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Authors: Alessandra Neymar

Tags: #Romantico, Infantil-Juvenil

Mírame y dispara (12 page)

BOOK: Mírame y dispara
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—¿Qué te lleva a pensar que se trata de eso? —dijo Enrico imitando mi voz.

—Si no es un secreto, entonces es que te han echado de casa. —Cerré la puerta y caminé hacia ellos, vacilante.

—Siempre tan irónico. Enrico tomó un sorbo de su bebida.

Kathia se cruzó en mis pensamientos. No había vuelto a verla desde lo sucedido con Luigi y mi mente me pedía que fuese en su busca. Pero ahora no podía mezclar las cosas. Debía concentrarme.

—Bien, ¿por qué no te sientas, Cristianno? Tenemos que hablar de cosas serias —dijo Fabio, sirviéndome lo mismo que tomaban ellos. No sabía si la conversación que mantenían antes de que yo llegara era la misma en la que estaba a punto de participar—. Estaba comentando a Enrico cómo podemos introducir en Europa una falsificación de
La belle ferronière
valorada en 130 millones de euros —soltó con descaro, sabiendo que no me escandalizaría.

Su media sonrisa era alarmantemente retadora. Al más puro estilo Gabbana. Apoyé mi tobillo en la rodilla y mordí mi nudillo antes de responder.

—El cuadro no importa. Lo que interesa es el contenido y el contenido no se detecta. ¿No es así? —dije. Fabio dio varias palmadas, orgulloso de mi suspicacia.

Me habían hecho una prueba y la había pasado con sobresaliente. Enrico sonrió y vertió más vodka en su vaso.

—A menos que pase un examen radiactivo muy exhaustivo —añadió Enrico, arqueando las cejas.

—Algo que no va a ocurrir —susurré, antes de pasar mi lengua por el filo del vaso.

—Eres muy listo —dijo mí tío, presuntuoso.

Para Fabio y para mi padre, yo era el perfecto mafioso. Un estratega por excelencia. Aunque esas cualidades venían de familia. Por mis venas corría tanto la sangre de los Gabbana como la de los Belluci, sin duda los reyes de la quimera. Con una mirada podían someter a cualquiera, por muy terco que fuera. Y ese poder yo sabía explotarlo en toda su plenitud. Estrategia y dominio. Maestría y persuasión. La perfecta mezcla para el perfecto mafioso.

—He tenido buenos maestros. —Dejé el vaso sobre la mesa y rescaté la última gota de vodka de mis labios—. ¿De dónde procede? —pregunté, sin poder evitar imaginar los labios de Kathia rozando mi cuello.

Pestañeé.

—Hong Kong —contestó Enrico, que me observaba extrañado.

Seguro que sabía en quién estaba pensando.

—¿Cuándo? —volví a preguntar.

—La semana que viene debo ir allí. Traeré el cuadro yo mismo. Debo comprobarlo —dijo mi tío.

—¿Por qué no este mismo lunes? No hay por qué que esperar —propuse.

—Eso mismo pensaba yo. —Enrico me apoyó—. No me gusta que Wang Xiang tenga el cuadro tanto tiempo ahora que está terminado, y más sabiendo lo que contiene.

—No creo que Wang esté interesado en perder tantos millones. Si yo pierdo, él pierde conmigo. En esta operación él pertenece a nuestro bando. De ello dependen sus intereses.

Como siempre, a mi tío se le escapaba una mueca cuando mencionaba la palabra «intereses».

—Aun así, creo que no deberíamos dejar pasar muchos días —insistió Enrico.

—¿Por qué tanta prisa? —preguntó mi tío.

—No se trata de la rapidez, sino de los problemas que puede provocar la espera —dije, pensando lo bien que me iría irme de Roma cuanto antes—. Fabio, no tenemos por qué esperar. Cuanto antes terminemos con esto antes tendremos los resultados. Un simple día puede hacer cambiar el transcurso de la operación. Después de todo, hay demasiadas cosas en juego. —Enrico se apoyó en la mesa.

Mientras hablaba caí en la cuenta. Si mi padre no sabía de aquella reunión clandestina entre mi tío y Enrico, menos debían saber los Carusso, ¿y Adriano Bianchi? Por supuesto que no.

—Una de las cosas que hay en juego es que no se enteren los Carusso. Los Bianchi no son un problema, son solo tres —dije. Me observaron atentos; en sus ojos vi que esperaban que yo hiciera ese comentario. Sabían que era demasiado calculador para que se me escapara algo así—. No están en esto, ¿verdad? —Me incliné hacia delante derramando la misma persuasión que utilizaba mi padre. Incluso podía intimidar.

—Demasiado beneficio bajo el mínimo esfuerzo. Es un porcentaje alto el que obtienen los Carusso y los Bianchi, y llevo demasiado tiempo consintiendo algo así. Es hora de demostrar la fuerza de la sangre Gabbana, la que verdaderamente domina Roma. —Fabio imitó mi gesto—. Ya es hora de que se vea quién manda aquí. Yo soy el jefe de esta operación. No trabajo para nadie —sentenció con seriedad.

Durante más de veinte años, Fabio había tenido que soportar cómo Angelo y Carlo Carusso se llenaba los bolsillos gracias a su trabajo. Mucho de lo que tenían los Carusso se lo debían a mi familia. Y luego estaban los Bianchi; Adriano sería alcalde gracias a las gestiones maestras del gran Silvano y de mi tío materno, Branko Bellucci, su segundo en el partido político.

—Por eso vosotros sois los únicos que sabéis esto —dijo mi tío Fabio.

Enrico no era exactamente un Gabbana, sino un Materazzi; un clan hermanado con nosotros desde hacía muchísimas décadas. Los Balducci, una familia milanesa, acabaron con todos ellos cuando Enrico contaba nada más con dos años. Mi padre prácticamente lo adoptó y desde entonces él se consideraba un Gabbana puro. Todos lo aceptábamos como tal.

—Y nadie más debe saberlo. No quiero que mis hermanos se involucren —continuó. Fruncí el ceño al ver que Fabio retiraba su mirada azul plateada de nosotros.

Percibí su tensión y también que aquella frase contenía algo más que el significado que tenía a simple vista. Quise eliminar la tirantez. Si mi tío no hablaba ahora, seguramente era porque nos estaba protegiendo. Él debía elegir el momento; él sabía qué era mejor para todos.

—Bien, iré contigo, tío Fabio.

—Me alegro de oírlo. El imperio Gabbana espera ansioso tu reinado. —Le salía el carácter teatral.

—Hablas como mi padre. —Sonreí.

—Es mi hermano mayor. He tomado buenas lecciones de él —dijo a la vez que cogía su agenda electrónica (de diseño exclusivo) y marcaba un número de teléfono. Me miró de nuevo y añadió—: Está bien, saldremos la madrugada del martes. Así que será mejor que aproveches el día para dormir lo máximo posible. El jetlag es insoportable por las siete horas de diferencia. Iremos en el jet privado.

—¿A qué hora llegaremos a Hong Kong? —pregunté.

—Sobre las diez de la noche, aproximadamente. Las tres de la tarde en Roma.

Capítulo 12

Cristianno

Nunca me había gustado ir a clase —aunque era un buen estudiante—, pero aquel día se me hizo más difícil que nunca.

El suave rostro de Kathia se estaba convirtiendo en mi tortura y sus miraditas furtivas a través de su flequillo, en una condena. Me observaba con disimulo esperando a que le hablara, a que dijera algo que le pudiera dar la opción de preguntarme por lo sucedido el sábado en la fiesta de Adriano. Después de dejarla en el salón y desaparecer, no había vuelto a verla. Y, al parecer, nadie le había explicado nada.

Decidí esquivarla. En clase me mantuve distante, ni siquiera la miraba, al menos no cuando ella podía cazarme. Lo peor de todo es que esa distancia se reduciría a nada en cuanto llegara la hora del puñetero recreo. Teníamos que cumplir un castigo, así que durante media hora estaría sentado al lado de Kathia.

Kathia

Cristianno volvió a desaparecer nada más sonar el timbre. Salió disparado y bajó las escaleras más aprisa que nunca; ni siquiera esperó a su primo.

Mauro me miró, tímido, como había estado haciendo toda la mañana… exactamente igual que Cristianno. Daba la sensación de que pretendían esquivarme. Apenas me habían dirigido la palabra y no me aguantaban la mirada más de un segundo. Era extraño, puesto que ellos siempre estaban participativos en todo, y Cristianno nunca había desperdiciado una oportunidad para hacerme la puñeta desde que llegué al San Angelo.

Aunque más extraño fue lo que había sucedido en la fiesta de Adriano. El disparo, la conversación entre mi madre y mi abuela… el beso de Valentino.

«Ojalá no lo haya visto», pensé sin saber por qué me importaba, pero lo cierto es que no podía soportar la idea de que Cristianno me hubiera visto recibir un beso de Valentino.

Abrí la puerta de la biblioteca y lo encontré sentado a la mesa. Estaba escribiendo en su cuaderno. ¡Dios!, era tan increíblemente guapo que no podía evitar mirarle embobada. No hubiese sido extraño que se me cayera la baba. Era tan perfecto a mis ojos que casi dolía mirarle.

Entré en la sala y la puerta chirrió al cerrarla. Cristianno ni siquiera levantó la vista del cuaderno. Continuaba actuando como si no existiera. ¿Acaso le había hecho algo?

Avancé hasta él y solté los libros sobre la mesa. Si hubiese estado la bibliotecaria me habría lanzado una mirada asesina, pero estábamos solos. Era el momento perfecto para que me explicara por qué se comportaba de aquella manera.

No encontraba motivos para que estuviera así; es más, el sábado parecía estar bien. Me protegió hasta con cariño durante el altercado en el salón.

Respiré profundamente y tomé asiento mirándole de forma acusatoria. Pero no cambió nada, continuó sin mirar, aunque él sabía que le observaba.

Cristianno

El aroma de su perfume me envolvió. Apreté la mandíbula con furia mientras me volvía a recriminar que me gustara tanto.

Carraspeó y abrió su libro por la mitad, sin mostrar interés alguno por lo que leía. Yo era el centro de su atención en aquel momento y sabía que no iba a tardar en hablarme.

—¡Vaya! Es un regalo de los dioses que Cristianno Gabbana esté tan callado esta mañana —dijo con sarcasmo.

Genial. Percibí en su voz que deseaba importunarme. No la miré, no entraría en su juego.

—¿No piensas hablar? ¿Ni siquiera un poco? —continuó.

No pareció gustarle que la ignorara de aquella forma; me comporté como si fuera un fantasma al que no podía ver. Alargó sus manos con parsimonia y retiró mi libreta dejándola a un lado.

Lo consiguió. Levanté la vista lentamente mientras ella se recostaba en la silla y se llevaba el lápiz a la boca con la sensualidad que la caracterizaba. Cruzó las piernas con lentitud mostrándome parte de sus muslos. Volví a apretar la mandíbula, esta vez por motivos algo más vehementes.

—No creí que fuera tan difícil mirar a las personas cuando te hablan —sonrió—. Cristianno, vienes de una buena familia. Muestra más educación, querido.

Puso su vocecita más engreída. Era tan estúpida y egocéntrica que… que me volvía loco.

—¿Qué ocurre? ¿No has logrado pillar nada este fin de semana? —me picó intentando humillarme—. ¿La abstinencia te convierte en mudo?

Me levanté de la silla y se sobresaltó. Me incliné hacia ella y la contemplé fijamente. Ella pareció empequeñecerse.

—¿Qué pretendes, Kathia? ¿Calentarme la bragueta? ¿Quieres jugar? Porque me da la impresión de que es lo único que quieres.

No comprendía por qué había dicho aquello, pero en ese mismo instante recordé el beso que le dio Valentino. Lo había visto desde la barra y ahora parecía estar viéndolo de nuevo. ¿Acaso estaba celoso?

Caminé hasta las estanterías del final de la sala. Podía haberme marchado, pero no lo hice, y todavía no sé porque. Tal vez esperaba que ella me siguiera. Y, si así era, ¿qué esperaba que me dijera? Joder, ¿qué me ocurría con Kathia?

Kathia

Le seguí furiosa. Reconozco que no fui elegante al hablarle de aquel modo y que si lo que deseaba era conversar con él me había equivocado de método, pero eso no le daba derecho a insultarme.

—¿Qué has intentado decirme? —pregunté tirando de su brazo para que me mirara.

—Lo has comprendido perfectamente.

—Repítelo si tienes pelotas.

Le eché cara, pero en realidad no esperaba que contestara reiterándolo. No se retractó.

—¿Acaso no eres nada de lo que insinúo? —Me miró de arriba abajo—. Hasta ahora es lo que has demostrado.

Fruncí el ceño y sonreí. Daba la impresión de que estaba… ¿celoso?

—Estás frustrado porque no voy detrás de ti como tus fulanitas. ¿No es eso? —Era mi turno de mostrar desprecio—. Lástima, esta vez te toca perder.

—Te equivocas. Mis fulanas, como tú dices, me dejan bien satisfecho. Dudo que tú sepas calentar mi cama.

—Eres tan…

Soltó una breve carcajada y volvió a mirarme.

—No te ofusques, puedo hacer una excepción. —Se acercó a mí con una mirada que no le había visto antes. Deseaba herirme, pero le costaba—. Si Valentino no te deja satisfecha —Me quedé estupefacta. ¿Hablaba él o eran… sus celos?—, podemos buscarte un hueco. Tú por eso no sufras, pero, claro, tienes que decirme si llegas hasta el final. Dime, Kathia… ¿llegas hasta el final?

Mi mano impactó en su cara de porcelana. Deseaba verle sangrar. Era la segunda vez que le pegaba y la segunda que no me había quedado satisfecha haciéndolo; todo lo contrario. Quería hacerle daño, pero mi fuerza no era la suficiente para una persona que parecía estar acostumbrada a dar y recibir.

Cristianno giró la cara con fuerza, y enseguida me miró con más ira que nunca. Entonces, se lanzó sobre mí. Jamás pensé que le vería tan cabreado conmigo, pero así era.

Cogió mis muñecas y me empujó sin pensar en la fuerza que estaba utilizando. Mi espalda crujió al impactar contra la pared y sentí un dolor punzante en el costado. Colocó mis brazos por encima de mi cabeza sin dejar de apretar la piel. Pensé en darle una patada, pero estaba tan cerca que ni siquiera podía moverme.

—No sabes cuánto te odio —masculló rozando mis labios con los suyos.

—Es recíproco —susurré con esfuerzo—. Ahora suéltame.

—Nadie me da órdenes, Kathia. Hago lo que quiero, cuando quiero y… con quien quiero. —Lo último terminó susurrándolo en mi cuello.

Deslizó sus manos por mis brazos rodeando mi pecho hasta la cintura. Me envolvió con demasiada fuerza.

—¿Qué estás haciendo? —dije, temerosa.

Me ignoró y continuó acariciándome con agresividad. ¿Qué esperaba lograr con aquello? ¿Que cayera rendida a sus pies? ¿Qué le estaba pasando? Yo había empezado a creer que el verdadero Cristianno no era de aquel modo.

—Cristianno, por favor, déjame.

Intenté empujarle, pero sus brazos me tenían bien sujeta.

—No. No lo haré —dijo algo sofocado.

Acarició mi cuello con sus labios. Notaba cómo el corazón le latía desbocado y respiraba entrecortado. Sus manos bajaron hasta mis caderas envolviendo los muslos. Empezó a subirlas de nuevo, pero logré esquivarlas removiéndome.

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