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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (55 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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La muerte de Almodís llevó a Ramón Berenguer a acelerar los trámites de su sucesión. Bastante a tiempo, porque el propio conde abando naría el mundo de los vivos en 1076. ¿Cómo quedaba entonces el condado? En manos de los dos hermanos, a quienes el testamento paterno encomendaba el gobierno conjunto de Barcelona, Gerona y Osona, más los otros dominios incorporados a su casa. «Gobierno conjunto», en este caso, quería decir literalmente eso: ninguno de los dos podía prescindir del otro; cuando alguien jurara fidelidad a cualquiera de los dos hermanos, automáticamente la juraría al otro.Y para asegurar el plan, el viejo conde ponía a sus dos hijos bajo tutela papal. Como solución para asegurar la unidad del condado de Barcelona, no dejaba de ser original.

Lamentablemente, los dos hermanos eran cualquier cosa menos buenos camaradas. Ramón Berenguer II, llamado Cabeza de Estopa por lo rubio que era, mantenía un cierto número de privilegios que le daban alguna superioridad sobre su hermano, Berenguer Ramón II. Las disputas entre los dos fueron subiendo de tono. En un momento determinado, el papa, que al fin y al cabo ostentaba la tutela sobre ambos, intervino. Lo hizo a través de su legado Amat de Olorón. Era el año de 1077. La querella territorial entre los gemelos de Almodís se hacía tan compleja que fue preciso nombrar una comisión. Allí estarán, además del enviado papal, el obispo de Gerona y los abades de Ripoll, Sant Cugat y Sant Ponc.Y su trabajo será ciertamente arduo: satisfacer las reivindicaciones de unos y otros procurando que, al mismo tiempo, las funciones soberanas siguieran indivisas, tal y como el viejo conde había dispuesto en su testamento.

El reparto de propiedades entre los hijos de Almodís pasma por su minuciosidad y nos dice mucho sobre la recíproca desconfianza que estos hermanos se profesaban. El Cabeza de Estopa y Berenguer Ramón se repartieron, en sucesivas operaciones, la ciudad de Barcelona, Castellvell y su marca, Olérdola,Villafranca del Penedés,Vallmoll, Benviure, Gavá, Pallejá y otros dominios; después, cada cual quedó con la mitad de los castillos de Barberá y de la Bleda, e igualmente fueron demediados los condados de Carcasona y Razés. Tan poco se soportaban el uno al otro, que decidieron repartirse incluso la residencia en el palacio condal de Barcelona: seis meses al año cada uno.

Lo que no se interrumpió, a pesar de la explosiva situación del condado de Barcelona, fue la obra de reconquista. De hecho, en aquellos años la repoblación llegó hasta Torregrosa, a un paso de Lérida. Las taifas de Lérida y Zaragoza, vasalla la primera, enemiga la segunda, retrocedían.Y una vez más veremos cómo la repoblación va avanzando al margen de las conmociones que sacuden a la cristiandad en las alturas de la política.

De la huella que Almodís de la Marca dejó en Cataluña ya sólo quedaba esta rivalidad entre los dos hermanos, que en los años siguientes iba a llegar a su paroxismo. Pero quedaba también la incorporación a Barcelona del condado de Carcasona, una amplia región que abarcaba desde el Pirineo hasta la Costa Azul: Nimes, Agde, Beziers, Razés, Albi… Y el Cabeza de Estopa, por su parte, se casaba con Mafalda de Apulia, una dama normanda, de los mismos normandos que por entonces dominaban Sicilia. Sin duda sin saberlo, los gemelos de Almodís estaban prefigurando lo que sería el futuro Imperio mediterráneo de Aragón.

La melancólica historia de un abad aragonés

Ya hemos visto cómo estaban las cosas en León y en Castilla, y también lo que estaba pasando en Cataluña. Vamos ahora a Aragón, donde Sancho Ramírez sigue empeñado en prolongar la obra de su padre, Ramiro: construir un reino. ¿Y cómo se construye un reino en el siglo xi? Poniendo orden, organizando, jerarquizando, dando a cada cual su función y su lugar.Y así el orden político va amaneciendo sobre el desorden original. El mundo cambia.

Lo que está ocurriendo en Aragón en este momento, a la altura del año 1070, es que todo cambia a gran velocidad. En cierto modo, y salvadas las diferencias de tiempo y lugar, ahora vamos a ver en Aragón lo que dos siglos antes habíamos visto en Asturias. Lo que hasta hace poco era una colección desperdigada de núcleos rurales, encajonados entre las montañas, va a convertirse en una red cada vez más organizada de centros urbanos con una estructura de poder bien visible. Al paso de este cambio se transforman muchas cosas. Primero, las relaciones sociales. Además, y por supuesto, la estructura del poder.Y en medio de todos estos cambios resulta crucial el papel de la Iglesia, auténtico eje de la vertebración del territorio. Un hombre va a vivir esos cambios en primera persona: el abad de Fanlo, el reverendo padre Banzo. Él será ahora nuestro protagonista.

El abad Banzo ha aparecido en nuestra historia hace poco: cuando Sancho Ramírez conquista la plaza de Alquézar, que abre finalmente la frontera aragonesa al llano de Huesca. Era el año 1067.Y en aquel momento, el rey Sancho Ramírez, agradecido, expide una donación para nuestro abad que decía más o menos así:

Y para recompensar los buenos servicios que me hiciste y haces siempre, y porque fabricaste aquella torre en Alquézar para ensanchamiento de los cristianos y desgracia de los moros, dono al monasterio de Fanlo la villa de Beranuy, y a ti, Banzo, abad, la partida e iglesia de Santa María de Sabiñánigo.

Un hombre importante, pues, este abad Banzo de Fanlo. Lo bastante como para ayudar al rey en la tarea de reconquista y adornar la recién ganada plaza de Alquézar con la construcción de una torre, nada menos.Y bien: ¿de dónde había salido Banzo? Buesa Conde ha estudiado su figura.Y lo que sale a la luz es una imagen particularmente viva de aquellos tiempos fundacionales del Reino de Aragón.

Banzo había salido de lo más profundo del Aragón inicial, el que dormía bajo las montañas de jaca. Había nacido en el primer decenio del siglo en el pueblo de Bailo, en la orilla sur del río que daba nombre al viejo condado carolingio: el Aragón. Desde fecha tan remota como el año 1035 figura ya como abad de la casa monástica de San Andrés de Fanlo. Este pueblo, Fanlo, está en las montañas de Ordesa, a dos pasos del Monte Perdido: un escenario de paisajes muy bellos y vida muy dura. El monasterio, según parece —porque de él apenas quedan restos—, estaba un poco más al sur, cerca de Sabiñánigo. En ese paraje buscaron los monjes asiento. El monasterio había nacido bajo la protección directa de Sancho el Mayor y la diócesis de Pamplona. En torno a él se articula la repoblación con gentes venidas de Aragón y Navarra.

Recordemos qué era un monasterio en el siglo xl: el auténtico centro de la vida social en las áreas rurales. Los monjes rezan, pero también cultivan la tierra, y las paredes del monasterio sirven de referencia y de protección para las familias campesinas de la comarca. Un monasterio como este de Fanlo no es sólo un centro religioso; es también un centro político y económico. Gracias a los monasterios es posible la repoblación.

Nuestro monje, Banzo, debía de ser muy joven cuando se hizo cargo de la abadía de Fanlo, pero demostró enseguida una inteligencia y una eficacia excepcionales. Tanto que el monasterio, pese a adolecer de una situación geográfica desventajosa, pronto comenzó a prosperar y a mediados de siglo ya era uno de los más influyentes del reino. Decidido partidario del proyecto político de Ramiro, el abad Banzo prestará igualmente su apoyo a su hijo, Sancho Ramírez. Hay que recordar que el Reino de Aragón había buscado desde el primer momento el respaldo de la Santa Sede. Toda la repoblación aragonesa era en realidad cruzada, antes incluso de la cruzada propiamente dicha de Barbastro.

Desde su posición de liderazgo en la iglesia aragonesa, Banzo respalda al rey Sancho en su ofensiva reconquistadora. En 1067 es cuando se instala en Alquézar y se encarga personalmente de aquella torre que el rey tanto le agradeció. No fue, por cierto, la única recompensa que recibió Banzo: su relación con el rey Sancho era lo suficientemente fluida como para obtener de él, además, cargos de importancia para sus hermanos, y no hablamos aquí de sus hermanos de orden —benedictinos—, sino de sus hermanos de sangre.A uno de los hermanos de Banzo, llamado Lope Fortuñones, se le designará tenente de la villa de Alquézar. Al otro hermano, llamado García, le sitúan los documentos en Bailo, su pueblo natal, y cabe suponer que también se beneficiaría de la influencia del poderoso monje.

Todo cambiaría, sin embargo, en los años inmediatamente siguientes. Los aires de cambio que soplan en la Iglesia y en el reino dejarán a Banzo en una posición francamente dificil. Todo había empezado unos años atrás, cuando el legado pontificio Hugo Cándido llegó a España para implantar las reformas de Cluny. Hugo, además de presidir un concilio en Nájera, vino con el encargo de reformar la Iglesia en Navarra y en Aragón. En 1068, el rey Sancho Ramírez peregrinó a Roma, declaró al Reino de Aragón vasallo de la Santa Sede y obtuvo del papa el título de miles Sancti Petri, guerrero de San Pedro.Volvió convencido de la necesidad de implantar las reformas que el papa pedía.

¿Y en qué consistían esas reformas? Sobre todo, en dos cosas. La primera, aplicar la nueva línea cluniacense a los monasterios. Recordemos: apartar a los monasterios de la tutela de los nobles, práctica que estaba dando lugar a muchos abusos, y situarlos bajo la autoridad directa del papa, para garantizar su pureza religiosa. Ésta era la base de la reforma cluniacense, que ya hemos visto aquí, y que en España había entrado casi un siglo antes a través de Cataluña. La reforma incluía la homologación de la liturgia, es decir, la sustitución de las liturgias locales —en España, el rito mozárabe de origen visigodo— por el rito romano. Pero además de esta reforma cluniacense había otra de importancia no menor, la reforma gregoriana, así llamada por el nombre del papa Gregorio VII, y que modificaba a fondo la vida y organización de monasterios y catedrales: a partir de ahora, los monjes vivirían en común y con voto de pobreza, de manera que los canónigos no podrían poseer bienes ni disponer de ellos.Y todas estas cosas cambiaban radicalmente el paisaje.

Banzo recibió las novedades con abierta hostilidad. Se sabe que el primer monasterio aragonés en aplicar las reformas fue el de San Juan de la Peña, donde estaba el panteón real y que era, por así decirlo, el más vinculado a la persona del rey. En San Juan de la Peña se cambió al abad (llega un monje francés llamado Aquilino), se cambió el rito litúrgico y también se cambiaron las costumbres monacales. De todos estos cambios, el más explosivo era el que afectaba a la liturgia: el rito mozárabe, tradicional en España, era sustituido por el nuevo rito romano.Y la sustitución no se limitaría a San Juan de la Peña, sino que tendría que extenderse al conjunto de la Iglesia aragonesa. El abad Banzo será el primer disidente.

Pero, además, la reforma gregoriana ponía a Banzo literalmente fuera de juego. Él había encarnado mejor que nadie en Aragón la función tradicional de los monasterios: ser centros económicos y políticos que permitían organizar el territorio en las duras condiciones de la primera repoblación. Pero ahora el papa, para perseguir los abusos que inevitablemente acompañaron a aquel cometido, vetaba a los clérigos la posesión de bienes.Y sin bienes, ¿cómo seguir desempeñando aquella función? Era simplemente imposible. El mundo acababa de cambiar de un plumazo. Y Banzo ya no cabía en él.

El monasterio de San Andrés de Fanlo adoptó la reforma gregoriana en 1071. El rey nombró nuevo abad: el monje JimenoVita. Nuestro abad Banzo, muy contrariado, pero obediente, prefirió marcharse: no tenía otra opción. Fue acogido en San Juan de la Peña, por el abad Aquilino, el francés, «con honor y distinción». Banzo no quiso permanecer en el gran monasterio pinatense, sino que pidió se le alojara en alguno de los pequeños cenobios que dependían de San Juan. Fue en viado a San Martín de Cercito, en el recóndito paraje montañoso de Acumuer. Allí pasó sus últimos años, alejado del mundo y, por supuesto, del poder.

La vida del abad Banzo no tuvo un final feliz.A nuestro anciano abad le había pasado la historia por encima y después le había dejado a un lado. Él, que había sido la representación más acabada del viejo papel de la Iglesia en la temprana Reconquista, se veía ahora fuera del curso de los tiempos. Seguramente en su último retiro monacal, en la oración y en la soledad, encontró Banzo el consuelo para soportar los reveses del tiempo. Son recursos que siempre vienen en socorro de los hombres de fe. Sin duda a Banzo ya sólo le importaba la vida eterna. Pero al otro lado de las tapias del monasterio, la vida seguía.Y el Reino de Aragón, incluida la Iglesia aragonesa, abría una etapa nueva.

El reparto de Navarra y el crimen de Peñalén

Comienza la década de 1070 y todo en la España cristiana está cambiando con rapidez. El Reino de León ha recuperado Castilla y se ha convertido en una potencia temible. El condado de Barcelona, bajo los hijos gemelos de Almodís, se derrama a los dos lados del Pirineo catalán. Aragón se construye a marchas forzadas, al ritmo que marcan su expansión territorial y las reformas eclesiásticas. Nos queda ver qué estaba pasando en Navarra.Y lo que vamos a encontrar es pasmoso: un asesinato en la corte.

El muerto: el propio rey, Sancho IV, hijo de García Sánchez, nieto de Sancho el Mayor. A este Sancho IV le van a matar y, sobre su cadáver, los territorios del reino se romperán como un cristal. Navarra se parte y la corona pasa a otras sienes. Es la historia que vamos a contar ahora.

Sancho IV, llamado el Noble y también el de Peñalén, no empezó siendo un mal rey. Había heredado la corona en condiciones muy dificiles, en el campo de batalla de Atapuerca, ante el cadáver de su padre, García Sánchez III. Tenía entonces sólo catorce años. Su madre, Estefanía de Foix, le condujo durante aquellos primeros pasos. Enseguida tuvo que afrontar la amenaza castellana, que contuvo como pudo. En Aragón encontró firmes aliados: su tío Ramiro 1 y después, su primo Sancho Ramí rez. Su peor crisis, la «guerra de los tres Sanchos» —aquí la hemos contado—, la superó con éxito. Antes y después de eso, su mayor preocupación fue garantizar ingresos sostenidos para el reino a través de las parias de Zaragoza. Sostenidos y sustanciosos: 12.000 monedas de oro anuales, nada menos.

Todo parecía en orden y bien encauzado. Sin embargo, a partir de un determinado momento Sancho IV empieza a hacer cosas extremadamente discutibles. Primero se enemista con Sancho Ramírez de Aragón, al que amenaza con ocupar las tierras repobladas en el norte de Huesca. ¿Por qué hizo eso el de Pamplona? Porque quería asegurarse el cobro de las parias de Zaragoza, cuyo rey moro estaba en guerra con Aragón. Por el mismo motivo, el rey de Navarra obligó a una enojosa inactividad a la nobleza guerrera del reino, que tenía vetado atacar al moro.Y mientras tanto, Sancho IV aprovechaba para construirse una notable fortuna a base de dinero contante y sonante, pero también de ganado, reservas de vinos, pieles, armaduras, lujosas monturas… La codicia.

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