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Authors: José Javier Esparza

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Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (59 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Es en este momento cuando al-Mutamid, el rey de Sevilla, envía una nueva carta de petición de socorro al jefe almorávide. No fue una decisión fácil: los reyes taifas sabían perfectamente que la entrada deYusuf significaría el final de su poder. La situación era endiablada. La idea inicial de los reyes moros de España era pedir aYusuf, simplemente, apoyo militar, es decir, el envío de unidades armadas. Pero ésa era exactamente la petición que Yusuf había declinado ya dos veces.Y si la había declinado era, sin duda, porque su objetivo no era sostener a los Reinos de Taifas, sino hacerse con ellos. La invasión almorávide de la Península era inminente.Y no se dirigiría contra los cristianos, sino contra las taifas. Así las cosas, los reyes de taifas se verían entonces en la obligación de pedir ayuda a los re yes cristianos contra Yusuf, lo cual sería un completo contrasentido. Máxime cuando las masas populares musulmanas, en la España mora, lo que estaban pidiendo era un gesto de fuerza ante los cristianos. ¿Qué hacer?

Para examinar qué hacer se reunió una comisión de alfaquíes en Córdoba. La disyuntiva era pedir protección a los cristianos contraYusuf, lo cual haría pasar a los reyes taifas como traidores ante su pueblo, o pedir ayuda aYusuf contra los cristianos, lo cual sin duda significaría el final de las taifas, pero era la única oportunidad de salvar al islam. El rey de Sevilla, al-Mutamid, lo expresó así: «Puesto en el trance de escoger, menos duro será pastorear los camellos de los almorávides que guardar puercos entre los cristianos».

Dicho y hecho: al-Mutamid envía una nueva petición de socorro a Yusuf el almorávide, y será la definitiva. Entre otras cosas, el rey sevillano decía aYusuf lo siguiente:

El rey cristiano ha venido pidiéndonos púlpitos, minaretes, mihrabs y mezquitas para levantar en ellos cruces y que sean regidos por sus monjes (…). A vosotros Dios os ha concedido un reino en premio a vuestra Guerra Santa y a la defensa de Sus derechos, por vuestra labor (…) ahora contáis con muchos soldados de Dios que, luchando, ganarán en vida el paraíso.

No será sólo una carta. Los reyes moros de Sevilla, Badajoz y Granada están de acuerdo. Los tres marchan a África para entrevistarse conYusuf y formularle en persona la petición. Mientras tanto, una delegación de Yusuf recorre España para evaluar las posibilidades tácticas de una acción militar. El rey de Sevilla, al-Mutamid, pone a disposición del almorávide una base para el desembarco:Algeciras.

El 30 de junio del año 1086, setenta mil hombres desembarcan en Algeciras. Muchos de ellos son africanos negros que aporrean sin cesar gruesos tambores de piel de hipopótamo. Al frente de la muchedumbre, un viejo caudillo flaco y austero vestido con pieles de oveja: el emirYusuf ben Tashfin. El islam se proponía reconquistar la tierra española perdida. Venían tiempos de guerra sin cuartel.

Sagrajas: la batalla que todo lo cambió

El ejército almorávide recibe inmediatamente refuerzos: los reyes de Sevilla, Málaga, Granada y Almería ponen sus tropas bajo el mando del emperador del sur. Aquellos reyezuelos, que uno por uno eran incapaces de hacer sombra al poderío cristiano, ahora parecen una formidable potencia. Pero la potencia no es suya: el realmente poderoso es el almorávideYusuf, maduro y flaco y seco, vestido con pieles de oveja, y sus legiones de negros senegaleses con tambores y escudos de piel de hipopótamo.

El gran contingente musulmán cruza la Península hacia el norte. Hacía mucho tiempo que no se veía en España un ejército moro de esas dimensiones. Su objetivo es ahora Badajoz, donde les espera el rey de aquella taifa: al-Mutawagil, el mismo que había iniciado el movimiento de rebeldía contra las parias y que había intentado, infructuosamente, apoderarse de Toledo. En tierras de Badajoz se librará la gran batalla.

AlfonsoVI de León está en ese momento asediando Zaragoza. Por su parte, el rey de Aragón y Navarra, Sancho Ramírez, seguía entregado a la tarea de apuntalar su tenaz repoblación en el norte de Huesca. Los dos entienden inmediatamente que el peligro es grande. Alfonso abandona Zaragoza y corre hacia el sur. Lo hace acompañado de contingentes aragoneses y navarros que Sancho ha puesto a su disposición bajo el mando de su propio hijo, el infante Pedro; el refuerzo aragonés incluye caballeros franceses e italianos, cruzados que buscaban gloria en tierras de Huesca.Y al mismo tiempo, otro contingente cristiano se desplaza desde Valencia hacia el oeste: son los castellanos de Álvar Fáñez.

Los cristianos convergen en el noroeste de Badajoz, a la vera del arroyo Guerrero, en el paraje que los cristianos llaman Sagrajas y los moros Zalaca. Allí estaba acampado el ejército de los musulmanes. Era octubre de 1086. Llegaba la hora decisiva.

La guerra es la prolongación de la política por otros medios. ¿Cuál era el objetivo político de los contendientes? Dos propósitos antagónicos. El objetivo de Alfonso VI era devolver a los reyes de taifas al estado de sumisión: que pagaran sus parias y rindieran vasallaje a León. Pero el objetivo de los musulmanes, espoleados por el liderazgo del almorávideYusuf, era exactamente el contrario. Yusuf se lo comunicó al propio Alfonso VI antes de la batalla. El almorávide le dijo al rey cristiano que tenía tres opciones: convertirse al islam, pagar tributo a los musulmanes o luchar.Y Alfonso VI decidió luchar.

¿Podía Alfonso luchar contra aquel ejército? Sin duda, sí. De hecho, sus armas nunca habían sufrido un revés serio. ¿Cuántas espadas alineaban los cristianos? Al margen de las exageraciones de los textos de la época, que ofrecen cifras fabulosas, parece que las banderas de Alfonso agrupaban a unos catorce mil hombres, y entre ellos dos mil caballeros. La mayor parte del contingente era castellano y leonés, con los mencionados refuerzos aragoneses. Un ejército importante. Pero las cifras del ejército musulmán eran muy superiores. Bajo el mando de Yusuf se habían reunido en torno a treinta mil guerreros. Conocemos incluso su organización: una primera división en vanguardia, con cerca de quince mil hombres, casi todos andalusíes, bajo el mando de al-Mutamid de Sevilla; una segunda división de maniobra con once mil hombres dirigida por el propioYusuf, y una tercera unidad de reserva integrada por cuatro mil guerreros negros africanos, armados con espadas indias y jabalinas.

La batalla comienza el viernes 23 de octubre, con el alba. Los musulmanes envían a su vanguardia. Son las huestes sevillanas de al-Mutamid y los demás reyes de taifas. Los castellanos de Álvar Fáñez los acometen con energía. Este Álvar Fáñez, señor deVillafañe, al que la tradición hizo lugarteniente del Cid, era en realidad un noble castellano que había servido con el difunto Sancho de Castilla, y que era, sí, amigo y tal vez pariente de Rodrigo Díaz de Vivar, pero que había permanecido junto a Alfonso VI. Para el rey de León, Álvar Fáñez había combatido en tierras de Valladolid, Guadalajara y Toledo. Su nombre se cita como cabeza de la repoblación en Medina del Campo,Alcocer y Santaver. En el momento del desembarco almorávide estaba en Valencia, respaldando al gobierno taifa de al-Qadir. Desde allí había venido a Badajoz con sus huestes. Ahora Álvar Fáñez rondaba los cuarenta años y debía afrontar la batalla más importante de su vida.

Los castellanos de Álvar Fáñez hicieron estragos en las líneas andalusíes. Las huestes de las taifas huyeron desordenadas. No se puede decir que los reyes moros dieran ejemplo de bravura. Pero hay que subrayar el caso excepcional de al-Mutamid, el de Sevilla, que aguantó como pudo el empuje castellano y permaneció en el campo aun con seis heridas sobre su cuerpo. Los de Álvar Fáñez saquearon los campamentos de Dawud ibn Aysa y del propio rey taifa de Badajoz, al-Mutawagi. Dicen queYusuf, que despreciaba a los reyes de taifas por corruptos y muelles, comentó: «¿Qué más me da que mueran ésos? Todos son nuestros enemigos». AlfonsoVl, viendo el retroceso de la vanguardia mora, quiso explotar el éxito y avanzó él mismo contra la otra línea musulmana, la del propioYusuf. La maniobra llevó a los leoneses hasta las mismas tiendas de los almorávides.Todo parecía salir a pedir de boca.

Ése, sin embargo, fue el momento escogido porYusuf para maniobrar. Como guerrero experimentado que era, el jefe almorávide aguardó hasta el instante preciso para mover sus piezas. Primer movimiento: una ofensiva de refuerzo a la línea de al-Mutamid. La tarea le fue encargada al general Abu Bakr, un caudillo de las tribus lamtuna, al frente de las cábilas marroquíes. Segundo movimiento: el propio Yusuf, al frente de sus huestes saharianas, marchó sobre la retaguardia de Alfonso VI, envolviendo al contingente leonés.Y esa maniobra alteró completamente las cosas.

Ahora la situación era la siguiente: en un lado, Álvar Fáñez tratando de frenar a los contingentes marroquíes de Abu Bakr; en el otro, Alfonso VI peleando entre dos fuegos, con enemigos delante de sí y también a su espalda. Toda la clave de la batalla estaba en que los cristianos consiguieran replegarse con orden y vencer la tentación de la fuga, porque una huida en desbandada desorganizaría sus líneas y sería letal. Seguramente era eso lo que intentaban Álvar Fáñez y el rey Alfonso cuando Yusuf sacó su última carta, la jugada decisiva: un ataque de la reserva africana, aquellos cuatro mil senegaleses con sus espadas indias y sus tambores y escudos de piel de hipopótamo.

La reserva africana, fresca, con sus energías intactas, arrolló literalmente a los cristianos. Los senegaleses llegaron incluso hasta la posición del rey Alfonso. La maniobra deYusuf había resuelto la batalla. Espoleadas por el contraataque, las huestes andalusíes que habían huido en dirección a Badajoz volvieron al frente. Ahora las huestes cristianas no sólo habían perdido la iniciativa, sino que además estaban en franca inferioridad. No quedaba otra opción que retirarse. Fue el final.

Dicen las crónicas de la época que sólo cien caballeros cristianos lograron volver vivos. Entre los caídos se cita al conde de Asturias Rodrigo Muñoz y al conde de Álava Vela Ovéquez. Los cálculos más recientes arrojan la cifra de unas siete mil bajas en total, es decir, la mitad de la fuerza inicial. El propio Alfonso VI salió de allí herido en un muslo por un lanzazo; abandonó el campo sangrando profusamente, y aún tuvo que cabalgar cien kilómetros, de noche, hasta llegar a Coria. Las bajas musulmanas también fueron muy cuantiosas, particularmente entre las huestes de las taifas. Entre los muertos se cita a un famoso imán de Córdoba llamado Abu-l-Abbas Ahmad ibn Rumayla.Y dice la tradición que el propio Yusuf, aunque curtido en mil batallas, quedó impresionado por la matanza: quizá nunca había librado un combate tan encarnizado.

En todo caso, la victoria había sido para los musulmanes.Victoriosos, los almorávides se entregaron al macabro ritual de costumbre. Decapitaron a los muertos y a los desgraciados que cayeron presos. Acumularon en grandes túmulos las cabezas cortadas. A las sanguinolentas pirámides subieron los almuédanos para llamar a la oración.Y después cargaron las cabezas en carros que viajarían hasta las principales ciudades de Al-Ándalus y el Magreb para dar fe de la victoria.

La derrota de Sagrajas no tuvo consecuencias inmediatas.Yusuf no la aprovechó para avanzar contra el norte cristiano: seguramente no tenía ni fuerza disponible, ni ganas para meterse en el fregado, ni confianza en los reyes de taifas que habían de ayudarle. Por otro lado, en aquel momento murió el heredero deYusuf, y el viejo caudillo debía regresar precipitadamente a África. Los almorávides habían llegado como una ola, y ahora, como una ola, aparentemente se retiraban.

Pero lo que quedaba después de la ola era un panorama complicado que Alfonso supo leer con prontitud. Para empezar, los Reinos de Taifas habían encontrado un protector ante el que doblaban la cerviz y que les permitía liberarse del oneroso sistema de las parias. El peligro almorávide no iba a desaparecer. La expansión cristiana forzosamente debía detenerse. Era momento de buscar nuevas alianzas y afianzar los territorios reconquistados. Así veremos cómo a España llegan cruzados europeos.Y veremos también cómo el eje del conflicto se desplaza hacia otros puntos: Murcia,Valencia… Las tierras del Cid.

Alfonso recompone el paisaje y el Cid vuelve al destierro

Nadie podrá negar nunca al rey de León un acusado olfato político. ¿Quién le amenaza? Los musulmanes, que ahora, con el Imperio almorávide, aspiran a una proyección superior. Eso da a la guerra en España una dimensión de cruzada. Por tanto, ¿quién puede ayudarle? Los campeones de la cristiandad, así europeos como españoles. En Europa, Alfonso llama a la cruzada.Y en España, el rey de León tiende puentes con el de Aragón y Navarra y con cualesquiera otros poderes que puedan ayudarle a contener la nueva amenaza. Por ejemplo, el Cid.

Alfonso llamó a la cruzada en Europa, en efecto. No puede decirse que tuviera demasiado éxito: finalmente no hubo cruzada formal. Pero sí que vinieron muchos caballeros con sus huestes, y en particular gentes de la Borgoña, la tierra de la reina Constanza de León y también solar de Cluny. Hubo una campaña cruzada: la que acosó Tudela en 1087, pero fue un fiasco. No obstante, los borgoñones se quedaron, y dos de ellos tendrían su papel en nuestra historia: los primos Raimundo y Enrique, dos mozos que aún no habían cumplido los veinte años cuando llegaron a España y que terminarían casando con sendas hijas de Alfonso VI.

Más éxito tuvo el rey de León en el otro movimiento, el del pacto con Sancho Ramírez, el rey de Aragón y Navarra. Éste sabía calcular bien los peligros y en la amenaza almorávide vio sin dificultad un obstáculo mayor para sus propósitos, que eran extender la frontera aragonesa hasta Zaragoza. Por eso había enviado tropas para ayudar a Alfonso en Sagrajas, y por eso ahora acogía de buen grado la alianza política con León.

León y Aragón tenían dos puntos de conflicto: uno, las tierras de Navarra que habían pasado a Castilla; el otro, la expansión aragonesa Cinca abajo, en territorios de la taifa de Zaragoza, que era aliada del rey de León. Ambos problemas se resolvieron sin mayor complicación: Alfonso reconoció a Sancho como rey de Aragón y Navarra, si bien se creaba dentro del territorio navarro un denominado «condado de Navarra» que garantizaría la pervivencia del viejo reino como entidad singular, esto es, distinta de Aragón; Sancho, por su parte, reconocía como castellanas las tierras perdidas en su día (Álava,Vizcaya, La Bureba, Calahorra), y a cambio obtenía manos libres en el bajo Cinca, lo cual le permitirá conquistar y repoblar en tiempo récord Estada y Monzón. Con esta alianza, que debió de firmarse en la primavera de 1087, los reinos cristianos ofrecían al moro un sólido frente en el este de la Península.

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