Mensaje en una botella (10 page)

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Authors: Nicholas sparks

BOOK: Mensaje en una botella
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Hubiera querido contestarle: “Pienso en Catherine”, pero se contuvo y suspiró.

–A veces pienso en el trabajo; a veces sueño con navegar y dejar todo atrás.

Ella lo miró con mucha atención mientras pronunciaba esas últimas palabras.

–Garrett, tienes que dejar de huir de lo que te pasa –le dirigió una sonrisa llena de confianza–. Además tienes mucho que ofrecerle a alguien.

Garrett guardó silencio. Durante los siguientes minutos lo único que se oía era el sonido que hacía la carne al irse asando en la parrilla y las olas que rompían en la playa... un rumor continuo y tranquilizador. La tensión que Garrett experimentó antes se atenuó hasta casi desaparecer y mientras permanecían de pie, uno al lado del otro, en la cada vez más profunda penumbra, él percibió que había algo más en aquella velada de lo que cualquiera de los dos hubiera querido admitir.

Poco antes de que la carne estuviera lista, Theresa volvió a entrar en la casa para terminar de poner la mesa. Con esmero, encendió las velas y estaba colocando la botella de vino en la mesa cuando Garrett entró.

Después de cerrar las puertas de cristal vio lo que ella había hecho. La cocina estaba a oscuras, salvo por la luz que provenía de las pequeñas llamas de las velas y cuyo brillo daba a Theresa un aspecto hermoso. Los ojos de ella parecían atrapar las flamas danzarinas. Se miraron, cada uno desde su lado de la mesa, los dos inmovilizados un instante por la sombra de posibilidades distantes. Luego Theresa aparté la mirada.

–No pude encontrar un sacacorchos –comentó ella por no tener otra cosa que decir.

–Yo lo traeré –se apresuró él–. Es probable que esté en el fondo de alguno de los cajones.

Garrett llevó el platón con los filetes a la mesa y se dirigió a un cajón. Después de revolver entre diversos utensilios, encontró el sacacorchos. Con un par de movimientos rápidos abrió la botella y sirvió la cantidad precisa en cada copa. Luego se sentó y usó las tenazas para colocar los trozos de carne en los platos.

–Es el momento de la verdad –comentó ella precisamente antes de probar el primer bocado. Garrett sonrió mientras la observaba comerlo.

–Garrett, ¡está delicioso! –afirmó Theresa con énfasis.

–Gracias.

Las velas se fueron empequeñeciendo conforme avanzaba la velada y Garrett le dijo un par de veces lo feliz que se sentía de que estuviera ahí. Afuera, la marea subía lentamente, guiada por la Luna, en cuarto creciente, que parecía haber brotado de la nada.

Después de cenar Garrett sugirió otro paseo por la playa.

La noche era tibia. Bajaron del porche y se dirigieron hacia una pequeña duna y de ahí a la playa. Se quitaron los zapatos y caminaron con paso lento, muy cerca el uno del otro y Garrett buscó la mano de Theresa. Al sentir su calidez, ella se preguntó, sólo por un instante, qué se sentiría si él le tocara el cuerpo, si le recorriera con las manos toda la piel.

–Hace muchísimo tiempo que no pasaba una velada como ésta –confesó Garrett por fin.

–Tampoco yo –aseguró ella.

La arena estaba fresca bajo sus pies.

–Garrett, ¿recuerdas cuando me invitaste a navegar contigo?

– Sí.

–¿Por qué me pediste que te acompañara?

Él la miró con curiosidad.

–¿A qué te refieres?

–Me refiero a que me pareció que tan pronto lo dijiste comenzaste a lamentarlo.

El se encogió de hombros.

–No estoy seguro de que “lamentarlo” sea la palabra Creo que me sentí sorprendido de haberte invitado, pero no lo lamenté en ningún momento.

Ella sonrió.

–¿Estás seguro?

–Sí, estoy seguro. Además, estos últimos dos días han sido los mejores que he tenido en mucho, mucho tiempo.

Caminaron juntos en silencio. Había unas cuantas personas en la playa, aunque estaban tan lejos que Theresa no podía distinguir nada más que sombras.

–¿Crees que alguna vez puedas regresar? Quiero decir, cuando tengas vacaciones.

–Si lo hiciera, ¿volverías a prepararme la cena?

–Cocinaría lo que tú quisieras. Siempre y cuando sea filete.

Ella rió por lo bajo.

–Entonces lo pensaré.

–Y, ¿qué me dices si añado unas cuantas clases de buceo?

–Creo que Kevin las disfrutaría más que yo.

–Entonces tráelo.

Lo miró.

–¿No te molestaría?

–En absoluto. Me encantaría conocerlo.

Se detuvieron un momento y contemplaron el agua. Él estaba muy cerca de ella; los hombros casi se tocaban.

–¿En qué piensas? –preguntó Garrett.

–Solamente pensaba en lo agradable que son los silencios cuando estoy contigo.

Él sonrió.

–Y yo estaba pensando que te he dicho mucho más de lo que le he dicho a nadie.

–¿Será porque estás seguro de que regresaré a Boston y no se lo contaré a nadie?

Él rió.

–No. Supongo que es porque quiero que sepas quién soy, porque si aún sabiéndolo de todas maneras sigues queriendo pasar el tiempo conmigo...

Theresa no comentó nada, pero entendía exactamente lo que él trataba de decir.

Garrett desvió la mirada.

–Lo lamento. No quise hacerte sentir incómoda.

–No me hiciste sentir incómoda –aseguró Theresa–. Me alegra que me lo dijeras.

Se detuvo. Después de un momento comenzaron a caminar de nuevo por la solitaria playa.

–Pero no sientes lo mismo que yo –insistió él. Theresa lo miró.

–Garrett, yo... –dejó que se perdieran las palabras.

–No, no tienes que decir nada...

Ella no lo dejé terminar.

–Sí, debo hacerlo. Tú buscas una respuesta y yo quiero dártela –se detuvo. Luego aspiró profundo–. Me asusta un poco, Garrett, porque si te digo lo mucho que me interesas, siento que me arriesgo a que vuelvan a herirme.

–Yo nunca te lastimaría –aseguró él con suavidad. Ella se detuvo y lo hizo mirarla.

–Sé que eso crees, Garrett, pero has estado luchado con tus propios demonios durante los últimos tres años. No sé si estás listo para seguir adelante, y si no es así, con toda seguridad seré yo quien salga lastimada.

Esas palabras le llegaron muy hondo y él esperó un momento antes de responder.

–Theresa, desde que nos conocimos... no sé...

Levantó la mano y tocó con suavidad la mejilla de Theresa con el dedo, siguiendo el contorno con tanta ligereza que ella sentía casi como una pluma contra la piel. En cuanto la tocó, Theresa cerró los ojos y, a pesar de sus dudas, dejó que aquella estremecedora sensación le recorriera el cuerpo.

Después Theresa sintió que todo comenzaba a borrarse y repentinamente sintió que estar ahí era lo correcto. La cálida brisa de verano que le soplaba en el cabello aumentaba la sensación que le producía aquel roce. La luz de la Luna daba al agua un brillo etéreo, mientras las nubes proyectaban su sombra sobre la playa.

Entonces cedieron a todo lo que había estado acumulándose desde el instante en que se conocieron. Ella se hundió en él y sintió la calidez de su cuerpo; él le soltó la mano. Luego la rodeó poco a poco con los dos brazos, la atrajo hacia sí y la besó en los labios con ternura.

Permanecieron así, abrazados, besándose a la luz de la Luna durante largo rato, sin que a ninguno le importara mucho que cualquiera pudiera verlos. Los dos habían esperado demasiado aquel momento. Después, Theresa lo tomó de la mano y lo condujo de vuelta a la casa.

Capítulo 6

–¿Cómo que no comerás conmigo hoy? Lo hemos hecho durante años. ¿Cómo es posible que se te haya olvidado?

–No lo olvidé, papá. Es sólo que hoy no puedo ir.

Jeb Blake guardó silencio al otro extremo de la línea telefónica.

–¿Por qué tengo la sensación de que me estás ocultado algo?

–No tengo nada que ocultar

Theresa llamó a Garrett desde la ducha para pedirle que le llevara una toalla. Garrett cubrió el auricular y le dijo que iría en un momento. Cuando volvió su atención al teléfono, escuchó que su padre inhalaba con fuerza.

–¿Qué fue eso?

–Nada.

Entonces en tono de repentina comprensión dijo:

–Es esa chica, Theresa, ¿verdad?

Supo que no podría ocultarle la verdad y respondió:

–Sí, ella está aquí.

Jeb silbó, obviamente complacido.

–Ya era tiempo.

Garrett trató de restarle importancia.

–Papá, no hagas de esto más de lo que es.

–No lo haré, te lo prometo, pero, ¿puedo preguntarte algo?

–Claro –suspiró Garrett.

–¿Te hace feliz?

Tardó un momento en responder.

–Sí, así es –dijo por fin.

–Ya era tiempo –volvió a decir Jeb entre risas antes de colgar.

Garrett miró el teléfono mientras colgaba.

–Sí, me hace feliz –susurró para sí con una media sonrisa en el rostro–. Muy feliz.

Durante los siguientes cuatro días Theresa y Garrett fueron inseparables. Garrett le dejó la responsabilidad de la tienda a Ian y hasta le permitió dar clases de buceo, algo que nunca había hecho antes. Theresa y Garrett salieron dos veces a navegar; la segunda vez pasaron la noche en el mar, mecidos por el suave movimiento de las olas del océano Atlántico. Theresa se preguntaba si Garrett habría sido tan intuitivo con Catherine como parecía serlo con ella. Era casi como si pudiera leerle la mente cuando estaban juntos. Si ella deseaba que la tomara de la mano, él lo hacía antes de que ella se lo pidiera. Si Theresa sólo quería hablar durante un rato sin inte-rrupción, él la escuchaba en silencio. Si quería saber cómo se sentía respecto de ella, la manera en que la miraba se lo dejaba bien claro. Nadie, ni siquiera David, la había entendido tan bien como Garrett y sin embargo... ¿cuánto hacía que lo conocía? ¿Unos cuantos días?

Theresa pasó la tarde del sábado en casa de Garrett. Al abrazarse, ambos sabían que ella tenía que regresar a Boston al día siguiente. Era un tema que habían evitado tocar.

–¿Alguna vez volveré a verte? –preguntó ella.

Él estaba más callado de lo normal.

–Eso espero –comentó él, por fin–. No quiero que esto acabe. No quiero que terminemos.

Ella le buscó la mano y dijo con suavidad:

–¡Oh, Garrett! Tampoco yo quiero que acabe. Podemos hacer que funcione si lo intentamos. Yo podría venir, o tú podrías ir a Boston. Sea como sea, podríamos intentarlo, ¿no crees?

–¿Con cuánta regularidad te vería? ¿Una vez al mes? ¿Menos que eso? –negó con la cabeza como si lo descartara–. Theresa, es tan difícil en este momento... Todo lo que he pasado...

Ella lo miró de cerca, sintiendo la presencia de algo más.

–Garrett, dime ¿qué sucede? –él no respondió y ella continuó:– ¿Hay algún motivo por el que no quieras intentarlo?

Él seguía sin decir palabra. En silencio se volvió hacia la fotografía de Catherine.

Theresa pudo sentir la manera cómo comenzaron a agolpársele las lágrimas.

–Mira, Garrett, sé que perdiste a tu esposa. También sufriste terriblemente por ello, pero tienes toda una vida por delante. No la eches a perder por vivir en el pasado.

Él hizo una pausa.

–Tienes razón –comenzó, hablando con dificultad–. En mi mente sé que tienes razón, pero en mi corazón... no lo sé.

–Y, ¿qué hay de mi corazón, Garrett? ¿Acaso no te importa?

La expresión sombría de Theresa hizo que él sintiera un nudo en la garganta.

–Por supuesto que sí. Me importa más de lo que crees. Hacía mucho tiempo que no me sentía así, Theresa. Es casi como si hubiera olvidado lo importante que otra persona puede ser para mí. No creo que pueda simplemente dejarte ir y olvidarte, y no quiero hacerlo –durante un momento sólo se escuchó el suave y regular sonido de su respiración. Por fin susurró:

–Te prometo que lo intentaremos.

Él le abrió los brazos y le suplicó con la mirada. Ella titubeó por un segundo, por las miles de emociones contradictorias que la invadían. Luego bajó la cara hasta el pecho de él, para no ver la expresión que tenía Garrett en el rostro. Él le besó el cabello, y le habló con suavidad mientras la recorría con los labios.

–Theresa,
Creo que estoy enamorado de ti
.

Creo que estoy enamorado de ti
, volvió a oír ella. Creo...

Sin querer responder, ella sólo susurró:

–Sólo abrázame ¿sí? Ya no digamos más.

El vuelo a Charlotte de la mañana siguiente no iba lleno y el asiento al lado de Theresa estaba vacío. Ella se retrepó en su lugar mientras pensaba en los sorprendentes sucesos de la semana anterior. No sólo había encontrado a Garrett sino que él había despertado sentimientos muy profundos en ella, sentimientos que ella creyó enterrados desde hacía mucho tiempo.

Pero ¿lo amaba?

En vano recordó la conversación de la noche anterior... el temor de Garrett de dejar atrás el pasado, sus sentimientos acerca de no poder verla tanto como lo deseaba. Eso podía entenderlo muy bien, pero...
Creo que estoy enamorado de ti
.

Frunció el entrecejo. ¿Por qué añadió la palabra “creo”?

Cerró los ojos con cansancio, porque de pronto no deseé enfrentarse a sus conflictivas emociones. Sin embargo, una cosa sí era segura. Ella no le diría nunca que lo amaba hasta que tuviera la certeza de que él podría dejar a Catherine en el pasado.

El lunes por la mañana Theresa sintió por fin los efectos de su turbulenta aventura. Casi no había dormido y el primer lugar al que se dirigió cuando llegó al trabajo fue a la sala de descanso, a buscar un café.

–¡Vaya, hola, Theresa! –Deanna entró detrás de ella y la saludó alegremente–. Nunca pensé que estarías aquí. Me muero por saber todo lo que ocurrió.

–Buenos días –murmuró Theresa mientras revolvía su café–. Siento no haberte llamado, pero llegué un poco cansada después de esa semana –dijo.

Deanna se apoyó en el mostrador.

–Bueno, no me sorprende. Ya me lo imaginaba.

–¿A qué te refieres?

Los ojos de Deanna brillaban.

–Ven conmigo –dijo con una sonrisa de complicidad mientras la guiaba de vuelta a la sala de redacción. Cuando Theresa vio su escritorio, se quedó sin aliento. Al lado de la correspondencia se había acumulado mientras ella no estaba había una docena de rosas, bellamente arregladas en un florero alto y transparente.

–Llegaron a primera hora esta mañana.

Theresa tomó la tarjeta que estaba apoyada en el florero y la abrió de inmediato. Decía:

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