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Authors: Alessandra Neymar

Tags: #Romantico, Infantil-Juvenil

Mírame y dispara (27 page)

BOOK: Mírame y dispara
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—Necesito salir de aquí… —le susurré a mi madre con los ojos entelados.

Ella asintió y me acarició el rostro indicándome la salida. Habían sido unos días muy duros, y ver a mi familia (mi abuela tirada sobre mi abuelo mientras gritaba; mi padre mirando hacia el cielo intentando preparar una venganza; Alessio aferrado a Patrizia) en aquel estado, era demasiado para mí. Todos, absolutamente todos, estábamos desorientados. Nadie podía creer que Fabio ya no estuviera entre nosotros. Curiosamente, la que parecía más entera era Virginia Liotti, la viuda de mi tío. No tenía los ojos hinchados, no lloraba, ni siquiera se la veía agitada. Solo estaba… afligida. La familia Liotti era conocida por su frialdad y crudeza, pero me resultaba incomprensible que pudieran mantener esa fachada incluso en el entierro de su marido.

Miré hacia fuera. Solo había árboles y panteones en un paisaje de invierno. También un silencio que producía escalofríos. La voz del padre Matteo se quedó tras la puerta cuando cerré. Otro trueno rompió la calma y me hizo mirar hacia arriba.

Contemplaba las nubes cuando, de repente, escuché algo. Me sobresalté y enseguida eché mano a mi pistola. Temía que fuera una emboscada.

Pero tras el tronco de un árbol surgieron sus ojos color plata, penetrantes más que nunca. Solté un gemido al verla. Estaba muy pálida y se le marcaban las ojeras. Se notaba que había estado llorando y que no había dormido mucho.

Cuando me vio caminar hacia ella, tragó saliva algo nerviosa.

—¿Qué haces aquí? —pregunté susurrando sin atreverme a tocarla.

Kathia suspiró y desvió los ojos hacia el suelo.

—Mauro me dijo que hoy era el entierro —explicó sin mirarme—. Le pedí que no te dijera nada.

¡Dios!, si la descubrían allí, tendría problemas muy graves.

—Creí que no volvería a verte.

Ella tragó saliva y al fin me miró.

—Puede que esto sea una despedida.

Cabizbaja, presionó la mandíbula. Me acerqué a ella; si era necesario, estaba dispuesto a suplicar que no me dejara. Apoyé mi frente en la suya y cogí su rostro entre mis manos. Quiso apartarse, pero no lo logró.

—No me hagas esto, Kathia —murmuré en sus mejillas—. Ya es demasiado tarde.

Quería decirle que ya estaba demasiado implicado, que la quería demasiado para que me apartara de su vida.

—Es cierto, ya es demasiado tarde. —Se alejó—. Lamento mucho que Fabio haya muerto. Solo quería decírtelo en persona.

Se marchó dejándome en medio de la arboleda. Miré al suelo. Tal vez, bajo él, estaría mejor. Tal vez, estando muerto, no sentiría aquel desgarro en mi alma.

Domenico, mi abuelo y padre de Fabio, se colocó en el centro del salón y dio unos pequeños golpes en su copa con una cuchara. El murmullo de la estancia cesó enseguida para observar al gran jefe. Suspiró y contempló a sus hijos, Alessio y Silvano, mi padre. Jamás les había visto tan afligidos como aquel día.

—Un padre nunca…, nunca debería enterrar a su hijo. Eso no está bien —bajó la voz mientras mi abuela, Ofelia, escondía la cabeza y empezaba a llorar de nuevo—. No es un dolor que se pueda soportar. Pero debo ser frío… Todos debemos ser implacables, nuestras familias están siendo atacadas por los que creíamos nuestros hermanos. La muerte de mi Fabio no es más que el comienzo de una guerra. No permitiré que vuelvan a arrebatarme a nadie más.

Agaché la mirada en cuanto vi a mi abuelo desaparecer entre la gente. Mi padre quiso apoyarle y se marchó con él, dejando a Alessio en representación de la familia. Respiré hondo y dejé vagar la mirada sobre los presentes. No había rastro de Virginia, hasta que la localicé sentada a la mesa tomándose una copa. Continuaba igual de impertérrita.

Capítulo 32

Kathia

Me arrullé entre las sábanas intentando conciliar el sueño. Ni siquiera el tacto aterciopelado de la tela era capaz de ayudarme.

Sentí una punzada en el corazón al recordar el rostro de Cristianno cuando le dejé en el cementerio. Era lo que tenía que hacer, debía dejarle, a él y a todo su mundo. Tampoco me casaría con Valentino, me escaparía en cuanto las aguas se calmaran y me dejaran respirar. Últimamente estaban muy encima de mí y no me podía permitir que mi escapatoria fracasara.

Dejar a Cristianno era lo correcto, sí. Tenía que repetírmelo, porque no estaba segura de que pudiera conseguirlo.

Me abracé a la almohada imaginando que era su cuerpo.

De repente, alguien entró en la habitación. Miré hacia la puerta, asustada. Una sombra caminaba hacia mí deprisa y no pude evitar pensar que había sucedido algo. Que a Cristianno le había pasado algo. Me incorporé antes de escuchar la voz de Enrico. Se inclinó en la cama y retiró mi cabello.

—Tienes que venir conmigo —musitó inquieto.

¿Qué había ocurrido? ¿Por qué quería que fuera? ¡Dios!, ¿y si Cristianno había m…?

—¿Qué pasa? —pregunté exaltada—. ¿Qué le ha pasado a Cristianno?

Enrico cogió mi cara antes de que comenzara a llorar.

—Nada, no pasa nada, pero es urgente que vengas. Vamos, vístete. Ponte lo que sea —dijo antes de acercarse a la ventana como si le interesara ver cómo llovía.

Me lancé al vestidor y me enfundé unos vaqueros y el jersey que estaba más a mano. Ni siquiera encendí la luz para vestirme. Me coloqué unas deportivas y salí a la habitación atusando mi cabello.

—No hables, y ten cuidado de no hacer ruido —susurró antes de que saliéramos casi corriendo por el pasillo.

Bajamos las escaleras de puntillas y recorrimos el vestíbulo. Cogió su chaqueta y me lanzó la mía. Me la coloqué con rapidez antes de sentir la brisa de la madrugada. Enrico había abierto la puerta con una maestría brutal.

Nos montamos en el coche de la familia y tomé aire para hablar, pero Enrico levantó una mano para que continuara callada. Lo observé confundida. Aún llevaba el traje de luto del entierro de Fabio. La gomina de su cabello había desaparecido y algunos mechones caían sobre su frente.

Cruzamos el río y apareció la silueta del castillo de San Angelo. Se detuvo justo detrás dejando que las luces del Vaticano nos alumbraran. Respiré hondo y esperé su reacción. Pero no se movía, estaba inmóvil contemplando la calle. Sin duda, esperaba a alguien. Pero ¿a quién?

Estaba aterrorizada. Enrico no acostumbraba a comportarse de ese modo. Entonces, otro vehículo se detuvo a nuestro lado.

Enrico bajó la ventanilla (solo un poco) e hizo una señal con la mano. Me incliné hacia delante para ver de quién se trataba, pero no vi nada. Solo el asiento trasero de aquel enorme vehículo. Me desplomé sin dejar de mirar el maletero de aquel coche. Me recordaba al vehículo de Silvano. Enrico se giró hacia mí.

—Pásate al asiento trasero —me ordenó con tranquilidad.

Suspiré y miré hacia atrás. No comprendía qué ocurría, pero hice caso a mi cuñado; me impulsé y caí sobre el cuero del asiento. Cuando me incorporé, la puerta se abrió y apareció la figura de un hombre vestido de negro. Tenía la intención de entrar y fruncí el ceño tensando todo mi cuerpo.

¿Acaso Enrico pretendía que me hicieran daño? Dios mío, todo era tan confuso. Una lágrima empezó a manifestarse en mis ojos. Tenía demasiado miedo para controlarla. Aquel hombre se agachó y entró en el vehículo.

Por un segundo, me olvidé de todo. Me olvidé de lo mucho que le odiaba por haberme mentido. Cerré los ojos agradeciendo que no le hubiera ocurrido nada. Estaba allí, frente a mí y contemplándome suplicante.

Cristianno alzó su mano para retirarme la lágrima, pero hice un débil movimiento que impidió que llegara a tocarme. Quería que lo hiciera, pero estaba demasiado nerviosa. Ya no le veía como el chico chulo, engreído y popular del colegio. Ya no era el Cristianno que robó aquel taxi, ni tampoco aquel que me mostró el lugar donde se escondía. Le veía muy diferente. En ese momento tenía delante de mí a un hombre, un mafioso terriblemente peligroso. Podía comprender por qué le tenían tanto respeto.

—¿Por qué estoy aquí? —pregunté temerosa, alejándome de él.

No le tenía miedo, pero no quería estar cerca de él. Era consciente de mi debilidad, de que en cualquier momento podía lanzarme a sus brazos. No podía permitirme flaquear.

—No me tengas miedo, Kathia —murmuró con tanta pena que me conmovió.

—No te temo. No podría tenerte por muchas atrocidades que hayas cometido —solté con dureza—. Sé que nunca me harías daño.

—Entonces, ¿por qué te alejas?

No supe qué decir. No quería contarle la verdad.

—No quiero… que sigamos… viéndonos. —Mentira.

Apretó la mandíbula y apoyó sus codos en las piernas. Después hundió la cabeza entre las manos. Estaba tan increíblemente guapo, que tensé mis músculos para no abrazarlo y consolarlo.

—Quiero que sepas… —Cogió aire, pero continuaba en la misma posición, sin mirarme— que en ningún momento he jugado contigo. Eres demasiado importante para mí.

—Si fuera tan importante para ti, no me habrías mentido.

Levantó la cabeza y me miró. Se acercó a mí hasta poner sus labios muy cerca de los míos.

—No podía decirte nada. No espero que lo entiendas ahora, pero pronto te darás cuenta de la equivocación que estás cometiendo —masculló algo tenso.

Quizá ya lo sabía. Quizá solo estaba confundida y me estaba constando asimilar todo aquello: que el hombre al que amaba era un… Reaccioné con ira.

—¿Qué pasa? ¿No estás acostumbrado a que te dejen?

«Seré estúpida.» Pero ¿qué estaba diciendo? Entornó los ojos, extrañado, pero enseguida se recobró y vi cómo la ira refulgía en su mirada.

—Juegas conmigo porque sabes que estoy en tus manos. Eres demasiado insolente —gruñó cabreado sin dejar de mirarme.

Torcí el gesto.

—¿Debo pensar que estoy en peligro?

Me cogió de los brazos y me estampó contra su pecho, furioso. Pude escuchar cómo jadeaba por el enfado. Me hizo daño, pero no me importó. Le estaba sugiriendo que corría peligro estando cerca de él. Yo sabía que era mentira y que eso le dolía.

—¡Jamás te haría daño! ¿Entiendes? —Me zarandeó. Sus ojos brillaban más de lo normal. Lo último que quería ver era a Cristianno llorar—. ¡No vuelvas a repetirlo!

Él no lloró, pero yo sí comencé a hacerlo.

—¿Qué es lo que quieres, Cristianno?

—A ti —respondió con rapidez—. Eres lo único que me importa, ¿no te lo he demostrado?

Cerré los ojos echando la cabeza hacia atrás. No podía continuar con aquello, era demasiado para mí. Habían ocurrido tantas cosas en los últimos días que ya no me quedaban fuerzas. Y sentir que estaba echando a Cristianno de mi vida era la peor de todas. Le quería ahí, conmigo, pero no podía hablar. No podía decírselo.

—Si tu decisión es dejarme, lo acepto. Aunque… aunque me muera por dentro. Te dejaré ir, lo prometo.

En ese momento fue él quien me retiró la mirada. Estaba abatido, volvía a ser el mismo muchacho que el de días atrás. Seguía teniendo aquellos gestos tan armoniosos y aquella mirada tan penetrante. Nada había cambiado en él. Y en mí tampoco había cambiado nada. Quería estar con él y podía ser, porque él deseaba lo mismo. Eso era lo único que importaba. Daba igual lo que supiera de él, daba igual lo que hiciera. Yo ya compartía su estilo de vida, aunque no lo hubiera descubierto hasta ese momento. Yo también pertenecía a la mafia.

—No me dejes ir, Cristianno. No dejes que me aleje de ti. —Me lancé a sus brazos y aquel aroma que tanto me gustaba me embargó.

Cristianno me abrazó con pasión y ternura. Me perdí entre sus brazos. Era aquello lo que quería, lo que necesitaba, y no podía tirarlo por la borda. Todavía no comprendía todo aquello, y mucho menos conseguía aceptarlo, pero él me ayudaría. Cristianno estaría ahí siempre.

—No te dejaré hasta que me lo pidas —susurró antes de besarme.

Cogí su rostro entre mis manos y lo besé con anhelo mientras me aferraba a él. No iba a soltarme jamás. No, no lo haría. No me alejaría. Lo amaba.

—Lo siento —dije entre sus labios—. Lo siento.

—No, tú eres la que tiene que perdonarme a mí.

—Ya estás perdonado.

Cuando llegó la hora de despedirnos, me resistí a soltarle. Cristianno sonrió y volvió a besarme.

—Nunca vuelvas a decirme adiós —musitó tan bajo que casi no pude oírle.

Enrico nos advirtió que debíamos irnos. Su rostro reflejaba tanto alegría como preocupación. Pero había sido él quien me obligó a ir, no podía pretender que dejase de besar a Cristianno tan rápido.

—Te lo prometo.

Lo vi alejarse del coche.

Salí de mi baño para irme a la cama, pero inmediatamente me vi lanzada contra la pared. No descubrí quién era hasta que me puso la mano sobre la boca para que no pudiera gritar. Valentino me dio una patada en el estómago que terminó en un quejido entre sus dedos.

Me hizo mucho daño.

—Maldita fulana. Dime, ¿has disfrutado mientras le tenías entre tus piernas? —masculló deslizando una de sus manos por mi pecho.

Tocó mis muslos y subió una mano…

—Te he visto cómo le besabas. ¿Crees que no te oí salir? El que te acompañó ya ha pagado por ello. Ricardo está en el vertedero.

¡Había matado a Ricardo creyendo que fue él quien me llevó hasta Cristianno! El terror se mezclaba en mi pecho con el alivio al pensar que no sospechaba de Enrico.

Gemía entre lágrimas mientras me empujaba contra la cama. Me desnivelé y caí de bruces al suelo. Valentino se mofó y me dio una patada en la cara, después de nuevo en el estómago, y después me cogió del cabello y me arrastró hasta la cómoda golpeando mi cabeza contra la madera. Escupí la sangre que emanaba de mi boca.

—Te advertí una vez. La próxima, le mataré. De la misma forma que a Ricardo, cortándolo en pedazos. Te entregaré sus ojos para que puedas llorar su muerte —dijo regodeándose.

Me soltó y me tiró al suelo.

—Quedas advertida. —Caminó hacia la puerta—. ¡Ah, se me olvidaba! Mañana no finjas encontrarte mal. Quiero que vayas a clase.

Aquella era la mayor humillación que podía sufrir. Recé porque Cristianno no fuera y me viera del modo en que me había dejado.

Me quedé en el suelo, encogida. Mis lágrimas se mezclaban con la sangre.

Capítulo 33

Kathia

—Hola —me saludó Daniela tomando asiento a mi lado. No parecía ella, actuaba tímida, recelosa ante mi reacción ahora que yo sabía la verdad. Estaba expectante por cómo iba a actuar con ella—. ¿Qué tal estás?

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