Read Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval Online
Authors: José Javier Esparza
Tags: #Histórico
De todo esto ya hablaremos en su momento. Por ahora, quedémonos con lo esencial: a la altura de 1139-1140 nace Portugal como reino, y así se empieza a configurar definitivamente la España de los cinco reinos. Dos, León y Castilla, están juntos bajo el cetro de Alfonso VII.Otro, el de Navarra, logra sobrevivir en manos de García Ramírez, que, por cierto, no tendrá más remedio que volver a rendir vasallaje —eso sí, como rey— a Alfonso el emperador. El cuarto reino,Aragón, ha adquirido su forma definitiva tras la fusión de la vieja corona aragonesa con el condado de Barcelona.Y el quinto reino es este Portugal que ahora amanece para la historia. Así tomó forma la España de los cinco reinos.
Cuando la catalana Berenguela salvó Toledo
Una catalana salvó Toledo. Eso dice la tradición, y la historia es tan hermosa que vale la pena contarla. Pero antes vamos a ver cómo estaban las cosas en el sur, donde prosigue la guerra contra el islam. Guerra que iba a conocer ahora nuevos y decisivos episodios.
Lo que está pasando en el sur es que el Imperio almorávide se desploma bajo los efectos de la subversión almohade, esa nueva escuela político-religiosa de la que ya hemos hablado aquí y que se está extendiendo como una mancha de aceite por todo el norte de África. El emir Alí benYusuf se ve obligado a trasladar una y otra vez tropas de Al-Ándalus para combatir a los almohades en África. Esta inestabilidad en Al-Ándalus provoca dos movimientos simultáneos: por una parte, los reinos cristianos aprovechan la situación para arrancar nuevos territorios en la frontera; por otro, los núcleos más fuertes del poder musulmán en España intentan reafirmar su posición frente a los reinos cristianos y frente al propio emir.
En este paisaje, convulso como pocos, Alfonso VII de León percibe rápidamente que tiene una oportunidad y se aplica a explotarla. Sabe que su título de «emperador de toda España» puede extenderse no sólo a la España cristiana, sino también a la musulmana. Para ello cuenta con un aliado de primera importancia, un hombre que ya ha salido en nuestro relato: Zafadola, el reyezuelo moro de Rueda de jalón, el hijo del último rey taifa de Zaragoza. Zafadola es aliado y vasallo de Alfonso VII.Ante un mundo andalusí que navega en plena descomposición, Zafadola se presenta como una alternativa dentro del propio islam: una alternativa que garantizará a los andalusíes la paz con los cristianos sin dejar de ser musulmanes.
El gran proyecto pasa, de momento, por un objetivo primordial: asentar la hegemonía cristiana en la frontera sur, en el valle del Tajo, ocupando plazas fuertes para proteger la repoblación. La debilidad almorávide ofrece posibilidades prometedoras. Alfonso VII intenta por dos veces tomar Coria, plaza esencial para el dominio del Tajo en el oeste. Con el mismo propósito, a la altura de 1139, cerca la fortaleza mora de Colmenar de Oreja, al noreste de Toledo.Y es aquí, en el cerco de Colmenar de Oreja, donde la tradición sitúa el episodio de la catalana que salvó Toledo. Esa catalana fue la reina Berenguela.
Colmenar de Oreja era un lugar de gran importancia estratégica para asegurar el control del ancho valle del Tajo toledano, cara a la frontera con los moros que ocupaban las tierras de Cuenca. El objetivo concreto de la maniobra no era propiamente el actual pueblo de Colmenar de Oreja, sino el castillo de Oreja, en Ontígola, a pocos kilómetros de Colmenar y no lejos de Aranjuez. Fue el lugar donde Alfonso VII, acompañado de Zafadola, concentró sus tropas en la primavera de 1139.Todas las huestes de la cercana Toledo acudieron a la llamada.
Para los almorávides era un desafio de primera magnitud: perder Oreja volvía su posición extremadamente frágil, porque esa plaza estaba en la orilla sur del río, abierta ya a las llanuras de La Mancha. De manera que, sin perder tiempo, los moros movilizan todo lo que tienen: los gobernadores de Córdoba, Sevilla yValencia envían sus ejércitos para frenar al rey de León. Pero los almorávides hicieron algo más. Constataron que Alfonso, para cercar Oreja, había empleado todas sus tropas y, por tanto, había dejado desguarnecida la plaza de Toledo, la capital. De manera que dividieron su ataque: mientras una parte de la fuerza musulmana acudía a Oreja, otra parte del contingente marchaba contra Toledo. La maniobra era inteligente: se trataba de obligar a Alfonso VII a dividir sus tropas, forzarle a mandar huestes a Toledo y, así, aliviar el cerco sobre Oreja.Y de esta manera los habitantes de Toledo, ciudad prácticamente sin soldados, vieron un buen día aparecer frente a sus muros a un ejército musulmán.
En Toledo —dice la tradición— habían quedado solamente la reina Berenguela y sus damas. Berenguela, esposa de Alfonso VII, hija de Ra món Berenguer III, hermana del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Esta mujer debía de tener por entonces unos veintitrés años. Había sido entregada en matrimonio al rey de León en 1128, a la edad de catorce años. Tenía ya cinco hijos: Sancho, Ramón, Constanza, Sancha y Fernando, con varios partos múltiples. No era un florero, Berenguela: parece indudable que su influencia fue decisiva para soldar la alianza entre el emperador leonés y la corona de Aragón.Y ahora, primavera de 1139, aquella mujer estaba allí, con sus cinco hijos y sus damas de la corte, sola ante ese ejército musulmán que aparecía por el horizonte.
La situación es crítica.Toledo, sin otra defensa que sus muros, no podría resistir un asedio de los sarracenos. ¿Qué hacer? La reina Berenguela toma una decisión. Pide pluma y papel. Dicta una carta que habrá de ser enviada al jefe de las huestes moras. Sus palabras desarmarán a los sarracenos.Aquella carta decía así:
Hija soy de Raimundo Berenguer de Barcelona, muerto hace ahora nueve natividades, e hija soy de Doña Dulce de Provenza. Cuando por ellos fui entregada en matrimonio a mi esposo, el emperador, me fue explicada la importancia de mi presencia junto a él, y se me ilustró sobre el valor de mi vida, y sobre el valor de mi muerte. Desde entonces no temo ni al día de las pompas ni a la noche de las guerras. Preparada estoy, pues, para morir en cualquier instante, como mujer y como emperatriz.Y lo haré, si es menester, en la defensa de este castillo de San Servando, si a vos os quema la vergüenza de guerrear contra una mujer, sabiendo como sabéis que mi esposo, el emperador, se halla en conquista de Oreja, a no muchas leguas de aquí, donde con su ejército podría ofreceros la batalla que tanto parecéis anhelar como miedo parecéis tener…
En plata: si tenéis lo que hay que tener, id a pelear donde están los hombres en vez de amenazar a unas pocas mujeres solas.Y para reafirmar sus palabras, la reina se vistió con las ropas más suntuosas que tenía a mano, hizo trasladar su trono a la torre más alta de la muralla toledana y se sentó allí, bien a la vista de los moros. Hoy lo llamaríamos guerra psicológica.Y dice la tradición que los sarracenos, avergonzados, deliberaron brevemente entre sí, se inclinaron ante la reina Berenguela y después, lentamente, abandonaron las murallas de Toledo, levantaron el asedio y marcharon hacia Oreja, donde Alfonso les esperaba. Hoy se conoce como Torres de la Reina a esa parte de la muralla toledana donde la reina se mostró a los moros, entre la Puerta de Bisagra y la torre de la Almofala.Y así fue como una catalana salvó Toledo, la capital del emperador.
No podemos saber si las cosas ocurrieron realmente así. Pero sabemos que Berenguela era cualquier cosa menos una mujer apocada. Sabemos que Alfonso VII, en efecto, estaba asediando el castillo de Oreja. Sabemos que los almorávides intentaron detenerle. Y sabemos, en fin, que el emperador tomó finalmente la plaza, que terminó cayendo en el mes de octubre, después de varios meses de sitio y sin que Toledo sufriera otros ataques. Así que, después de todo, ¿por qué no? La historia de Berenguela en la muralla toledana es verosímil.Y, sobre todo, es muy hermosa.
En todo caso, la caída de Oreja sólo fue el primer capítulo de lo que se les venía encima a los almorávides. Con el control sobre el valle sur del Tajo asegurado, y las líneas sarracenas debilitadas por el conflicto interno con los almohades, el rey de León multiplica las ofensivas. En el oeste, Alfonso VII recupera en 1142 la ciudad de Coria, al norte de Cáceres.Y en el sur, en 1143, los cristianos logran tomar el castillo de Mora. El autor de la proeza es el jefe de la guarnición de Toledo, un frontero de origen gallego llamado Munio Alfonso, del que ya hablaremos más aquí. Desde la plaza de Mora las huestes de Toledo están en condiciones de intensificar sus campañas en La Mancha. En una de esas campañas Munio Alfonso derrota a los gobernadores de Sevilla y Córdoba en Montiel, ya a un paso de las sierras andaluzas.
El paisaje cambia por completo. Con estos éxitos militares, el nuevo horizonte de la España cristiana ya no está en el Tajo, sino más al sur: en las inmensas planicies de La Mancha, en las sierras del Segura y en las peñas de Sierra Morena. Alfonso acaricia su proyecto definitivo: obtener la sumisión de la España mora derrotando a los almorávides y poniendo en su lugar a Zafadola. Toledo se prepara para dibujar una vez más el mapa político de España.Y allí, en la vieja capital, una dama daba a luz a su sexto hijo. Esa dama era la reina Berenguela, la catalana que salvó Toledo.
Una crisis, un tratado y una boda
Años cruciales, estos en torno a 1143: Alfonso VII está decidido a crear un imperio cristiano mientras, en el sur, el Imperio almorávide se hunde. En muy pocos meses vamos a asistir a acontecimientos decisivos.
Aquel año había comenzado con una noticia luctuosa en África: en su palacio de Marrakech moría el emir almorávide, Alí ibnYusuf, a los sesenta años de edad y después de treinta y siete de reinado. Alí había recogido la herencia del viejo Yusuf ibn Tashfin, el derviche que vestía con pieles de ovejas.Vivió sus días de gloria cuando derrotó a los cristianos en Uclés y cuando tomó la taifa de Zaragoza. Pero todo aquello había quedado muy atrás.Ahora, mediados del siglo xii, el Imperio almorávide vive una larga decadencia. La subversión almohade ha puesto en jaque al imperio. El emir Alí será reemplazado por su hijo, Tashfin ben Alí.Y el paisaje que se encuentra Tashfin, el nuevo emir, es cualquier cosa menos apacible.
La insurrección de los almohades no es una pacífica querella política: es una auténtica guerra civil. Su nuevo líder, Abd al-Mumin, levanta los ánimos de las poblaciones bereberes y las lanza a luchar contra la facción gobernante. Se combate por todas partes. El ejército almorávide es fuerte: sus tropas de mercenarios y cautivos cristianos, mandadas por el catalán Reverter (Roberto, vizconde de Barcelona), sofocan una y otra vez las acometidas de las huestes almohades. Entonces Abd al-Mumin, el almohade, entiende que no obtendrá la victoria hasta que consiga el levantamiento masivo de sus paisanos bereberes y, sobre todo, de los musulmanes de A1-Ándalus.
El primer gran éxito de Abd al-Mumin es la conquista de Tremecén: una operación muy cruenta, con exterminio de la población local. El dominio de esta importante plaza argelina permitió al líder almohade constituir un gran ejército con las tribus de las montañas cercanas.Y además obligó al emir Tashfin a tomar una decisión de gran alcance: retirar las tropas almorávides en España para hacer frente a los almohades en África.Tashfin conocía bien a sus excelentes tropas andalusíes: él mismo las había mandado. Pero estas tropas no tenían sólo por función guerrear contra los cristianos de España, sino también garantizar la su misión de la población musulmana de Al-Ándalus.Y ahora, sin espadas almorávides a la vista, los moros españoles iban a dar rienda suelta a su descontento.
Alfonso VII no ignora los problemas de los almorávides: sabe que el enemigo está haciendo agua y el rey de León no desperdicia la oportunidad de crecer a su costa. Las campañas militares lanzadas sobre la frontera, desde Coria hasta Oreja, señalan un nuevo horizonte para la Reconquista. Todos los reinos cristianos tienen su propio objetivo: la corona de Aragón hostiga a los moros de Lérida y de Valencia; los portugueses tienen a la vista Lisboa; en cuanto a castellanos y leoneses, su nuevo campo de batalla es la propia Andalucía, donde multiplicarán las incursiones.
El proyecto imperial de Alfonso VII nunca ha estado más cerca de realizarse. Alfonso se ve a sí mismo como soberano natural de un conjunto de reinos cuyo lazo común es la cristiandad y la hispanidad. Aragón es su aliado y le ha prestado vasallaje. Con Navarra se van recomponiendo las cosas y el viejo reino seguirá el mismo camino que los aragoneses. Para gobernar las tierras andalusíes ha pensado en un musulmán: Zafadola, del que ya hemos hablado aquí, y que igualmente podría reinar como vasallo de Alfonso.Y además está la cuestión portuguesa; cuestión que Alfonso quiere resolver cuanto antes.
Portugal ya es de hecho un reino: el apoyo episcopal de Braga y Oporto ha dotado a Alfonso Enríquez de un territorio bien vertebrado y de un eficaz respaldo político. El propio Enríquez viene titulándose rey desde unos años atrás. El conflicto entre los dos primos borgoñones es inevitable; los roces son continuos. Enríquez, el portugués, quiere afianzar su condición de rey. Alfonso VII está dispuesto a aceptarlo siempre y cuando Enríquez le rinda vasallaje. Éste será ahora el gran objetivo político de la corona leonesa, que terminará tomando carta de naturaleza en el Tratado de Zamora.
Parece que el acuerdo fue cuajando a lo largo del año 1143.Y con toda probabilidad, el que estuvo trabajando en la trastienda fue Guido de Vico, el legado del papa, particularmente interesado en marcar bien las competencias de cada diócesis española y, muy especialmente, en evitar las guerras entre reinos cristianos. Hubo un primer encuentro entre los dos Alfonsos, el emperador y el portugués, enValdevez.Allí se sentaron las líneas de la concordia. Después, en el mes de septiembre, Alfonso VII convoca concilio en León, y allí estará también el cardenal Guido. El último acto del proceso será ese acuerdo de Zamora.
¿Qué se decidió en Zamora? Fundamentalmente, que Alfonso Enríquez podría ser rey de Portugal. Los territorios del viejo condado portucalense adquirían la condición de reino y Alfonso Enríquez sería su titular. Pero lo sería como vasallo del rey emperador de León. Y para subrayar ese vasallaje, el emperador entregó a Enríquez el señorío de Astorga, que era dominio de la corona leonesa. Así, por esa tenencia, Enríquez quedaba obligado para con el rey de León. El rey de Portugal volvió a su casa con una gran conquista política bajo el brazo; en Astorga dejaba, como prenda viva de su obediencia, al alférez Fernando Cativo, nuevo gobernador (portugués) de la ciudad. Era el 5 de octubre de 1143.