Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (53 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Quien así le hablaba era el alférez de Castilla: Rodrigo Díaz el Campeador, que había combatido con bravura y que ahora, en la fría noche de enero, no veía victorias o derrotas, sino piezas de combate en una partida de ajedrez. Castilla no estaba vencida. La noche había dictado tablas.Y ahora era el momento de ensayar una última jugada. ¿Cuál? Reorganizar a las tropas y lanzar un ataque sorpresa al amanecer. La convicción de Rodrigo resucitó el ánimo de Sancho. A partir de ese momento, todo fueron gritos y órdenes para que las desbandadas huestes salieran de su letargo: en la helada noche del enero castellano, el ejército volvía a ponerse en movimiento.

¿Era posible el golpe? Jiménez de Rada dice que sí y lo atribuye al carácter de los leoneses y los gallegos, que estarían desprevenidos, porque «aquellas gentes —dice el cronista— solían pavonearse y ridiculizar a los demás en los momentos de triunfo y lanzar graves amenazas en la derrota». Por eso, continúa Jiménez de Rada, «se durmieron tras una noche de charla, avanzada ya la madrugada». Seguramente las cosas no fueron tan elementales. Más bien hay que suponer que los leoneses y gallegos, victoriosos en el campo de Golpejera, seguros de que las huestes de Castilla estarían deshechas, bajaron la guardia. La noche y el hielo habían echado el telón sobre la escena del drama. Para ellos, el combate había terminado. Pero, para los castellanos, no.

Con la primera luz del sol, las tropas de Sancho de Castilla se lanzaron contra el campamento de Alfonso, sorprendiendo a los leoneses. Capturaron a muchos. Mataron a muchos también. Esta vez era Alfonso VI quien tenía que huir del campo de batalla.Y sin duda, en su fuga, maldijo el momento en que, la noche anterior, ordenó no perseguir al enemigo. Rodrigo Díaz de Vivar tenía razón: nadie allí esperaba que los castellanos resucitaran. Con la sorpresa a su favor, las huestes de Castilla desarbolaron a los leoneses. La suerte había dado la vuelta. Sancho de Castilla cabalgaba victorioso en los campos de Golpejera.

Alfonso no llegó muy lejos. En su fuga había corrido a la cercana Carrión, y en la iglesia de la Santa Virgen aguardaba, junto al noble Pedro Ansúrez, el desenlace de los acontecimientos. El desenlace en cuestión fue rápido y concreto. El rey de León fue apresado. Sancho en persona se encargó de hacerlo. El hermano mayor se cobraba la apuesta. Ahora el rey de León era él, Sancho.Y Castilla, León y Galicia quedaban bajo su sola corona.

¿Qué hacer con Alfonso? Como primera providencia, Sancho le envió preso al castillo de Burgos. Es posible que al vencedor, para evitar nuevos giros de la fortuna, se le pasara por la cabeza eliminar a su hermano vencido. Dicen que la infanta Urraca, conmovida por la suerte de su hermano Alfonso, intercedió por su vida. Otros dicen que fue San Hugo, el abad de Cluny, quien alzó su voz en favor de Alfonso, pues el santo abad guardaba agradecimiento a la corte leonesa por una valiosísima contribución que databa de tiempos del rey Fernando. Una leyenda popular añade que el apóstol San Pedro se le apareció en sueños al rey Sancho y le conminó a liberar a su hermano. Fuera por cualquiera de estas causas, o por las tres a la vez, el hecho es que Sancho liberó a Alfonso y le permitió exiliarse en el reino moro de Toledo, tributario suyo y que, por tanto, le debía hospitalidad.

Ahora sólo quedaba cobrarse la pieza. Sancho II de Castilla se dirigió a León. Era el 12 de enero de 1072. Quizá Sancho esperaba una entrada triunfal, pero la capital del reino acogió con frialdad al nuevo monarca. El obispo Pelayo se negó a coronarle. Sancho tuvo que coronarse a sí mismo. De entre los grandes magnates del reino, sólo los abades de Eslonza y Sahagún se mostraron abiertamente partidarios del nuevo rey. Los Banu Gómez no reconocieron a Sancho. La ciudad de Zamora, tampoco. Para Sancho se abría una etapa dificil: domar a los rebeldes. La tarea no debió de amedrentar gran cosa a alguien como Sancho, acostumbrado a vencer. Sin embargo, en esa tarea encontrará la muerte.

Los muros de Zamora y el polémico Vellido Dolfos

A Sancho le habría costado mucho menos someter a los nobles leoneses si éstos no hubieran encontrado una inesperada valedora: la infanta Urraca, hermana mayor de Sancho y Alfonso, y señora de Zamora. Al cobijo de los muros de Zamora, Urraca había acogido a los contestatarios, es decir, a todos los partidarios de Alfonso y de su alférez Pedro Ansúrez. ¿Por qué Urraca actuó así? Porque Urraca siempre había sentido una inclinación singular por Alfonso. Le apoyó antes, en Llantada; le apoyó también cuando se trataba de desalojar al otro hermano, García, de la corona de Galicia, y le había apoyado en el lance de Golpejera. Ahora, con Alfonso en Toledo, Urraca seguía apoyando a su hermano predilecto.Y con ello se había convertido en catalizadora de la oposición contra Sancho.

Esta inclinación de Urraca por su hermano Alfonso ha sido muy debatida e incluso ha dado lugar a infamias notables, como esa que aventura una posible relación incestuosa entre los dos hermanos. En realidad no parece que hubiera nada de eso. En primer lugar, Urraca era siete años mayor que su hermano y parece que siempre ejerció de madre de Alfonso. Por otro lado, no hay prueba alguna que permita pensar otra cosa. Lo que sí es más probable, a pesar del aire legendario del asunto, es que Urraca estuviera enamorada de Rodrigo Díaz de Vivar. Y esto, a efectos de nuestro relato, ya es algo más relevante. Ahora veremos por qué.

Tenemos, pues, a Urraca encerrada en Zamora, flanqueada por los nobles que no aceptan al rey Sancho. El asedio se prolonga durante meses; Zamora, excepcionalmente fortificada, no cae. Hay que recordar la importancia de esta ciudad: reconquistada y perdida sucesivas veces, desmantelada por Almanzor y reconstruida de nuevo, Zamora era el vigía del Duero, la plaza que aseguraba la comunicación entre el norte y el sur, el centro neurálgico que conectaba a Galicia y a León, abriéndose en todas direcciones, con la Tierra de Campos, con Mérida, con Sevilla, con Toledo. Cuando el viejo rey Fernando legó Zamora a Urraca como herencia, sabía que le entregaba un tesoro.Y ahora ese tesoro se había convertido en la sede de quienes alzaban la voz contra el rey.

Sancho, acostumbrado a resolver las cosas de manera expeditiva, envió sus tropas contra Zamora. Era el verano de 1072. Dice la crónica que las huestes castellanas, comandadas por Rodrigo Díaz de Vivar, tardaron sólo cinco días en cubrir los 270 kilómetros que separan Burgos de Zamora. Dice también que ciudades como Carrión cerraron sus puertas a los ejércitos castellanos: aquello era tierra hostil. En todo caso, las huestes de Castilla llegaron a Zamora, pusieron sitio a la ciudad y conminaron a Urraca y a los nobles a la rendición. Pero Zamora no cedió. Pasaron los meses, se sucedieron los combates y la ciudad permaneció infranqueable.

Así las cosas, Sancho encomendó a Rodrigo Díaz de Vivar una misión personal: puesto que Zamora no se rendía por las armas, el Campeador acudiría a parlamentar con doña Urraca y le propondría un acuerdo amistoso. Si era verdad que Urraca bebía los vientos por el alférez de Castilla, nadie mejor que Rodrigo para cumplir aquella misión. La oferta de Sancho era sustanciosa: si Urraca le entregaba Zamora y los nobles refractarios al nuevo rey le rendían sumisión, Sancho concedería a su hermana un amplio señorío en la Tierra de Campos. Pero Urraca se mostró inasequible tanto a los encantos de Rodrigo como a la oferta de Sancho. Zamora siguió en sus trece. Tanto que el propio Sancho tuvo que acudir a la ciudad.Y fue entonces cuando sucedió la tragedia.

Había en el campamento castellano un desertor de Zamora, un tal Vellido Dolfos, que se había pasado al lado de Sancho semanas atrás.Acogido a la protección del rey Sancho,Vellido Dolfos supo ganarse la confianza del castellano. Tanto que le acompañaba literalmente a todas partes, y «a todas partes» quiere decir absolutamente «a todas». Poco podía sospechar Sancho que aquel escudero fiel era en realidad un traidor que pondría fin a su vida.Y como la Primera Crónica General lo cuenta de manera insuperable, nos limitaremos a repetir sus palabras. Era el 7 de octubre de 1072. Y andaba Sancho inspeccionando el cerco de Zamora junto a su inseparableVellido Dolfos cuando…

Y cuando hubieron andado la villa toda alrededor, le apeteció al rey descender a la ribera del Duero y caminar por ella, para solazarse. Traía en la mano un venablo pequeño y dorado como tenían por costumbre entonces los reyes, y se lo dio a Vellido Dolfos para que se lo sostuviese.Y se apartó el rey para hacer aquello que el hombre no puede excusar hacer. Y Vellido Dolfos se acercó a él, y cuando vio al rey de aquella guisa, le lanzó el venablo, que le entró al rey por la espalda y le salió por el pecho.

Así, en tan poco airosa posición, haciendo lo que el hombre no puede evitar hacer, murió Sancho II de Castilla, traicionado porVellido Dolfos, que huyó a escape de la escena. Dice la tradición que Rodrigo Díaz de Vivar, viendo lo que había ocurrido, salió en persecución de Vellido Dolfos, pero éste ya había cobrado ventaja y corrió a refugiarse en la ciudad por una puerta que oportunamente le esperaba abierta. A esa puerta se la llamó durante siglos «Puerta de la Traición». Claro que, desde el punto de vista del otro bando,Vellido Dolfos no fue un traidor, sino un héroe que salvó a la corona leonesa. Hoy, los zamoranos han rebautizado esa puerta como «Portillo de la Lealtad». Muy español, todo ello.

Traidor o leal, ¿de quién era la mano que movió a Vellido Dolfos? ¿De doña Urraca? ¿Del propio Alfonso VI, desde su retiro toledano? Nadie lo sabrá jamás. Incluso se ha puesto en duda la veracidad de la propia historia de Vellido Dolfos. El hecho es que allí estaba el cadáver de Sancho, treinta y cuatro años, muerto sin descendencia. Los castellanos recogieron a su rey muerto y levantaron el campo. Zamora quedaba libre.Y en Toledo, Alfonso, que recibía noticia de lo sucedido, se ponía en marcha para recuperar la corona. El romance inmortalizaría los sucesos de Zamora con unos versos que suenan a hierro, a sangre y a caballería. Dicen así:

¡Rey don Sancho, rey don Sancho!, no digas que no te aviso,
que de dentro de Zamora un alevoso ha salido;
llámase Vellido Dolfos, hijo de Dolfos Vellido,
cuatro traiciones ha hecho, y con ésta serán cinco.
Si gran traidor fue el padre, mayor traidor es el hijo,
Gritos dan en el real: —¡A don Sancho han mal herido!
Muerto le ha Vellido Dolfos, ¡gran traición ha cometido!
Desque le tuviera muerto, metiose por un postigo,
por las calles de Zamora va dando voces y gritos:
—Tiempo era, doña Urraca, de cumplir lo prometido.

Sancho había muerto. Pero su proyecto unitario, no.Y sería ahora Alfonso VI, rey de León y Galicia y Castilla, quien lo llevaría a cabo.

La jura de Santa Gadea

El rey Sancho II ha muerto de mala manera en el sitio de Zamora. La infanta Urraca —«reina» la llaman muchas crónicas—, hermana mayor de esta singular familia, se ha salido con la suya. Los castellanos llevan el cadáver de Sancho al monasterio de Oña para darle sepultura. «Aquí yace el rey don Sancho que mataron sobre Zamora», dice la inscripción del sepulcro.Y muerto el turbulento Sancho, Urraca se apresura a mandar mensajeros al otro hermano, Alfonso, exiliado en Toledo. No hay vacío de poder.

Durante sus ocho meses de exilio toledano, Alfonso y su alférez, Pedro Ansúrez, habían trabado una intensa relación con su huésped y tributario, el rey taifa al-Mamún. Tan intensa que ahora, llegado el momento del regreso, al-Mamún acompañó al rey y a su caballero hasta la frontera, donde sellaron un compromiso vitalicio de ayuda y protección tanto para al-Mamún como para su primogénito. Retengamos el dato, porque pronto vamos a ver cómo Toledo se convierte en protagonista de nuestra historia.

Alfonso y Pedro Ansúrez pusieron rumbo a Zamora. Allí se les recibió de manera triunfal. Un amplio número de nobles y magnates de León, Galicia y Portugal aguardaba al rey y a su alférez. Pero también había nobles castellanos. Contra lo que pueda parecer, los luctuosos sucesos que habían devuelto a Alfonso al trono no disgustaron a todos en Castilla. De hecho, entre quienes recibieron a Alfonso en su regreso estaba nada menos que el muy veterano conde de Lara, Gonzalo Salvadórez, dueño y señor de La Bureba, llamado «cuatro manos» por su prodigiosa habilidad guerrera. Nadie iba a levantar la espada contra el rey.

Pero aunque nadie levantó la espada contra el retorno del rey, una parte importante de los nobles castellanos, y en especial la más próxima al difunto Sancho, exigió una condición para reconocer a Alfonso: que el rey jurara no haber tomado parte en la traición que costó la vida a su hermano. La sospecha pesaba demasiado.Y si Alfonso hubiera incurrido en felonía, esa falta le inhabilitaría para ser rey. Aquí es donde la tradición sitúa la famosa jura de Santa Gadea, donde Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador, como alférez de Castilla, habría tomado juramento a Alfonso VI.

Hay que subrayar que en un mundo regido por códigos del honor, como aquél, el juramento era algo de un valor extraordinario; de hecho, los juramentos de los caballeros tenían valor legal. Era una vieja costumbre germánica que la España cristiana del medioevo conservaba intacta.Y tan institucionalizada estaba la práctica, que había iglesias especialmente reservadas para servir de escenario a la ceremonia del juramento público y solemne: las juraderas. Por ejemplo, aquella de Santa Gadea en Burgos, donde Alfonso hubo de jurar ante Rodrigo. Como correspondía a la solemnidad del momento, gran número de testigos acompañó al monarca. Alfonso, humillado, experimentó tal sensación de ira que le cambió el color de la piel, según narran los cronistas. Es una de las escenas más impactantes del Poema de Mio Cid.

Hay historiadores que niegan toda veracidad a este episodio, es decir, que discuten que las cosas fueran realmente así, y sostienen que todo esto es una reconstrucción literaria muy posterior. ¿Por qué se niega la historicidad del hecho? Porque el Poema nos dice que, a consecuencia de aquello, Rodrigo Díaz de Vivar fue desterrado, pero nos consta que en aquel momento no hubo tal destierro. Ahora bien, el hecho de que Rodrigo no fuera desterrado en aquel momento no significa que no hubiera jura. Existían las ceremonias de jura y existían las iglesias juraderas. Es perfectamente posible, por tanto, que Alfonso se viera sometido al trance del juramento para recuperar la corona. Menéndez Pidal y Luis Suárez consideran verosímil la jura de Santa Gadea. Nosotros también.

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