez que llego aquí, el viento parece llevarse todo.

–Pero te gusta tu trabajo, ¿o no?

–Sí, me gusta. No cambiaría lo que hago por nada del mundo –se detuvo y ajustó su reloj de pulsera–. Así que... Theresa, ¿a qué te dedicas?

Ella guardó silencio apenas por un instante.

–Soy articulista del Times de Boston. Escribo sobre temas de interés para padres.

Ella le notó la expresión de sorpresa en los ojos, era la misma que observaba cada vez que salía con alguien nuevo.
"Lo mejor será decírselo de una vez"
, pensó.

–Tengo un solo hijo –continuó–. Se llama Kevin y tiene doce años. Ahora está con su padre, en California. Hace tiempo que nos divorciamos.

Garrett asintió sin hacer ningún comentario y luego preguntó:

–¿Te gustaría conocer el resto de la nave?

Ella asintió.

–¡Me encantaría!

Garrett se levantó y revisó las velas de nuevo antes de guiarla al interior de la cabina. A la izquierda se encontraba un asiento que corría a todo lo largo de un costado del bote. Frente a éste se hallaba una mesa pequeña apenas con espacio suficiente para dos personas. Cerca de la puerta había un lavabo y una cocina portátil con un diminuto refrigerador abajo, y más adelante podía ver una puerta que llevaba al camarote donde estaba la cama.

Garrett se colocó a un lado de ella con las manos en la cadera mientras Theresa exploraba el interior. Después de un momento, ella comentó:

–Desde afuera no parece tan amplio.

–Lo sé –él se aclaró la garganta un tanto incómodo–. Es sorprendente ¿no es cierto?

La rodeó y se inclinó para tomar una lata de Coca-Cola del pequeño refrigerador.

–¿Quieres beber algo?

–Claro –respondió ella. Tocó con suavidad las paredes para sentir la textura de la madera.

Él se enderezó y le entregó una lata. Los dedos de ambos se tocaron por un instante cuando ella la tomó.

Theresa la abrió y le dio un trago antes de colocarla en la mesa.

Mientras él tomaba su propia bebida, ella dirigió su atención a una foto enmarcada que colgaba de la pared. En ella Garrett se veía mucho más joven; estaba de pie en el muelle al lado de un pez vela.

–Veo que te gusta pescar –dijo. El se aproximó y Theresa pudo sentir el calor de la cercanía. Garrett olía a viento, a sal.

–Sí, así es –respondió en voz baja–. Mi padre fue pescador de camarones y yo crecí casi en el agua.

–¿Cuándo tomaron esta fotografía?

–Hace diez años aproximadamente. La tomaron antes de que regresara yo a la universidad para mi último año de estudios.

Ella volvió a mirar la fotografía.

–¿El que está a tu lado es tu padre?

–Sí.

–Te pareces a él –le aseguró.

Garrett le sonrió preguntándose si el comentario sería un cumplido o no. El le indicó la mesa y Theresa se sentó frente a él.

Una vez que estuvo cómoda, le preguntó:

–¿Dices que fuiste a la universidad?

Él la miró a los ojos.

–Sí. Fui a North Carolina University y estudié biología marina. Después de graduarme trabajé para el Instituto Marítimo Duke, como especialista en buceo, pero no se gana mucho dinero. Así que obtuve un certificado para enseñar y comencé a tener alumnos los fines de semana. La tienda vino después –enarcó una ceja–. ¿Y qué me dices de ti?

–Crecí en Omaha, Nebraska, y fui a la universidad en Brown. Llevo nueve años en el Times.

–¿Te gusta ser articulista?

Ella lo meditó un momento.

–Es un buen empleo –respondió por fin–. Puedo recoger a Kevin después de la escuela y tengo la libertad de escribir lo que yo quiera. Además me pagan bastante bien, pero... –se detuvo–. Supongo que en este momento soy la típica madre soltera con demasiado trabajo, si sabes a lo que me refiero.

Él asintió y comentó con suavidad.

–La vida no siempre resulta como esperamos, ¿verdad?

–No, supongo que no –concordó ella y de nuevo las miradas se encontraron. La expresión de Garrett hizo que ella se preguntara si él acababa de decirle algo que casi nunca mencionaba a nadie más. Le sonrió y se inclinó hacia él.

–¿Ya quieres comer? Traje algunas viandas en la canasta.

–Cuando quieras. ¿Prefieres comer aquí o afuera?

–Afuera, definitivamente.

Tomaron sus latas de gaseosas y salieron de la cabina. Garrett le indicó que se adelantara.

–Dame un minuto para echar el ancla –le dijo– así podremos comer sin tener que revisar el bote a cada minuto.

Theresa se sentó y abrió la canasta que había llevado. En el horizonte, el Sol se hundía tras un banco de cúmulos. Sacó un par de sándwiches envueltos en papel celofán y un par de recipientes desechables que contenían ensalada de papa y col recién hecha.

Miró a Garrett mientras bajaba las velas de espaldas a ella y volvió a notar lo fuerte que era. Los músculos de los hombros se veían más grandes, ensanchados por lo breve de la cintura. Theresa no podía creer que en realidad estuviera navegando con él, cuando sólo dos días antes se encontraba en Boston. Toda aquella situación le parecía irreal.

Una vez que el bote se detuvo por completo, Garrett arrojó el ancla. Luego se sentó al lado de Theresa.

–Está todo bien? –preguntó ella. Él asintió

–Sólo pensaba que si el viento sigue aumentando tendremos que virar por avante más a menudo en nuestro camino de regreso.

Theresa puso en un plato un poco de ensalada de papa y col al lado de un sándwich y se lo entregó, consciente del hecho de que él estaba sentado más cerca que antes.

–¿Entonces tardaremos más en regresar?

–Un poco, pero no habrá problema a menos que el viento se detenga por completo. En el mar por lo general eso no sucede.

–¿Por qué?

Él sonrió divertido.

–Bueno, porque las diferencias de temperatura provocan el viento: esto ocurre si el aire caliente deja su sitio al aire frío. Para que el viento deje de soplar se necesita que la temperatura sea exactamente igual a la temperatura del agua por varios kilómetros. Aquí el aire por lo general es cálido durante el día, pero tan pronto como el Sol comienza a ocultarse, la temperatura baja con rapidez. Es por eso que el atardecer es el mejor momento para salir a navegar, cuando la temperatura está cambiando constantemente.

–Y, ¿qué sucede si no hay viento?

–Las velas ya no se hinchan y la nave se detiene. Se queda uno, sin fuerza para moverse.

–Y, ¿qué se hace entonces?

–Nada, en realidad. Sólo puede uno sentarse a esperar.

–Suena placentero.

–Lo es –repentinamente incómodo, alejó la vista de la penetrante mirada de Theresa–. Bueno, pero háblame de ti. ¿Dices que estuviste casada?

Ella asintió.

–Durante ocho años. Pero David, así se llama, pareció perder el interés en la relación. Acabó teniendo una aventura. Simplemente no pude soportarlo.

–Yo tampoco podría –aseguró Garrett con suavidad–, pero eso no lo hace más fácil.

–No –guardó silencio y tomó un sorbo de su bebida–, pero es un buen padre para Kevin. Es lo único que me interesa de él ahora.

Una enorme ola pasó por debajo del casco y Garrett volvió la cabeza para asegurarse de que el ancla se mantenía firme. Cuando volvió a mirarla, Theresa le dijo:

–Bueno, es tu turno. Háblame de ti.

Garrett le habló sobre su infancia en Wilmington como hijo único. Le dijo que su madre había muerto cuando él contaba con sólo doce años. Le narró sus experiencias cuando abrió la tienda y cómo eran sus días habituales. Curiosamente no le contó nada acerca de Catherine.

Mientras charlaban, el cielo se oscureció y la niebla comenzó a rodearlos. Mientras el velero se mecía ligeramente sobre las olas, una especie de intimidad descendió sobre ellos.

Al llegar a una pausa en la conversación, Garrett se retrepó en el asiento y se pasó las manos por el cabello. Cerró los ojos y pareció estar saboreando un momento de silencio sólo suyo.

La última vez que navegaron juntos, Catherine sorprendió a Garrett con una cena acompañada con vino y a la luz de las velas en la que charlaron tranquilamente por horas. El mar estaba en calma y el suave subir y bajar de las olas los reconfortaba como si tratara de un viejo amigo.

Esa noche, después de hacer el amor, Catherine estaba acostada al lado de Garrett y le acariciaba el pecho suavemente con los dedos sin decir nada.

–¿En qué piensas? –preguntó él por fin.

–Sólo en que no creí posible amar a alguien tanto como te amo a ti –susurró ella.

–Tampoco yo lo creía –respondió él con suavidad–. No sé lo que haría si me faltaras.

–¿Puedes prometerme algo?

–Lo que quieras.

–Si algo me llegara a pasar, prométeme que buscarás a alguien para que esté a tu lado.

–No creo que pueda amar a nadie más que a ti.

–Sólo prométemelo, ¿sí?

Él tardó un momento en responder.

–Muy bien. Si eso te hace sentir mejor, te lo prometo. Catherine se apretó contra él.

–Soy muy feliz, Garrett.

Cuando el recuerdo se desvaneció por fin, Garrett se aclaró la garganta.

–Bien, me parece que ya es hora de emprender el viaje de regreso –dijo.

Minutos después el velero se encontraba de nuevo en camino. Garrett permaneció en el timón, manteniendo al
Happenstance
en rumbo. Theresa estaba de pie cerca de él, con la mano en la barandilla. Ninguno de los dos habló durante un largo rato y Garrett Blake comenzó a preguntarse por qué se sentía tan confundido.

Las luces de los edificios situados al borde de la costa parpadeaban en la niebla que poco a poco se hacía más espesa. Conforme el
Happenstance
se aproximaba a la orilla, Theresa se dio cuenta de pronto que era poco probable que se vieran de nuevo. En unos cuantos minutos estarían de regreso en los muelles y se despedirían.

Llegaron hasta la caleta y dieron vuelta hacia el puerto. Garrett mantuvo izadas las velas casi hasta el mismo lugar en que las había desplegado cuando partieron; luego las arrió con el mismo ahínco con el que guió la nave durante toda la velada. El motor cobró vida de nuevo y en unos cuantos minutos pasaron entre los botes que habían estado atracados toda la tarde. Al llegar al muelle, mientras Garrett descendía de un salto para asegurar al
Happenstance
con una soga, Theresa permaneció de pie en la cubierta.

Theresa se dirigió hacia la popa del bote para recoger la canasta y su chaqueta, pero se detuvo. Lo pensó un instante y tomó canasta, pero en lugar de recoger su chaqueta, la empujó para que quedara oculta a medias bajo el cojín del asiento. Se dirigió hasta el costado del bote y Garrett le tendió una mano. De nuevo sintió la fuerza de aquella mano cuando la sujetó al dar el paso para bajar al muelle.

Se miraron por un momento, como si se preguntaran qué pasaría después; luego Garrett se acercó al velero.

–Como tengo que dejarlo cerrado y voy a tardar algunos minutos. ¿Puedo acompañarte a tu auto primero?

–Claro –respondió ella y comenzaron a caminar juntos por el muelle. Cuando llegaron al auto, Garrett la miró mientras ella quitaba el seguro de la puerta y la abría.

–Pasé una velada maravillosa –comentó ella.

–También yo.

Por un momento las miradas de ambos se encontraron.

–Es mejor que me vaya –dijo él a toda prisa–. Mañana tengo que levantarme temprano –ella asintió y, sin saber qué otra cosa hacer, Garrett le tendió la mano–. Theresa, me dio gusto conocerte. Espero que disfrutes el resto de tus vacaciones.

–Gracias por todo, Garrett. Fue un placer conocerte.

Tomó asiento tras el volante y encendió el motor. Garrett cerró la puerta y esperó a que ella arrancara. Theresa le sonrió por última vez, echó un vistazo al espejo retrovisor y lentamente movió el auto marcha atrás. Una vez que se alejó, Garrett regresó a los muelles, preguntándose por qué se sentía tan intranquilo.

Veinte minutos más tarde, Theresa estaba de vuelta en su habitación del hotel. Después, tendida en la cama, pensó en Garrett. Apagó la lámpara de la mesa de noche y cuando se acostumbró a la oscuridad, miró hacia el espacio entre las dos cortinas que no estaban totalmente cerradas. La Luna, en cuarto creciente, brillaba en el cielo y un poco de su luz se filtraba e iluminaba la cama. Al contemplarla se sintió incapaz de quitarle la vista de encima, hasta que por fin se relajó y cerró los ojos para dormir.

Capítulo 5

–Hijo, me gustaría que me lo contaras todo de una vez, ¿qué fue exactamente lo que pasó después?

Jeb Blake se inclinó sobre su taza de café; tenía la voz áspera. A sus casi setenta años de edad, era delgado, alto y de rostro curtido. Con escasos cabellos blancos y la nuez de Adán sobresaliéndole en el cuello como si se tratara de una pequeña ciruela. En los brazos tenía tatuajes además de cicatrices y los nudillos siempre se le veían hinchados por tantos años de trabajo rudo en la pesca del camarón.

–Nada. Se subió a su auto y se marchó.

Jeb Blake miró a Garrett mientras enrollaba el primero de los doce cigarrillos que fumaría ese día.

–Bueno, eso suena como desperdiciar una oportunidad, ¿no te Parece, hijo?

Garrett se sorprendió ante su franqueza.

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