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Authors: Alberto Cardín

Tags: #Ensayo,Referencia,Religión

Movimientos religiosos modernos

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Movimientos religiosos modernos
apareció como librito de divulgación en 1982, pero continúa siendo, aún hoy, una de las mejores iniciaciones —tanto descriptiva como analítica— de los nuevos encantamientos religiosos en las sociedades complejas.

Alberto Cardín

Movimientos religiosos modernos

ePUB v1.0

chungalitos
18.09.12

Título original:
Movimientos religiosos modernos

Alberto Cardín, 1982.

Diseño de portada: Nicolevm

Editor original: chungalitos (v1.0)

ePub base v2.0

Movimientos religiosos modernos

L
A CONFUSIÓN DE LAS SECTAS

Los habitantes de las grandes ciudades europeas han acabado aceptando como un hecho corriente, a lo largo de los últimos diez años, algo que hasta entonces era poco habitual para ellos: verse abordados en plena calle por propagandistas religiosos que intentan, mediante interpelación insistente, con folletos e incluso con vistosos
shows
callejeros, atraer su atención hacia formas de religiosidad ajenas a su idea tradicional de lo religioso. Estos contactos personales y la profusión de carteles que, desde las vallas o las paredes del metro, convocan al viandante a reuniones de nombres estrambóticos, donde se prometen no menos estrambóticas enseñanzas, han acabado por familiarizar al ciudadano medio europeo con una serie de corrientes y grupos religiosos hasta hace poco para él desconocidos.

Pero familiaridad y costumbre no quieren decir aceptación, y la tradición europea, poco rica —a excepción de Inglaterra y Holanda— en experiencias sectarias, dotada de una rígida estructura familiar y social y más preocupada en general por lo político que por lo religioso, integra con dificultad estas nuevas corrientes, que, sin embargo, en Estados Unidos pasaron pronto a formar parte de su multifacético folclor nacional. A pesar de la reciente y no muy amplia implantación de estos grupos, han sido ya varios los países europeos que, desde círculos de presión e incluso instancias oficiales, han dado la voz de alarma sobre la eventual peligrosidad de algunas de estas sectas.

Curiosamente, en Estados Unidos, donde este tipo de grupos sí llega a constituir en ocasiones peligros reales, su existencia se acepta con plena normalidad. La desproporcionada alarma despertada en Europa con respecto a algunos de ellos es un claro índice del tradicionalismo y oficialismo vigentes en gran parte de las naciones de este continente.

Una considerable falta de información, apoyada en un no menos considerable desinterés por conseguirla, hace que el conjunto de estas sectas, tomadas en bloque, aparezca como un informe mare mágnum dotado de cierto carácter maléfico.

Los mismos especialistas del tema —sociólogos o teólogos— se ocupan en sus estudios, reunidos bajo la rúbrica «nuevas sectas/nuevos cultos», de todos los movimientos que, con un carácter más o menos religioso, han surgido a la luz pública durante la última década. Con una absoluta falta de historicidad suelen aparecer mezclados en tales estudios la brujería y el esoterismo europeos —de largo arraigo en el continente, aunque subterráneos— con el protestantismo pentecostal americano —que desde finales del pasado siglo anda de misión por Europa— y con la confusa barahúnda de las sectas y cultos orientalizantes que, puestos de moda en medio de la fermentación del pop, quedaron después institucionalizados en Estados Unidos —y así llegaron a Europa— como pequeñas iglesias salvadoras.

Tampoco contribuyen mucho a clarificar la situación, salvo honrosas excepciones, los estudios o historias informales que se han venido publicando en los últimos tiempos sobre la contracultura, el movimiento pop, el
hippismo
y sus secuelas respectivas; en ellos las estrellas del pop y los líderes contraculturales aparecen subiéndose y apeándose en unas u otras sectas, siguiendo a este o aquel gurú y es esta acumulación de anécdotas la que sirve como explicación de los movimientos o las sectas como tales, que por lo demás no suelen aparecer en dichos trabajos sino como modas transitorias.

Y, si bien esta última consideración, como veremos, no deja de ser adecuada, también es cierto que una problemática que desata reacciones tan violentas que han implicado, en los últimos veinte años, tanto en Estados Unidos como en Europa, a un sector tan amplio de la cultura, y que incide en la organización y la ideología de los partidos políticos y las Iglesias establecidas, no puede sino tener raíces históricas y culturales muy amplias, cuyo estudio permitiría aclarar en gran parte la actual situación ideológica de Occidente.

Se hace, pues, preciso analizar con cierto detenimiento el contexto inmediato en que han surgido las sectas religiosas modernas, y considerar luego brevemente sus antecedentes histórico-culturales, para poder comprender a continuación su diversidad de formas y su relevancia en la moderna cultura de Occidente y, por extensión, del mundo.

T
RAS LA DECEPCIÓN

Una cierta visión, bastante esquemática y lineal, de los acontecimientos culturales de los últimos quince años intenta hacernos creer que la reacción subsiguiente a la desmovilización contestataria ocurrida tras el fracaso de mayo del 68 y el fin de la guerra de Vietnam fue una masiva entrega de los movimientos juveniles, encabezados por sus líderes, a la búsqueda de soluciones espiritualistas, pretendidas mediante la introspección personal o el ingreso en comunidades y sectas místicas.

Las cosas, como siempre, son mucho más complejas y zigzagueantes de lo que semejante visión sugiere: las decepciones políticas ocurren de manera mucho menos fulminante, y las conversiones —tanto si son religiosas como políticas— vienen siempre preparadas por tendencias sociales y disposiciones personales precedentes.

En la cultura occidental se juega, desde hace por los menos dos siglos, con la idea de una exclusión tajante entre política y religión, lo cual lleva a pensar que ambas se alternan continuamente como consecuencia de frustraciones históricas o de la desnaturalización de los movimientos revolucionarios una vez institucionalizados. La historia de Occidente desde la Revolución francesa aparece así como una sucesión maniquea de revoluciones y contrarrevoluciones, en la que resulta muy difícil explicar de qué modo la claridad de la razón llega a brotar entre las tinieblas del oscurantismo, y viceversa, si no es porque ambas se hallan entremezcladas en gradaciones diversas, o mejor aún, porque dentro del reagrupamiento de fuerzas heterogéneas que se produce en cada coyuntura histórica se decide, por aproximación, la mayor o menor cercanía a lo progresivo o a lo reaccionario, a la política racional y esclarecida o al oscurantismo que frecuentemente aparece encubierto bajo aspectos religiosos.

Parejas antitéticas, por lo demás, que cada día resultan más equívocas. Lo que sí parece cierto, a poco que se observen con cuidado los acontecimientos y las biografías de los individuos más representativos, es que si en Estados Unidos los líderes de las luchas estudiantiles contra la guerra de Vietnam no tenían muy clara conciencia de lo que era una lucha revolucionaria, dirigida por una teoría revolucionaria —como quiere la buena política marxista—, en Europa, los más clarividentes de estos lideres o bien creían en el puro y simple espontaneísmo —desde el que, como bien se sabe, es muy fácil desembocar en cualquier misticismo—, o bien se tomaban la política como una retahíla de consignas de manera voluntarista aplicables a la realidad —cosa que, en la medida en que implica una ciega prestación de fe, constituye un cierto tipo de comportamiento religioso.

En cuanto a las masas que con más o menos clara conciencia los seguían, la mayor parte lo hacía movida por la contagiosa efervescencia que las épocas de crisis social parecen propiciar: algunos individuos lograron reflexionar e ilustrarse en medio de los acontecimientos y optaron en consecuencia al concluir éstos. Los más, volvieron a su situación anterior, más o menos desengañados, como quien ha pasado el «sarampión juvenil», según la imagen que tanto gusta de emplear el pensamiento conservador. En uno como en otro caso, es evidente que el resultado venía preparado por los antecedentes, si bien hay que dejar bien marcada una doble diferencia: por lo que se refiere a los líderes, la mejor formación política e intelectual de los europeos hizo que la decepción que siguió a la derrota del movimiento político de mayo del 68 adoptara formas de reflexión escéptica, teñidas en algunos casos de religiosidad, pero nunca acompañada de sumisión a ninguna Iglesia en particular. En cambio, de los ocho líderes políticos más famosos de los campus americanos, uno, Rennie Davis, se hacía adepto de Maharaj Ji, y otro, Abbie Hoffmann se hacía
dealer
.

En lo que a las masas de anónimos seguidores hace, la diferencia, en cierto modo, se reproduce: los estudiantes americanos, procedentes de familias religiosas y altamente despolitizadas —tan características en Estados Unidos—, buscaron generalmente la salvación en el ingreso en sectas religiosas de carácter salvador o que fomentan la sumisión. Por el contrario, entre los europeos fue mínimo el número que siguió por esta vía, volviendo los más a las opciones políticas tradicionales, o a alguna de las nuevas —los diversos grupos verdes o ecologistas— que empezaban a despuntar.

En todos los casos, lo que parece como más cierto es que, sobre la base de disposiciones personales preexistentes, las elecciones se efectuaron siguiendo opciones que ya estaban creadas en el mercado de las ideologías, y en este mercado se hallaban ya las sectas religiosas.

S
ECTA E INDIVIDUO

Cuanto se ha dicho pone de relieve en primer plano uno de los problemas que la sociología viene planteando como básico desde sus orígenes: el de las elecciones múltiples, y a veces contradictorias, que el individuo debe hacer para hallar lugar y sentido en el interior de la moderna sociedad burguesa.

Es este un problema que en la sociedad tradicional y en la sociedad primitiva no se plantea. En ellas, el individuo encuentra un encuadramiento social previo a su elección y una correspondencia preestablecida a los ámbitos sociales —ritual, económico, familiar, etcétera— que conforman su vida. En la sociedad actual, el individuo, aunque muy limitado en sus elecciones por la clase social a que pertenece, no está constreñido a elegir, en correspondencia a su status económico, un tipo de familia, una religión, una afición artística y una visión filosófica del mundo determinados, y esto que desde un cierto punto de vista —el de la libertad intelectual— resulta ser una ventaja, en lo referente a la seguridad interior del individuo constituye todo un problema, ya que ni siquiera para quienes más altamente valoran la libertad de espíritu es la seguridad personal una consecuencia correlativa de sus ansias de perfección individual; de hecho, para la mayor parte de los individuos de nuestra sociedad, la libertad de elegir entre diversas opciones, sobre todo en los temas trascendentales, constituye en realidad una pesada carga, más que una ventaja.

Semejante carga, cuyo principal efecto ha sido bautizado por el psicoanalista Erich Fromm como «miedo a la libertad», es precisamente el fundamento de todas las dictaduras que amenazan y que, de tanto en tanto, llegan a imponerse a una sociedad, como la occidental, idealmente regida por la libertad y la movilidad.

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