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Authors: José Javier Esparza

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Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (89 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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La concentración de tropas por tierra y mar debió de ser digna de verse. El Poema de Almería la dibuja con tintes de épica florida. Allí aparecen, los primeros, los ejércitos de Galicia, con el conde Fernando Pérez de Traba a la cabeza. Después forma la caballería leonesa, la primogénita del reino, bajo el mando del conde don Ramiro Flórez, «diestro en las armas y dulce en los modales», según el retrato medieval del caballero. Aparecen acto seguido las huestes de Asturias, dirigidas por Pedro Alfonso.Y luego las de Castilla con sus mil dardos, con buenos caballos, con armaduras de hierro y paño, sin manchegos —eso dice la tradición— y hablando una lengua que «resuena como trompeta con tambor»: es la primera definición lírica de la lengua castellana. De Castilla viene también Alvaro, el nieto del mítico Álvar Fáñez, y consigo trae sus huestes. No faltan portugueses, mandados por Fernando Juanes, ni caballeros de Logroño.

Las gentes de la frontera llegan después: extremeños, alcarreños, manchegos.Aparecen los hombres de la Extremadura, una muchedumbre que el poema nos pinta bebiendo vino y comiendo sin cesar; un pueblo fiero que «no teme las copas de la muerte». ¿Quién los manda? El conde Poncio de Cabrera, uno de los jefes guerreros implicados en la muerte de Zafadola, y al que el poema caracteriza como brava lanza que no huyó jamás, y que desprecia los amores y los banquetes mientras está en campaña.Y tras los extremeños vienen los de Martín Fernández, alcalde de Hita: ha traído a todos los jóvenes de las villas cercanas, ha ordenado recoger todas las armas que hubiera en las casas, y sus huestes pasan entre las tiendas desplegando banderas y llamando al combate.

Con el rey emperador cabalgan sus grandes aliados. García Ramírez, el rey de Navarra, porta las insignias reales. El conde Armengol de Urgel, Gutierre Fernández de Castro y Manrique de Lara completan la cabeza del séquito del emperador. Todo está listo para que el ejército de Alfonso VII emprenda la marcha.

La campaña comenzó en la primavera de 1147. El ejército cristiano, uno de los más numerosos jamás formados en nuestras tierras, llegó a Calatrava y enfiló después hacia Andújar, de donde expulsó a los musulmanes. La siguiente etapa de la expedición fue Baeza, que cayó igualmente en manos cristianas. Luego siguió rumbo sur hacia tierras de Almería. Los espacios que iban dejando atrás, saqueados a conciencia, quedaban bajo el control del conde Manrique de Lara. Por cierto: este Manrique, de apellido completo Pérez de Lara, era hijo de Pedro González de Lara, aquel castellano que fue amante de la reina Urraca, la madre de Alfonso VII. Al final, no salimos de los asuntos de familia.

Mientras las huestes de León avanzaban hacia Almería por tierra, las naves de Pisa y Génova, pronto con refuerzos catalanes, hacían lo propio por mar. En marzo salieron de Génova. En mayo ya estaban en Mahón, en Menorca, plaza que conquistaron. Acto seguido pusieron proa al cabo de Gata. Cuando los ejércitos del emperador han llegado ya a Almería, aparecen en el mar los refuerzos navales esperados: las naves de Pisa y de Génova, y también las de Barcelona y las de Montpellier. El Poema saluda alborozado a los franceses: «Oh, egregio honor: la bella juventud de los francos, con las velas extendidas, os saluda con clara voz».Y también dedica versos bélicos a Ramón Berenguer IV: «Fiel a su compromiso, vuestro cuñado Ramón, caballero armado, os aguarda en las riberas del mar. Furioso, irrumpe contra los enemigos; a sus flancos marchan pisanos y genoveses». La flota mediterránea tiene una función muy precisa: bloquear el puerto de Almería, impedir cualquier reacción de los piratas, aniquilar a las flotillas de los ladrones del mar y, acto seguido, desembarcar tropas mientras los barcos acosan desde el agua los muros de la ciudad.

Llegó el mes de agosto, fecha fijada para el asedio de Almería. Alfonso VII estaba en ese momento en Córdoba, dirigiendo el asedio de esta otra ciudad, dentro de sus maniobras para minar a los poderes musulma nes enfrentados entre sí.Y allí, en Córdoba, el emperador recibió dos noticias: una, que los moros de Almería trataban de llegar a un arreglo prometiendo grandes cantidades de oro; la otra, que la flota italiana y catalana estaba preparada para actuar. Quien le da esta última noticia es el capitán de los genoveses, un tal Caffaro, que no está dispuesto a tolerar un pacto con los moros de Almería. En España, donde la guerra era una constante cotidiana desde siglos atrás, esto de los tratos era bastante común; para los italianos, por el contrario, resultaba incomprensible. Finalmente se impuso la solución armada: no habría pacto con los sitiados;Almería sería asediada hasta la rendición de la ciudad.

Almería cayó, inevitablemente. Fue el 17 de octubre de 1147 cuando la ciudad de los piratas berberiscos cedió ante la fuerza de la coalición cristiana. Mucho fue el botín para todos. Cuentan que a genoveses y pisanos les dio para pagar todos los gastos de la expedición y aún les sobró para enriquecer a los que participaron en la batalla. Almería quedó bajo un doble gobierno italiano y castellano: por parte genovesa se nombró a un administrador llamado Otón de Bonvillano; por parte castellana se designó a Manrique Pérez de Lara. La ciudad permanecería en manos cristianas durante diez años.

Y así, entre laureles de victoria, terminó aquella formidable aventura que fue la conquista de Almería, donde Alfonso VII tocó la cumbre de su gloria: como un nuevo Carlomagno, emperador al frente de numerosas coronas, el rey de León había llegado al Mediterráneo, había partido en dos al islam, había pulverizado a los piratas y había llevado la Reconquista más lejos que nadie hasta entonces.Almería era el límite sur de la Reconquista. En el oeste, el límite era ya Lisboa.Y en el este, Ramón Berenguer IV pugnaba por establecer otra frontera nueva: iba a apoderarse de Lérida.

La nueva frontera de la corona de Aragón

Ya tenemos la frontera de la Reconquista más allá del Tajo. En Portugal se ha conquistado Lisboa y Santarem y Alfonso Enríquez intenta extender su influencia hasta Badajoz. Por el centro se ha llegado hasta las llanuras manchegas, se controla lo que pasa en Córdoba e incluso se ha abierto hasta Almería un brazo de tierra que parte A1-Ándalus en dos. En el este las cosas van más despacio: el poder musulmán sigue fuerte en Lérida y Fraga. Pero aquí estará ahora el objetivo de Ramón Berenguer IV: expulsar a los moros del valle del Ebro y abrir definitivamente el este de la Península al impulso de la Reconquista.

Nunca la ocasión había sido tan propicia como ahora. La descomposición del mundo almorávide ha dejado paso a unas nuevas taifas donde el poder bascula de un lado a otro. Complicaremos innecesariamente las cosas si detallamos los nombres y territorios de los distintos caudillos que surgen en este momento en la España andalusí. Limitémonos a señalar que hay tres grandes áreas de poder. Una es la que encabeza el viejo almorávide Ibn Ganiya, con base en Córdoba. Otra es la que ya ha empezado a ponerse bajo la obediencia de los almohades, con centro en Sevilla.Y además está, en Levante, un interesantísimo personaje, Ibn Mardanish, el Rey Lobo (ya hablaremos aquí de él), que se ha hecho con los territorios del difunto Zafadola en Valencia y Murcia. Junto a todo eso, aparecen poderes independientes o autónomos en todas partes: en Mértola, Málaga, Ronda, Jerez, Badajoz, Cádiz, Cáceres…

¿Y en el valle del Ebro? Aquí las cosas son más complicadas todavía. Lérida había sido una de las joyas de la corona de Al-Ándalus: cabeza del valle del Ebro, desde el siglo vlii había estado en manos musulmanas y había conocido todos los vaivenes del islam español. Ahora, mediados del siglo xii, la descomposición del Imperio almorávide se había traducido en una multiplicidad de poderes: Fraga, Lérida y Tortosa eran todas musulmanas, pero cada cual jugaba su propio juego. Diez años antes, Alfonso el Batallador había fracasado ante la fortaleza del poder moro en la región. Ahora, sin embargo, todo había cambiado, y Ramón Berenguer IV lo sabía. Era hora de continuar la tarea que dejó pendiente el Batallador.

Ramón Berenguer IV, príncipe de Aragón y conde de Barcelona, pone manos a la obra. En los años precedentes ha asegurado su posición política en el reino, ha estabilizado las fronteras con García Ramírez de Pamplona y ha resuelto sus numerosos problemas en el norte, en el Midi francés, donde ha tenido que intervenir para auxiliar a sus aliados de Montpellier y Provenza. Después ha actuado en zonas muy concretas de la frontera de Lérida, arañando territorios al moro: primero, Sariñena, Velilla y Pina; después, Chalamera y Alcolea de Cinca; acto seguido, Mon zón, Zaidín y Tamarite.Y al mismo tiempo, en el extremo sur de su reino, ha vuelto a ocupar la plaza de Daroca, que había quedado abandonada tras la muerte del Batallador, y se encarga de repoblarla y darle fuero. Todo esto ocurre entre 1141 y 1145. Es una tarea lenta, pero tenaz, constante. Fruto de una estrategia deliberada.

Ahora estamos ya en 1148. Acabamos de ver a Ramón Berenguer IV junto a su cuñado Alfonso VII en la conquista de Almería. La nueva prioridad es derribar al poder musulmán en el Ebro. Ramón no está solo: comparte objetivos con el conde Armengol de Urgel, que también ha estado en Almería y que es un poder independiente.Y todo lo que va a pasar a partir de ahora ofrece el aspecto de un programa perfectamente planificado, de una estrategia pensada durante largo tiempo, madurada con paciencia, preparada para ser ejecutada en el momento preciso. Este momento.

Primer movimiento: la plaza de Ontiñena, a orillas del río Alcanadre. Hoy es un minúsculo núcleo de seiscientos habitantes, pero en 1147 era un lugar clave para controlar las tierras entre el Segre y el Cinca. Con el baluarte de Ontiñena en su poder, Ramón Berenguer IV amenaza a los musulmanes por el oeste. Acto seguido procede a mover pieza en el sureste, y será ahora la importantísima plaza de Tortosa, en la desembocadura del Ebro. El conde de Barcelona todavía tiene consigo a los italianos y a los franceses que han participado en la toma de Almería. A todos les ofrecerá ahora la posibilidad de doblar el triunfo con la conquista de Tortosa.

Para los combatientes, Tortosa es una nueva cruzada. El papa Eugenio III ha otorgado a la empresa esa categoría. ¿Quiénes acuden a la llamada? Casi todos los que han estado en Almería. Por supuesto, el conde Armengol de Urgel; también la flota genovesa y Guillermo de Montpefier. Además, el conde de Tolosa, que se llamaba Bertrán, y contingentes cruzados de templarios y hospitalarios. Entre las banderas de Ramón Berenguer IV brilla un singular personaje: Guillem Ramón de Montcada, gran senescal del condado de Barcelona, es decir, el primer ministro.

La ciudad capitula el 30 de diciembre de 1148, tras varios meses de asedio. Las condiciones de la rendición son generosas: a los musulmanes se les reconoce el derecho a la libertad de culto y a mantener sus propiedades y bienes. Con Tortosa cae también su rica área comercial, des de Amposta hasta Miravet. Conocemos el reparto del botín: una quinta parte fue para las órdenes militares; un tercio, para los genoveses, y otro tercio para el senescal Guillem Ramón. Se constituye así un nuevo territorio cristiano: el marquesado de Tortosa, con fueros propios desde el año siguiente.Y el primer señor de Tortosa será precisamente el gran senescal.

Aragón está ahogando a los últimos territorios musulmanes en el valle del Ebro, presionados desde todos los puntos cardinales. Armengol de Urgel está actuando desde el norte, en el entorno de Balaguer. Ontiñena amenaza por el oeste. Ahora ha caído también Tortosa en el sureste. El poder musulmán en el Ebro se ha roto. En medio quedan, aisladas, Mequinenza, Lérida y Fraga. La ciudad de Fraga, Medina Afraga, se ha convertido de hecho en una taifa independiente, pero su única oportunidad es llegar a un arreglo con los cristianos. ¿Quién gobernaba en Fraga? Ibn Mardanish, el que luego será llamado Rey Lobo.

El Rey Lobo, español de cepa, descendiente de mozárabes, pacta la capitulación con Ramón Berenguer IV. Lérida caerá inmediatamente, desarbolada. Ambas ciudades capitulan en la misma fecha: el 24 de octubre de 1149. La corona de Aragón constituye con ellas otro nuevo territorio: el marquesado de Lérida, dotado de fueros propios en 1150.A los musulmanes que quieran quedarse allí se les concede el derecho a regirse por sus propias leyes. La autoridad que otorga el fuero es doble: firman a la vez Ramón Berenguer y Armengol de Urgel. En cuanto a Ibn Mardanish, el Rey Lobo, marcha a Murcia, donde será nombrado rey.

A partir de ese momento, todo el poder musulmán en el Ebro cae una pieza tras otra, como fichas de dominó. En los años siguientes son repobladas Huesa del Común, Monforte de Moyuela, Híjar, Albalate del Arzobispo y la importantísima plaza de Alcañiz.Y desde aquí, desde Alcañiz, la corona controla todo el Bajo Aragón. La frontera aragonesa baja hasta tierras de Teruel y del Maestrazgo. Su vecino del sur es precisamente el Rey Lobo, que se declara vasallo de la corona de Aragón y pagará las consiguientes parias. Conocemos la cifra: cien mil dinares de oro anuales. Una verdadera fortuna.

Fueron años de gloria para Ramón Berenguer IV. El príncipe de Aragón y conde de Barcelona, mientras combate en el sur, no descuida los negocios del norte, que le reportan nuevamente el control sobre Tolo sa, Beziers, Carcasona y Comminges. En 1150 se pone broche de oro a esta carrera espectacular: se materializa el matrimonio, concertado desde muchos años atrás, entre el conde de Barcelona y la reina Petronila de Aragón, la hija de Ramiro el Monje. Las cláusulas del matrimonio, fieles al derecho aragonés, señalan con claridad lo que de ese enlace habrá de salir: en cuanto nazca un heredero, será rey de Aragón y gobernará tanto sobre el viejo reino como sobre el condado de Barcelona. En 1152 nace el primer heredero, Pedro, que morirá muy niño; en 1157 nace el segundo, Alfonso, que será rey.

A estas alturas, mediados del siglo xii, la corona de Aragón no conforma todavía un estado en el sentido moderno del término: las relaciones de poder y dependencia en el interior del reino conservan aún el talante feudal. Pero el territorio de la corona sí es ya una potencia de primer rango que actúa de forma unitaria y que se proyecta hacia Francia, hacia el Mediterráneo y hacia el interior de la Península. La nueva frontera es ahora Teruel.Y al otro lado está el Rey Lobo, Ibn Mardanish. De él toca hablar.

La historia del Rey Lobo

Su nombre árabe era Muhammad ibn Abd Allah ibn Saad ibn Mardanish. Sin embargo, todo el mundo le conoció como el Rey Lobo.Y no por su agresividad, aunque era mucha, sino por sus orígenes cristianos: era de familia cristiana, de uno de los numerosos linajes que se convirtieron al islam en los primeros siglos de la invasión para conservar sus propiedades. Y por su nombre mozárabe, que era Lope, se le llamó Lobo. En cuanto a lo de Mardanish, nadie sabe si venía de Mardones o Martínez. El hecho es que los Banu Mardanish se convirtieron en una de las grandes familias muladíes del este español.Y de ese linaje salió nuestro hombre.

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