Read Misterio en la casa deshabitada Online
Authors: Enid Blyton
Así, pues, el muchacho no tuvo tiempo de enseñar la carta a la pobre Bets. Era tal la curiosidad de la pequeña, que estuvo inquieta durante toda la comida, con gran contrariedad por parte de su madre.
Apenas terminaron de almorzar, Pip y Bets precipitáronse arriba.
—¡Mira esto! —profirió Pip, desplegando la carta sobre la mesa—. Fatty ha descubierto algo maravilloso... y lo está guardando. Quiere que acudamos todos a reunimos con él. De modo que lo mejor será que vayamos a buscar a Larry y a Daisy cuanto antes.
Bets leyó la nota. Sus ojos centelleaban de excitación. ¡Qué emocionante resultaba todo aquello!
—Probablemente, Fatty ha aclarado el misterio —comentó la niña—. ¡Qué listo es!
—Pongámonos el abrigo y vayamos en busca de Larry y de Daisy sin pérdida de tiempo —propuso Pip—. A buen seguro, Fatty espera que acudamos lo antes posible. Llamaremos a la puerta principal.
Ambos se pusieron el abrigo y el sombrero, y echaron a correr a casa de Larry. Una vez en el pasillo que daba a la puerta del jardín, lanzaron el silbido convenido.
—Estamos aquí arriba —dijo Daisy, asomando la cabeza por una habitación del piso—. ¿Alguna novedad?
—Sí, un montón de novedades —respondió Pip, subiendo los peldaños de dos en dos—. Hemos ido a ver a Fatty esta mañana, y la criada nos dijo que había pasado toda la noche fuera de casa.
—¡Cielos! —exclamó Daisy.
—En vista de ello —prosiguió Pip—, me dirigí a Milton House, sin Bets ni «Buster». ¡Y de pronto, cayó esta carta de una ventana! ¡Está escrita por Fatty!
Y mostró la misiva a Larry y a Daisy, quienes la leyeron con gran excitación.
—¡Sopla! —masculló Larry—. ¡No cabe duda que ha descubierto algo! Probablemente entró en la casa por la carbonera y subió a la habitación secreta. Propongo que vayamos todos a Milton House ahora, inmediatamente, sin perder un momento.
—Bets se ha portado como una tontina desde anoche —declaró Pip—. Estaba preocupada porque tenía el presentimiento de que Fatty se encontraba en un apuro. ¡Si hubieseis visto cómo lloraba cuando averiguamos que había pasado la noche fuera de casa! Es una chiquilla.
—Eso no es cierto —protestó Bets, ruborizándose—. Sin saber por qué, sentíame tremendamente preocupada. Algo me decía que Fatty estaba en peligro y, de hecho, sigo un poquillo inquieta por él. Aún no he podido zafarme de esa desagradable sensación.
—¿De veras? —murmuró Daisy—. ¡Qué raro! Sin embargo, ahora sabes que Fatty está sin novedad. ¿Has leído esta nota, no?
—Sí —asintió Bets, tomándola para leerla de nuevo.
De improviso comentó:
—¡Qué raro que haya firmado «Freddie»! ¡Por lo regular suele poner «Fatty». ¡A lo mejor no se acordó!
La niña contempló la carta con expresión pensativa. Luego miró a un lado y a otro, olfateando el aire.
—¿Qué sucede? —gruñó Larry—. Pareces «Buster» cuando huele algo agradable y no sabe de dónde procede el olor.
—Me ha parecido oler a algo —musitó Bets—. Pero a qué? ¡Ah, sí, ya caigo! ¡A naranjas! Pero el caso es que no hay ninguna en esta habitación.
—Lo habrás soñado —refunfuñó Pip—. Siempre te imaginas cosas.
Y, tomando la carta, procedió a doblarla. Pero, mientras lo hacía, él también empezó a olfatear.
—¡Qué raro! —exclamó—. ¡Yo también huelo a naranjas ahora!
Súbitamente, Bets arrebatóle la carta con ojos centelleantes, y, llevándosela a la nariz, farfulló agitadamente:
—¡«Esto» es lo que huele a naranjas! ¡Oledlo todos!
Los muchachos obedecieron. Sí, la carta olía a naranjas, y ello sólo podía significar una cosa. ¡Qué Fatty había escrito «otra» carta en la misma hoja... con zumo de naranja, a la manera de tinta invisible!
De pronto, Bets tuvo que sentarse porque le temblaban las rodillas.
—Una vez más —declaró encarecidamente—, tengo el presentimiento de que a Fatty le ha ocurrido algo malo. ¡Sometamos esa carta a una prueba!
Daisy precipitóse en busca de una plancha caliente. La espera, mientras se calentaba, se les antojó una eternidad. Por último, Pip pasóla hábilmente por encima de la carta.
Al punto apareció el mensaje secreto, en débiles trazos de color castaño. Los muchachos lo leyeron con el corazón palpitante.
«Queridos Pesquisidores:
No hagáis caso de la carta visible. Estoy prisionero aquí. No sé de qué se trata, pero puedo adelantaros que se está maquinando una sucia fechoría. Poneos en contacto con el inspector Jenks INMEDIATAMENTE y contádselo todo. Él sabrá lo que hay que hacer. No os acerquéis por aquí ninguno de vosotros. Siempre vuestro,
FATTY.»
Sobrevino un silencio. Los Pesquisidores cambiaron graves miradas entre sí. Súbitamente, su misterio aparecía sombrío, peligroso e insondable. ¡Fatty estaba prisionero! ¿Por qué habría escrito aquella otra carta con tinta visible?
—¡Seguramente los hombres que le prendieron le obligaron a escribirla! —coligió Larry tras profunda reflexión—. Querían pescarnos a todos, porque sabemos lo de la habitación secreta. Pero nuestro inteligentísimo amigo Fatty se las compuso para escribir una carta secreta en el mismo papel.
—¡Y por poco nos pasa por alto! —suspiró Daisy—. ¡Cielos! Pensar que «nos» proponíamos ir a Milton House y llamar a la puerta principal! ¡Habríamos entrado como si tal cosa y a estas horas «estaríamos» todos prisioneros como él!
—Opino que hemos demostrado ser muy poco sagaces —gruñó Pip—. ¿Cómo no se nos ocurrió someter la carta a una prueba por si contenía algún mensaje secreto? Deberíamos haberlo hecho sin vacilar.
—¡Suerte del olfato de Bets! —exclamó Larry—. Si Bets no hubiese olido a naranjas, habríamos caído todos en la trampa. ¡Magnífico, Bets! ¡Eres una excelente Pesquisidora! ¡Tú descubriste el mensaje secreto!
Ante semejante alabanza, Bets se puso radiante de satisfacción.
—¿Veis cómo no me engañaban mis presentimientos? —profirió la pequeña—. Quiera Dios que Fatty esté sin novedad! Oye, Pip, ¿qué te parece si telefoneásemos al inspector inmediatamente? Ardo en deseos de contárselo todo.
—Yo telefonearé —ofrecióse Larry.
Y bajando al vestíbulo con los demás, tomó el receptor telefónico y pidió el número del inspector Jenks, que vivía en la población vecina.
Por desgracia, el inspector estaba ausente y no regresaría hasta al cabo de una hora. ¿Qué partido tomar?
—No es aconsejable que vayamos a Milton House —reflexionó Larry—. En absoluto aconsejable. Si esos hombres han prendido a Fatty, cabe suponer que también se las ingeniarían para prendernos a nosotros como si tal cosa. Y entonces no podríamos ayudarle a salir de allí. No nos queda otro remedio que aguardar pacientemente.
—¿Sería... sería un disparate decírselo al Ahuyentador, verdad? —aventuró Bets, que, aunque sentía viva antipatía por el señor Goon, comprendía que era menester ayudar a Fatty urgentemente.
—¿Qué estás diciendo? —repuso Pip, contrariado—. ¿Servir en bandeja nuestro misterio al viejo Ahuyentador? ¿Estás loca, Bets? Además, está en cama con un resfriado, según me dijo esta mañana nuestra asistenta, que también hace faenas en su casa. Eso significa que no se acercará para nada a Milton House.
Pero Pip se equivocaba. Era cierto que el señor Goon había guardado cama un día, pero, a la mañana siguiente, hallábase ya levantado, y, aunque tosiendo y estornudando, dispuesto a ir a Milton House en cuanto pudiese.
De hecho, en el preciso momento en que Pip decía a Bets que el señor Goon no se acercaría para nada a Milton House, el hombre estaba en camino de allí, a pie, debido al espesor de la nieve.
Al llegar a la Chestnut Lane vio las huellas de los neumáticos. ¿Llegarían hasta Milton House? La satisfacción del policía no tuvo límites al comprobar que, en efecto, las marcas morían ante la finca.
«¡Caramba! —se dijo el señor Goon—. ¿Conque ha venido alguien a esta vieja casa deshabitada en un magnífico cochazo? Se me antoja un poco raro. Sí, por lo visto ahí sucede algo y aquellos chavales lo han olido. Si se figuran que van a tener otro misterio en exclusiva están muy equivocados!»
El señor Goon adoptó un aire profesional y, tras ajustarse el cinturón y calarse el casco con más firmeza en su redonda cabeza, dirigióse muy cautelosamente al portillo de Milton House, procurando mantenerse fuera del alcance de la vista de las ventanas.
Al ver la profusión de huellas de pisadas que iban y venían de la puerta principal rascóse la cabeza, reflexionando profundamente. Al parecer, había gente en la casa. ¿Eran los legítimos propietarios del lugar? ¿Qué hacían allí dentro? ¿Por qué los chicos andaban siempre merodeando por allí? ¿No sería que los ladrones de las joyas Sparling hallábanse en la casa, escondiendo su botín?
El señor Goon ardía en deseos de meterse dentro de aquella casa para registrarla, seguro de que los chicos habíanlo hecho ya. Con toda, quería hacerlo sin ser visto.
Por entonces comenzaba a anochecer, pues hacía una triste y encapotada tarde invernal, que presagiaba otra nueva nevada. El señor Goon contorneó la casa con toda clase de precauciones y, ante su sorpresa, vio un negro agujero en el suelo, cerca de la cocina.
Casi sin transición comprendió que se trataba de una carbonera con la tapa retirada. El hombre la miró, sorprendido. ¿Habría bajado alguien por allí? ¡Sí! ¡Probablemente, uno de aquellos fastidiosos chicos! A lo mejor, en aquel momento, estaban registrando la casa para averiguar si había algún objeto robado escondido allí.
El señor Goon sonrojóse ligeramente. No podía soportar la idea de que aquellos chavales recibiesen, nuevos plácemes del inspector Jenks por descubrir efectos robados en la comarca de su jurisdicción. Para evitarlo, el policía decidió entrar en la casa personalmente y dar un susto mayúsculo a los posibles intrusos. ¡Qué bronca les armaría!
Con suma precaución, el señor Goon metióse por el agujero de la carbonera. Como estaba tan rollizo, poco faltó para que se quedara allí atascado, pero, a fuerza de menearse, logró aterrizar sobre el carbón.
«¡Ahora es cuestión de subir a registrar la casa y sorprender a esos pequeños entrometidos! —pensó el señor Goon triunfalmente en cuanto recuperó el aliento—. ¡Valiente susto les daré! ¡Se quedarán patitiesos! ¡Así aprenderán a no andar husmeando y metiéndose en los asuntos que sólo incumben a la policía! ¡Les daré una lección!»
Entretanto, ¿qué había sido de Fatty?
Los hombres habíanse marchado con la carta, encerrándole de nuevo en la habitación. Fatty comprendió que ambos se disponían a aguardar la llegada de alguno de los Pesquisidores, y él también acercóse a la ventana a atisbar.
Como sabemos, nadie acudió aquella mañana hasta poco antes de la hora de almorzar. Entonces presentóse Pip, y Fatty le vio recoger la carta, arrojada, al parecer, desde una de las ventanas de más abajo.
Fatty observó a Pip, pero no se atrevió a silbarle. Su única esperanza era que Pip acudiera a reunirse con los demás y juntos leyeran la carta invisible. ¡Si «al menos» adivinasen que «había» un mensaje secreto para ellos!
Al poco rato reaparecieron los dos hombres.
—Bien —dijo el de los labios delgados—, confío en que tus amigos no tardarán en venir por aquí. ¿Te gustará tener compañía? Comerás en una habitación menos confortable que ésta, chaval, y en cuanto lleguen tus amigos los meteremos allí contigo.
Fatty fue obligado a salir de la confortable habitación secreta y conducido a un aposento del piso de abajo, un cuarto muy frío y completamente vacío.
—Aquí tienes unos «sándwiches» —masculló el hombre de la cara colorada, tendiéndole unos bocadillos—, y un vaso de agua. Te encerraremos aquí y traeremos a tus amigos en cuanto los pesquemos. Me temo que tendréis que permanecer aquí uno o dos días, hasta que terminemos nuestra importante labor. Entonces, tal vez telefonearemos a la policía o a vuestros padres para darles cuenta de vuestro paradero. Después de esta experiencia, es posible que no ansiéis meteros en lo que no os importa.
Y, tras dar otra manotada a la oreja de Fatty, salió del aposento de su compañero. Fatty percibió el rumor de la llave en la cerradura.
«Bien —pensó el muchacho—, aquí se está muy mal y hace un frío glacial; pero, por otra parte, creo que podré salir de «esta» habitación. El suelo no está alfombrado y queda un buen hueco debajo de la puerta. Aguardaré a que todo esté en calma y entonces intentaré poner en práctica mi pequeño truco.»
Fatty comprobó que no había medio de escapar por la ventana debido a la distancia que la separaba del suelo. ¡Si al menos hubiese un árbol estratégicamente situado!
Acurrucándose en un polvoriento rincón, el muchacho comióse los «sándwiches» con buen apetito. Lo cierto era que los hombres habíanse mostrado muy mezquinos en lo tocante a la comida. Pese a tenerla en abundancia en la habitación secreta, todo cuanto habíanle dado en el curso del día eran dos o tres miserables bocadillos de jamón. Y Fatty, acostumbrado o comer opíparamente al menos cuatro veces al día, estaba francamente contrariado.
Después de comer y beberse el agua, acercóse a la puerta y escuchó atentamente. No se oía ni una mosca.
¿Sería acertado tratar de escaparse en aquel momento? Quizá los hombres estaban echando una siestecita arriba, en la habitación secreta. Fatty sabía que había tres individuos en la casa, aun cuando no había visto al llamado Jarvis, sin duda una especie de criado. A lo mejor, Jarvis tenía orden de acechar la llegada de los chicos.