Milagro, se ha muerto Mamá (16 page)

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Authors: Alfonso Ussia

Tags: #Humor

BOOK: Milagro, se ha muerto Mamá
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Y mira… nunca me quejo

de tus caprichos constantes…

—¡Quiero un vestío! ¡Catorse!

—¡Quiero un reló! ¡De diamantes!

Una fresca. Y al final insulta a la madre del paganini. Y ahí salta, claro.

A la mare de mi arma

la quiero desde la cuna…

¡Por Dios, no me la avasalles,

que mare no hay más que una

y a ti te encontré en la calle!

Merecidísimo chorreo.

Olvido a tío Rafael y me vuelvo. Miroslav se ha adelantado. Don Crispín me cubre el paso. Mobby y Tolola han desaparecido. En la puerta del cementerio, de negro altivo, con la mirada en el suelo y pálida como un alhelí anémico, Marsa.

—Has llegado tarde, Marsa.

—¡Por Dios, cómo lo siento!

—Yo no tanto.

—Cristian, mi amor, por favor…

Por primera vez desde que la conozco, por vez primera desde que la amo, siento un algo que me dice que puedo vivir sin ella.

* * *

En casa siguen las visitas. Marsa se desvive. La dejo al mando de todo. Necesito campo, luz y silencio, pasear mi soledad. De cuando en cuando es bueno encontrarse solo y hablarse a uno mismo. Me abruma pensar que la muerte de Mamá me ha colocado en la primera fila de la marcha. Ya soy el representante de la generación más vieja de mi familia.

Tomo el camino opuesto a la lomilla de las adelfas, que me atraviesa el alma. Ahí, la ribera del Guadalmecín, con el Soto de las Oropéndolas estallado de verdes nuevos. Más allá, el puente de los plumbagos, sobre el remanso del río que aquí, pomposamente, conocemos por «el lago». Sendero entre jaras —de ahí «La Jaralera»—, y de golpe el paisaje marismeño que guarda la albariza de los juncos.

Quedan ánsares y se disputan su dominio patos, garzas y fochas. La albariza es rica y ruidosa, y me he sentado cerca de su vida para sentirme mejor. De vuelta a casa, al cruzar el puente sobre el lago, un brillo en el suelo. Probablemente un trozo de cristal abandonado por un irresponsable. Me agacho para cogerlo, y el pasmo. Se trata de un pendiente de oro. Un oro matizado por el tiempo, oro viejo, como mi melancolía.

Un olvidado pendiente de oro, perdido en cualquier beso o desprendido en un abrazo de amor. Lo he guardado para mostrárselo a Tomás, que ha sido muy ligón, por ver si lo reconoce.

Entrada por la puerta falsa. Me abruma tanta gente. María la doncella ha dicho que estoy indispuesto. Pero he llamado a Tomás. No ha tardado ni un minuto en presentarse. Rechazamos los hechos desagradables y no hemos comentado los pormenores del entierro ni mis desavenencias matrimoniales. Le he mostrado el pendiente.

—Míralo bien, Tomás. Seguro que lo ha perdido alguna de tus novias.

Tomás lo ha tomado con la palma derecha y analizado en silencio. Un deje de tristeza se ha manifestado en sus ojos.

—No es de ninguna de mis novias, señor. Este pendiente es de nuestra Marisol, su primera mujer.

¡De Marisol! con toda seguridad, caído al suelo durante uno de nuestros primeros abrazos. ¿Cómo ha conseguido esconderse tantos años?
¿Por
qué, precisamente hoy, brilla ante mi vista y se me aparece? Ahora lo reconozco. En aquel pequeño alcor, junto al puente, Marisol y yo permanecimos horas y horas abrazados. No sé, pero un golpe de nostalgia profunda y de tristeza sepia se ha enroscado en mi ánimo.

Llamo a mi memoria y recuerdo, la estoy viendo, y además ahí, conmigo, a una Marisol jovencísima, feliz y desnuda, bañándose en las aguas del Guadalmecín. Y me veo a mí, esperándola en la orilla con el corazón saliéndome por la boca.

—Tomás, sírvete una copa. Vamos a beber recordando a Marisol, a la que tú quisiste como un padre. Fue lo mejor que he tenido en mi vida. Estoy seguro de que estará viéndonos.

—Y queriéndonos, señor. Y queriéndonos.

Me pregunto si su nube ha dejado caer ese pendiente para consolarme.

No lo ha conseguido.

Tomás y yo, como dos hermanos sacudidos por la pesadumbre, lloramos fuertemente abrazados.

DOCE

Sin Mamá en casa, Bubú ha sido uniformado como guarda. Palpa su uniforme, y tanto le gusta que inicia una danza del Camerún. A mis preguntas me ha aclarado que se trata de la «ongolaharé», un baile que representa la fuerza del hombre ante el hipopótamo.

Alcoceba está triste. No le ha sentado bien su suspenso en urbanidad. Me reconoce que se ha puesto en manos de un especialista para que intente remediar el excesivo fluido sudoral de su calva. Me siento generoso y le he dado permiso para que disponga de la cantidad precisa y así financiar su tragedia transpiratoria. A pesar de su gratitud, le sigue humillando el cate que le pusimos en el examen, y ha intentado convencerme aprovechando mi debilidad de reciente huérfano.

—No hice tantos ruidos. En el guadarnés hay eco.

—Alcoceba, las normas son las normas. No abuse de mi generosidad.

Pepillo y Flora están de buena esperanza. Esperan su segundo hijo. Así se le pasará a Pepillo el disgusto por las lantanas. Les ha emocionado el hallazgo del pendiente de Marisol, a la que quiero más que nunca desde el imposible.

Miroslav se ha convertido en el guardaespaldas perfecto. He contratado a un nuevo chófer, Jesús Pablo, y ascendido de rango al marcial ex coronel yugoslavo. Me acompañará allá donde yo vaya para evitar contratiempos. Al anunciarle su nueva responsabilidad, se ha cuadrado y saludado militarmente.

—Mi sangre teñirá el Guadalmecín antes de que a usted o a su familia les hagan daño.

He colocado en el salón pequeño, en un rincón, el violín de Mozart. A Mobby se le ha olvidado revisarlo, y he tenido que despegar una etiqueta en la que se lee:

«Violines y Acordeones San Adrián. Sierpes 7. Sevilla.
Made in Spain.»
Don Crispín es el más contento. Su única obligación diaria es la misa. Ya no tiene que acompañar a Mamá durante sus rezos, que no eran tales, porque Mamá tenía la cabeza a pájaros.

María, su doncella y ponebaños, me ha confesado que anda en charlitas y carantoñas con Miroslav. Estos terminan juntos como yo me llamo Cristian Ildefonso Laus Deo María de la Regla.

Se han celebrado las elecciones municipales y el sinvergüenza de Cañaveras ha perdido la alcaldía. Gobernará el municipio la candidata del Partido Independiente, Trinidad, a la que conocemos por la «Trini» o «Triniá». Mujer inteligente, guapa y encantadora. A Cañaveras lo intuyo en un futuro cercano junto a Roca y Cachuli.

Y Marsa. ¿Qué hago con Marsa? Estoy loco por ella, y ya escapado para siempre el fantasma de Jerónimo, creo que debo actuar como he hecho hasta ahora. Como un educado y tolerante cabrón con pintas. No puedo prescindir de ella, ni ella de mí, aunque se tome de cuando en cuando sus vacaciones.

—¿Todo olvidado, Marsa?

—Todo, mi amor, gracias.

—Pero nunca más.

—Te lo juro.

Y Tomás me ha pedido permiso para largarse una semana a su casa en el Puerto de Santa María. Sin su presencia, mi empaque se arruga, pero se merece —y más— estas vacaciones extraordinarias. Se lleva el pendiente de Marisol para ofrecérselo a la Virgen de los Milagros, la patrona del Puerto, a la que mi primera mujer veneraba.

Su imagen está en La Prioral, y allí quedará para siempre el pendiente de oro que Marisol puso en mi camino para consolar mis angustias.

Oigo un griterío y vuelvo la cabeza. Son Elena y los niños, que han vuelto junto a Flora. A Flora se le nota la tripilla, y Elena está más guapa que nunca. Los niños me abrazan y comen a besos. Y yo me siento, por vez primera en muchos días, agotadoramente feliz. Han crecido y hablan por los codos. Un nuevo camino se abre y me anima. No saben que su madre ha vuelto a La Jaralera para dejarme un pendiente.

Elena es fundamental. Sigue guardando luto y ausencias a tío Juan José. Y sólo vive para mis hijos. No quería nada a Mamá.

—¿Has informado a los niños de la muerte de su abuela?

—Sí, Cristian.

—¿Lloraron?

—No, jugamos a los indios y vaqueros.

—Extraña reacción.

—Como todo en esta casa. Por eso es una maravilla.

Me gustó Elena. Pero no conseguí rozarle ni un pelo. Me alegro, porque eso ha reforzado nuestra amistad. Elena es de la casa, y ha ocupado el espacio vacío de la hermana que nunca tuve.

Pienso en el panteón de Mamá y me estremezco. La verdad es que me dio todo lo que su manera de ser le permitió darme. Y a partir de ahora, los buenos recuerdos sobrevolarán a los malos, olvidando los segundos.

Una fuerza suave me lleva a pasear. Oigo mi voz. Estoy cantando. La balada de
La
naranja y el limón,
de mi admirado Dodó Escolá.

Pero un día, triste día,

llegó un barco naranjero,

y a su media naranjita

se llevó hacia el extranjero,

y el limón del limonero,

se puso enfermo y se murió.

Y aquí termina esta historia de amor,

¡por culpa de la exportacioooón!

Miro al cielo. El amarillo brillante del macho de la oropéndola conquista un álamo.

Más arriba, un bando de abejarucos. El campo vive. Silbo y tarareo. Que Dios me ayude, y me conserve rico.

F i n

ALFONSO USSÍA nació en Madrid en 1948, hijo de Luis Ussía Gavaldá y de Asunción Muñoz-Seca Ariza, Condes de los Gaitanes. Es nieto del dramaturgo Pedro Muñoz Seca. Comenzó escribiendo poesía satírica desde muy joven, al tiempo que leía y aprendía casi de forma autodidacta. Estudió en los famosos colegios Alameda de Osuna y colegio del Pilar. Cursó la carrera de Derecho hasta que se vio obligado a realizar el servicio militar. Dos años después, a su regreso, ingresó en Ciencias de la Información, aunque lo abandonaría al poco tiempo.

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