Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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José Javier Esparza comienza la historia de este libro donde terminó
La gran aventura del Reino de Asturias
―del que lleva vendidos más de 30.000 ejemplares―. Han concluido los tiempos agónicos de la primera resistencia cristiana contra el invasor musulmán y entramos en una España de moros y cristianos donde no siempre es fácil separar historia y leyenda: una España de doncellas cautivas y reinas moras, de guerreros y trovadores, de monjes y comerciantes en un tiempo en el que la vida era una apuesta continua.

El período de Reconquista que ahora se abre ―desde el siglo X al comienzo del XIII― no va a ser más pacífico que el anterior pero el escenario se amplía hacia el sur de las montañas y asistimos al nacimiento y expansión de los reinos cristianos: Castilla, Navarra, Aragón y Portugal, enfrentados al poder de Al-Ándalus.

En esta España de los cinco reinos vivirán, guerrearán y amarán personajes míticos que, sin embargo, existieron realmente, como el gran Abderramán, el conde Fernán González, Almanzor, el Cid Campeador o la reina Urraca, enfrentados en batallas épicas que cambiaron el curso de la historia, hasta llegar, en 1212, al lance definitivo: Las Navas de Tolosa.

José Javier Esparza

Moros y Cristianos

La gran aventura de la España medieval

ePUB v1.0

Crubiera
19.04.13

José Javier Esparza, 2011.

Ilustraciones: CalderónStudio

Diseño portada: Esfera de libros

Editor original: Crubiera (v1.0)

ePub base v2.1

Para Aurora

INTRODUCCIÓN

LA GRAN AVENTURA
DE LA ESPAÑA MEDIEVAL

Hubo un momento en el que la España histórica, la Hispana que habían creado los romanos y que se perpetuó con los visigodos, estuvo a punto de desaparecer. Fue en el año 711, cuando una potencia extranjera intervino para decidir una guerra civil. Dos facciones de la élite goda se enfrentaban por hacerse con la corona. Una de ellas llamó en su socorro a los extranjeros. Lo mismo había pasado otras veces, pero en esta ocasión ocurrió algo nuevo: los extranjeros, una vez cumplido su objetivo, no volvieron a su casa, sino que se quedaron aquí y se hicieron con el poder. Esos extranjeros eran los musulmanes del norte de África, que desde medio siglo antes estaban protagonizando una prodigiosa expansión por toda la cuenca del Mediterráneo y hasta las inmensas extensiones de Persia. Así comenzó la invasión musulmana de la Península Ibérica.

En muy pocos años, los nuevos amos se extendieron por toda la vieja Hispana. Con el poder local en plena descomposición, no les costó demasiado conquistar los principales centros de la vida española: Toledo, Sevilla, Mérida, Zaragoza y las áreas más fértiles y ricas de la Península, desde los valles del Guadalquivir, el Tajo y el Ebro hasta el litoral mediterráneo. En ciertos lugares tuvieron que emplear la fuerza militar. En la mayoría de los casos, sin embargo, les bastó con llegar a pactos con los grandes terratenientes y los patricios de las ciudades. ¿En qué consistía ese pacto? En esto: a cambio de la conversión al islam y de una declaración de sumisión política, los poderes locales mantendrían ciertas libertades y los grandes propietarios conservarían sus posesiones. El poderoso Teodomiro, amo de lo que hoy es Murcia, se islamizó como Tudmir. El decisivo clan de Casio, en el valle del Ebro, se islamizó como Banu-Qasi. Las conversiones de este género debieron de contarse por millares.Y así, en muy pocos años, la Hispana goda se convirtió en un país bajo control musulmán.

Sin embargo, hubo un lugar donde el poder musulmán tuvo que retroceder: fue en un pequeño rincón de la Cornisa Cantábrica, al abrigo de los Picos de Europa. Allí, en Asturias, el tesón y la fe de unos pocos hombres, pegados a un terruño imposible, salvaron literalmente la cristiandad en España. Entre colonos, monjes, reyes y guerreros, un minúsculo enclave en Cangas de Onís creció hasta convertirse en todo un reino que abarcaba desde el Duero hasta el Cantábrico, desde las costas atlánticas de Galicia y Portugal hasta las sierras de Álava y de Soria. Al mismo tiempo, el Imperio carolingio, en lo que hoy es Francia, marcaba una ancha frontera con los musulmanes a lo largo de los Pirineos: a eso se lo llamó Marca Hispánica y de ahí nacerían el reino de Navarra, el condado de Aragón y los condados catalanes. Desde ese momento, y durante dos siglos de hierro, la vieja Hispana cristiana y goda trató de sobrevivir frente al nuevo poder musulmán. Es la historia que hemos contado en otro volumen: La gran aventura del Reino de Asturias. Fue una epopeya extraordinaria. Pero era una historia que no había hecho más que empezar. Cuando el Reino de León se consolidó en el tercio norte de la Península, comenzó en realidad una aventura nueva: la gran aventura de la España medieval.

Viajemos ahora en el tiempo: estamos en León, noviembre del año 931, corte del rey Ramiro II. Han pasado ya dos siglos desde el episodio fundacional de Covadonga, cuando comenzó la resistencia contra el moro.Y ahora una tensa inquietud recorre las calles de la que fue ciudad legionaria, reconvertida en capital del viejo Reino de Asturias. Ramiro acaba de ser coronado tras una áspera guerra civil.Ya no es rey de Asturias: Ramiro es ya rey de León, que ése es el nuevo nombre del reino, y sus dominios abarcan desde Galicia hasta Álava y desde el Cantábrico hasta el Duero. León tampoco es Oviedo: al cobijo de las viejas murallas romanas han ido acogiéndose centenares de personas venidas de todas partes, lo mismo nobles que siervos, lo mismo astures que mozárabes o francos, y el núcleo urbano, si así se le puede llamar, es un caos más bien menesteroso e insalubre. Pero es esa pequeña y caótica ciudad, capital de un reino precario, la que ahora, noviembre de 931, se conmueve por un hecho insólito: Toledo pide socorro. Es la primera vez que pasa algo semejante.

En efecto, Toledo, la vieja capital goda, pide auxilio al rey de León. Toledo es ciudad mora, sí, pero siempre ha sido muy celosa de su auto nomía.Y ahora, ante la presión del emir de Córdoba, los toledanos prefieren recurrir al rey de los cristianos antes que doblar la cerviz. ¿Una ciudad mora pidiendo socorro a un rey cristiano contra el rey de los moros? Sí. Porque en esta España de moros y cristianos, y en este momento de nuestra historia, los campos no están definidos de manera tajante. En la España mora sigue habiendo numerosísimos mozárabes, es decir, cristianos bajo poder musulmán, que probablemente constituían todavía la mayoría de la población en Al-Ándalus. Por otro lado, las viejas ciudades hispanas —Mérida, Zaragoza, la propia Toledo—, aunque obedientes a Córdoba, no van a dejar de amagar pactos con los cristianos cada vez que vean sus libertades amenazadas por el poder moro.Y además, en escenarios como el valle del Ebro y Navarra hay un intenso intercambio entre cristianos y moros, en paz unas veces, en guerra otras, haciendo el paisaje extremadamente fluido. Por eso los patricios de Toledo, sintiéndose presionados por Córdoba, resolvieron pedir socorro al rey de León.

La llegada de los mensajeros de Toledo a la capital leonesa debió de ser cosa digna de verse: no sabemos cómo fue, pero podemos imaginar una comitiva de notables personajes ataviados a la usanza mora, cruzando la áspera Meseta castellana, con rumbo a una ciudad lejana en un mundo que en realidad estaba comenzando a nacer. No perdamos de vista otra cosa: que Toledo recurriera a León significaba que los ricos estaban pidiendo ayuda a los pobres. Porque la España cristiana, a la altura del año 931, era el mundo pobre: sin capacidad para acuñar moneda propia, con rutas comerciales muy primarias, con una población bastante escasa y condenada a una economía de subsistencia.Y sin embargo, a pesar de esa precariedad, León estaba en condiciones de socorrer a Toledo. ¿Por qué? Porque aquel reino cristiano del norte había encontrado en la Reconquista una razón de ser: desde las crónicas de Alfonso III, a finales del siglo IX, la monarquía que pasó de Oviedo a León se había identificado plenamente con la herencia goda y por tanto reclamaba todo el territorio de lo que un día fue Hispania.Y esa doctrina, la recuperación de la «España perdida», había dado un sentido a todos los esfuerzos de aquella gente.

¿Cuál era entonces la situación? ¿Qué estaba pasando? Muy sumariamente, podemos decir que el paisaje estaba así: por una parte, los cristianos no sólo habían llevado sus fronteras hasta el río Duero, sino que in cluso lo cruzaban hacia el sur en busca de nuevas tierras; los musulmanes de Córdoba, por su lado, consolidaban su frontera al sur del Sistema Central, de manera que la Meseta norte, todo lo que hoy es Castilla y León, quedaba abierta a las expediciones cristianas. O sea que, sólo dos siglos después de la invasión mora, más de un tercio de la Península ya era de nuevo cristiano.Y en los años siguientes la expansión cristiana hacia el sur iba a ser todavía más intensa. El escenario de la Reconquista ya no estará en las estepas del valle del Duero, sino en las sierras castellanas, en el valle del Tajo y en las grandes llanuras del Ebro. Hasta aquí vamos a trasladar ahora nuestro relato.

Todo esto abre una nueva etapa en la historia de la Reconquista, y eso es lo que vamos a contar en Moros y cristianos. Han terminado los tiempos agónicos del primer Reino de Asturias, aquellos tiempos siempre bajo amenaza, siempre al borde de la catástrofe, aquella resistencia desesperada contra un enemigo infinitamente superior, donde todos los días se jugaba la supervivencia de la cristiandad en España. El periodo que ahora se abre no va a ser más pacífico, pero el gran proceso histórico es otro: dejamos atrás la fase de la resistencia, primero, y de la consolidación después, y pasamos a una etapa nueva. Asistiremos al nacimiento y expansión de varios reinos cristianos en la Península, a su superioridad militar frente al islam y, en definitiva, a la conformación de las identidades históricas y políticas que van a dar lugar a España tal y como la conocemos hoy.

Varios reinos cristianos, sí: los cinco reinos.Y ahora es ya momento de hablar de ellos. Hasta entonces no había otro que el Reino de Asturias, que fue el primero que surgió en la Península como resistencia al islam y que reivindicó la herencia de la corona goda (Navarra vino después). El Reino de Asturias cumplió una misión histórica trascendental, decisiva: mantener viva la llama de la Hispana cristiana y romana frente a los musulmanes. Cumplida esa misión, convertido ya en Reino de León, el Reino de Asturias va a compartir protagonismo con otros poderes cristianos: Castilla, que es propiamente hija del reino asturleonés; Navarra, que va a ser el eje de la cristiandad peninsular durante mucho tiempo;Aragón y los condados catalanes, que tendrán que afrontar la parte más dura de la Reconquista sobre las sólidas posiciones musulmanas en el Ebro; y en el oeste nacerá, andando los años, el Reino de Portugal.

Todos estos reinos cristianos no siempre conforman un frente común. Con frecuencia los veremos aliados, pero con la misma frecuencia los veremos en guerra: las grandes familias se disputan la corona en combates que sólo pueden resolverse con la muerte de alguno de los contendientes. Se pelea con todos y contra todos.Vamos a asistir a intrigas sin fin y a maniobras donde la astucia se combina a veces con la crueldad, a veces con la grandeza de espíritu. Es verdad, eso sí, que todos los reinos cristianos mantienen un objetivo común: la proyección hacia el sur, la recuperación del territorio ocupado por los musulmanes. En eso todos están de acuerdo.

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