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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (87 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Nadie podrá negar que Alfonso VII de León puso todo de su parte para lograr la concordia. Las circunstancias le empujaban a ello, y tal vez el calor de sus recientes victorias en Coria, Oreja y Montiel le llevaron a ser demasiado confiado. Porque la verdad era que Alfonso Enríquez, el portugués, no tenía la menor intención de quedar como rey subordinado. Apenas unos días después del tratado de Zamora, en el mes de noviembre, Enríquez intenta una nueva maniobra: escribe al papa y le solicita convertirse en vasallo de la Silla de Pedro.

La jugada del portugués era malévola. Si el rey de Portugal se convertía en vasallo del papa, ya no podría ser vasallo del emperador de León, porque una dependencia excluía a la otra y en todo caso prevalecería la superior, que era el papa. Para engrasar bien su petición, Enríquez añadía la oferta de pagar a Roma un censo anual de cuatro onzas de oro. Sin embargo, esta vez Roma anduvo avisada: el papa dijo no. Más precisamente: no dijo nada. Sin duda el cardenal Guido, el legado papal, intervino en el asunto. Nadie ignoraba en Roma que aceptar el vasallaje de Portugal significaría crear un nuevo conflicto en España. De hecho, Roma no reconocerá la existencia de un rey en Portugal hasta muchos años más tarde, en 1179.

Alfonso de León, mientras tanto, seguía ocupado en impulsar su proyecto imperial. Sólida la alianza con Aragón, prometedor el plan musulmán de Zafadola y relativamente arreglada la cuestión portuguesa, sólo quedaba pendiente el problema navarro. García IV Ramírez, el nieto del Cid, que en su día prestó vasallaje a León, se había visto convertido en persona non grata por la cuestión del testamento del Batallador. De un día para otro, acabó concitando sobre sí la hostilidad de Aragón y Castilla al mismo tiempo. Pero García se afianzó firmemente sobre la nobleza navarra que le había elegido y supo mantener su trono y su territorio. Aun envuelto en perpetuos problemas fronterizos con aragoneses y castellanos, la suerte de las armas le sonrió.

García y Alfonso empiezan a tratar las paces desde 1139. El rey de Navarra pronto vuelve a convertirse en vasallo y aliado de León, aunque permanezca abierto el conflicto territorial con Aragón.Y cuando, poco después de 1140, García enviudó (de la dama francesa Margarita de L'Aigle), el emperador de León pensó que se le presentaba una buena oportunidad de trazar sólidos puentes. ¿Cómo? Con un matrimonio.

Unos once años antes, el rey Alfonso de León había tenido una hija ilegítima. Se la dio doña Gontrodo Pérez, esposa por entonces del tenente de Aguilar. La niña se llamó Urraca, fue apartada de la familia materna y criada en palacio. Ahora esa niña, Urraca Alfonso, llamada Urraca la Asturiana, iba a ser la prenda de la alianza entre León y Navarra. El 24 de junio de 1144 se celebraban los solemnes esponsales de García Ramírez con Urraca, en medio de una gran fiesta. La Crónica lo cuenta así:

El Emperador y el rey García estaban sentados en un trono regio elevado a las puertas del palacio imperial; los obispos y los abades, los condes, los duques y los príncipes, en asientos preparados en torno a los soberanos. Caballeros llegados de diversas partes de España atraídos por la fama de los festejos, haciendo correr a sus caballos aguijoneándolos con las espuelas, golpeaban unos tableros preparados al efecto con lanzas, según la costumbre de la tierra, para exhibir así su pericia y su valor juntamente con el de las cabalgaduras. Otros mataban con venablos toros enfurecidos por el ladrido de los perros. Por último, dejaron en medio del ferial a un cerdo para que los hombres con los ojos vendados se apoderaran de él matándole. Los cazadores, apresurándose a dar muerte al animal, se golpeaban y herían mutuamente, entre el delirio de los espectadores.Y hubo así gran fiesta en aquella ciudad y bendecían a Dios que conducía todas las cosas por buen camino.

Bonito festival. Pero, para festival, el que se estaba preparando en el sur. Ese mismo verano, el poder almorávide empieza a derrumbarse definitivamente. Con la mayor parte de los ejércitos del emir en África, estalla una revuelta general en Al-Ándalus. Es el momento que Alfonso VII estaba esperando. Su gran proyecto imperial podía hacerse realidad.

El hundimiento almorávide

Corre el año 1144 y el mundo almorávide se hunde sin remedio. Llega una nueva elite al poder: los almohades. Hemos visto ya el mismo fenómeno en otros momentos del mundo musulmán: una elite, que llegó al poder en nombre de la ortodoxia, se corrompe; entonces aparece otra facción, más fundamentalista aún, que levanta la bandera de la ortodoxia contra los viejos amos. Estos movimientos, con frecuencia, envuelven divisiones anteriores de carácter tribal o territorial.Y eso era, una vez más, lo que estaba pasando ahora.

El fuego almohade prende con rapidez en unas masas descontentas por el marasmo de los almorávides. En el norte de África, Abd al-Mumin ha logrado levantar a los bereberes de las montañas de Argelia.A partir de esas bases multiplica los ataques contra las posiciones almorávides.Al principio se tratará, sobre todo, de expediciones de saqueo y castigo. Pero poco más tarde, cuando los almohades logren reclutar a miles de bereberes, la intensidad de las campañas crecerá: de las expediciones de saqueo se pasa a la guerra de asedio. Cuando Abd al-Mumin conquiste Tremecén, en su tierra natal, obtendrá unas bases logísticas que van a aumentar notablemente su poder. Poco más tarde conseguirá tomar Fez.Ya sólo le quedaba la capital del enemigo: Marrakech.

El nuevo emir almorávide, Tashfin, trata de reaccionar. Lo hace con una campaña contra las regiones que su enemigo ha dominado en el norte de Argelia. Fue un mal paso: aislado en territorio hostil, el ejército del emir Tashfin queda bloqueado en Orán… ¡con el propio emir al frente! Tashfin morirá allí, intentando escapar de la encerrona. Había reinado solamente dos años. El imperio se derrumbaba.A Tashfin le sucedió su hijo Ibrahim, que apenas reinó un año: murió igualmente en la guerra contra los almohades. Después de Ibrahim vendrá Isaac, un niño, que apenas go bernará dos años y que morirá igualmente asesinado. El mundo almorávide había terminado.

¿Y cómo afectaba todo esto a la España musulmana? De una manera determinante. La población musulmana de Al-Ándalus hervía igual que la de África y por las mismas causas, pero en la España mora se añadía una razón suplementaria: la fuerza de las grandes familias locales, que llevaban muchos años soportando mal a los almorávides y que ahora veían el momento de levantarse. Naturalmente, el emperador de León no pierde un minuto: en el mismo año 1144 lanza a sus huestes sobre Jaén y Córdoba. Jaén cae. Córdoba pacta. A esta época de nueva descomposición de la España mora se la conoce como Segundos Reinos de Taifas.

El paisaje en la España mora es simplemente caótico. Pero vale la pena verlo con algún detalle, porque muchos de los personajes que ahora emergen a la superficie de la Historia nos van a acompañar durante algunos años.Ya conocemos a uno de esos personajes clave: Zafadola, el último descendiente de los reyes moros de Zaragoza, ahora aliado de Alfonso VII, que se ofrece a los andalusíes como relevo local, hispano, tras el marasmo almorávide. Añadamos otro personaje:Yahya Ibn Ganiya, uno de los grandes generales del Imperio almorávide, que queda ahora como gobernador de Córdoba y único baluarte del viejo poder. En torno a esos dos polos se dibujan los campos del conflicto.

En ese mapa aparece ahora un tercer personaje: se llama Abencasi (Abu-l-Qasim) y es del Algarve, en el sur de Portugal. Abencasi ha creado su propia escuela religioso-política: son los almoridín, que quiere decir «los adeptos». A su lado aparecen otros líderes locales: Abenalmóndir, que se subleva en Silves, y Sidrey, que hace lo propio en Évora. Los rebeldes llegan a tomar Huelva y Niebla; les está apoyando Alfonso Enríquez de Portugal, muy interesado en echar a los almorávides de la región. Pero las facciones musulmanas pronto se pelean entre sí, y entonces Abencasi escapa a Marruecos para pedir auxilio a los almohades. Será el primer ejército almohade que desembarque en España.

Córdoba está en manos de Ibn Ganiya, el último líder almorávide en España. Cuando Ibn Ganiya sale de la ciudad para hacer frente a Abencasi, los partidarios de Zafadola en Córdoba se sublevan. Los lidera el cadí Abenhamdin. El levantamiento tiene éxito, pero en Córdoba hay mucho recelo hacia Zafadola, de manera que los cordobeses llaman a Ibn Gani ya. Éste vuelve a la vieja capital califal y el cadí Abenhamdin tiene que huir. ¿Adónde? También a Marruecos, a pedir auxilio a los almohades, como había hecho Abencasi. Entonces el vencedor, Ibn Ganiya, hace algo sorprendente: pacta con Alfonso VII. ¿Sorprendente? Quizá no tanto: Ibn Ganiya sabía perfectamente que el mundo almorávide estaba muriendo. El hecho es que ahora, en Córdoba, se enfrentan dos facciones y las dos son aliadas de Alfonso VII. El emperador estaba jugando bien sus cartas.

En ese momento Zafadola ya estaba construyendo a toda velocidad su proyecto: dominaba Jaén y Granada y, además, enviaba sus mensajes a Valencia y Murcia. Da la impresión de que Zafadola no quería limitarse a ser un reyezuelo en manos de Alfonso VII, sino que aspiraba a restaurar la vieja unidad califal; eso sí, una unidad a escala española, sin injerencias africanas. En Valencia, los musulmanes locales se sublevan en nombre de Zafadola. Lo mismo está ocurriendo en Murcia y en otros lugares. Algo distinto sucede en Mallorca, donde Muhammad ibn Ali, uno de los hijos del emir almorávide, que gobernaba la isla desde veinte años atrás, se declara independiente y bajo obediencia del califa de Damasco. Nace la segunda taifa de Mallorca.

En Murcia es donde van a jugarse las bazas más decisivas. Murcia era tierra de Zafadola al que reconoció como rey. Pero en las nuevas taifas de Valencia y Málaga, al norte y al sur de Murcia respectivamente, había ya poderes independientes que aspiraban a constituir reinos propios. Cuando Zafadola marche contra Sevilla, los de Valencia aprovecharán para atacar Murcia. Pero el nuevo líder moro de Valencia será derrotado, de manera que todo el territorio pasa al partido de Zafadola. Mientras tanto, en Andalucía, Ibn Ganiya derrota a los partidarios de Zafadola, así que éste se ve obligado a abandonar Granada.

El caos es fenomenal. Todos los territorios de Al-Ándalus están en guerra al mismo tiempo. Los partidos fundamentales siguen siendo dos: el de Zafadola y el de Ibn Ganiya, pero, a medida que el conflicto avanza, van aflorando con más fuerza las viejas hostilidades y animadversiones entre clanes familiares y tribales. Para muchos, la única solución es que los almohades, que están a punto de hacerse con el poder en África, lleguen cuanto antes.Y los almohades ya están llegando, pero su objetivo no es detener el caos, sino apoderarse de la España musulmana, de manera que el caos aumenta.

En esa tesitura, Alfonso VII sigue moviendo sus piezas con clara determinación. Está apoyando a Zafadola, pero, al mismo tiempo, ha pactado con Ibn Ganiya, lo cual procura al rey cristiano una buena cobertura si los almohades desembarcan en Andalucía.Y con los flancos así cubiertos, el emperador dirige su mirada a una plaza clave: Calatrava, en el sur de La Mancha, cara a las sierras andaluzas. Desde esa posición podrá avanzar hacia Alicante y Murcia.A los cristianos se les presenta la oportunidad de partir en dos el territorio musulmán.

Zafadola reacciona con profundo recelo. Parece cada vez más claro que su voluntad es reconstruir la unidad califal de la España mora. Eso necesariamente va a terminar oponiéndole a Alfonso VII, su aliado de tantos años. Zafadola rompe su alianza con León. Expulsado de Granada por Ibn Ganiya, el último descendiente de los reyes moros de Zaragoza trata de refugiarse en Murcia. Entonces chocará con un contingente cristiano. Y el choque será fatal.

La tremenda historia del frontero Munio Alfonso

Mataron a Zafadola, sí. Fue una avanzadilla cristiana. Pero ¿por qué? ¿Por qué mataron a Zafadola? Es la historia que vamos a contar ahora. Pero para eso hay que echar la vista atrás.

Nuestro relato empieza algunos años antes y tiene un protagonista que ya conocemos: el frontero Munio Alfonso, guerrero gallego que acaudilla las huestes del emperador en la marca toledana.A Munio le hemos visto hace poco ganando a viva fuerza la fortaleza sarracena de Mora y sacudiendo a los almorávides en Montiel. Como otros muchos hombres de la frontera, Munio Alfonso tiene una triste historia tras de sí.

Munio era un caballero de la pequeña nobleza gallega. Un día la fatalidad se cruzó en su camino: sorprendió a su hija en flagrante adulterio. Incapaz de soportar el deshonor, Munio Alfonso dio muerte a su hija y al amante de ésta. Perseguido, buscó refugio donde entonces lo hacían todos los perseguidos: en la frontera, donde el rigor de la lucha contra el moro absolvía los pecados. En reparación por el crimen cometido, el caballero juró consagrar su vida a la lucha contra el islam.Y ésa era su única vida desde entonces.

¿Qué tiene que ver Munio Alfonso con la suerte de Zafadola? Pronto llegaremos a ello. Por ahora quedémonos con la imagen del duro frontero que expulsa a los almorávides de la fortaleza de Mora. Se trataba de un encargo específico del emperador: Alfonso VII, para proteger su flanco mientras atacaba Córdoba, encargó a sus hombres de confianza vigilar los accesos a Toledo, y muy en particular la plaza de Mora, que podía servir como punto de concentración de un ataque almorávide. Aquellos hombres de confianza eran Martín Fernández, alcalde de Hita, y Munio Alfonso, alcalde de Toledo. Así habló el rey emperador:

Encaminaos a la fortaleza que llaman Peña Negra, y también Peña Cristiana, y cuidad no vengan los almorávides y los agarenos y se hagan fuertes en el castillo que llaman Mora.

La misión no consistía sólo en instalarse en el castillo de Peña Negra y observar. El objetivo era impedir que un ejército musulmán ascendiera desde Calatrava y se concentrara en Mora. ¿Y cómo se podía impedir tal cosa? Ante todo, secando cualquier fuente de avituallamiento. De manera que el trabajo de Munio y Martín incluía una penosa e intensiva tarea de destrucción de recursos: segar mieses, arrancar cepas, talar árboles frutales, quemar campos… Que el enemigo no pudiera utilizar nada de cuanto encontrara en su camino.Y entonces…

En una de estas sesiones de devastación, Munio Alfonso se topó de repente con un joven musulmán que cabalgaba en solitario. «¿Quién eres?», preguntó Munio.Y el muchacho se identificó: era un siervo del caudillo moro Farax, que acudía a Mora con un gran ejército e innumerables víveres. Fue decir esto el muchacho, y en el horizonte apareció la vanguardia de aquel ejército. Sin pensárselo dos veces, Munio llamó a su hueste y se lanzó contra la vanguardia musulmana. Cayeron muchos sarracenos. El resto pudo huir.Y Munio regresó a toda prisa al castillo de Peña Negra para informar del lance a su compañero Martín Fernández.

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