Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (95 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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La operación consistía, en realidad, en la aplicación estricta de una vieja máxima: los enemigos de mis enemigos son mis amigos. ¿Quiénes eran los enemigos del rey de León? Los portugueses, que le estaban cerrando el camino de expansión por el sur. ¿Y quiénes eran los enemigos de sus enemigos? Los almohades, por supuesto, que tenían razones para sentirse amenazados por la agresividad portuguesa. Dicho y hecho: Fernando II de León llamó al jefe del clan de los Castro, Fernando Rodríguez. Éste marchó al sur. Su objetivo no era pelear con los almohades, sino al revés: entenderse con ellos.

La entrada de Rodríguez de Castro en Marrakech debió de ser cosa digna de verse. El califa almohade le recibió con grandes agasajos y, después de escuchar la propuesta del rey de León, le autorizó a formar una mesnada para actuar en el área de Badajoz, que al fin y al cabo pertenecía al Imperio almohade. Dicen que Rodríguez de Castro cobró una fortuna en oro musulmán por aquella operación.Y Abu Yakub, por su parte, obtenía la enorme ventaja de ver sus espaldas guardadas para combatir a quien de verdad le preocupaba, que era el Rey Lobo. Pero hay alguien que ve la estratagema con alarma: por supuesto, el propio Rey Lobo, que tiembla ante el insólito acuerdo entre almorávides y leoneses. El Rey Lobo corre a Toledo para buscar el socorro castellano.Y así toda España queda implicada en el episodio.

Mientras tanto, y bajo los efectos euforizantes de la victoria, los portugueses han llegado hasta Badajoz. El propio rey Alfonso Enríquez marcha en cabeza: no ha querido perderse esta jornada de gloria. Es el 3 de mayo de 1169. Las huestes portuguesas, estimuladas por Gerardo Sempavor, entran en la ciudad. La guarnición musulmana de Badajoz se retira a la alcazaba. Allí se hará fuerte.Y desde allí los moros mandan un mensaje de socorro. Pero no se lo mandan a AbuYakub, el jefe almorávide, sino que se lo envían a… Fernando II de León. Era el momento esperado: las huestes de Rodríguez de Castro marchan sobre Badajoz.Y Fernando II de León acompaña al contingente.

El mapa se pone extremadamente complejo. Los portugueses acosan el Badajoz moro. Los almorávides no envían socorros a Badajoz, sino que los lanzan sobre el este, donde combaten contra el Rey Lobo y sus aliados castellanos.Y el que acude a socorrer Badajoz no es un rey moro, sino el rey de León, Fernando II, con alguna hueste de refuerzo que viene desde la Sevilla almorávide. Allí, en Badajoz, el paisaje es de locura: los portugueses sitian a la guarnición mora, pero los sitiadores son sitiados a su vez por los ejércitos de León, con Rodríguez de Castro a la cabeza. En medio de una enorme confusión, los combates se desatan calle por calle. El rey Alfonso Enríquez, que ve peligrar su vida, monta a caballo y sale a escape, pero no era su día de suerte: lanzado al galope, choca contra el cerrojo de las puertas de la ciudad, cae al suelo y se fractura una pierna. Todo estaba perdido.

El rey portugués cayó preso de Fernando de León. Gerardo Sempavor corrió la misma suerte. Dicen que el monarca leonés trató a ambos presos con exquisito respeto. No por ello el coste político de la operación dejó de ser elevadísimo: Enríquez reconoció que había invadido territorio ajeno y, en consecuencia, los portugueses perdieron las plazas conquistadas, que pasaron ahora a manos de León. La ciudad de Cáceres quedaba bajo el control personal de Fernando II. En cuanto al resto de las plazas —Trujillo, Montánchez, etc.—, eran dadas en señorío a Fernando Rodríguez de Castro.

¿Y qué fue de nuestro singular héroe, Gerardo Sin Miedo, Gerardo Sempavor? Dice la tradición que Gerardo, una vez liberado, marchó a África en misión secreta, siempre a las órdenes de Alfonso Enríquez, pero simulando que entraba al servicio del califa almohade. La misión era de primera magnitud: tomar Ceuta, nada menos. Pero los almohades le sorprendieron. Gerardo Sempavor no salió vivo de allí.

En cuanto al paisaje después de la batalla, las cosas quedaron así: León ocupaba las plazas fronterizas de Extremadura, Portugal se retiraba a la zona adscrita al suroeste del Tajo y los almohades conservaban Badajoz.Y así, con el paisaje despejado, el califa almohade Abd al-Mumin afrontó la tarea que tenía pendiente: acabar con el Rey Lobo.

El final del Rey Lobo

Vienen días amargos para el Rey Lobo, el rebelde Ibn Mardanish, rey de Murcia yValencia, el menos moro de los reyes moros. Corre el año 1169. Al Rey Lobo se le está complicando el paisaje por momentos.Ya no cuenta con la amistad del Reino de Aragón. ¿Por qué? Al parecer, por culpa de unos 40.000 morabetinos que el Rey Lobo no pagó.Y el joven monarca aragonés, Alfonso II, recién llegado a la mayoría de edad, ataca su frontera sur, a lo largo de los ríos Guadalope y Guadalaviar: el primer camino conduce al Maestrazgo, el segundo a Albarracín y Teruel. En Albarracín ya no había poder moro, sino un señorío cristiano: el de Pedro Ruiz de Azagra, viejo combatiente navarro al servicio del Rey Lobo que ahora pasaba a depender directamente del rey de Navarra.

Al mismo tiempo, la tensión del Rey Lobo con su suegro, Abenmochico, ha llegado a un punto sin retorno: Abenmochico quiere entregar Jaén a los almohades; el Rey Lobo reacciona declarando la guerra a su suegro. La única opción que tiene ahora Ibn Mardanish es estrechar sus lazos con Castilla. De entrada, cede a los castellanos las plazas deVilches y Alcaraz. Dos lugares importantísimos: el primero controlaba los pasos a Despeñaperros; el segundo permitía controlar La Mancha y el valle alto del Guadalquivir.

Quien recibió estas últimas plazas del Rey Lobo fue el regente del Reino de Castilla, Nuño Pérez de Lara, del clan que se había hecho con la victoria en el largo conflicto interior castellano. Nuño de Lara había conseguido más cosas: había recuperado Toledo y su área de influencia, lo cual resultaba de vital importancia en la continua disputa sobre los derechos de reconquista. Por el contrario, los Lara fueron incapaces de impedir que, en el norte, Navarra se quedara con una buena porción de territorio castellano, entre las Provincias Vascongadas y La Rioja.

Pero la prioridad de los regentes de Castilla era mantener las fronteras a salvo de los musulmanes, y en ese sentido la alianza con el Rey Lobo había sido un negocio excelente. De hecho, gracias a esa política —y el mérito hay que atribuírselo a los Lara— Castilla había quedado a salvo de los ataques almohades.A cambio de una ayuda militar constante de varios miles de caballeros —por otra parte, estupendamente pagados por el Rey Lobo—, el rebelde de Murcia se había convertido en un muro que protegía a Castilla de sus enemigos. Ahora, año de 1169, faltaban ya pocos meses para que el joven heredero Alfonso alcanzara la mayoría de edad y el balance no podía ser más satisfactorio. Las últimas plazas conseguidas, Vilches y Alcaraz, así lo acreditaban.

Pero quien tenía un serio problema era el Rey Lobo: hostilizado por Aragón en el norte, presionado por los almohades en el sur, en guerra con su propio suegro en Jaén… Además, Ibn Mardanish se encontraba ahora con algo que hasta entonces no había conocido: los desórdenes interiores. Mientras su poder fue indiscutible, el Rey Lobo apenas había tenido que padecer rebeldías en su territorio. Pero ahora, con la suerte adversa, las defecciones crecían por todas partes. Su suegro, Abenmochico, no era el único que se mostraba dispuesto a llegar a un acuerdo con los almohades. En Valencia, Lorca, Alcira o Elche suenan ya las voces que acusan al Rey Lobo de ser un musulmán infiel, de ser poco piadoso, de trabajar para los enemigos del islam. Un panorama ciertamente complicado.

Era el momento oportuno para que los almohades dieran el golpe de gracia, y eso ocurrió a partir de mayo de 1169, recién cerrado el pintoresco episodio de Badajoz. Con ese frente tranquilo, el califa AbuYakub envió a su hermano Abu Hafs a España al frente de un gran ejército. Cuando llegó a Sevilla, Abu Hafs se enteró de lo que estaba pasando en Jaén: el Rey Lobo peleaba con su suegro Abenmochico. Los almohades no podían desperdiciar esa oportunidad. Abu Hafs marchó hacia Córdoba y citó allí a Abenmochico. Éste había decidido ya traicionar a su yerno. Abenmochico expresó su rendida sumisión al califa AbuYakub. Jaén pasaba a ser parte del imperio. Fue un golpe tremendo para el Rey Lobo, porque le privaba de un colchón territorial precioso para mantener a los almohades lejos del suelo levantino.Y le privaba de algo más: ricos recursos para mantener a sus ejércitos, y que ahora tendría que obtener elevando los impuestos sobre la población.

En realidad los almohades no necesitaron hacer grandes demostraciones de fuerza: el reino de Ibn Mardanish se estaba descomponiendo por sí solo. Las ofensivas almohades de los años siguientes, localizadas sobre puntos concretos, causan un efecto letal. Una a una, las plazas del sureste español van pasándose al campo almohade entre proclamas de fidelidad doctrinal al verdadero islam. Cada una de estas rendiciones implica, además, la persecución de cuantos cristianos queden en esos lugares, sean soldados o civiles. Enseguida empiezan los problemas en Valencia. Quien se levanta contra el Rey Lobo enValencia es nada menos que su hermano Yusuf. Al mismo tiempo la plaza de Lorca, vital para proteger Murcia por el sur, se pasaba a los almohades. Las ya muy mermadas huestes del Rey Lobo lanzaban ocasionales ofensivas en puntos estratégicos concre tos, como Guadix, pero sin fuerza suficiente para invertir el curso de los acontecimientos.

La posición del Rey Lobo es desesperada. Cuando termina el año 1171 ya sólo tiene bajo su control la ciudad de Murcia y sus alrededores, defendida por un ejército mercenario que, por otro lado, ya apenas puede pagar. Ibn Mardanish aún logra mantener su capital a salvo de los almohades, pero el resto del territorio se ha convertido en campo libre para el pillaje y el saqueo. Quizá el Rey Lobo esperaba refuerzos de Castilla; refuerzos que nunca llegaron, porque los castellanos en ese momento andaban más ocupados en otros menesteres: una alianza decisiva con la corona de Aragón.

Llegamos al mes de marzo de 1172. El Rey Lobo se ha quedado solo.Ya no tiene aliados ni apoyos.Tampoco tiene dinero. Su ejército se ha reducido al mínimo. Los almohades campan a sus anchas por lo que un día fue el reino de Murcia yValencia.Y dice la leyenda que el Rey Lobo, un día de aquel mes de marzo, se asomó al balcón de su palacio, perdió la mirada en el horizonte, se volvió a sus sirvientes y susurró: «Hasta aquí…». Ese día el Rey Lobo cayó enfermo. Se metió en la cama y ya no se levantó. Murió algunos días más tarde, el 27 de marzo. Sus hijos se apresuraron a entregar la ciudad a los almohades.

Dice otra leyenda que cuando los almohades entraron en Murcia, los caudillos vencedores quedaron fascinados por la belleza de una de las hijas del Rey Lobo: la hermosa Zaida, para la que su padre construyó enValencia el palacio de la Zaidía. Dice también la leyenda que el califa Abu YakubYusuf reclamó a la hermosa Zaida como esposa.Y dice, en fin, que la bella Zaida murió de tristeza en Marruecos, suspirando por aquellas tierras valencianas a las que ya sólo volvería el día de su muerte.

Lo de Zaida es sólo leyenda. Incluso son leyenda las circunstancias de la muerte del Rey Lobo. Lo único que sabemos a ciencia cierta es que Ibn Mardanish murió y que su hijo Hilal entregó Murcia a los almohades. A partir de ese momento, el Imperio almohade ocupó todo AlÁndalus. El califa Abu Yakub, con Zaida o sin ella, se instaló en Sevilla, donde puso su capital y se preparó para la guerra.Y mientras tanto, en el norte, dos jóvenes reyes adolescentes, los dos de nombre Alfonso, firmaban un tratado de paz.

Dos reyes de quince años, los trovadores y el amigo inglés

Corre el año de 1170. ¿Qué encontramos en la España cristiana? Dos reyes adolescentes: el de Castilla y el de Aragón. Una boda real. Una corte de trovadores. En Europa manda Enrique II Plantagenet, el rey de Inglaterra. En España, los jovencísimos reyes de Aragón y de Castilla estrechan lazos con el inglés. El matrimonio será el instrumento diplomático preferente.Y todo ello, entre los versos y las músicas de los juglares. De aquella época procede un dato muy interesante: los nombres de los primeros poetas españoles conocidos. Pero vayamos por partes.

En el año 1170 Alfonso VIII de Castilla cumplía quince años. Era el momento adecuado para que las Cortes, reunidas en Burgos, le proclamaran formalmente rey. Así terminaba la minoría de edad de Alfonso. El que llegaba al trono era un muchacho que había visto cómo su reino, durante la larga regencia de Nuño Pérez de Lara, se convertía en presa de los monarcas vecinos. Fernando de León no había conseguido imponer su voluntad sobre Castilla, pero se había quedado con grandes áreas del solar castellano; entre otras, Medina de Rioseco. En cuanto a SanchoVI de Navarra, había aprovechado la situación para ocupar una amplia franja en La Rioja, Álava yVizcaya.Al menos, eso sí, Castilla había quedado a salvo de las invasiones almohades.

Casi al mismo tiempo llegaba a su mayoría de edad el otro Alfonso, Alfonso II de Aragón, que en 1170 cumplía trece años. Le faltan tres para que pueda casarse y ser armado caballero, pero este mozalbete ya es algo más que un niño en manos de una asamblea de regentes. Hasta esa fecha, los magnates del reino —nobles, obispos, etc.— se han ocupado de que las fronteras de Aragón permanezcan estables. En realidad la política aragonesa de ese momento tenía dos prioridades fundamentales: en el norte, escenario principal de sus preocupaciones, tratar de que la Povenza permaneciera en sus manos; en el sur, escenario secundario, procurar que sus fronteras permanecieran a salvo de incursiones almohades, para lo cual se contó con la valiosa alianza del Rey Lobo. Hasta que el Rey Lobo dejó de pagar, la alianza se rompió y los aragoneses empezaron a descender hacia Castellón y Teruel.

Los consejeros de uno y otro, el de Castilla y el de Aragón, miraron alrededor y llegaron a una conclusión evidente: tenían que entenderse. Los dos compartían un enemigo: Sancho de Navarra. Los dos necesitaban un aliado. Los aragoneses, para afianzar sus posiciones en el sur de Francia; los castellanos, para hacer frente a las ambiciones leonesas y navarras.Todo eso sin contar con la necesaria alianza contra el peligro almohade. Los dos Alfonsos, dos reyes adolescentes, se encontraron en aquel año decisivo de 1170. De allí saldría un nuevo mapa político de España.

¿Qué decidieron los dos Alfonsos? Sobre todo, «alianza y ayuda mutua contra todos excepto contra el rey de Inglaterra, al cual tenemos como padre». ¿Otra vez el rey de Inglaterra? Sí, otra vez él. En el caso de Aragón ya sabemos por qué: el viejo conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, puso a su hijo bajo la protección de Enrique II de Inglaterra. ¿Y en el caso de Castilla? En el caso de Castilla, la alianza inglesa obedecía a otros motivos. Primero, motivos geopolíticos: Inglaterra controlaba los territorios franceses del sur, vecinos de Navarra. Además, motivos económicos: habían comenzado ya a asentarse las relaciones comerciales entre los puertos castellanos del Cantábrico y los mercados ingleses del norte. Por decirlo en dos palabras, estamos asistiendo a la puesta en práctica de una vieja regla política: si tu vecino es tu enemigo, hazte amigo del vecino de tu vecino.

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