Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (90 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Sabemos que nació en Peñíscola, junto al mar, en 1124.Y aunque su vida se ha novelado varias veces, poco más conocemos de él con certeza hasta los cruciales años en los que el Imperio almorávide se desmorona. Un tío de nuestro hombre está gobernando en la Murcia de Zafadola. Mientras tanto, nuestro Lope está en el área de Lérida. Al calor del caos, Lope ibn Mardanish ha creado en Fraga (la Medina Afraga musulmana) un auténtico reino taifa.Y es entonces cuando nuestro protagonista aparece en la historia.

¿Cómo era este caballero? Inteligente, osado, generoso y astuto; un líder natural. Muy superficialmente musulmán, su único horizonte vital era en realidad el poder. De islámico tenía las formas y los atavíos; por lo demás, guardaba fama de libertino, se rodeaba de cristianos y judíos y, además, hablaba normalmente en romance castellano y aragonés. Para los musulmanes ortodoxos, no era hombre de fiar. Para los españoles, por el contrario, era uno de los suyos: un caudillo más, y la circunstancia de que fuera musulmán, a juzgar por las crónicas, parece simplemente casual. De hecho, Ibn Mardanish será el más acérrimo enemigo de los almohades que pugnan por hacerse con el poder en la España mora.

La invasión almohade no fue un proceso estable: conoció tantos triunfos como reveses y frecuentes periodos de estancamiento. Tampoco cabe imaginarla como una nueva invasión musulmana contra los reinos cristianos: en realidad, el primer objetivo de los almohades no era la cristiandad, sino los territorios bajo poder almorávide, de manera que la invasión fue, ante todo, una guerra civil entre musulmanes. Una guerra civil en la que había, por lo menos, tres bandos: los almorávides en retroceso, los almohades en ascenso y los reyes locales —Abencasí, Zafadola, Ibn Mardanish, etc.— que pugnan por implantar su propio poder. Por eso el paisaje es tan confuso.

En líneas generales, podemos resumir el proceso de la siguiente manera: primero, los almorávides tratan de resistir mientras en A1-Ándalus surgen poderes locales que buscan su independencia; después, muchos de estos poderes locales pactan ora con los almohades, ora con los cristianos; por último, los almorávides caen —el último fue Ibn Ganiya— y los almohades empiezan a entrar en la Península. A partir de este momento, sólo sobrevivirá el más fuerte.

La fecha clave de la entrada almohade en España fue el año 1146: con Marrakech en su poder, el califa almorávide Abd al-Mumin puede permitirse enviar tropas a la Península. Lo hace con éxito en Mérida y Sevilla, pero no puede ir más allá: por un lado, la efervescente situación en la Península exige demasiada inversión militar; por otro, el paisaje en Marruecos tampoco es apacible, con frecuentes revueltas contra el nuevo poder. Después de que Alfonso VII tome Almería, en 1147, Abd al-Mumin entiende que sus conquistas en España corren peligro y opta por fortificar las plazas de Trujillo, Montánchez y Santa Cruz, en el sureste de Cáceres, para proteger sus posiciones en Mérida.Y de momento, el almohade no puede aspirar a más.

Ésta es la situación en la que emerge nuestro personaje: el Rey Lobo. Acabamos de ver a este Ibn Mardanish pactando con Ramón Berenguer IV y Armengol de Urgel la entrega de Fraga. Nuestro hombre sabía bien que el valle del Ebro estaba perdido. Después de asegurarse un pacto ventajoso para los musulmanes locales, Lope Ibn Mardanish desaparece de la escena y aparece en otro paisaje distinto: Murcia, donde toma el relevo de su tío al frente de la taifa local.

El territorio donde aparece de repente nuestro Rey Lobo es considerable: aproximadamente, la actual Comunidad Valenciana, la región de Murcia y parte del interior hacia Cuenca, Albacete y hasta Jaén, a caballo de la sierra de Segura. Su primera prioridad es asegurar el dominio sobre estos anchos dominios. En el norte, no hay más que una forma de hacerlo: garantizarse la paz con Aragón y con Castilla.Y en el sur, hay que prevenir cualquier ataque almohade.

¿Cómo se garantizó el Rey Lobo la paz con Aragón y Castilla? El instrumento habitual para estas cosas eran las parias: tributos que el rey moro pagaba para que los beneficiarios protegieran las fronteras del tributario. El que paga se convierte en vasallo del que cobra y, a cambio, obtiene seguridad para su reino. Pero en estos tratos del Rey Lobo con los cristianos hay más que la transacción habitual, porque desde el primer momento aparecerán junto a él multitud de guerreros castellanos, aragoneses, navarros y hasta italianos que engrosan los contingentes de Ibn Mardanish. El reino taifa de Lope en Murcia es el menos musulmán de cuantos habían existido hasta entonces.

Son guerreros cristianos, en efecto, quienes constituyen las vanguardias del ejército permanente del Rey Lobo. Porque así fue como Ibn Mardanish aseguró el otro punto débil de sus territorios, el sur. Con esas mesnadas mercenarias de soldados cristianos, el Rey Lobo obtenía la fuerza militar que necesitaba y los reyes cristianos se aseguraban de cerrar el paso a los almohades, el enemigo común.Todos ganaban en el trato.

La defensa fronteriza en el sur pasa por dos puntos clave: Jaén y Lorca. Por Lorca habían entrado tradicionalmente las oleadas de invasores procedentes del sur. Había que tapar esa vía.Y así Lorca se convertirá en una ciudad literalmente tomada por los guerreros cristianos del rey moro de Murcia. El problema en Jaén era distinto: no se trataba tanto de levantar una muralla militar como de actuar sobre los distintos poderes locales para granjearse su sumisión. Jaén era importante para la Murcia del Rey Lobo: una región rica en recursos.Y lo que aquí hará Ibn Mardanish es tejer una tupida red de relaciones clientelares y familiares que van a asegurarle durante dos décadas el dominio sobre extensas zonas de la Andalucía oriental. Lo mismo en Albacete que en Úbeda y Guadix, el Rey Lobo se rodea de un escudo protector que le hará aún más inexpugnable para los almohades.

Con la frontera así asegurada, Lope ibn Mardanish pudo entregarse a una tenaz tarea de enriquecimiento de su reino. En la historia murciana se recuerda esta etapa como una auténtica «edad de oro». Quizá sea exagerado, pero es un hecho que Murcia prosperó de forma asombrosa. Los grandes riesgos de la frontera hicieron que mucha gente buscara en Murcia una vida más tranquila.Y sobre la base de ese plus de población, el Rey Lobo organizó una intensa actividad económica. Primero, en la agricultura, ampliando sistemas de regadíos en el cauce del Segura con todo género de ingenios hidrológicos. Además, con la cerámica, que se exportaba a Italia en grandes cantidades. Se dice que ésta es la época en la que empieza a cultivarse en Murcia la seda y a fabricarse papel. Por inventar, los murcianos de este periodo inventaron incluso un tipo de fideo: la aletría, que aún existe hoy en el repertorio de la cocina local. Sobre la base de esta riqueza, Murcia empezó a acuñar moneda.Y con tanta fortuna que pronto circuló por toda Europa.

A partir de este momento, el Rey Lobo ibn Mardanish va a jugar un papel fundamental en nuestra historia: aliado y tributario de los monarcas cristianos, no permitirá sin embargo la menor intromisión en sus dominios; a pesar de ser cabeza de una comunidad musulmana, dedicará todos sus esfuerzos a contener a los almohades.Y con esa doble política construirá un reino efímero, pero fulgurante, en el Levante español. El Rey Lobo es sin duda la figura más atractiva de los segundos Reinos de Taifas. Aún nos acompañará en varios episodios de nuestro relato.

Años de transición: el final del imperio

Años de transición, los de mediados del siglo xü. Años, sin embargo, en los que iban a pasar cosas muy importantes. Navarra volvía a estar en litigio, los almohades se iban apoderando de Andalucía y los cristianos intensificaban la repoblación en las mesetas.Y el emperador, Alfonso VII, terminaría rindiendo la vida en el mismo trance donde antes había alcanzado la gloria: una campaña sobre Almería.

El rey de Navarra, García Ramírez, nieto del Cid, murió en 1150. Su muerte volvía a dejar abierta la cuestión navarra. Recordemos que ése era el principal «fleco» pendiente del testamento del Batallador. La cesión del viejo Reino de Aragón a las órdenes militares había sido solventada con tacto por Ramiro el Monje y su yerno Ramón Berenguer en lo que concierne al territorio propiamente aragonés, pero entonces toda la atención se focalizó en el otro lote de la herencia, que era Navarra: Roma no reconoció al reino navarro y García IV Ramírez tuvo que hacer mil contorsiones —y alguna demostración de fuerza— para salvar la corona. El nieto del Cid prestó vasallaje a Alfonso VII y se casó con una hija (bastarda) del emperador; con ello resolvió temporalmente el problema. Pero ahora, al morir García, el asunto navarro volvía a salir a la luz.

El lugar de García Ramírez lo tomó su hijo Sancho, que será SanchoVI, llamado el Sabio. Sancho era hijo de la primera mujer de García, la francesa Margarita de l'Aigle. Llegaba al trono con menos de veinte años. Como le había pasado a su padre, Roma no le reconoció como rey, sino simplemente como «duque» de Pamplona. Su primer movimiento fue intentar calmar las cosas con Aragón y Barcelona: un acercamiento diplomático a Ramón Berenguer IV Pero eso provocó la reacción del emperador Alfonso VII, que a su vez maniobró ofreciendo a Ramón Berenguer otro pacto: repartirse entre los dos el territorio navarro. Eso fue el Tratado de Tudilén, de enero de 1151. La corona de Sancho peligraba.

¿Qué decía el Tratado de Tudilén? Si los firmantes se lo hubieran tomado realmente en serio, habría sido tanto como condenar a muerte al Reino de Navarra, porque el pacto implicaba declarar la guerra a los de Pamplona y repartirse el botín entre León y Aragón. De paso, el conde de Barcelona obtenía para Aragón el derecho a reconquistar Valencia y Murcia, algo que tendrá una importancia decisiva en el futuro. El caso es que, con ese pacto, el nuevo rey de Navarra, el joven Sancho, quedaba obligado a improvisar otra maniobra para salvar su corona, como había tenido que hacer su padre.Y la maniobra será la habitual: ofrecer a su hermana Blanca Garcés como esposa del primogénito de Alfonso VII, el infante Sancho (también Sancho). Era un matrimonio sensato, entre dos personas de la misma edad y, además, con intereses territoriales convergentes: Castilla y Navarra. Después de todo, un negocio bien hecho. Sancho el Sabio salvó su corona.

Mientras tanto, y por debajo de todas estas cosas, la vida proseguía y la España reconquistada empezaba a llenarse de nuevas villas con sus concejos. Tanto en Castilla como en Aragón y en Portugal es tiempo de fundaciones. El descenso de la frontera hasta las sierras andaluzas ha abierto a la repoblación muchas tierras, pero, sobre todo, ha hecho que lugares antes peligrosos pasen a ser ahora mucho más cómodos: toda la cuenca del Tajo, donde la vida era francamente arriesgada sólo veinte años atrás, empieza a recibir la afluencia de nuevos pobladores que se integran en las comunidades de villa y aldea; por ejemplo, en Madrid.

Ahora bien, ¿qué está pasando más al sur, en la nueva frontera? Lo que empieza a verse en este momento es algo inédito, aunque el fenómeno ya había dado señales en Aragón: como se ha reconquistado más territorio del que es posible repoblar, la custodia de las nuevas comarcas ya no puede encargarse a los concejos, esto es, a los propios pobladores, sino que ha de recurrirse a otros instrumentos que garanticen la seguridad de la frontera. ¿Y quién puede garantizar tal cosa en los grandes espacios de Teruel, La Mancha y Salamanca? Sólo los guerreros. Es así como las órdenes militares se convierten en nuevos protagonistas de la repoblación.

En Aragón, el Batallador había confiado la custodia de Belchite a una orden militar específicamente creada para el caso: la Cofradía de Belchite.Ahora, en Calatrava,Alfonso VII encomendará la plaza a los templarios. Estamos asistiendo al nacimiento del tercer gran momento en la repoblación: el primero fue el de los colonos privados que hacían presuras en tierra de nadie, el segundo fue el de los concejos y el tercero, ahora, éste de las órdenes militares. Las órdenes garantizan la seguridad de la frontera, ejercen el señorío sobre las tierras encomendadas y reglamentan una repoblación que, por las características de los nuevos espacios, es ante todo ganadera. Todo esto dará un perfil singular a la España del sur del Tajo.

¿Y qué pasaba mientras tanto en Al-Ándalus? Que el poder almohade se consolidaba sin remedio. A excepción de los anchos territorios del Rey Lobo en Valencia y Murcia, que seguirán siendo independientes mucho tiempo, el resto de la España mora va entregándose al califa alMumin. Después de tomar Marrakech, el caudillo almohade ha puesto sus ojos en las ricas tierras andalusíes. Ha logrado hacerse con Sevilla. Luego, Ibn Ganiya, el último líder almorávide, termina entregando a sus enemigos Córdoba y Jaén. Como todavía quedan resistencias en el sur de Portugal, Al-Mumin llama a capítulo a los reyes de taifas: Évora y Beja, Niebla yTejada, Badajoz… Los reyezuelos, convocados en la ciudad marroquí de Salé, se ven ante un ultimátum: si se someten al almohade, mantendrán su posición; si no, será la guerra. Y todos ellos ceden, por supuesto.

A partir de este momento, la expansión almohade por Andalucía es imparable.A1-Mumin nombra a su hijoYakub gobernador deAl-Ándalus con residencia en Sevilla.Ya controla todo el cuadrante suroeste de la Península. Después los almohades ocuparán Málaga y Granada. Esta gente combate con ejércitos numerosísimos, ante los que de poco sirven las tácticas empleadas contra los almorávides. Alfonso VII reacciona tomando la plaza clave de Andújar, pero el rey cristiano es consciente de que el paisaje se está oscureciendo por momentos. Tanto que a la altura de 1157 los almohades afrontan un reto importante: recuperar Almería, aquella plaza donde Alfonso VII había tocado diez años antes la gloria.Y en ella el emperador escribiría la última página de su vida.

Alfonso VII había conseguido algo formidable: reinar desde Almería hasta el sur de Francia. La Reconquista había llegado más lejos que nunca y León bien podía presumir de haber hecho realidad su título imperial. A partir de aquí, sin embargo, las cosas irán cuesta abajo. Los esfuerzos de Alfonso por sumar a los demás reinos cristianos en un frente común contra los almohades habían tenido un éxito muy limitado. Todos estaban contra los almohades, sin duda, pero cada cual prefería hacer la guerra por su cuenta: los portugueses, en su área del sur de Lisboa; los aragoneses, conservando las ricas parias que les pagaba el Rey Lobo de Murcia.

En el plano personal, Alfonso vivía ya su invierno, aunque apenas acababa de sobrepasar los cincuenta años. La reina Berenguela había muerto en 49.Viudo, Alfonso se casó de nuevo con la dama Riquilda de Polonia, hija del duque Ladislao el Desterrado. Hizo más cosas: casó a su hija Constanza con el rey Alfonso VII de Francia; introdujo la Orden del Císter en España, que iba a tomar el relevo de Cluny en el liderazgo de la cristiandad; convocó un concilio en Valladolid para tratar de alinear a todos los reinos cristianos en un esfuerzo común; pactó con Ibn Mardanish, el Rey Lobo. Ahora, en 1157, con cincuenta y tres años de edad y casi medio siglo de experiencia política a sus espaldas, se enfrenta al último desafío: salvar Almería, sitiada por los almohades.

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