Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (60 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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También en la primavera de 1087 debió de acontecer la esperada reconciliación entre Alfonso VI y Rodrigo Díaz de Vivar. Parece que ésta comenzó en el cerco de Zaragoza, el año anterior. En todo caso, es en aquella primavera cuando consta la presencia de Rodrigo en la corte toledana, donde obtiene la tenencia de varios dominios (Dueñas, Gormaz, Langa, Briviesca) y además se le encomienda la defensa del Levante. ¿Y en qué consistía esa defensa? En garantizar que los reyes taifas de Zaragoza y Valencia, al-Mustaín y al-Qadir respectivamente, ambos aliados de AlfonsoVI, no cayeran bajo la presión almorávide. Pero la misión del Cid tenía un capítulo más: una carta del propio Alfonso que confirmaba a Rodrigo, con derecho de herencia, la posesión de todas las tierras que conquistase. Así el rey de León apuntaló su flanco oriental.

Y después de apuntalar el flanco oriental, Alfonso volvió los ojos al flanco occidental, el territorio portugués, en torno a la plaza esencial que era Coimbra. El mozárabe Sisnando Davídiz, que había dejado la ciudad portuguesa para gobernar Toledo, volvía ahora a Coimbra para fortificar toda la región. Sisnando debía de ser por entonces un anciano, pero dio pruebas de una energía considerable: organizó la repoblación de Tentugal, Castañeda, Arauca y Penela, levantando fortalezas en cada una de ellas, y además instaló en Coimbra a su primer obispo, de nombre Paterno. Así AlfonsoVI aseguró su posición en el oeste. El resultado era una larga linea de frente, del Mediterráneo al Atlántico, mejor fortificada que nunca.

Volvamos a Valencia, que va a convertirse en el principal centro de atención de la Reconquista durante estos años. ¿Qué estaba pasando en Valencia? En la capital mediterránea, recordemos, gobernaba el ex rey de Toledo, al-Qadir, en virtud de su pacto con Alfonso. Pero cuando Álvar Fáñez se marchó de allí para acudir a Sagrajas, la posición de al-Qadir se hizo extremadamente delicada. ¿Por qué? Porque eran muchos los que codiciaban aquella plaza, muy preciada por sus riquezas agrarias y comerciales. La codiciaba al-Mundir, el rey taifa de Lérida; la codiciaba su sobrino y enemigo, al-Mustaín, rey de Zaragoza, y la codiciaba también el conde de Barcelona, Berenguer Ramón II, el Fratricida, que aún no había tenido que exiliarse y trataba de ampliar su poder a costa del sur.Valencia, en fin, estaba en peligro. El rey de Lérida y el conde de Barcelona eran aliados; el rey de Zaragoza y el de León, también. Así se construyeron los bandos del combate. Pero el Cid tenía sus propios criterios.

Cuando al-Mundir de Lérida y el Fratricida de Barcelona emprendieron una ofensiva conjunta para tomar Valencia, el Cid les salió al en cuentro. Rodrigo consiguió levantar el asedio de la ciudad, pero los moros de Lérida se hicieron con Sagunto (que entonces se llamaba Murviedro) y establecieron allí un baluarte inexpugnable que, además, les permitía amenazar Valencia. Como el Cid se veía sin capacidad de maniobra, optó por viajar a Toledo para entrevistarse con Alfonso. Allí Rodrigo expuso al rey sus planes y pidió refuerzos.Volvió aValencia y lo que encontró era todavía peor que lo que había dejado: ahora el Fratricida en persona estaba asediando Valencia. El Cid, sin embargo, se las arregló para echarlos de allí. Más aún: a partir de este momento el Cid empezará a cobrar las parias de Albarracín, Alpuente y la propia Valencia.

Muchos kilómetros al sur de Valencia, ya en las tierras de Murcia, hay un pueblo que se llama Aledo. Hasta allí, a pocos kilómetros de las costas mediterráneas, habían llegado las fronteras de AlfonsoVI de León después de conquistar el Reino de Toledo. Aledo era una plaza decisiva: literalmente, el vigía de los pasos entre Levante yAndalucía.A sólo cuarenta kilómetros del puerto murciano de Mazarrón,Aledo era una lanzadera para partir la España musulmana en dos. Por eso Alfonso VI, una vez ocupado el reino moro de Toledo, se apresuró a emplazar allí un baluarte. ¿Y qué tiene que ver esto con el Cid? Mucho, porque aquí, en Aledo, se firmará el segundo destierro de Rodrigo Díaz de Vivar.

A aquel pueblo de Aledo había ido a parar un noble castellano, García Giménez, que ocupó el lugar y lo convirtió en plaza estratégica desde la que podía acosar a los moros de Alicante, Granada y Almería. Para colmo de males, el rey de la kora de Murcia, Ibn Rasiq, se había proclamado independiente de la taifa de Sevilla, a la que teóricamente pertenecía. Entre las correrías de García Jiménez y la rebeldía del murciano Ibn Rasiq, los reyes moros de taifas volvieron a sentirse acosados. Necesitaban suprimir la plaza de Aledo. Pero solos no podían. ¿Y a quién pidieron auxilio? Nuevamente, al emperador almorávide Yusuf benTashfin.

Era el verano de 1088. El emperador almorávide cruzó por segunda vez el mar para desembarcar en España. El viejoYusuf entendía perfectamente la enorme importancia estratégica de Aledo. No ahorró esfuerzos. Sin duda contemplaba una victoria del mismo calibre que la de Sagrajas. Alfonso VI, cuando se enteró del desembarco, reunió un ejército de dieciocho mil hombres, marchó sobre el lugar y además ordenó al Cid que se le uniera enVillena para reforzar la plaza. Pero el Cid no acudió.

¿Por qué el Cid no fue a Villena ni, después, a Aledo? No lo sabemos. Pudo ser por problemas logísticos, porque no era fácil abandonar unaValencia en peligro para marchar trescientos kilómetros hasta la plaza murciana. O pudo ser porque el Cid no quería verse con el rey. O pudo ser porque se perdió por el camino a la altura de Molina de Segura, según creen algunos. El hecho es que Rodrigo Díaz de Vivar no apareció. Alfonso VI, ciego de ira, desterró por segunda vez al Cid.Y Rodrigo decidió entonces actuar por su propia cuenta.

A todo esto, Aledo pudo defenderse sola, sin necesidad del Campeador.Yusuf, el almorávide, comprobó que sus huestes, tan eficaces en campo abierto, eran bastante poco diestras en guerras de asedio: sus máquinas eran malas; tanto que los cristianos pudieron incendiarlas en los primeros días de sitio. El viejo caudillo almorávide —ochenta años ya— se propuso entonces rendir Aledo por hambre, pero tampoco para eso estaban preparados los musulmanes: en las tropas sitiadoras no tardaron en aparecer las rencillas que rasgaban la solidaridad musulmana entre las distintas taifas.Yusuf tuvo que abandonar el campo sin tomar el castillo y volvió a África. Pero allí, en Aledo,Yusuf tomó una decisión: la próxima vez que volviera a España, sería para quedarse con todo.

Está terminando el año 1089 y tenemos dos novedades importantes en el paisaje. Una: el Cid, nuevamente desterrado, se dispone a crear su propio espacio político en el área valenciana. La otra:Yusuf ben Tashfin, el caudillo almorávide, se ha propuesto imponer su soberanía sobre el conjunto de Al-Ándalus. Las dos cosas marcarán los próximos años de la Reconquista.

Aquel loco año de 1090

Es la segunda vez que el Cid conoce el destierro, pero ahora todo es distinto: ahora Rodrigo Díaz de Vivar, en uso de su derecho, se ha construido un auténtico reino en el este, a caballo entre Valencia, Cuenca, Teruel y Castellón. Hasta hoy esas tierras obedecían, por medio de Rodrigo, a Alfonso VI de León. A partir de ahora obedecerán sólo al Cid.

Pero también estaban pasando otras cosas en España, y todas ellas muy importantes.Vamos a verlas por orden. Primero: la derrota almorávide en el sitio de Aledo ha vuelto a poner a los Reinos de Taifas en manos de Alfonso VI; sin auxilio exterior, los reinos moros no tienen otra opción que pactar con León, y esta vez Alfonso va a apretarles bien las tuercas. Segundo: mientras eso pasa en la frontera, el Reino de Aragón, en el norte, se apresura a aprovechar el nuevo clima creado por su alianza con AlfonsoVI y repuebla rápidamente la comarca de Monzón, con Zaragoza en el punto de mira. Tercero: en África, el almorávide Yusuf se ha decidido a apoderarse de toda la España andalusí e incluso va a amenazar Toledo. En un solo año, el de 1090, los acontecimientos se suceden a ritmo de vértigo y en varios frentes.Vamos a verlos uno a uno.

Primer asunto:AlfonsoVl quiere recuperar el control sobre los Reinos de Taifas. Los almorávides han fracasado ante los muros de Aledo y han regresado a África. Sin protección exterior, los Reinos de Taifas tienen que volver a la obediencia. Alfonso lo sabe. Pero ahora, además, hay un factor nuevo: todos ellos han traicionado a León en la batalla de Sagrajas. Por tanto, Alfonso extremará sus exigencias. Un buen ejemplo es la actitud de Álvar Fáñez, enviado por Alfonso VI, ante la corte de Abdalá de Granada. El rey granadino trató de despacharle con una suma muy inferior a la exigida, y Álvar Fáñez le contestó en estos términos:

De mí nada tienes que temer ahora. Pero la más grave amenaza que pesa sobre ti ahora es la de Alfonso, que se apresta a venir contra ti y contra los demás príncipes. El que le pague lo que le debe, escapará con bien; pero si alguien se resiste, me ordenará atacarlo, y yo no soy más que un siervo suyo que no tiene otro remedio que complacerle y ejecutar sus mandatos. Si le desobedeces, de nada te servirá lo que me has dado.

No era una amenaza baladí. Alfonso, en efecto, se puso en marcha y la mera presencia de sus tropas ante Guadix obligó a Abdalá a pagar lo que debía desde el año 1086, cuando Granada suspendió los pagos. En total, 30.000 dinares, una suma fabulosa.Y todo ello en un complicado paisaje político estimulado por el propio AlfonsoVI para enfrentar a unas taifas con otras. De hecho, inmediatamente después el rey de León va a invadir la Sevilla de al-Mutamid saqueando sus campos como represalia por la batalla de Sagrajas. Con lo cual, de paso, acentuaba el odio de al-Mutamid hacia Abdalá, que se había librado de la represalia a base de oro.

Mientras eso ocurría en el sur, los aragoneses proseguían su tenaz trabajo repoblador en el norte. Pedro, el hijo del rey Sancho Ramírez, ha llegado hasta la plaza de Monzón, la ha sitiado, la ha tomado y la ha convertido en centro de un reino —así se llamaba: Reino de Monzón— que extiende la frontera aragonesa hacia el sureste, a un paso de Fraga y Lérida. La toma de Monzón, según parece, se ejecutó con ayuda desde el interior de la ciudad: no sólo por parte de los mozárabes, sino también de un musulmán llamado Hotmán que había empezado por vender al rey de Aragón la cercana huerta de Ariéstolas.

La tarea es mucho más que militar: hay que crear nuevos centros urbanos, nuevas demarcaciones eclesiásticas, nuevas áreas de explotación rural. Conocemos los nombres de algunos caballeros que participaron en la tarea: Bernardo Guifredo, Guillermo Pérez, Ramón Galindo, Íñigo Sánchez, Lope Fortuñones, Jimeno Garcés… Los aragoneses no estaban solos en la tarea: contaban con el apoyo lateral de los condes de Urgel. A Armengol IV lo encontramos en ese mismo año de 1090 ocupando la villa y castillo de Calasanz. A Gerau de Pons, vizconde de Ager, lo veremos operando en las tierras entre el Segre y el Cinca.

Hacia 1090 la Huesca mora tiene que pagar parias al rey de Aragón. Sancho Ramírez ha fortificado la posición de Montearagón, desde la que amenaza directamente la huerta oscense y, por tanto, la propia supervivencia de la ciudad mora. Lo mismo va a hacer enseguida en la posición de El Castellar y en las Cinco Villas. Al oeste y al este de la sierra de Guara, las fronteras de Aragón desbordan ya la altura de Huesca y se extienden hacia el llano.

Pero aquel verano de 1090 el rey Sancho Ramírez recibió una sorprendente petición: el rey moro de la taifa de Lérida, al-Mundir, le pedía ayuda para combatir a un cierto caballero Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Cid Campeador, que estaba haciendo estragos en Levante. Porque el Cid, en efecto, se había instalado por libre y, a partir de una base ocasional en Calamocha, en Teruel, proyectaba sus ambiciones hacia el Mediterráneo. Ahora acababa de saquear la vieja taifa de Denla, dependiente del rey al-Mundir de Lérida, y ya hostigaba Sagunto y Valencia. Por eso alMundir pidió auxilio a Sancho Ramírez.Y no sólo a él, sino también a Berenguer Ramón II de Barcelona e incluso a al-Mustaín de Zaragoza. Pero, un momento: ¿acaso toda esta gente no eran enemigos entre sí? Sí, lo eran. Pero las maniobras del Cid ponían en peligro los intereses de todos ellos, de manera que todos podían estar interesados en acabar con Rodrigo Díaz de Vivar.

Ni Sancho Ramírez ni al-Mustaín accedieron a la petición de alMundir: ninguno quería problemas con Rodrigo. Es más: parece que el rey taifa de Zaragoza avisó al Cid de lo que se preparaba, a saber, la campaña de al-Mundir contra él. El único apoyo que consiguió el moro de Lérida fue el del conde de Barcelona, el Fratricida, que estaba vinculado con al-Mundir por el cobro de parias y que, además, se la tenía jurada a Rodrigo desde su anterior derrota en Almenar.Y así el rey moro de Lérida y el conde cristiano de Barcelona juntaron sus fuerzas contra Rodrigo Díaz de Vivar.

Fue en el verano de aquel loco año de 1090. Rodrigo, que se sabía en inferioridad de condiciones, esperó al Fratricida en el Pinar de Tévar, en el Maestrazgo. El Fratricida intentó sorprender a las huestes del Cid por su retaguardia. El Cid, mientras tanto, urdió una treta: algunos de sus hombres simularon una fuga y se dejaron apresar por los catalanes con objeto de proporcionarles informaciones falsas. Así el Campeador logró fragmentar a la fuerza atacante. Cuando el Fratricida atacó, su ventaja inicial ya no existía.Al primer choque Rodrigo desmanteló el centro del ataque catalán. El Cid cayó del caballo y resultó herido, pero la batalla estaba ganada. Berenguer Ramón II cayó preso junto a muchos de sus caballeros: el conde de Cervellón, Giraldo Alemán, Ramón Mirón, Ricardo Guillén…

La victoria de Tévar fue decisiva para el Cid. El botín fue enorme: sólo por el rescate de los prisioneros obtuvo 80.000 marcos de oro (1,8 toneladas de oro, nada menos). Pero más importantes aún fueron sus consecuencias políticas: el Fratricida pidió la paz y en prenda entregó al Cid las parias que cobraba por proteger Denia.A Berenguer Ramón II le esperaban en Barcelona los agrios días que finalmente le conducirían al destierro y a la muerte.Y el Campeador quedaba como dueño absoluto de Levante, a las puertas de Valencia y en tratos ya con Aragón y Zaragoza para firmar una alianza política que consolidara su poder.

Pero en algún momento de esta campaña, después de la batalla de Tévar, Rodrigo Díaz de Vivar recibió una importante carta. Se la enviaba nada menos que la reina Constanza, la esposa de Alfonso VI, y la gran dama le contaba que su marido, el rey de León, marchaba sobre Granada para combatir a los almorávides, que habían vuelto a desembarcar en España. ¿Qué estaba pasando en el sur? Volvamos allá.

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