El profesor Petrucci me miró y me hizo señas de que fuera a la biblioteca. Suspiré.
—Bueno, chicos, tengo que irme —dije antes de darle el último sorbo al café.
—Qué fastidio —se quejó Luca.
«Dímelo a mí», pensé.
—Lo sé. La culpa la tiene ese insensible al que adoráis —les dije refiriéndome a Cristianno.
Era cierto, mis amigos lo adoraban. Por supuesto, Luca estaba loco por él, pero también tenían muy buena relación. Me extrañaba que un chico como Cristianno protegiera y tratara de una forma tan sensible a Luca. Cuando los veía juntos suponía que (muy en el fondo) Cristianno debía de tener algo de corazón, aunque conmigo no lo utilizara.
Daniela comenzó a reírse al escuchar el tono de voz que había empleado. Era la cuarta vez, en solo cinco minutos, que mencionaba a Cristianno. Aquello comenzaba a ser preocupante.
—Espera, te daré algo que te ayudará —me dijo Daniela, sin dejar de chuperretear el caramelo que tenía en la boca.
Abrió su cartera y rebuscó entre los libros. Cogió una libreta naranja donde había una foto de todos ellos pegada en la portada. Estaban todos abrazados y tirados sobre la hierba de algún parque. Erika besaba a Mauro en la mejilla; Luca estaba sentado sobre el regazo de Cristianno y apoyaba una mano en el hombro de Eric, que sonreía a la cámara con las piernas cruzadas; y Daniela tenía las manos de Alex rodeando su cintura. Parecían felices.
Me quedé pasmada mirando aquella foto.
—Fue en el cumpleaños de Cristianno, el año pasado —dijo Erika. Ahora faltas tú, así que tendré que llevarme la cámara un día de estos y obligarte a ponerte cerca de él.
Me pareció que estaba fingiendo.
—Y lo más difícil de todo, tendrás que sonreír —añadió Luca.
—No creo que lo consigáis —dije sonriente.
—Bueno, el cumpleaños de Cristianno es el 13 de julio. Aún quedan unos meses para que cambies de opinión sobre él —sentenció Daniela, soltando el día de su cumpleaños como si nada—. Bien, aquí están todos los apuntes de física que necesitas.
—Muchas gracias, Dani. —Le di un beso antes de guardar la libreta en la cartera.
Me despedí de todos y me dirigí hacia la biblioteca.
Al entrar allí solo me encontré con la bibliotecaria, que ni siquiera me saludó. Me indicó que tomara asiento con la mirada.
Solté los libros y el café sobre la mesa y me acerqué hasta ella. No había señal de Cristianno, pero sabía que no tardaría en llegar.
—¿Dónde están los libros de física? —susurré, aunque no había nadie a quien pudiera molestar.
—Final del pasillo, a la derecha —contestó de una forma bastante estúpida.
—Muy amable —dije con ironía antes de que ella me enseñara los dientes.
Llegué al final del pasillo, y me adentré entre las estanterías. Comencé a mirar sin saber muy bien qué buscaba. En realidad, solo quería estar sola un rato, poder despejarme. Habían sido unos días muy duros para mí, todavía tenía que adaptarme y reponerme del viaje. Era una vida muy diferente a la que llevaba en el internado; si no hubiese sido por mis amigos y por Enrico, habría deseado volver a Viena. Aunque Cristianno… No se me iba de la cabeza. Ya podía luchar por evitarlo, que era imposible sacarlo de mi mente.
Estaba tan absorta en mis pensamientos que ni siquiera oí el sonido de la puerta. Segundos después, sentí un escalofrío en mi espalda. No quise volverme. Me quedé allí esperando a ver qué ocurría. Desando que fuera… él.
Sentí una mano rozar suavemente mi cintura. Mi respiración se paralizó y cuando volvió lo hizo de forma entrecortada y agitada. Cristianno retiró mi cabello acariciando mi cuello y se acercó aún más.
—Eres tú la culpable de que me comporte de este modo —dijo, dejando que el susurro de su voz vagara por mi cuello.
Decidí girarme y me topé con su pecho. Sus ojos me observaban fijamente, con gran intensidad. Permanecía serio, más de lo que había visto en anteriores ocasiones. Más de lo que me esperaba.
—¿Por qué? —pregunté en el mismo tono de voz.
Se acercó hasta mi mejilla, vacilante. Era extraño verle así, tan seguro de sí mismo como siempre estaba.
Terminó acariciando mi piel con sus labios. Solo durante unos segundos. Cristianno sentía lo mismo que yo.
—Ni yo mismo lo sé —dijo.
Se marchó dejándome con el deseo ardiendo en mi pecho.
Cristianno
Recorrí el aparcamiento con la voz de Eric tras de mí explicando algo sobre una chica de primero. No le gustaba demasiado, pero sí lo suficiente como para tener algo con ella más allá de… los besos. A Luca, sin embargo, no le hizo gracia que Eric estuviera tan entusiasmado. Un entusiasmo, por cierto, algo exagerado para ser real. A mí no me la daban, yo sabía que Eric también sentía algo por Luca.
Alex le dio algunos consejos sobre cómo lanzarse a por todas, y le animó a que quedara con ella. Eric era el único virgen de los cuatro. También, el único que no había repetido el último curso. Llegué a mi moto y lancé la cartera sobre el sillín. Estaba lloviznando y pronto caería una buena tormenta. Pensé que hubiera sido mejor traer el Bugatti Veyron.
Al girarme, vi que Mauro se acercaba; iba discutiendo con Erika. Tras ellos, Daniela tarareaba una canción. Alex se puso tenso en cuanto esta le miró por debajo de su flequillo negro. Llevaban más de un año reprimiéndose y todos esperábamos el día en que se lanzarían a por todas. Pero parecía no llegar nunca. Suspiré y sonreí antes de darme cuenta de que Kathia no estaba con ellos.
Ahora era yo quien se ponía tenso, pero nadie lo percibió. Me apoyé en la moto y me crucé de brazos.
—Creo que os habéis olvidado a la Jaqueca —bromeé mientras Luca se colocaba a mi lado.
Sentí la urgencia de saber dónde estaba.
—No la llames así —Daniela me dio un pequeño palmetazo en el brazo.
Era increíble lo bien que habían encajado Dani y Kathia. Erika llevaba casi un año en el grupo y no había terminado de intimar con ella. Siempre había creído que Luca era el que mantenía aquella relación. Pero con Kathia era todo lo contrario.
—Se ha ido con Valentino —dijo Daniela, que enseguida se dio cuenta de que no me había gustado el comentario.
Quería indagar más. Así que la cogí de la mano y la arrastré hacia un lado; ella soltó un pequeño grito. La rodeé con mis brazos y la abracé mientras escuchaba su risa en mi hombro. Adoraba a esa niña. Era como la hermana que nunca tuve y ella lo sabía desde que éramos niños. Fue la única chica de nuestro grupo hasta que descubrimos que Luca era igual que ella.
—¿Cuándo se ha ido? —le pregunté sin separarla de mis brazos.
Nadie parecía darse cuenta.
—Hace unos minutos. —Me miró con el ceño fruncido—. Esta tarde vendrá a estudiar a la biblioteca. Sobre las seis o las siete. Sé bueno. —Se apartó de mí unos centímetros, pero no me soltó—. ¿Qué te ocurre con ella?
—Te prometo que cuando lo averigüe te lo digo.
Luca se acercó a nosotros.
—¿Qué cotorreáis?
—Nada. Le decía a Cristianno que debería aprender de Kathia. —Su mirada se dirigió a Luca, pero enseguida volvió hacia mí para añadir—: Tú también estás castigado.
—Lo sé, pero ¿cuándo me ha importado? —pregunté mientras me acercaba a la moto y me montaba en ella—. Me voy, nos vemos luego —me despedí de mis amigos mientras arrancaba.
Eran casi las ocho y aún estaba decidiendo si ir o no al colegio. En realidad, no tenía motivos para aparecer por allí, pero me moría de ganas de hacerlo.
Me lancé escaleras abajo.
Cogí mi moto y salí de la Fontana di Trevi sintiendo la lluvia y su nombre palpitar en mi pecho. ¿Por qué demonios ocupaba todos mis pensamientos?
Ni siquiera me di cuenta de que ya entraba por la calle del colegio.
Me detuve. Las ruedas chirriaron sobre el asfalto. Me bajé de la moto decidiendo que lo mejor sería entrar en el San Angelo por la parte de atrás. Ya no quedaba casi nadie en el colegio, pero no quería que me viera nadie. No podía ser visto yendo en busca de una chica cuando nunca antes lo había hecho. Sin embargo, necesitaba… verla. Joder, estaba peor de lo que imaginaba.
Salté la verja, con un salto rápido y ágil, y recorrí la pista de fútbol. Atravesé el patio y entré en el gimnasio. Las luces estaban apagadas y fuera ya era de noche, así que me costó cruzar aquel enorme lugar. De fondo, escuchaba el agua de la piscina cubierta.
Al salir, atravesé el pasillo y subí deprisa las escaleras antes de que pudiera encontrarme con alguna mujer de la limpieza. No era la primera vez que me colaba y tampoco la primera que me descubrían. La última vez fue cuando me expulsaron una semana por hurgar en los archivos del despacho del director. Por ese motivo, repetí segundo y conmigo, Mauro y Alex. Hay que hacer constar que ellos tuvieron la idea.
Llegué al primer piso. No había nadie, pero sí percibí el sonido de unos folios al moverse. Venía de la biblioteca. Me acerqué sigiloso y asomé la cabeza por la puerta. La vi allí sentada. Estaba concentrada en la libreta y escribía con rapidez. Su cabello se extendía por la espalda y algunos mechones reposaban sobre la mesa. Se humedeció los labios.
Procuré no hacer ruido al entrar. Me acerqué lentamente hasta apoyarme en la mesa que ella tenía delante. Crucé las piernas e hice lo mismo con los brazos apoyándolos sobre mi pecho. Fue entonces cuando Kathia se dio cuenta de mi presencia.
Frunció el ceño y me miró de arriba abajo. Su mirada me recorrió suave y lentamente. Demasiado despacio. Me gustó. Aquel era el tipo de mirada que yo empleaba y, hasta ese momento, no había visto a nadie hacerlo del mismo modo.
Apreté los labios y ella torció el gesto; volvió a examinarme. Le gustaba mi cuerpo.
—¿Disfrutas? —pregunté, aunque sabía que así era.
Volvió a humedecerse los labios. Cualquier movimiento que hiciera me resultaba provocador, demasiado para alguien como yo. Me fue muy difícil apartar de mi imaginación escenas más subidas de tono.
—¿Te gustaría que así fuera?
«Genial», pensé.
Si pensaba que era una descarada, estaba en lo cierto. Aquel comentario me recordó demasiado a mí.
—¿Qué haces aquí?
—Daba un paseo —contesté, observando su cuerpo.
Ella dio un pequeño golpe en la mesa con el bolígrafo. No le sentó bien que la mirara de esa forma, pero tampoco podía quejarse, ella había empezado.
—Sería de gran ayuda que te largaras.
—No me apetece ayudarte. Quiero decir, no pienso irme.
—Te he entendido —alzó un poco la voz—, pero me da igual lo que te apetezca o no. Lárgate.
—También es mi colegio.
Cerró los ojos y suspiró. Se estaba controlando y eso era exactamente lo que no quería que hiciera. Comenzaba a extrañarme que no utilizara su prepotencia.
—¿Quién viene a recogerte? —volví a preguntar.
—¿A ti qué te importa? —Por su tono de voz supe que comenzaba a ofuscarse.
Mi presencia la incomodaba tanto como a mí la suya.
—No me importa, es solo que te vas a mojar —dije.
Sí me importaba, si era Valentino quien iba a ir a buscarla. Pero lo que más me molestaba era que me mortificara que Kathia tuviera vida sentimental.
Miró la ventana y maldijo algo que solo ella comprendió. Seguramente mascullaba en alemán, pero no alcancé a apreciarlo. Suspiró y se volvió hacia mí.
—No sabía que el agua comiera. —Entrecerró los ojos y se le escapó una sonrisa insinuante. Joder. ¿Por qué tuvo que decir eso? Kathia no sabía lo que la palabra «comer» podía llegar a significar en aquel momento. Me mordí el labio—. Además, puedo coger un taxi.
—¡Genial! Que te vaya bien con la física. —Comencé a caminar hacia la salida.
—Cristianno, te recuerdo que este trabajo es un castigo y que tú también lo tienes.
Me encogí de hombros y decidí irme justo en el momento en que se oyó el sonido de la puerta al cerrarse desde fuera. Una de las señoras de la limpieza nos había encerrado en la biblioteca. Tal vez llevara los auriculares puestos, o quizá fuera un poco corta, pero el caso es que no se había dado cuenta de que había gente dentro.
Kathia levantó la mirada y me observó, expectante.
—Espero que no sea lo que creo que es —dijo, con un hilo de preocupación en su voz mientras se levantaba de la mesa y caminaba hacia mí.
—Me temo que sí.
—¿Qué? ¡No! —Empezó a dar golpes.
La cogí de la cintura y la retiré de la puerta.
—Tranquila. No te oyen.
—¿Cómo lo sabes? —me preguntó, nerviosa.
—Ya te abrían contestado.
Kathia resopló y se retiró el cabello de la cara.
—Mierda, tengo que estar en casa a las nueve, sin falta.
Yo también tenía que estar en su casa, a las diez. Angelo nos había invitado a cenar para ultimar la fiesta de Adriano Bianchi y hablar de… negocios. Pero al parecer, Kathia no lo sabía.
Se detuvo para mirarme. Parecía frustrada.
—¿Por qué siempre que estás cerca me meto en un lío?
—¡Eh, que yo ahora no he tenido la culpa!
Miró a su alrededor algo desesperada. Yo sabía qué ocurriría si llegaba tarde a su casa. Conocía a Angelo tan bien como a mi padre y sabía cómo se las gastaba. Además, siempre había tenido la sensación de que a Kathia no le tenía la misma estima que a Marzia. A su hija mayor la adoraba, pero a Kathia… Era extraño, apenas solía hablar de ella, y si lo hacía no era con mucho afecto.
—Tengo que salir de aquí como sea. —Volvió a tocarse el pelo.
Me mordí el labio contemplando su figura, pero no era el mejor momento para detenerse a pensar en lo buenísima que estaba. Me acerqué a la mesa y comencé a recoger sus libros. Kathia me observó extrañada.
Cerré la cartera y la escondí en una estantería.
—¿Qué haces? —preguntó, apartándome e intentando coger sus cosas.
Retiré sus manos.
—Quieres salir de aquí, ¿no? Pues no podemos dejar huellas si no quieres que te expulsen.
—Ellos saben que estoy aquí.
—Al parecer no es así. —Miré hacia la ventana. Llovía con fuerza.
—¿Qué plan tienes, genio?
—Saltar por la ventana.
Me dirigí a la ventana y la abrí de par en par. Solo había unos metros, así que no nos costaría bajar ayudándonos del alféizar que había más abajo.
—¡¿Qué?! ¡Estás loco!
Me acerqué a ella y la cogí del brazo. La arrastré hacia la ventana.