Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (63 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Alfonso no faltó al pacto con Zaragoza. Un contingente castellano marchó hacia Aragón bajo el mando de García Ordóñez, el de Nájera, y el conde Gonzalo Núñez de Lara. Los castellanos engrosaron el ejército que al-Mustaín de Zaragoza enviaba para socorrer Huesca. Pedro 1 se había preparado para hacerles frente. La batalla decisiva fue en Alcoraz, al lado mismo de la ciudad sitiada. Era el 19 de noviembre del año 1096. Los ejércitos de Aragón y Navarra, con su refuerzo de cruzados, se en frentaron al socorro de Zaragoza y lo derrotaron. En la batalla brilló un joven hermano del rey Pedro: Alfonso, que pasaría a la Historia como «el Batallador». Huesca ya era, por fin, aragonesa. El legado del papa restauró la sede episcopal. La ciudad se convertía en nueva capital del reino.

Y en ésas estaba Pedro 1 de Aragón, gozando de su primer triunfo como rey, cuando recibió un mensaje de socorro: era el Cid, que, desde Valencia, le pedía refuerzos ante un nuevo desembarco almorávide. ¿Qué estaba pasando en Valencia? Volvamos allá.

Lo que estaba pasando en Valencia era que los almorávides, pertinaces, habían enviado otro ejército sobre la zona. Esta vez lo mandaba AbulHasan Ali al-Hajj y su propósito era acogotar literalmente al Cid con una operación combinada por tierra y por mar. La frontera entre los almorávides y los dominios del Cid estaba entonces en la línea Gandía Játiva. La plaza estratégica más importante era el castillo de Peña Cadiella, que permitía vigilar todos los movimientos del llano. El Cid necesitaba socorrer Peña Cadiella.

Los aragoneses acudieron a la llamada de Rodrigo Díaz de Vivar. Allí fueron el propio rey Pedro y también su hermano Alfonso. Los de Aragón,junto a las tropas del Cid, llegaron hasta Peña Cadiella y abastecieron a la plaza de todo lo necesario: hombres, víveres, municiones. Pero cuando el ejército cristiano emprendió el camino de regreso hacia Valencia, se encontró con que los almorávides le habían cerrado el camino: apostadas en el castillo de Bairén, tres kilómetros al norte de Gandía, y apoyadas desde el mar, las fuerzas del emperadorYusuf se proponían aniquilar al ejército del Cid.Y si ese ejército cedía,Valencia, desprotegida, quedaría al alcance de los almorávides. Eso fue lo que se jugó en la batalla de Bairén.

De lo que pasó en la batalla de Bairén sabemos bastante poco. Lo que conocemos es lo más importante: su final.Y su final fue que las fuerzas castellanas del Cid y las aragonesas y navarras de Pedro derrotaron a los musulmanes.Y además los derrotaron a fondo, porque el descalabro almorávide fue el mayor que hasta entonces habían sufrido las huestes de Yusuf ben Tashfin. Acababa de empezar el año 1097.Y el Cid había vuelto a ganar.

La victoria de Bairén, curiosamente, tuvo consecuencias políticas mayores que la de Valencia. Porque es ahora, después de Bairén, cuando el Cid decide cristianizar enteramente la ciudad. El papa restableció la sede episcopal deValencia y nombró para ello al obispo jerónimo de Périgord, un monje que había llegado a España con el grupo cluniacense de Bernardo, el de Toledo. Al mismo tiempo, el Cid ocupaba Almenar y después Sagunto, de modo que su control sobre el territorio ya era completo.Y por si faltaba algo, Rodrigo estrechaba los lazos con el Reino de Aragón —más todavía— y con el condado de Barcelona. Ahora los ojos del Cid estaban puestos en su hijo y heredero, Diego. Todo apuntaba a queValencia vería nacer un señorío cristiano con identidad propia, semejante al que al otro lado, en Portugal, iba creándose en torno a los yernos borgoñones de Alfonso VI.

Y en ésas estábamos cuando, de repente, una noticia voló por toda la Península: el viejo Yusuf ben Tashfin, el emperador almorávide, con más de noventa años ya, desembarcaba de nuevo en España y se dirigía, otra vez, contra Toledo. Las armas volvían a sonar.

La batalla de Consuegra

Es muy importante no perder de vista el mapa general de la situación. En Valencia, el Cid había ganado todo el territorio de la vieja taifa. En torno a Huesca, Pedro 1 de Aragón proseguía sus avances hacia el llano del sur. Como esos avances se cobraban a costa de la taifa de Zaragoza, ésta tenía que pedir auxilio a su protector, el rey de León.Y el rey de León, Alfonso VI, seguramente con pocas ganas después de perder Lisboa, se encaminaba ahora hacia Zaragoza para enfrentarse a su, por otra parte, aliado Pedro I.

¿Aliado? Es un tanto complicado: en política exterior, es decir, frente a invasiones extranjeras, León y Aragón eran aliados, sí; pero en política interior no tenían por qué serlo si sus intereses chocaban, y la taifa de Zaragoza era cuestión de política interior. En esta época, además, sale a la luz un viejo pleito que venía oponiendo a aragoneses y leoneses, y era la cuestión religiosa. Desde el momento en que la orden de Cluny se había convertido en la linea oficial de la Iglesia en León —entre otras cosas, por influencia de la reina Constanza—, los aragoneses, seguramente más por rivalidad que por otra cosa, habían adoptado la linea marcada por la regla de San Agustín, que va a ser la dominante en los nuevos monasterios: Loarre, Al quézar y Montearagón, pero también en los viejos como jaca, Pamplona y Huesca. Esto hoy puede parecernos una cuestión menor, pero en aquella época era tanto como una división entre dos partidos hostiles.

En todo caso, y esto sí que hay que reconocérselo a los reyes cristianos, todas las querellas internas se deshacían cuando se trataba de hacer frente a una amenaza exterior.Y era precisamente el caso ahora, ante la nueva ofensiva de Yusuf. Alfonso no llegó a Zaragoza: rápidamente puso rumbo al sur, hacia Toledo. Pidió ayuda a Pedro 1 de Aragón, y éste, cabal, ofreció sus tropas. El rey de León mandó también mensajes al Cid, y el Campeador igualmente envió a sus huestes; no acudió Rodrigo en persona porque no creyó prudente abandonarValencia estando de nuevoYusuf en España, pero encomendó la dirección de sus mesnadas a su propio hijo, el joven Diego Rodríguez.Y además acudió un paladín de primer nivel como Alvar Fáñez, al frente de un contingente de caballería pesada. En fin, se movilizó todo lo que había.

La ofensiva deYusuf era amplia y ambiciosa. Constaba de dos brazos. Uno, el más nutrido, se dirigía hacia Toledo, la capital de Alfonso VI; el otro, hacia Cuenca, probablemente para llegar desde allí hasta Valencia o, al menos, para aislar a Valencia del territorio cristiano. Alfonso decidió cortar el paso al contingente principal de los invasores y corrió hacia la plaza de Consuegra, cuyo castillo se erguía varios kilómetros al sur de Toledo. Era el 15 de agosto cuando el rey cristiano vio lo que se avecinaba: la enorme masa de las huestes almorávides con sus tambores de piel de hipopótamo.

Los refuerzos que llegaban desde Valencia tuvieron la mala fortuna de encontrarse por el camino con la hueste almorávide que marchaba contra Cuenca. Fueron concretamente los jinetes de Álvar Fáñez los que tuvieron que afrontar la prueba. Cerca de la ciudad se vieron envueltos por los almorávides. La refriega fue dura. Algunos jinetes cristianos cayeron allí. Otros pudieron volver a Valencia. Todavía un tercer grupo, el del propio Álvar Fáñez, logró zafarse del enemigo. Aquí las fuentes se contradicen: unos dicen que Álvar Fáñez llegó a Consuegra; otros, que no. Pongamos que sí: que este tercer contingente consiguió llegar hasta Consuegra. Justo a tiempo para librar el combate decisivo.

¿Cómo eran aquellas batallas? Aquí ya hemos contado muchos de esos choques y hemos podido ver que la táctica era determinante: cual quier nueva táctica, cualquier nueva maniobra, podía desequilibrar la balanza incluso al margen de quién alineara mayor número de fuerzas. Las primeras victorias almorávides se habían debido a esas bazas. Pero a estas alturas los cristianos ya habían aprendido cómo peleaban los almorávides e incluso habían usado con éxito sus mismas tácticas, como hizo el Cid en la batalla de Cuart. En esta situación de equilibrio táctico, todo dependía de quién ejecutara mejor los movimientos en el campo de batalla.

Los movimientos de los almorávides seguían basándose en la tradicional forma de combatir de los jinetes norteafricanos, como en 711: un compacto contingente de infantería en el centro y rápidas galopadas de jinetes por los flancos para envolver al enemigo y privarle de capacidad de reacción. En cuanto a los cristianos, en ese momento su forma de combatir se correspondía con la práctica habitual de la caballería medieval: fuertes cargas de caballería pesada reforzadas por infantes que marchaban detrás de los jinetes y bajo la protección de las fortalezas, los bastiones fortificados, a los que había que replegarse después de cada carga. Eso es exactamente lo que pasó en Consuegra.

Alfonso VI había dispuesto a sus tropas en dos grandes alas. Una, la izquierda, la mandaban Pedro Ansúrez y Álvar Fáñez. No era el grupo más numeroso, pero sí el más compacto, con tropas muy experimentadas y caballeros de elite. La otra, la derecha, la componían los hombres del Cid, que eran los mejor armados, al mando de Diego Rodríguez, hijo del Campeador, y junto a ellos se alineaban las huestes del conde de Nájera, García Ordóñez, con la orden expresa de proteger con su caballería la vida del hijo del Cid. Curioso encargo: García Ordóñez era, desde antiguo, uno de los principales enemigos del Cid. Fue García Ordóñez quien promovió su primer destierro, y fueron las tierras riojanas de García Ordóñez las que el Cid castigó en represalia por la ofensiva castellana sobre Valencia unos años atrás. Ahora este mismo García Ordóñez tenía que proteger al hijo de su enemigo. No puede decirse que el ambiente en este ala del ejército cristiano fuera de íntima cordialidad.

Los cristianos cargaron contra los almorávides. La caballería pesada aplastó las primeras líneas de la infantería enemiga. Detrás, la infantería cristiana completaba la tarea. En ese momento las alas del contingente al morávide avanzaron al frente: era el típico movimiento de la caballería mora para envolver al adversario. Nada que no estuviera previsto: Alfonso ordenó, casi mecánicamente, que su ejército se retirara para frustrar la maniobra musulmana. El ala izquierda, la de Álvar Fáñez y Pedro Ansúrez, se retiró con orden. Pero en el ala derecha…

En el ala derecha del ejército cristiano, García Ordóñez se replegó, pero lo hizo por su cuenta, sin ayudar a Diego, el hijo del Cid. Diego quedó inmóvil en el terreno, rodeado por sus hombres, y éstos, a su vez, envueltos por los jinetes almorávides. No había escapatoria. El grueso de la tropa musulmana se abalanzó sobre la exigua hueste paralizada. Diego Rodríguez, único hijo varón del Cid y heredero del señorío valenciano del Campeador, moría en el campo de Consuegra, en agosto del año 1097, con diecinueve años de edad.

Con las líneas deshechas y una parte del contingente aniquilada, el ejército de Alfonso se parapetó tras el castillo de Consuegra. Ocho días duraría el asedio; y después de esos días, los almorávides se marcharon. La batalla de Consuegra fue una derrota para Alfonso VI, pero, una vez más, Yusuf se retiró: ni siquiera intentó apoderarse del castillo. ¿Por qué? El viejo emperador almorávide había aprendido la lección: sus tropas no estaban capacitadas para librar con éxito batallas de asedio. En cuanto a los almorávides que habían llegado hasta Cuenca, también volvieron grupas, aunque, eso sí, después de dejar allí a sus partidarios como dueños de la ciudad. Estaba claro que el horizonte deYusuf ben Tashfin no era penetrar en los reinos cristianos, sino restablecer el dominio musulmán sobre el territorio de las viejas taifas… al menos, de momento.

Y después de Consuegra, ¿qué? Después de Consuegra, desolación. Alfonso VI debía abandonar cualquier propósito de extender sus territorios. El problema político volvía a gravitar en torno a la cuestión zaragozana, donde Pedro 1 de Aragón no iba a renunciar a sus pretensiones de expansión. Pero el mayor golpe se lo llevó el Cid, que perdió a su único heredero. Es probablemente en este momento cuando Rodrigo Díaz de Vivar arregla el compromiso de sus hijas, que no se llamaban Elvira y Sol, como dice la literatura, sino Cristina y María. La primera se casará con el infante Ramiro Sánchez de Pamplona, que pronto partirá como cruzado a Tierra Santa; la otra, María, lo hará con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III.

Pero al Cid le quedaba todavía una prueba, la última: un nuevo ataque almorávide contra Valencia.Y aquí Rodrigo Díaz de Vivar dejaría la vida de los mortales para entrar en la leyenda.

Victoria y muerte del Cid Campeador

Rodrigo Díaz de Vivar murió en el verano de 1099. No murió en combate, sino por el puro paso de la vida sobre un cuerpo que no aguantó más. Dice una tradición que el Cid, literalmente exhausto, se tumbó en la cama y en ella estuvo un mes, sin levantarse, hasta que la muerte se lo llevó.Y así se cerraba una página prodigiosa de la Reconquista.

¿Cómo murió realmente el Cid? No nos consta que sufriera ninguna enfermedad concreta, pero sí tenemos un testimonio de la época, el del moro Ben Abduz, que permite pensar que el deterioro fisico de Rodrigo era galopante. Este Ben Abduz hablaba en 1095, cuando el ajusticiamiento del cadí BenYahhaf, y decía lo siguiente:

En fin, las cosas de este mundo se pasan muy presto, y el corazón me dice que no durará mucho la premia en que nos tienen los cristianos, porque el Cid anda ya hacia el cabo de sus días, y después de su muerte, los que quedemos con vida, seremos señores de nuestra ciudad.

En ese momento el Cid tenía en torno a cincuenta años. Para la época era una edad avanzada, y más todavía para un hombre que llevaba combatiendo sin tregua desde la adolescencia. Rodrigo murió cuatro años después de esta premonición del moro Ben Abduz. Aquel año de 1099, la primera cruzada europea tomaba Jerusalén. La tradición hará coincidir las dos fechas en un 29 de mayo, domingo de Pentecostés. Es improbable que realmente el Cid muriera ese 29 de mayo, pero es significativo que la tradición se tomara la molestia de cuadrar las fechas: ambos acontecimientos se convierten así en símbolo de las inmensas esperanzas que el mundo cristiano de Occidente había puesto en la recuperación de las tierras bajo dominio islámico, en los dos polos extremos de las peregrinaciones medievales, desde Santiago hasta Jerusalén.

Dice otra tradición que los moros de Valencia lloraron la muerte de Rodrigo. ¿Cómo fue el dominio del Cid sobre Valencia? Por lo que sabemos, las capitulaciones iniciales, las de 1094, eran muy semejantes a las de Toledo y dejaban ancha libertad a los musulmanes de la ciudad. Pero, inmediatamente después, la agitación pro almorávide y el malestar por la ejecución del viejo cadí, Ben Yahhaf, hicieron estallar una rebelión de cierto alcance.A Rodrigo no le costó mucho sofocar la rebelión, y aprovechó el lance para endurecer su dominio. Fue entonces cuando la mezquita mayor de la ciudad, edificada a su vez sobre un viejo templo cristiano, se cristianizó de nuevo y quedó convertida en catedral. La sanción papal y el nombramiento de un obispo para Valencia Jerónimo— consagraron definitivamente el carácter cristiano de la capital mediterránea.

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