—Escúchame, me apoyaré en ese saliente de ahí. —Le señalé el alféizar que solo estaba a metro y medio—. Después sales tú, te ayudaré. Vamos.
—Ni de coña. Llevo falda ¿sabes?
Me reí y me giré para observar su falda.
—Ya he visto antes unas braguitas —dije con sorna—, no voy a asustarme.
—Pero nunca has visto las mías.
«Qué más quisiera yo».
Me descolgué sin problemas mientras Kathia observaba. Levanté la vista hacia ella y le extendí la mano.
—Te prometo que no miraré.
—Mentiroso. —Tragó saliva.
—Confía en mí, Kathia —le dije. Mi voz sonó dulce y relajada.
Ella me miró dudosa, pero terminó cogiendo mi mano para ayudarse a llegar hasta mí. La sostuve contra mi pecho en cuanto lo logró.
—Bien, ahora saltaré y después te lanzarás a mis brazos. Yo te sujetaré —dije.
En ese momento, descubrí que las limpiadoras ya estaban saliendo del colegio, lo que significaba que pronto se activaría la alarma. Concretamente, en cuanto el encargado cerrara la verja principal.
—No tenemos tiempo, la alarma saltará en cualquier momento.
Así fue. La alarma empezó a aullar por culpa del portazo de la ventana. Nos desequilibramos y Kathia resbaló. Pude coger su brazo y sujetarme a la ventana.
Comenzó a chillar y a moverse.
—¡No me sueltes, Cristianno! —gritó.
—¡No lo haré, Kathia, pero si te mueves de esa forma no podré sujetarte! —dije nervioso porque se podía resbalar.
Nuestras manos estaban empapadas y se iban escurriendo lentamente.
Debía actuar deprisa. Y antes de que pudiera darse cuenta, alcé su cuerpo a pulso y la lancé contra mis brazos. Ella se sujetó con fuerza a mi chaqueta, jadeante.
—Tenemos que salir de aquí —dije.
Kathia
Bajé lentamente sabiendo que Cristianno podía observar mis piernas a la perfección. Aunque en aquellos momentos no me importaba. La alarma no dejaba de sonar y si no nos dábamos prisa, nos veríamos en un gran problema. Cristianno me cogió de la cintura y salté al suelo. Comenzamos a correr atravesando la pista de fútbol. De nuevo había que trepar, pero esta vez no dudé. Vale, tampoco había tres metros de altura. Salté con decisión creyendo que lo había hecho rápido, pero no me había dado cuenta de que Cristianno ya arrancaba su moto.
—¡Vamos!
Tomé asiento segundos antes de que saliéramos a toda velocidad.
Después de que Cristianno me dejará en casa, subí enseguida a mi habitación y me di una ducha. Necesitaba relajarme y olvidarme por un instante de Cristianno. Aunque sería difícil, ya que al cruzarme con Enrico en el vestíbulo este me había dicho que los Gabbana vendrían a cenar.
Respiré y dejé que el agua ardiente cayera por mi cuerpo. No podía quitarme de la cabeza las manos de Cristianno rodeando mi cintura y apretándome contra su cuerpo después de salvarme. No hablamos durante el trayecto ni al llegar a casa. Ni siquiera me miró. Esperó a que me bajara de la moto y se perdió cabizbajo entre la lluvia y la oscuridad. ¿Qué esperaba que hiciera? ¿Qué me abrazara? ¿Qué me… besara?
Cerré el grifo y salí de la ducha. No me había ayudado en nada.
Qué bueno era tener el cuarto de baño en la habitación. Podía entrar y salir desnuda mientras decidía qué ponerme. Opté por unos pantalones negros y una camiseta roja de tirantes. Me maquillé un poco y ahuequé mi cabello.
Bajé al salón por las escaleras de atrás, pero cuando llegué a la galería de ventanales que daba al jardín, descubrí una silueta.
Me acerqué con sigilo.
Cristianno
Observaba la iluminación del jardín de la mansión Carusso con las manos en los bolsillos de mi pantalón. Me había escabullido para aclarar mis pensamientos, pero en realidad era lo último que estaba logrando. Estaba confundido, totalmente perdido. No dejaba de pensar en Kathia y no sabía el motivo. No me caía bien, pero la necesitaba cerca. No podía tenerla cerca, pero odiaba pensar que estuviera lejos. Ahora que estaba en su casa, lo último que quería era cruzármela, pero sabía que la tendría enfrente durante toda la cena y eso me abrumaba.
Sentí unos pasos y me giré. Kathia apareció en la penumbra de la galería. Pareció sorprendida al verme. Se recogió el cabello detrás de la oreja y miró a su alrededor pensando en cómo salir de allí.
Tragué saliva; no quería hablar con ella, pero rabiaba por escuchar su voz.
La observé, esta vez de una forma diferente. Era tan maravillosa que parecía un sueño.
Se acercó unos pasos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó casi susurrando.
—Intentaba… pensar.
Sonrió débilmente, como queriendo mofarse, pero no lo logró y yo no supe interpretar aquel gesto.
—Quería… antes… —No sabía cómo hablarme—. Quería darte las gracias por… ayudarme en el colegio.
Ahora era yo quien sonreía. Volví la mirada hacia el jardín.
—Sé hacer muchas cosas aparte de provocar que me odien. —Quise decirlo con sorna, pero no lo conseguí. Más bien, me salió un tono triste… y gilipollas.
Kathia se puso rígida. Percibía que intentaba ignorarla.
—No sé qué más cosas sabes hacer, pero debo felicitarte por salvarme de una gran caída y por hacer que te odie.
Hizo ademán de marcharse, pero mi voz la retuvo.
—¿Me odias? —le pregunté con un hilo de voz.
En realidad, y siendo asquerosamente sincero, era lo último que quería oír. Si contestaba con una afirmación, ¿me… dolería?
«Maldito imbécil. Deja de babear por ella y lárgate», pensé.
—Es lo que tú quieres. No te sorprendas ahora —susurró arrastrando cada palabra.
Kathia
Quise irme, pero, sin poder evitarlo, esperé. Confiaba en que viniese hacia mí, aun sabiendo que no lo haría. Cristianno era demasiado orgulloso para rebajarse de aquella forma. Eso no quitaba que yo lo deseara.
Entonces Cristianno se acercó y sus dedos comenzaron a vagar por mis hombros. Perfiló mi piel y deslizó su mano hasta alcanzar mi cintura, dejando que reposara tímidamente en mi cadera. Me estremecí y cerré los ojos percibiendo su respiración en mi nuca. Acercó sus labios a mi oído.
—No me odies —murmuró muy bajo, rozando mi piel con sus labios.
Moví mi cuerpo para colocarme frente a él. Pensé que me soltaría o que se alejaría de mí. Todo lo contrario. Se apretó aún más, dejándome ver aquellos ojos más cerca que nunca. Alzó su mano y con las yemas de sus dedos acarició mis labios suave y lentamente. Volví a cerrar los ojos y me deleité con aquella sensación.
Cristianno soltó un suspiró entrecortado y descubrí que sus labios estaban más cerca de lo que creía. Iba a besarme.
—¡Aléjate de ella! —gritó una voz que hizo que me separara de él.
Descubrí a Valentino enfurecido y lleno de cólera. Retaba a Cristianno con la mirada, pero este ni siquiera se movió.
Cristianno
Incomprensiblemente, había estado a punto de besarla, pero Valentino interrumpió el momento que más nervioso me había puesto en mi vida. Había tenido a Kathia a solo unos milímetros de mis labios, y no haber podido llegar hasta el final por culpa de aquel asqueroso niñato me llenó de rabia.
Retiré a Kathia para acercarme a él. Si quería pelea la tendría.
—¿Acaso es tuya? —pregunté.
Deseaba que cayera en mi provocación. De ese modo, podría partirle la cara. Lo que no esperaba es que contestara Kathia.
—No soy de nadie —dijo orgullosa.
—Tú, cállate —ordenó Valentino señalándola.
Retiré su mano de un manotazo.
—Un caballero no habla así a una dama, ¿no crees? —Le guiñé un ojo y escondí mis manos en los bolsillos. No las necesitaría; Valentino sabía tan bien como yo que no podía conmigo por muy grande que fuera. Me di la vuelta y contemplé a Kathia—. Tranquila, no tengo ningún interés en que seas mía. Me resultas demasiado fácil de conseguir —mentí.
Mierda, ¿por qué tuve que decir aquello?
El rostro de Kathia se tensó y abrió los ojos sorprendida. Se acercó a mí rápidamente y me soltó una dura bofetada.
—Eres un cabrón y te mereces estar solo —masculló a centímetros de mi rostro antes de marcharse.
Valentino la siguió.
Cerré los ojos y me quedé con aquellas palabras retumbando en mi pecho. Sí, lo era, pero que ella lo pensara…
No, no dejaría que me dominara. Se acabó.
Kathia
Intenté subir las escaleras con las lágrimas a punto de asomar por mis ojos, pero los brazos de Valentino me detuvieron. Me arrastró hacia la pared y me apoyó en ella bruscamente mientras me miraba con los ojos inyectados en sangre.
—No quiero que vuelvas a acercarte a él. No quiero que le hables, ni siquiera que le mires. ¿Entendido? —me exigió, encolerizado—. Si tengo que volver a repetírtelo, emplearé otro modo. —Dio un golpe en la pared, justo al lado de mi cabeza.
Me soltó y se marchó dejándome sola, aturdida y completamente estupefacta. Jamás había visto a Valentino de aquel modo. Sabía que no era trigo limpio, pero no creía que llegara hasta esos extremos. Estuvo a punto de pegarme; es más, lo deseaba, lo acababa de ver en sus ojos.
Pero lo que me dolía no era aquello.
Odiaba a Cristianno y quería hacerle daño de todas las maneras posibles. Ahora descubriría a la verdadera Kathia; aquella que no le dejaría ni respirar hasta verlo caer en el más profundo abismo.
Kathia
Bajé del Rolls Royce negro del chófer de Erika. El viernes, durante el recreo, habíamos quedado para ir a la discoteca. Fue el mejor día de la semana porque no había visto a Cristianno en toda la jornada.
Nos encontramos con Luca y con una exuberante Daniela —llevaba unos pantalones cortos y un top que ocultaba lo justo— en la puerta del local.
Eternia era un establecimiento muy selecto en Roma. Allí iba gente famosa y rica, y las colas para entrar podían durar toda la noche. Si es que conseguías pasar. Pero nosotros entramos directamente; el enchufe era muy importante.
Daniela se enganchó a mí y me habló al oído después de que saludara al portero; un tal Nicole.
—No es por amargarte la noche, pero quiero que sepas que esta discoteca pertenece a los Gabbana.
—Lo sé, ¿y qué? —Comenzamos a bajar unas escaleras de cristal.
La pared era de tela blanca y se podía ver, en forma de sombra, a unas bailarinas bailar al son de la música.
—Pues que no es de extrañar que te encuentres a… —Me miró.
Suspiré. Daniela era la única que sabía lo ocurrido entre Cristianno y yo en el jardín de mi casa. Extrañamente, preferí no decirle nada a Erika; no parecía demasiado contenta con que me hubiera adaptado tan rápido a la ciudad y tampoco estaba muy receptiva. Apenas habíamos hablado como lo hacíamos antes. Así que se lo conté a Daniela en clase de química después de que me insistiera.
Nos acercamos a un retirado VIP y Luca se colocó delante de mí impidiendo que me sentara.
—Espero ansioso por ver ese modelito que me suena a… —Se acercó a mi abrigo negro y comenzó a olisquear— ¿Es un Dolce & Gabbana?
Aluciné. No era comprensible que pudiera saber tanto de moda. De nuevo conseguía asombrarme.
—¿Cómo lo has sabido? —exclamé retirando mi abrigo.
—¡Oh, cielos! Estás soberanamente sexy —dijo mordiéndose un labio.
Cristianno
—No comprendo por qué hemos tenido que venir —dije resoplando mientras una de las gogós de la barra del primer piso acariciaba mi mentón.
Cogí su mano y la acerqué a mi boca. Besé sus dedos lentamente sin dejar de mirarla. Su atuendo de ángel negro me hizo divagar.
—¿Serás mala conmigo esta noche? —le susurré en los labios mientras me llevaba su dedo a la boca.
La muchacha sonrió.
—Mucho —contestó antes de que retomara su baile.
La observé sonriente antes de que Mauro me arrastrara.
—¿Es que no piensas dejar nada para los demás?
—¿Qué me dices de Erika? —Sabía que aquello le molestaría.
Mauro apretó la mandíbula y me dio un puñetazo en el hombro.
—Y tú, ¿qué me dices de Kathia?
Me quedé inmóvil mientras digería aquel golpe bajo. Para mi desgracia, sabía que se encontraba allí. Alex nos había arrastrado a todos porque quería estar con Daniela. Y como todos queríamos que se liara por fin con ella, allí estábamos, de aguanta velas. Así que si podía llevarme algo, y de paso molestar a Kathia, sería una noche productiva.
De repente, Mauro se detuvo en seco y yo choqué con su espalda. Le miré con un comentario grosero preparado, pero me lo tuve que tragar en cuanto vi que Eric y Alex estaban igual de alucinados que mi primo.
Mauro me dio un manotazo en el pecho para que mirase hacia el mismo lugar que ellos.
Y allí estaba. Iba con un vestido (muy corto) de brillantes azules. Las mangas le cubrían los brazos, pero su espalda solo la ocultaba su largo cabello. Aquellas piernas de infarto calzaban unos zapatos de un tacón exageradamente alto a juego con el vestido. Se retiró el cabello y lo colocó a un lado. Su espalda quedó al descubierto, como si protagonizara un videoclip. Sensual, provocativa… Era imposible no pensar en…
Tragué saliva. Estaba completamente jodido y sabía que mis amigos me machacarían durante toda la noche.
—¿Todo eso es suyo? —preguntó Alex.
—Me temo que sí —respondió Eric.
—¡Dios!, está… —Mauro ni siquiera pudo terminar.
—Me cago en… —resoplé antes de que Laura tirara de mí y me arrastrara a la pista de baile.
No puse impedimentos porque no me encontraba en plenas facultades. Todas ellas se las había llevado Kathia y su puñetero vestidito.
Laura me apoyó contra la pared y comenzó a bailarme al son de una canción nueva que había logrado Joni, mi DJ; se trataba de Cristian Deluxe, «Quiero contigo», un español que sonaba de maravilla.
Vi a Kathia caminando hacia la barra, pero se detuvo al verme. Pude apreciar muchas cosas en aquella mirada, pero la más evidente era: odio.
Kathia
Le miré mientras Laura danzaba pegada a él, insinuante. Se restregaba contra su pecho y, por mucho que me fastidiara admitirlo, me molestó que estuvieran tan cerca el uno de la otra.
El humo comenzó a salir de las máquinas del techo y parecía brillar gracias a los focos y a las bolas de cristal. La imagen de Cristianno se difuminó, pero seguía latente.
Nos contemplábamos con intensidad, como si estuviéramos luchando y esperáramos que ocurriera algo. Entonces, la música se hizo más rotunda y él se acercó a Laura. Colocó sus manos en las caderas de la chica y la hizo seguir el auténtico ritmo de la canción. Rebosaba sensualidad, bailaba como todas las mujeres desean que baile su hombre, al ritmo perfecto. Sus caderas se topaban y sus rodillas se entrelazaban, hasta que vino la peor parte. La besó sin dejar de mirarme. Me observaba jocoso, disfrutando de que estuviera presenciando aquello.