Al primero que pude ver fue a Alex, que se lanzó hacia el vehículo a toda prisa. Iba con unos pantalones blancos y una camiseta negra que le marcaba sus prominentes músculos. Estaba guapísimo, pero Daniela no era consciente de su presencia así que salió de la limusina como si nada. Se estiró la falda y se retiró el pelo mientras fruncía los labios. Alex se detuvo y la contempló pasmado.
—Vaya… Dani… estás… —No sabía qué decir. Eric la empujó en cuanto salió.
Ella se dio la vuelta y le miró, ruborizada.
—Estás… —volvía a decir Alex.
—Sí, sí…, la culpa la tiene Kathia. —Se escudó en su ironía—. Tuve que ceder porque temía por mi vida. Puede llegar a ser muy persistente.
—Sigue siéndolo, Kathia. —Alex me guiñó un ojo antes de abrazarla.
Luca apareció en cuanto salí de la limusina.
—¡Nena! ¿Cómo demonios consigues salir así de un coche? —gritó.
Entonces me fijé en que todos me miraban, algunos boquiabiertos; como Mauro, que se acercó en ese instante.
Me había puesto unos pantalones muy ceñidos de color negro metalizado que estaban cubiertos hasta las rodillas con unas botas altas de tacón. Sobre ellos llevaba un corsé, el cual marcaba mi cintura y dejaba mis hombros al descubierto (también de color negro). El cabello decidí dejarlo suelto; aquel atuendo era demasiado provocativo como para quitarle fuerza con algún recogido.
—Si fuera heterosexual, te lo haría ahí mismo, créeme —bromeó Luca. Todos se rieron a carcajadas.
Eric alzó las cejas, observándole fijamente.
—Preferiría que al menos me llevaras a la cama. —Sonreí antes de morderme el labio en plan coqueta.
—Eso está hecho, pero tendrás que esperar a otra vida. A ver si hay suerte —añadió antes de mirar a Eric.
Mauro se acercó a mí con las manos en los bolsillos. Si no se hubiese parecido tanto a su primo, no me habría puesto tan nerviosa.
Me inspeccionó después de darme un beso en la mejilla y sonrió mientras asentía con la cabeza. Humedeció sus labios.
—Sé de uno que saltaría sobre ti, y ese sí es heterosexual —bromeó.
Cristianno.
Me puse tensa y tragué saliva.
—¿Está aquí? —pregunté con un hilo de voz.
Mauro frunció los labios, suspirando, y asintió.
Después de unos segundos digiriendo la noticia (Cristianno estaba entre esas ciento veinte personas y seguramente ya me tendría en su punto de mira sin yo saberlo) retoqué mi corsé y miré hacia la carpa que había montada justo al lado del salón.
—Bien, a divertirse.
Dejé a Mauro con una sonrisa en su cara y caminé con decisión. Me sorprendí al ver a Daniela a mi lado.
—¿Crees que le he gustado?
—¡Nena!, pero ¿qué dices?
—No sé, no estoy acostumbrada a… ir de este modo.
Me di la vuelta y la cogí de los hombros. Tuve que inclinarme un poco, Dani era más bajita que yo.
—Estás increíble y, ahora, olvídate de todo y haz lo que te apetezca hacer. No intentes calcularlo todo.
Torció el gesto mostrando una sonrisa interrogante.
—¿Piensas hacerlo tú también?
Donde las dan las toman.
Ya lo advertía la directora del internado de Viena: «No intentéis dar consejos que no sois capaces de aplicar vosotros mismos».
Cristianno
La niñita de la minifalda blanca no dejaba de seguirme. Intenté esquivarla colándome por todos los pasillos de aquella casa, pero allí estaba cuando me daba la vuelta.
Al final me detuve, la miré y le hice una señal con el dedo para que se acercara. No se hizo rogar y llegó saltando.
—¿Necesitas algo? —pregunté malcarado rompiendo la sonrisa de su cara.
—No… —dijo nerviosa.
—Bien, pues, ¿podrías dejar de seguirme?
No esperé a que contestara, me di la vuelta y me marché.
En otro momento, me habría liado con ella y supongo que es lo que ella había esperado que hiciese. Era exactamente el tipo de chica que podría haber utilizado para divertirme en una fiesta como aquella. Pero eso era antes de que Kathia apareciera en mi vida; desde entonces, ninguna mujer parecía serme suficiente. Carecían de algo que, por supuesto, le sobraba a Kathia.
Maldición. Si esto no era preocupante, entonces, ¿qué lo era?
Al salir del salón, me topé con Erika. Fue extraño que me abordara de aquella forma. Me empotró contra la pared. En todos los meses que llevaba en nuestro grupo, jamás la había visto de aquel modo. Estaba ebria.
Tuve que cogerla de la cintura para que no nos cayéramos.
—¡Vaya, Erika! ¿Estás bien? —saludé.
—¿Puedes responderme a una… pregunta? —Le costaba hablar.
—Eso espero.
—¿Por qué sois tan tiranos?
Imaginé que estaba hablando de Mauro. Resoplé negando con la cabeza.
—La verdad, ni idea.
—Lo lleváis… de fábrica.
—Se puede decir así. —La cogí de los brazos—. Erika será mejor que… —Intentaba arrastrarla a una habitación para que durmiera la mona, pero me empujó.
—¿Te han dicho alguna vez que las apariencias engañan? —Me apuntó con el dedo.
—Erika, ¿de qué estás hablando? —Intenté cogerla de nuevo.
—¡Suéltame y responde!
—¿Qué quieres que responda? No tengo ni idea de lo que intentas decirme.
—Si tú eres capaz de engañar de esa forma a todo el mundo, yo también puedo. —Se acercó a mí susurrándome casi en los labios.
—Me alegro, Erika. Eso es estupendo.
Deslizó sus manos por mi pecho, con fuerza, mientras rozaba mi cuello con sus labios.
¿Qué estaba haciendo?
—¿Sabe Kathia lo que eres? ¿Sabe lo que haces entre horas?
Me puse tenso y apreté la mandíbula. ¿Qué pintaba Kathia en todo aquello? Que ni se le ocurriera jugar con ella. Miré alrededor para saber si alguien nos había escuchado. Después retiré a Erika de mi pecho.
—¿A qué demonios estás jugando? —mascullé furioso.
—Ella jamás va a estar a tu altura. No es lo que buscas.
—Eso deja que lo decida yo. —Terminé por empujarla y salí de allí hecho una furia.
Quería marcharme de aquel lugar.
Kathia
Bailaba con Eric la canción de Enrique Iglesias «Tonight» mientras le escuchaba criticar a Joni por estar bailando con Luca. El DJ se había tomado un descanso dejando que sonara una de sus fantásticas sesiones, que a todo el mundo parecía volver loco.
—Mírale —decía—, con su pelo engominado y sus pantalones apretados. Le oprimen tanto que no sé cómo puede respirar. Será capullo.
—Bien, es bueno que sueltes toda la ira. Reprimirte puede crearte un trauma.
No me estaba burlando de él, pero me hacía mucha gracia ver lo celoso que estaba. De lo que no se daba cuenta es de que Luca no dejaba de mirarle y deseaba que se acercara.
—¿Qué se hace en estas ocasiones, Kathia? Porque yo no entiendo a los tíos.
Solté una carcajada.
—No te rías de mí, te estoy abriendo mi corazón y solo hace unos minutos que he salido del armario —resopló, pero no pudo evitar sonreír—. Estoy haciendo el ridículo, ¿verdad?
Lo cogí de los hombros y le di la vuelta.
—Ve allí de una maldita vez y deja de comportarte como una criticona. Yo entretendré a Joni.
Lo empujé y fui tras él sin dejar de bailar. Luca me miró entusiasmado y yo le respondí con un guiño de ojos. Por suerte, no tuve que intervenir; Joni regresó a la cabina y Eric pudo abordar a Luca con toda libertad.
Decidí salir para ir a descansar las piernas. Me adentré en el salón (que estaba igual de abarrotado que la carpa) y comencé a esquivar a la gente.
Joni decidió dar una tregua y pinchar algo más tranquilo para armonizar la fiesta. Lo que no esperaba es que eligiera una de mis canciones favoritas:
Cops up
, de Lyfe Jennings.
Me detuve al sentir la melodía cuando alguien chocó conmigo bruscamente. Me giré de golpe para saber de quién se trataba y me encontré con él. Le miré sorprendida y confundida. Sabía que estaba allí, sabía que tarde o temprano me toparía con él, pero no esperaba que fuera tan… pronto. No estaba preparada y mi rostro me delató.
Lo sorprendente fue que Cristianno mostró la misma confusión; incluso parecía nervioso.
Involuntariamente le miré de arriba abajo. Llevaba unos vaqueros oscuros holgados, un jersey gris perla y una chaqueta negra que perfilaba sus fuertes hombros. Me detuve en el cinturón que reposaba justo en sus caderas de la manera más insinuante.
Él sonrió al ver cómo tragaba saliva. Seguía siendo el mismo egocéntrico de siempre, pero me enloqueció volver a verle. Y sus ojos me expresaron lo mismo en cuanto se cruzaron con los míos.
Sin poder controlar mis movimientos, mis dedos se empezaron a mover lentamente hacia los suyos. No dejé de mirarle, pero mi mente luchaba por no llegar a… tocarle. Acaricié su pulgar y noté cómo su mano temblaba. Apretó la mandíbula y retiré la mano enseguida. No sé por qué hice aquella estupidez. Me arrepentí muchísimo.
Salí de allí caminado furiosa.
Cristianno
Sentir una caricia de Kathia (por muy débil que fuera) fue inesperado; sobre todo después de lo ocurrido el lunes. Me dejó tan alucinado, que no supe cómo reaccionar. No esperaba sentir tanto con tan poco.
Observé cómo se alejaba. De entre tantas personas, ella era la única que sobresalía. Su forma de caminar, su manera de retirarse el cabello… Todo en ella era una constante provocación.
«Dios, cómo la odio.»
Kathia
Llegué a la barra y llamé al camarero. Necesitaba una copa urgentemente. Estaba demasiado atacada. El muchacho me ignoró y volvió a hacerlo las veces siguientes.
Entonces apareció Alex, que saltó dentro de la barra ágilmente. Daniela negó con la cabeza mientras soltaba una carcajada.
—La ley Gabbana, chicas. Cristianno dice que no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. —Volvimos a sonreír. Esta vez tuve que esforzarme y Alex se dio cuenta—. Bueno, ¿qué queréis? —preguntó.
Todavía no tenía la copa, cuando las manos de Giulio rodearon mi cintura. Bailaba lentamente mientras se apretaba a mí. Ahora sonaba Bruno Mars. Apoyó su cabeza en mi hombro y susurró:
—Yo te quiero a ti…
El rostro de Alex se endureció mientras yo me encogía. Giulio estaba borracho y su olor a alcohol eclipsó mi aroma de Carolina Herrera.
—… pero en mi cama.
Alex saltó de la barra y me apartó de él. Mi espalda rebotó bruscamente contra la madera. Daniela me cogió para evitar que cayera al suelo. Las baldosas estaban demasiado resbaladizas.
—Pulga asquerosa, no te acerques a ella. No quiero que te acerques a ninguna de mis chicas, ¿entendido? —amenazó Alex cogiéndolo del cuello.
Me sentí orgullosa de que me considerara parte de sus amigos, y a los amigos los protegía hasta el final. Aquella también era otra de las leyes Gabbana. Pero no comprendía por qué tenía aquella reacción con él. Cristianno también había evitado que me acercara a Giulio; recuerdo que me hizo rabiar utilizando el pretexto de que era una chica fácil.
Miré a Daniela. Parecía nerviosa.
—¿Qué haces aquí? Nadie te ha invitado. —La cosa comenzaba a calentarse y decidí acercarme.
—Alex… —Le puse la mano en su musculoso hombro—. Tranquilo. —Giulio me miró, suplicante.
—¿Querías algo, Giulio? —pregunté tranquila.
—Solo una copa. —Se tambaleó al responder—. Bueno, y también un bailecito contigo.
Comenzó a bailar sin ritmo.
—¡Y una mierda, largo de aquí! —clamó Alex, antes de que me interpusiera.
—Está bien, pero después te irás, ¿de acuerdo? —dije antes de que Alex me cogiera del brazo y me arrastrara unos metros.
—¿Te has vuelto loca? ¿Tú sabes lo que le hizo a Daniela?
—¿Cómo dices? —pregunté sorprendida mirándoles a los dos.
Estaba totalmente desconcertada.
—Intentó violarla, ¿sabes? Ese cabrón se propasó con ella. Suerte que Cristianno llegó a tiempo. Por eso no comprendo qué hace aquí. Él no estaba en la lista de invitados.
¿De eso se trataba? ¿Por eso Cristianno se comportó de aquella forma? Dios mío, estaba hecha un lío. Y lo peor de todo es que no había otra forma de que aquel tío se marchara.
Le miré. Sí, le creía capaz de hacer una cosa así. Me exasperaba pensar que Daniela hubiera pasado por aquello.
—¿Por qué no me lo habías dicho? ¿Te hizo daño? —pregunté acongojada.
Daniela tragó saliva, pero forzó una sonrisa para que yo no me alterara.
—Se solucionó, Kathia, pero ese tío no es de fiar.
Giulio interrumpió la conversación volviéndome a coger de la cintura.
—Vamos, preciosa… —Se acercó a mis labios.
Lo empujé y lo cogí de la chaqueta con una fuerza que ni yo creía tener.
—Punto uno, no te acerques a más de un metro de mí. Punto dos, no quiero nada contigo. Punto tres, y el más importante, te largarás de aquí en cuanto termine la puñetera canción ¿Entendido? —le dije, seria.
—Claro… —Levantó las manos.
—Ni de coña —dijo Alex empujándolo.
Lo envió un metro hacia atrás.
—Solo será un baile, Alex. Así podremos lograr que se vaya.
—Si Cristianno se acabara enterando… —Se detuvo y me esquivó la mirada.
Fruncí el ceño al descubrir que Alex sabía más de lo que quería mostrar. Después de todo, era normal. Mauro, Alex y Eric eran los mejores amigos de Cristianno, no era de extrañar que supieran… algo… de… ¿de qué?
—Estaré vigilando.
Asentí antes de sentir como Giulio me arrastraba a la pista de baile.
La compañía para bailar no era nada agradable; además, la melodía era demasiado sensual como para seguirla como dios manda teniendo a Giulio como pareja.
—¿Qué quieres beber? —me preguntó Giulio.
—Un ron con limón. Y cuidado con lo que haces, Giulio. Tengo buen olfato.
Giulio comenzó a tirar de mí en dirección a la barra de la carpa. Estaba segura de que quería salir fuera para que Alex nos perdiera de vista. Así fue. Seguí intentando disimular el miedo que sentía después de saber de lo que era capaz.
En aquel corto trayecto, mi mente comenzó a idear diversas formas de escapar si había problemas.
Cristianno
Caminé por el porche hasta que pude ver el mar. Estaba agitado, aunque solo podía ver la orilla. No había demasiada luz para alcanzar a ver el horizonte.
De repente, el sonido de unos pasos resonó a mi derecha. Desvié la mirada lentamente y allí volvía a estar Kathia, pero no me miró. Se ocultó tras su largo cabello. Miré a su acompañante e instintivamente cerré los puños, enfurecido. Era Giulio y estaba aferrado a la mano de Kathia. Enseguida la soltó, pero solo para cogerla de la cintura de una forma brusca. Ella frunció el ceño, parecía cansada de tenerle cerca. Me froté la mandíbula para controlar las ganas que tenía de pegarle.