Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (4 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Abderramán doblega a Navarra

Acabamos de asistir a una escena de impacto: las tropas cristianas desarbolan a las del califa Abderramán a la altura de Osma, en Soria. Pero ¿qué se le había perdido a Abderramán en Soria? Es que el objetivo final del califa no era Soria, sino Navarra. Eso es lo que hay que contar ahora. Porque aquí se lucirá Abderramán con una de sus más audaces jugadas políticas.

En efecto, ¿por qué Soria? Las tierras sorianas habían sido uno de los escenarios más disputados de la repoblación. Al reino cristiano del norte le había costado mucho llegar hasta allí, al alto Duero. Entre otras cosas, las tierras de Soria cortaban el camino entre Aragón y la Meseta norte: eran un lugar de paso importante para el control musulmán de la Península y, por eso mismo, Córdoba hizo cuanto pudo para evitar que la colonización cristiana bajara hasta ellas.Ahora bien, lo que estaba en juego en este momento era algo más.Y el propio Abderramán nos desvelará el misterio cuando al año siguiente, verano de 934, repita la operación: otra vez una incursión contra la plaza de Osma. Porque el objetivo no era Osma; el objetivo era Navarra.Y el califa, esta vez, logrará su propósito.

¿Qué tenía Navarra para despertar la codicia del califa? Navarra se había convertido en una pieza esencial del equilibrio de poder. ¿Por qué? Por su situación geográfica. El Reino de Pamplona era el gozne que unía la España cristiana: la del Pirineo, en el este, con la del Reino de León, en el oeste.Además, era el colchón que separaba el reino de los francos, en el norte, y el califato de Córdoba, en el sur.Y por si esto fuera poco, Navarra era también el punto desde el que se podían controlar varias zonas clave: el rico valle del Ebro riojano, codiciadísimo por su valor económico; el alto Duero, flanco oriental de la expansión castellana; los grandes llanos del Ebro aragonés, antaño feudo de los Banu-Qasi y ahora predio del califato de Córdoba.

Al calor de esa importancia estratégica, las grandes familias navarras habían ido construyendo un reino de cierto fuste. Hagamos memoria. Al día siguiente de la invasión mora, el territorio navarro quedó en manos de dos familias enfrentadas entre sí: los Íñigo y los Velasco, cada una de ellas aliada a los grandes poderes del momento; a los cordobeses los primeros, a los carolingios los segundos. Unos y otros protagonizaron distintos choques que se tradujeron en violentas alternancias de poder. De la dinastía Íñiga saldría Íñigo Arista, que en torno al año 824 estabilizó la situación: derrotó a sus rivalesVelascos y creó el primer Reino de Pamplona. No lo hizo apoyado ni en cordobeses ni en carolingios, sino en los Banu-Qasi, la poderosa familia del valle del Ebro que había salvaguardado su dominio convirtiéndose al islam, y simultáneamente en el obispado de Pamplona. Así, en esa ambigua posición, nació y creció el Reino de Pamplona.

Después el paisaje fue cambiando. Navarra volvió los ojos hacia el Reino de Asturias. Los reyes de Oviedo casaron con princesas de Pamplona. La alianza entre las dos coronas se convirtió en una constante de la Reconquista. La última gran jugada de Alfonso III, al alba del siglo X, fue promover un golpe en Pamplona que apartó del trono al anciano Fortún, demasiado proclive a pactar con los moros, y encumbró a la dinastía jimena en la persona de Sancho Garcés y su esposa Toda Aznar. A partir de ese momento, Navarra y León no sólo compartieron sangre real, sino que además combinaron sus operaciones militares y políticas. Sancho Garcés no perderá la oportunidad: va a extender sus dominios hacia Aragón y La Rioja, territorios que quedaron bajo la órbita de Pamplona.

Ahora, en el momento de nuestro relato, Pamplona sigue fuerte, pero la corte atraviesa por una situación delicada. Sancho Garcés ha muerto en 925 dejando un hijo menor de edad: García Sánchez. Mientras García crece, la regencia del reino la desempeña un hermano de Sancho:Jimeno Garcés. Pero quien controla los hilos de la corte es la reina viuda, doña Toda Aznar, que no sólo pesa en Pamplona, sino también en León. Vale la pena desenredar el ovillo familiar, porque es clave para nuestra historia: doña Toda, viuda de Sancho Garcés, madre del heredero García Sánchez, es además suegra de Ramiro II, porque el rey de León está casado con una hija suya, Urraca. El regente de Pamplona, Jimeno, muere a su vez en 931, cuando el heredero aún no ha alcanzado la mayoría de edad. Se crea un turbio vacío de poder. Doña Toda navega como puede entre las ambiciones y las intrigas de unos y otros.Y ahí encontrará Abderramán un excelente argumento para meter la cuchara e imponer exigencias a los navarros.

¿Y qué pinta Abderramán en todo esto? ¿En nombre de qué podía el moro imponer sus exigencias a Pamplona? ¿Simplemente por la amenaza de las armas? No, había algo más:Abderramán podía plantear sus exigencias en nombre de la sangre. Porque resulta que Abderramán III era sobrino de la reina navarra doña Toda. En ese sentido, el califa de Córdoba podía plantear nada menos que una reclamación del trono navarro.Vamos a ver por qué.

Esta historia, aunque tiene bastantes cosas abominables, es muy relevante, así que hay que contarla con detalle. Mucho tiempo atrás, hacia 860, el emir Muhammad había hecho cautivo al heredero del trono navarro, Fortún Garcés. Este Fortún estuvo preso en la corte cordobesa nada menos que veinte años.Y no estuvo solo, sino que con él compartieron cautiverio algunos familiares; entre ellos, su hija Oneca. Esta Oneca, cautiva en Córdoba, fue dada en matrimonio al entonces príncipe Abdallah, luego emir. Oneca tendrá un hijo de Abdallah: Muhammad. La joven princesa volverá a Pamplona, donde se casará con el caballero Aznar Sánchez de Larraun. Oneca y Aznar tendrán una hija: doña Toda, la misma que ahora es reina de Pamplona.

¿Y qué fue del pequeño Muhammad, el hijo moro de Oneca? Muhammad se quedó en Córdoba: era el hijo predilecto del príncipe Abdallah. Pasará el tiempo y este Muhammad, medio omeya y medio pamplonés, tomará por esposa a otra cautiva cristiana: la concubina Muzayna.Y de Muzayna nacerá nuestro Abderramán.Ahora bien, esto no es todo. Cuando Abdallah llegue al trono, pensará en Muhammad como sucesor. Pero había otros hijos de otras esposas, y así, un hermano de Muhammad, un tal Mutarrif, que ambicionaba el emirato, decidió asesinar a su rival. Mutarrif mató a Muhammad. La cólera del emirAbdallah fue inefable. El padre ordenó la ejecución del hijo asesino: Mutarrif desapareció también.Y el pequeño Abderramán, huérfano, nieto de la pamplonesa Oneca e hijo de cristiana, será designado como sucesor. Ahora, 934,Abderramán estaba en condiciones de invocar sus derechos de sangre.

Recapitulando: Abderramán era nieto de la cautiva Oneca; la reina Toda, a su vez, era hija de Oneca; por tanto, el califa de Córdoba era so brino de la reina de Pamplona. La situación es descabellada, pero así eran las cosas.Y más aún: como el rey Ramiro II de León estaba casado con una hija de Toda, he aquí que Ramiro y Abderramán eran primos políticos. Desconcertante, ¿verdad?

Abderramán tiene noticia de los problemas por los que pasa la corte pamplonesa: un rey muerto, un regente igualmente difunto, un heredero menor de edad y una reina que es tía del propio califa.Y no tarda ni un momento en obrar en consecuencia. Todo parece dispuesto a propósito para que el califa se haga con el poder en Navarra.

Eso es lo que estaba haciendo Abderramán en el Duero en 934; por eso atacaba a la altura de Osma: no era Osma lo que le interesaba, sino Pamplona. Así, los ejércitos del califa cruzaron el Duero y siguieron camino hacia el norte. Llegaron a Navarra y amenazaron con asolarlo todo a su paso. La reina doña Toda, literalmente entre la espada y la pared, no tuvo opción: invocó sus lazos de sangre y pidió al califa que le concediera la paz. Era lo que Abderramán esperaba: el califa exigió que la reina acudiera al campamento musulmán como garantía. Doña Toda cedió. Ocurrió en Calahorra, donde Abderramán había instalado su cuartel general. Allí doña Toda, recibida con altos honores, se vio sin embargo obligada a rendir vasallaje a su sobrino Abderramán III. Éste reconoció a García, el hijo de Toda, como rey de Pamplona, pero no hay que engañarse: Navarra se sometía a Córdoba como reino vasallo. El equilibrio de poder en la Península sufría un vuelco determinante.

Pero el episodio no acabó aquí, Porque Abderramán, en el camino de vuelta, aprovechó para arrasarlo todo. Pasó por Álava y la asoló. Marchó después contra Burgos y el monasterio de Cardeña, donde mandó matar a doscientos monjes. No retrocedió hasta que un enjambre de partidas de «caballeros villanos», campesinos armados, haciendo guerra de guerrillas, empezó a incordiarle a la altura de Hacinas. ¿Y dónde estaba mientras tanto el rey Ramiro II? Estaba camino de Osma para cortarla retirada del califa. Ramiro llegó, en efecto: trabó combate con las tropas musulmanas y les infligió daños de cierta consideración. «Nuestro rey Ramiro les salió al encuentro en Osma y mató a muchos millares de ellos», dice una crónica. Mató a millares, sí, pero Abderramán III volvía a Córdoba victorioso y llevaba en las manos una baza extraordinaria: Pamplona, nada menos. El califa había roto a la cristiandad en dos.

Ramiro, señor de León y de Galicia y de Castilla y de Asturias y de Portugal, reclamaba el primer puesto entre las coronas hispanas. Pero Abderramán, señor de Córdoba y de Toledo y de Mérida y de Zaragoza, y ahora, además, amo de Pamplona, podía exhibir títulos muy semejantes. Ramiro quedaba obligado a mover ficha con rapidez, y no podía ser una ficha cualquiera. Lo hará, y realmente demostrará un talento superlativo, a la altura de su rival.

Ramiro devuelve el golpe y devora Zaragoza

Difícil momento para Ramiro: sus fuerzas eran inferiores a las del cordobés, pero, si quería mantener el prestigio de la corona leonesa, tenía que mostrarse al menos tan fuerte como su enemigo. ¿Qué hacer? Ramiro necesitaba una solución.Y esa solución tenía que implicar también a Navarra, porque era preciso que el joven reino pamplonés volviera al marco de alianzas cristiano. Pero ¿dónde actuar? Tenía que ser un lugar que no exigiera una excesiva concentración militar, para no desguarnecer el propio frente; era decisivo, además, que el alcance político de la operación permitiera paliar los estragos causados por la debacle navarra. De momento, parece que el rey de León pactó un alto en las hostilidades con el califa; eso debió de ser hacia 935.Y fue quizás entonces cuando Ramiro puso sus ojos en una ciudad clave. Esa ciudad era Zaragoza.

Hablemos de Zaragoza, la linajuda capital del Ebro: asentamiento celtíbero, gran ciudad romana, sede episcopal visigoda y, desde la invasión de 711, centro de la Marca Superior de la frontera musulmana. En el sistema de poder moro, Zaragoza era una pieza crucial: la plaza desde la que se controlaba el norte de la Península. Por eso mismo será objeto de innumerables luchas de poder. Nada menos que Carlomagno quiso cobrársela en su momento; en el camino de vuelta sufrirá la derrota de Roncesvalles. Después, Zaragoza será piedra de discordia entre el emirato, que quería mantenerla bajo su control, y los Banu-Qasi, que la codiciaban para asentar su poderío en el valle del Ebro. Finalmente, hacia 890, Córdoba logró recuperar la ciudad desplazando a los Banu-Qasi e instalando allí a un clan árabe procedente del Yemen: los tuyibíes. Con el tuyibí Muhammad Alanqar (que quiere decir «Mohamed el Tuerto»), Zaragoza permaneció fiel a Córdoba. Pero ahora, año 935, había pasado ya mucho tiempo desde aquello y las cosas habían vuelto a cambiar.

¿Qué había cambiado en Zaragoza? En realidad, lo que había cambiado era la política de sus dueños. El secreto es el de siempre: el poder. Controlar Zaragoza era una baza muy importante, tanto por el valor estratégico de la ciudad como por la riqueza de sus campos.Así los tuyibíes, poco a poco, empezaron a multiplicar los gestos de independencia frente a Córdoba. Abderramán III tendrá que intervenir varias veces para conservar la ciudad bajo su mando. Pero los tuyibíes se mantendrán en sus trece y no perderán oportunidad para manifestarse remisos al control del califa. La ira del califa, mientras tanto, crecía.Y estallará cuando, tras la derrota de los moros en Osma, en 933,Abderramán culpe directamente de ella al caudillo tuyibí de Zaragoza, Abu-Yahya, que las crónicas cristianas llaman Aboyaia.

Parece que el primer conflicto entre Abderramán y Aboyaia se saldó con un cierto acuerdo: Aboyaia manifestaba su obediencia a Córdoba y Abderramán, por su parte, concedía a los territorios de la Marca Superior cierta autonomía respecto al califato. Pero fue un acuerdo precario: Aboyaia no tardó en volver a multiplicar los gestos de independencia. Los documentos cristianos de la época incluso le llaman «rey de Zaragoza». De esta manera, corriendo el año 937, los tuyibíes zaragozanos llegaron a declararse abiertamente en rebeldía hacia Córdoba.Y Ramiro, el rey de León, supo dónde tenía que actuar. La Crónica de Sampiro, que es la canónica para el periodo de Ramiro II, cuenta así lo que sucedió:

Ramiro reuniendo su ejército se dirigió a Zaragoza. Entonces el rey de los sarracenos,Aboyaia, se sometió al gran rey Ramiro y puso toda su tierra bajo la soberanía de nuestro rey. Engañando a Abdarrahmán, su soberano, se entregó con todos sus dominios al rey catóhco.Y nuestro rey, como era fuerte y poderoso, sometió los castillos de Aboyaia, que se le habían sublevado, y se los entregó regresando a León con gran triunfo.

Una jugada magistral: Abderramán había golpeado a la cristiandad forzando el vasallaje de Navarra. Ahora Ramiro devolvía el golpe forzando el vasallaje de Zaragoza.Y con la diferencia nada desdeñable de que Navarra, después de todo, había sido sometida por la amenaza de las ar mas, pero Zaragoza se había entregado por propia voluntad. Las palabras de Sampiro sobre la intervención de los ejércitos leoneses hay que ponerlas en su justa dimensión: no fue necesario librar grandes batallas para que los castillos de Aboyaia se rindieran; las propias fuerzas del caudillo tuyibí se encargaron de la tarea. Sin duda los tuyibíes aspiraban a heredar la determinante influencia que un día tuvieron los Banu-Qasi.

¿Y no había roto así Ramiro la tregua pactada con Córdoba? En realidad, no: los ejércitos cristianos no habían atacado a los califales, sino que se habían limitado a actuar en un asunto político en un territorio que no se consideraba sujeto al califa.Y hay otra cosa que es preciso añadir: entre las tropas que quedaron en Zaragoza respaldando a Aboyaia no había sólo contingentes leoneses, sino también guarniciones navarras. ¿Navarros? ¿Y qué hacían allí? Sin duda la reina doña Toda paladeaba su venganza por la humillación sufrida tres años atrás.

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